Desfile de h¨¦roes en el Capitolio

Fue Ronald Reagan el que ide¨® una argucia perfectamente hollywoodiense para engrandecer la escenograf¨ªa de sus discursos sobre el estado de la Uni¨®n: invitar a h¨¦roes. No ten¨ªan que ser grandes h¨¦roes ni personas conocidas, sino m¨¢s bien peque?os h¨¦roes, h¨¦roes dom¨¦sticos, como el primero que Reagan eligi¨® para su discurso de 1982: Lenny Skutnik, un joven que se tir¨® al r¨ªo Potomac, casi helado, para tratar de salvar a las v¨ªctimas de un accidente a¨¦reo. Su sucesor, George Bush, no sigui¨® esta tendencia (y perdi¨® la reelecci¨®n, aunque no fuera precisamente por eso), pero Bill Clinton la reinstaur¨® para convertirla en obligatoria. George W. Bush no pod¨ªa ser menos.

La lista de invitados en el Capitolio, agolpados en la tribuna que presid¨ªa Laura Bush, no era excesivamente ecl¨¦ctica. Salvo alguna concesi¨®n discreta a la pol¨ªtica o al deporte (que no a las artes), los h¨¦roes eran de los de verdad, de los que Bush cita en sus discursos m¨¢s patri¨®ticos: desde un boina verde que perdi¨® un brazo por fuego amigo en Kandahar ('es un precio muy peque?o', dijo despu¨¦s) hasta la viuda de un agente de la CIA que muri¨® en la revuelta de la prisi¨®n de Mazar-i-Sharif.

El presidente del Gobierno interino de Afganist¨¢n, Hamid Karzai, omnipresente en Washington desde hace varios d¨ªas y f¨¢cilmente identificable por su atuendo siempre vistoso, fue quien m¨¢s aplausos recibi¨® en la velada. Mejor dicho, fue quien recibi¨® el aplauso m¨¢s largo, porque en n¨²mero de ovaciones gan¨® Bush sin competencia: 70 veces tuvo que parar para que los asistentes irrumpieran en aclamaciones semiespont¨¢neas, acompa?adas de una r¨¢pida pero reverencial puesta en pie.

Con Karzai estaba tambi¨¦n Sima Samar, la ministra afgana para Asuntos Femeninos, y Sandoozai Panah, que emigr¨® de Kabul durante la invasi¨®n sovi¨¦tica y pretende regresar por fin a su pa¨ªs.

La cuota de h¨¦roes modestos, pero contundentes, estaba representada por Hermis Moutardier y Christina Jones, las dos azafatas que se abalanzaron sobre el hombre de los zapatos explosivos cuando pretend¨ªa prender fuego a la carga en medio de un vuelo entre Par¨ªs y Miami. Salvaron 200 vidas con su reacci¨®n impetuosa y representaban, en palabras de Bush, el 'modelo de ciudadano en alerta' al que quiere que se ajusten todas las personas de este pa¨ªs.

Entre los 27 invitados de Bush estaba tambi¨¦n su suegra, Jenna Welch, afectada por una indiscreci¨®n de su yerno: el presidente la mencion¨® como un ejemplo de accionista infeliz en el caso Enron. Welch perdi¨® 8.000 d¨®lares con la bancarrota.

Estaba Jimmy Hoffa, el sindicalista que ha pasado de apoyar a Al Gore en 2000 a rubricar el plan energ¨¦tico de Bush. Y estaban, extra?amente, s¨®lo tres de los nueve miembros del Tribunal Supremo que otorgaron a Bush el cargo con una decisi¨®n hist¨®rica y pol¨¦mica. Con Bush estaba el vicepresidente, Dick Cheney, juntos por primera vez en un acto de tanta peligrosidad como para que el despliegue policial en Washington, siempre potente pero discreto, fuera imponente.

Con la invitaci¨®n de un congresista dem¨®crata, acudi¨® la teniente coronel Martha McSally, piloto de combate que ha demandado al Pent¨¢gono por obligarla a llevar falda larga cuando sale de su base en Arabia Saud¨ª.