Buenas noticias
El alcalde de Barcelona, Joan Clos, ha pedido esta semana, con sensatez, a los ciudadanos de esta ciudad tan dada a ciclos psicol¨®gicos euf¨®rico-depresivos que no nos hundamos en el derrotismo. Detr¨¢s late, como sabemos, esa malsana comparaci¨®n con Madrid (pero ahora, adem¨¢s de Par¨ªs o Mil¨¢n, tambi¨¦n entran en el juego Valencia, Sevilla y otras ciudades emergentes). Detr¨¢s, aparece esa maravillosa convicci¨®n, tan barcelonesa, de que esta ciudad es como una persona. Una persona sensible y algo dada al desequilibrio, por cierto, al menor soplo del viento.
El alcalde, que es m¨¦dico, sabe de lo que habla porque salir de una depresi¨®n es muy dif¨ªcil cuando ¨¦sta tiene causas m¨²ltiples y m¨¢s bien confusas: lo de Madrid ya aparece como una excusa para ineptos si tenemos en cuenta lo que pasa en el mundo y en Madrid mismo. Pero lo bonito de los pol¨ªticos modernos es que se preocupan por el estado de ¨¢nimo colectivo y por ser, ellos mismos, el Prozac social imprescindible en esas situaciones.
Sucede que el optimismo y el pesimismo colectivo son materia prima de la pol¨ªtica, de la econom¨ªa y de casi todo. El Espa?a va bien, por ejemplo, o el Som sis millions son dos cl¨¢sicos de esa terapia que induce al nirvana del todo va bien, se?ora baronesa. Lo divertido es que esos esl¨®ganes acaban convirtiendo, muchas veces, a quienes los lanzan en prisioneros de un optimismo que, como terapia pol¨ªtica, no s¨®lo deja de funcionar, sino que se les vuelve en contra. Fue lo que ocurri¨® con las nevadas catalanas del mes pasado y sucede ahora con las inversiones espa?olas en la Argentina o con el aumento, implacable, del paro. El optimismo, pues, es un arma pol¨ªtica de doble filo: lamentablemente, la realidad suele desmentirlo cada d¨ªa aqu¨ª o en Pek¨ªn, pasando por Estados Unidos, Italia, Bruselas, Afganist¨¢n o Colombia.
A la gente, claro, le gusta el optimismo y lo agradece, en especial cuando las cosas no van muy bien. Los barceloneses no somos bichos raros: nos encanta que nos pasen la mano por el lomo. Pero sin excesos rid¨ªculos: estamos escaldados tras 22 a?os de grandeur nacionalista, de optimismo identitario y, ahora, de la autosuficiencia que comparten esos grandes optimistas vocacionales que son Jordi Pujol y Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, cuyo inconfesado mensaje puede resumirse en un despu¨¦s de m¨ª, el diluvio. Clos, que procura ser serio y riguroso, ha renunciado en su llamada al optimismo al eslogan facil¨®n -lo cual ya es una buena noticia- y apela, aun con el latiguillo de la ciutat del coneixement, a la reflexi¨®n y al razonamiento. Nos trata, pues, como personas, cosa que ya es, por s¨ª misma, otra buena, espl¨¦ndida noticia.
El que exista un pol¨ªtico que nos imagine capaces de razonar es un caso extraordinario en los tiempos que corren. Y la buena noticia mejora si consideramos que razonar significa tambi¨¦n criticar y hablar de lo que no nos gusta. ?Ser¨ªa tan anormal que nos gustara todo lo que sucede en Barcelona o lo que hace el Ayuntamiento! A Clos, por ejemplo, se le puede criticar y no pasa nada; al contrario, hasta puede invitarnos a un acto cultural. Es una buena noticia, pues, que se invite al optimismo a trav¨¦s de la raz¨®n.
Aunque, puestos en este plan, hasta podemos llegar a concluir que el hecho de estar a¨²n vivos es la mejor noticia de todas, el ejercicio del pensamiento obliga tambi¨¦n al alcalde a ejercer de alcalde: defendiendo a los ciudadanos frente a los monopolios de servicios p¨²blicos privatizados como la electricidad, el agua o el tel¨¦fono, que han tomado las calles como finca particular. O tambi¨¦n cuidando de que los funcionarios ejerzan de servidores p¨²blicos y no miren a los barceloneses como enemigos. Porque, a lo mejor, esas -y no otras- son las causas inmediatas y pr¨®ximas de la depresi¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.