'Escribo desde la vida, lejos de las nubes'
No se puede hablar de poes¨ªa argentina sin mencionarlo enseguida: Arturo Carrera (Pringles, Buenos Aires, 1948). A principios de los ochenta la editorial catalana Llibres del Mall sac¨® una breve y hermosa antolog¨ªa de sus poemas, Ciudad del colibr¨ª, osario de enanas, prologada por Severo Sarduy. Veinte a?os y quince libros m¨¢s tarde vuelve a aparecer en Espa?a, esta vez con un volumen que supone el cierre de un entero ciclo de su obra de madurez.
PREGUNTA. Toda su poes¨ªa se construye como collage de las voces de la infancia. Alejandra Pizarnik y Osvaldo Lamborghini, amigos suyos, tambi¨¦n dibujan una imagen de poeta-hijo. ?Se reconoce usted en esa filiaci¨®n?
RESPUESTA. Lamborghini reconoce una progenie; en una entrevista dec¨ªa: 'Mis poemas se limitan a cortar y plegar diferentes propuestas de la literatura argentina: s¨®lo que sin respetar sus supuestas intenciones ni su aparente linealidad. Hern¨¢ndez, Cayol, Del Campo, Gardel, conviven violentamente en mis textos'. En esa respuesta hay todo un procedimiento de escritura. El caso de Pizarnik fue distinto. Ella se identific¨® con personajes ficcionales como Nadja de Breton y con poetas reales como Caroline de G¨¹nderode, la suicidada del Rhin, pero nunca los volvi¨® ni sujetos de sus textos ni tutores de sus gustos literarios. Se reconoc¨ªa sola, muy poco tutelada, dir¨ªa yo.
P. Severo Sarduy lo proclam¨® a usted el heredero de Lezama Lima. En cambio, ahora la cr¨ªtica lo asocia con Alberto Girri y Juan Gelman; yo agregar¨ªa el nombre de Juan L. Ortiz. ?Puede haber un sistema entre tales parentescos?
R. Si la tradici¨®n es una biblioteca instant¨¢nea y las filiaciones esa especie de embo?tement de las generaciones que imagin¨® Yeats, acepto una filiaci¨®n irremediable, pre?ante como la de los mitos. ?Pero no hay acaso una posibilidad que nos vuelve frutos de todas las mezclas, matiz, en todo caso, novedad, dentro de lo nuevo, si no de lo ¨²nico? En ese sentido, me siento pariente m¨¢s que heredero de los argentinos, aunque parezca imposible. Como decir t¨ªos, aquellos t¨ªos viejitos, faunos, aquellos primos o hermanos feroces. Y los centauros: abuelos maternos y paternos. Eso es mi Tratado de las sensaciones. Una 'familia', como aquella de Gerald Durrell, unida a otros raros animales. Juan L. Ortiz, a quien intent¨¦ en vano copiarle los diminutivos y las interrogaciones y tantos otros matices que me cautivaron, fue un abuelo centauro y Lezama Lima, el abuelo perfecto, adorado, tambi¨¦n.
P. Sus libros son largos poemas unitarios, no recopilaciones de piezas independientes. ?C¨®mo concibe usted la cuesti¨®n formal?
R. Intento agotar una obsesi¨®n. Esta vez me llev¨® dos libros, los dos ¨²ltimos que escrib¨ª: El vespertillo de las parcas y El tratado de las sensaciones. Y he trabajado como siempre la cuesti¨®n formal: que todo desemboque en un Ritmo, quiz¨¢ como lo entendi¨® Messiaen, por un lado. El ritmo, seg¨²n ¨¦l, menosprecia la repetici¨®n y las divisiones iguales: el ritmo debe estar hecho de duraciones libres y distintas. Los cl¨¢sicos son malos ritmadores, dice. Y as¨ª utilizo versos de distintos metros rigurosamente escuchados y espiados para elaborar ese Ritmo. Por otro lado, busqu¨¦ mostrar una idea distinta de sensaci¨®n, de la que se ocuparon tantos fil¨®sofos como Teofrasto, Hume o Condillac. Pero adopt¨¦ la de Deleuze. ?l me da siempre ese efecto de 'encendido r¨¢pido' del que hablan Ashbery y Mayakovski: leer a otro para encender nuestra propia escritura; mostrar que las relaciones que llamamos filiales, cuando son la sensaci¨®n, emiten un grito agud¨ªsimo, misterioso, de apariencia ininteligible. Pero es legible su secreto, su misterio. Gritos que se pueden escribir, como en Mandelstam, o pintar, como en Munch.
P. Precisamente, en la portada de Arturo y yo (1984) se reproduce el cuadro de un fauno tocando la flauta de pan. En Tratado de las sensaciones aparecen faunitos y centauros. ?Qu¨¦ significado 'familiar' tienen para usted?
R. ?S¨ª, cu¨¢nta alegr¨ªa, cu¨¢nta iron¨ªa y cu¨¢nta belleza! Esos cuadros de faunitos son de Von Stuck, el pintor de la llamada decadencia del art nouveau, tan cercano a B?cklin y a Sartorio. Von Stuck fue el maestro de Klee, pero su grandeza reside en haber inyectado a esos faunitos, a esos centauros y centauras y ni?as que bailan todo el pathos, toda la energ¨ªa y belleza de la ca¨ªda de su ¨¦poca en aspectos, dir¨ªa, cotidianos, misteriosos, s¨ª, ?pero tan di¨¢fanos! A eso aspir¨¦. A una mitolog¨ªa recuperada para la memoria inmediata de lo inmediato. Y para que lo inmediato muestre su belleza, no como refugio sino como un arma. Aquel instante de Horacio en el carpe diem de un muchachito de hoy, que huele pegamento en un ba?o para faunos, ?puede ser s¨®lo una guarida para nuestra emoci¨®n o despliega una energ¨ªa cuyo blanco no puede ser la indiferencia?
P. Usted acaba de editar y prologar una antolog¨ªa de j¨®venes poetas argentinos, Monstruos. ?C¨®mo ve ese panorama?
R. Veo ese panorama como un intento de escaparse de la violencia econ¨®mica, social y pol¨ªtica mediante el arte de la poes¨ªa, que sabe de remedios. Kavafis habl¨® de 'tentativas de adormecimiento del dolor por la imaginaci¨®n y por el verbo'. Es una amarga salida pero est¨¢. Nunca hubo tanto movimiento po¨¦tico, sobre todo entre los m¨¢s j¨®venes, como lo prueban los recitales, los encuentros, las revistas, los foros de poes¨ªa en Internet... En cuanto a m¨ª: me gustar¨ªa imaginarme como alguien que hace la poes¨ªa desde el Ritmo, como dije reci¨¦n; es decir, muy cercano al habla real, a la vida cotidiana; y muy lejano de las nubes en el sentido presocr¨¢tico. Sin descuidar sus nexos con algo inasequible pero muy vivo: el misterio. Y su talento, sus delicadas y monstruosas apariciones.
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