Ataques de p¨¢nico en el hospital de Guant¨¢namo
Un equipo m¨¦dico de EE UU atiende a los prisioneros en Guant¨¢namo
No est¨¢n acostumbrados a recibir tratamiento m¨¦dico. Han llegado con balas incrustadas de meses, con necrosis, con heridas perforadas hasta los huesos, con fracturas, con malaria. Y con ansiedad y ataques de p¨¢nico. Al menos dos est¨¢n bajo tratamiento psiqui¨¢trico. Y alguno se ha sorprendido al despertarse de la anestesia, porque estaba convencido de que los cirujanos le iban a asesinar. Son los siete pacientes del hospital de campa?a de la base militar de Guant¨¢namo (Cuba) para atender a prisioneros talibanes y de Al Qaeda. Un grupo reducido de periodistas, entre ellos un representante de EL PA?S, ha visitado a los pacientes.
Los prisioneros que reciben tratamiento m¨¦dico en Guant¨¢namo no conf¨ªan en nadie, de entrada. Luego se suelen relajar cuando entienden que no les van a hacer da?o, seg¨²n relata la auxiliar que los ba?a, Sharon Jerome, y la enfermera que los cuida, Helen Hui-Chou. A las dos las rechazaron, por ser mujeres, con mucha m¨¢s hostilidad que al personal sanitario masculino. 'Algunos ya casi sonr¨ªen, pero les cuesta porque se nota que no est¨¢n acostumbrados a sonre¨ªr'.
'Queremos mostrar que existe un lado humano', destaca un comandante de la base estadounidense
El comandante de los marines Steve Cox anuncia que la enorme tienda de campa?a donde atienden a estos prisioneros es el Fleet Hospital. Lo han levantado deprisa, apenas en una semana, para tratar a los presuntos terroristas en un sitio distinto al que atienden a los militares instalados en la base y a sus familias, por razones de seguridad. A pesar de su aspecto externo destartalado, la unidad sanitaria port¨¢til -tipo hospital de guerra- est¨¢ preparada para realizar toda clase de operaciones.
Las normas cambiaron el domingo en la Base Naval de Guant¨¢namo. Por primera vez desde que llegaron los detenidos de Afganist¨¢n, el ej¨¦rcito de Estados Unidos dej¨® a un reducido grupo de medios de comunicaci¨®n, entre ellos EL PA?S, visitar a los siete hombres que est¨¢n hospitalizados.
En la semana que lleva funcionando no ha habido ninguna complicaci¨®n. Las cuatro intervenciones realizadas han sido para curar heridas de batalla en las extremidades. Los pacientes se recuperan, encadenados de pies y manos, en una de las dos salas de 40 metros con aire acondicionado. Son siete en total, contando los operados; los otros tres fueron trasladados desde el Hospital de la Marina, uno de ellos con una infecci¨®n desconocida y supuestamente muy contagiosa al tacto, explica el capit¨¢n m¨¦dico Al Shimkus.
Ni se inmutan cuando llegan los visitantes y se acercan a s¨®lo tres metros de sus camillas. Les han colocado de cara a la pared, con los pies en la cabecera 'para que no puedan controlar lo que pasa ni qui¨¦n pasa', explica el comandante Clifford Phillips, que dirige el hospital. Llevan el mismo mono naranja con el que llegaron desde Kandahar, las mismas cadenas en los pies y las que conectan la cintura con las esposas que lleva el resto de los 158 presos talibanes y de Al Qaeda.
Pronto habr¨¢ un octavo paciente. Es un joven de 21 a?os disc¨ªpulo de Osama Bin Laden que est¨¢ rogando que le saquen el ojo derecho. Lleva a?os sin tratarse un glaucoma y un golpe con la culata de un fusil le tiene henchido de dolor. No tiene pupila, el ojo est¨¢ completamente blanco. Hubo momentos que gritaba en su celda, pero le han controlado el dolor, cuenta el comandante James Gallagher, el jefe de oftalmolog¨ªa que le atiende. 'Est¨¢ tan agradecido que me ha pedido que tomemos un t¨¦ juntos despu¨¦s de la operaci¨®n', cuenta Gallagher emocionado.
La relaci¨®n de Gallagher con el joven detenido es una excepci¨®n que desaconsejan las normas del Pent¨¢gono sobre pol¨ªtica con los detenidos. En Guant¨¢namo, la desconfianza es mutua. Los oficiales temen que cualquier cambio amable de conducta sea una treta y no desaprovechan la oportunidad para dejarles claro qui¨¦n manda. 'Cumplimos con nuestra obigaci¨®n de proveerles el mejor cuidado m¨¦dico y con la de satisfacer sus necesidades religiosas', dice el comandante Cox.
Hay dos polic¨ªas militares por cada paciente. Uno de ellos, veinticuatro horas de guardia al borde de la cama, sin armas. Fuera del hospital vigilan marines armados.
Todo gira en torno a la seguridad en la base de Guant¨¢namo, muy especialmente la atenci¨®n m¨¦dica, porque es cuando, seg¨²n los militares, el personal puede estar m¨¢s descuidado. Hasta ahora no ha habido incidentes.
A la pregunta de una periodista sobre la capacidad del personal m¨¦dico para separar su deber profesional de sus sentimientos patri¨®ticos tras los atentados del 11 de septiembre, Alford responde al un¨ªsono con los miembros de su equipo: 'Dejamos nuestras emociones colgadas a la entrada'.
Declaraciones como ¨¦sa, al igual que la propia gira por las instalaciones hospitalarias, son parte de un esfuerzo concertado de relaciones p¨²blicas para intentar demostrar que los detenidos reciben un trato acorde con la Convenci¨®n de Ginebra. 'Queremos mostrar que existe un lado humano' subraya el comandante Cox.
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