La inteligencia: al fondo, a la izquierda
Los nativos estaban relativamente tranquilos. Les hab¨ªan quitado muchas cosas, ciertamente. Los m¨¦dicos hab¨ªan descrito el funcionamiento de sus organismos como si no fueran suyos. Los economistas hab¨ªan hecho lo mismo con sus intercambios mercantiles. Hasta los ling¨¹istas formulaban teor¨ªas acerca de sus lenguas sin tener para nada en cuenta sus opiniones. Pero hab¨ªa una cosa que no pod¨ªan quitarles, porque esa cosa era, en el fondo, ellos mismos. Se trataba de sus gustos. Que a uno le guste o no un coche o una casa, que le repugnen las pel¨ªculas de Paul Newman, que encuentre rid¨ªcula tal forma de caminar o que prefiera la m¨²sica de Chopin a la de Wagner, ?qui¨¦n puede a uno discut¨ªrselo? En esas cosas manda s¨®lo uno mismo (le podr¨¢n a uno afear sus gustos, pero no por ello impedir¨¢n que le gusten), son inevitables y absolutamente soberanas, dependen ¨²nicamente de nuestra inalienable personalidad. De gustibus non est disputandum, y sobre gustos no hay nada escrito. O no lo hab¨ªa hasta que un soci¨®logo de humilde origen campesino public¨®, en 1979, un libro titulado La distinci¨®n. Criterio y bases sociales del gusto (1979). El texto se iniciaba con una demoledora encuesta sobre los gustos musicales a prop¨®sito de tres obras: el Clave bien temperado de Bach, el Danubio azul de Strauss y Rhapsody in Blue, de Gershwin. A pesar de la indiscutibilidad, la intimidad y la irrenunciabilidad de los gustos, resulta que los profesores de Ense?anza Superior, intelectuales y artistas, escog¨ªan masivamente a Bach, la clase media y los cuadros administrativos a Gershwin, y la clase obrera se inclinaba mayoritariamente por el Danubio azul. Aquel d¨ªa la inalienable personalidad de los nativos sufri¨® un important¨ªsimo rev¨¦s. Partiendo de esta desilusi¨®n inicial, Pierre Bourdieu mostraba c¨®mo lo indiscutible -el sagrado terreno del gusto- era el campo de batalla de una disputa simb¨®lica en la cual pod¨ªa descubrirse toda la estructura social de la divisi¨®n de clases, con las estrategias colectivas que intentaban aprovecharla o combatirla, las desigualdades de capital cultural y las enormes dosis de sufrimiento personal engastado en las apuestas 'est¨¦ticas' aparentemente triviales o superficiales. Aquello que los nativos consideraban su propio ser, aquello que cre¨ªan ser ellos mismos y llamaban su 'naturaleza' era, sin embargo, su sociedad. Nada m¨¢s y nada menos. Mediante el concepto de habitus -las estructuras sociales imbricadas en las pr¨¢cticas y confundidas hasta con las reacciones musculares aparentemente m¨¢s autom¨¢ticas de los agentes sociales-, Bourdieu no consegu¨ªa solamente otorgar objetividad a todo aquello que los individuos consideramos inalienablemente 'subjetivo' y a lo cual los te¨®ricos con inclinaciones metaf¨ªsicas y po¨¦ticas quisieran llamar 'el ser', sino que preven¨ªa a la sociolog¨ªa contra su vicio m¨¢s acusado -el de atenerse exclusivamente a esa objetividad tan dif¨ªcilmente ganada- porque mostraba que esas 'ilusiones' subjetivas que los agentes se hacen sobre s¨ª mismos no son en absoluto una 'cantidad despreciable' que el soci¨®logo deba pasar por alto para ser m¨¢s 'cient¨ªfico', sino un elemento indispensable para la descripci¨®n de la sociedad. De este modo, los hallazgos del te¨®rico alcanzaban tambi¨¦n un significado pol¨ªtico: el conocimiento de las estructuras sociales de dominaci¨®n simb¨®lica -es decir, de esas 'ilusiones' que se hacen los nativos, y que constituyen una herramienta necesaria para su propia dominaci¨®n material- se convierte en un a priori para cualquier intento de reformarlas, combatirlas, denunciarlas o neutralizarlas. Estas 'razones pr¨¢cticas' operan ya, aunque inconscientemente, en los movimientos sociales que se oponen a ellas, y deben contar conscientemente en los programas pol¨ªticos que aspiren a una acci¨®n social eficaz.
Nadie como Bourdieu fue capaz de hacer eso que es tan molesto: ense?arnos cu¨¢l es el juego al que estamos jugando
Pierre Bourdieu no hab¨ªa llegado
por casualidad a estas conclusiones. Procedente de la filosof¨ªa, que siempre fue uno de sus referentes pol¨¦micos -se recordar¨¢ su importante ensayo sobre La ontolog¨ªa pol¨ªtica de Martin Heidegger (1976)-, despu¨¦s de licenciarse con sendas tesis sobre las objeciones de Leibniz contra Descartes y las estructuras temporales de la afectividad, se form¨® como soci¨®logo en Argelia: una sociedad en la cual no es dif¨ªcil (con un m¨ªnimo de sensibilidad) convertirse en un 'intelectual de izquierda'. Desde el principio sus intereses, aunque aparentemente diversos, estuvieron fuertemente orientados. Gran defensor de la 'teor¨ªa' frente al sociologismo instrumental y estad¨ªstico, su obra siempre se centr¨® en el papel social de las producciones 'culturales' y de los bienes 'simb¨®licos', desde las instituciones de ense?anza -soberbiamente analizadas en Homo academicus- hasta las bellas artes, pasando por una 'sociolog¨ªa de la sociolog¨ªa' y una profunda investigaci¨®n sobre las ra¨ªces y la significaci¨®n de la figura del 'intelectual'. En la que fue probablemente su ¨²ltima obra de gran ambici¨®n te¨®rica, Las reglas del arte (1992), Bourdieu expres¨® a la perfecci¨®n otra de sus nociones-clave, la de campo social. Tomando como eje La educaci¨®n sentimental, de Flaubert, describi¨® de forma insuperable la formaci¨®n hist¨®rica del 'campo literario' y la emergencia del personaje del escritor, sus obligaciones est¨¦ticas y sus responsabilidades p¨²blicas, sus m¨¢scaras y sus metamorfosis, sentando las bases para una 'ciencia de las obras' que supere la est¨¦ril alternativa entre la cr¨ªtica 'interna' o textual y la cr¨ªtica 'externa' o sociol¨®gica. Convertido ya en una de las grandes figuras de la sociolog¨ªa de la segunda mitad del siglo XX y en uno de los intelectuales de referencia en el debate internacional, creador de una escuela de soci¨®logos que lleva su impronta y animador infatigable de una de las principales revistas europeas de sociolog¨ªa, Bourdieu dedic¨® especialmente sus ¨²ltimos a?os a lo que consideraba que era la antes aludida 'responsabilidad p¨²blica' del intelectual: invertir su prestigio como cient¨ªfico y corredor de fondo a favor de la causa de la izquierda o, como ¨¦l dec¨ªa, de una izquierda de izquierdas, comprometida con los nuevos movimientos sociales europeos en lo pr¨¢ctico y, en lo te¨®rico, con la utop¨ªa de una 'Europa de los intelectuales' capaz de resistir a los efectos negativos de la globalizaci¨®n cultural. Nadie como ¨¦l fue capaz de hacer eso que es tan dif¨ªcil, tan molesto y tan necesario: ense?arnos a los nativos cu¨¢l es el juego al que estamos jugando. Le echaremos de menos.
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