El Che Guevara de Afganist¨¢n
El culto a la memoria de Masud, el l¨ªder guerrillero asesinado el 9 de septiembre por hombres de Al Qaeda, recorre el pa¨ªs
Cuando Ahmid Karzai, el hoy presidente provisional de Afganist¨¢n, lleg¨® a Kabul el mes pasado, hizo dos cosas. La primera, reunirse con los que iban a ser sus ministros de Defensa e Interior, Mohamed Fahim y Yunus Qanunis, los dos hombres fuertes de la Alianza del Norte. La segunda, viajar hasta Jangalak, un peque?o pueblo de casas de adobe situado en el coraz¨®n del Panshir, a cuyos pies fluye el r¨ªo que da nombre al valle, que arranca en las puertas de Kabul. All¨ª, en la Colina del L¨ªder de los M¨¢rtires, hay una modesta tumba cubierta de flores secas y rodeada de hierbas en la que est¨¢ enterrado Ahmed Shah Masud.
Karzai, un past¨²n, sab¨ªa que, para ganarse si no la confianza por lo menos el respeto de los tayikos con los que va a gobernar, ten¨ªa que homenajear al Le¨®n del Panshir. Tras su asesinato, el 9 de septiembre del a?o pasado, seguramente por orden de Osama Bin Laden, dos d¨ªas antes de los atentados contra Washington y Nueva York, se ha convertido en el gran mito de Afganist¨¢n, en el santo de una religi¨®n sin santos.
Su entierro en el valle del Panshir fue televisado durante una semana todos los d¨ªas
En los cuarteles, los veh¨ªculos militares, los edificios oficiales, los hoteles, las tiendas, las sedes de los partidos, los puestos del mercado, los camiones, las plazas... en todas partes hay un retrato de Masud. Cuando los talibanes abandonaban una ciudad y llegaban las fuerzas de la Alianza del Norte, los carteles con la foto de Masud tardaban unas pocas horas en hacerse omnipresentes. Meses despu¨¦s de su asesinato, todos los pueblos del valle del Panshir estaban llenos de banderas negras en se?al de duelo por el comandante que defendi¨® aquellas tierras con un pu?ado de muyahidin de sucesivas oleadas de batallones de soldados sovi¨¦ticos apoyados por aviaci¨®n y artiller¨ªa.
Da igual a qui¨¦n se pregunte, a un soldado desharrapado con Kal¨¢shnikov y chanclas o a un comandante en la c¨²spide de su poder. Para ellos, Masud era 'el mejor combatiente', 'el hombre que m¨¢s hizo por los afganos', 'el gran muyahid', 'el soldado m¨¢s valiente y generoso', 'el comandante que siempre perdonaba a sus prisioneros'.
Cuando un asistente introduce a un comandante importante como Mohamed Daud, que controla la zona de Taloq¨¢n, siempre dir¨¢ que 'fue uno de los hombres de confianza de Masud'. Y cuando un soldado presenta al asistente del comandante, siempre dir¨¢ que conoci¨® a Masud o que su padre luch¨® con Masud. Y cuando un comandante habla con un grupo de periodistas, empezar¨¢ su discurso dedic¨¢ndolo a la memoria de Masud. Ning¨²n elogio o recuerdo es suficiente.
La prueba del nivel de idolatr¨ªa que ha alcanzado la figura de Masud est¨¢ en la incipiente televisi¨®n afgana, puesta en marcha tras la salida de los talibanes de Kabul. Todos los d¨ªas, despu¨¦s del informativo de la noche, hay un programa ¨²nico: Masud. Entrevistas con el comandante, im¨¢genes de su visita a Francia en el a?o 2000 o de sus momentos de gloria en el frente, discursos, conferencias de prensa... Da igual: en el comedor del hotel Intercontinental de Kabul siempre hay un pu?ado de soldados y camareros contemplando el televisor fascinados. El entierro de Masud en el valle del Panshir fue retransmitido durante una semana todos los d¨ªas, y no se cansaban.
El nivel de sinceridad en la devoci¨®n qued¨® demostrado cuando instalaron la antena parab¨®lica. El mismo grupo contemplaba un desfile de modelos en una cadena de televisi¨®n de India; pero, cuando lleg¨® la hora, volvieron a la cadena local para ver, por cuarta noche consecutiva, el entierro de Masud.
Y todos conocen an¨¦cdotas del comandante. Un soldado llamado Mohamed se?alaba en un frente del norte del pa¨ªs, antes de la ca¨ªda del r¨¦gimen del mul¨¢ Omar: 'Masud siempre dec¨ªa que no hab¨ªa que matar a los prisioneros, aunque fuesen talibanes'. Y otro recordaba c¨®mo cuando sus tropas tayikas tomaron Kabul y se libraron a todo tipo de excesos Masud dijo: 'Estamos aqu¨ª desde hace un a?o y me he convertido en el jefe de una panda de ladrones'. Nadie quiere recordar, en cambio, que no logr¨® frenar esos excesos, ni la completa destrucci¨®n de Kabul entre 1992 y 1996, en la que murieron 50.000 civiles, ni su salida de la capital sin luchar antes de la entrada de los talibanes.
Idealizado por escritores occidentales, sobre todo franceses y estadounidenses, Masud fue sin duda un genio de la guerra de guerrillas durante la lucha contra los sovi¨¦ticos, un soldado que tuvo piedad con sus enemigos en un pa¨ªs donde nadie la tiene, un musulm¨¢n relativamente moderado (aunque su mujer no asisti¨® a su entierro, siguiendo alguna de las muchas siniestras tradiciones machistas que pueblan la cultura de ese pa¨ªs); pero nunca logr¨® mantener unidas a las fuerzas de la oposici¨®n tras la salida de los sovi¨¦ticos.
Quiz¨¢ la historia de Afganist¨¢n tras la ca¨ªda de los talibanes hubiese sido diferente con Masud. Lo ¨²nico seguro es que su imagen, normalmente meditabunda con un toque de Che Guevara, presidir¨¢ todos los despachos y cuarteles donde se tomen las decisiones sobre el futuro de Afganist¨¢n. 'Har¨¦ todo lo posible para mantener viva la memoria de Masud y para seguir su camino', dijo Karzai en la ceremonia de la Colina del L¨ªder de los M¨¢rtires, que, naturalmente, ya ha sido retransmitida varias veces por televisi¨®n.
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