Bailando con lobos
Siguiendo perfectamente el gui¨®n de su proverbial modestia de provincial que se dirige a los se?oritos de la capital, Antoni Puigverd me dedicaba el pasado domingo una serie de piropos envenenados, que le agradezco, para acabar rega?¨¢ndome por haber sido demasiado 'severo' con Pasqual Maragall. Una exquisita incursi¨®n por el gongorismo le permit¨ªa advertir de los riesgos simplificadores de las met¨¢foras, idea que comparto y que, adem¨¢s, celebro que tenga siempre en mente quien, como excelente articulista que es, las utiliza a menudo. Pero lat¨ªa en la primera parte del art¨ªculo una interesante observaci¨®n que Puigverd me ha hecho algunas veces en privado sobre mi escasa sensibilidad por las dimensiones pasionales de la pol¨ªtica. Repito lo que le he dicho alguna vez: estoy convencido de que hay un importante componente sentimental en los comportamientos pol¨ªticos y que la econom¨ªa humana del deseo tiene motivos que la raz¨®n no siempre entiende. Pero creo que hay que procurar que el an¨¢lisis pol¨ªtico pase por los caminos de la raz¨®n, incluso cuando se tratan los territorios m¨¢s resistentes a la luz del conocimiento.
Ahora bien, si una visi¨®n m¨¢s compleja de las cosas conduce a Puigverd a la conclusi¨®n de que 'se trata de desarrollar abrazos en este tiempo de c¨®leras, antipat¨ªas y desplantes', ah¨ª s¨ª que ya no le sigo. Me parece que, por lo menos desde Maquiavelo, ya no podemos hacernos los inocentes de esta manera, y menos hablando de Espa?a, donde si un lenguaje se entiende es el lenguaje del poder.
Est¨¢ de moda decir que cuando hay un cambio de mayor¨ªa, las elecciones no las gana nunca el opositor, sino que las pierde el que gobierna. Discrepo de esta idea, que contiene una hip¨®tesis de partida que no comparto: que en las actuales circunstancias la alternancia no es m¨¢s que un relevo de equipos dirigentes porque no hay margen para diferencias pol¨ªticas sustanciales. Para poner un ejemplo concreto, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar gan¨® en 1996 por la crisis de la corrupci¨®n socialista -si con esto hubiera bastado, ya habr¨ªa ganado en 1993-, pero tambi¨¦n porque fue capaz de hacer creer a una parte del electorado que ten¨ªa un proyecto de gobierno distinto del anterior. Y si en 2000 consigui¨® la mayor¨ªa absoluta fue por el estado catastr¨®fico del PSOE, pero tambi¨¦n porque, a juicio de una buena parte del electorado, su proyecto hab¨ªa tomado consistencia. Por esta raz¨®n, porque tengo la impresi¨®n de que el desgaste de CiU no basta, creo que es leg¨ªtimo reclamar al candidato socialista la definici¨®n de un proyecto claramente diferenciado, y un proyecto pol¨ªtico no es s¨®lo una suma de medidas, sino una s¨ªntesis que tenga un perfil expl¨ªcito.
El debate de la moci¨®n de censura -del que yo mismo destaqu¨¦ la consistencia de un discurso que demostraba que Maragall hab¨ªa puesto al PSC a trabajar en serio- demostr¨®, sin embargo, una voluntad de aproximaci¨®n a los gobernantes actuales -que quiz¨¢ tiene que ver con esta cultura pol¨ªtica del abrazo de la que habla Puigverd- que me parece que, m¨¢s que marcar diferencias, aumenta las confusiones. Al fin y al cabo, el propio Maragall ha lanzado recientemente la hip¨®tesis de una coalici¨®n PSC-CiU. (Idea que, por otra parte, acaricia tambi¨¦n el candidato Mas). El repaso a las asignaturas pendientes de 20 a?os de autonom¨ªa, vividos en Catalu?a en una peculiar forma de paz pol¨ªtica que consiste en estar todos de acuerdo en practicar el desarme verbal pero en no ponerse nunca de acuerdo en las cuestiones sustanciales del pa¨ªs, hace que mi entusiasmo por una gran coalici¨®n sea limitado. Moverse siempre en la baldosa -la met¨¢fora simplificadora que Puigverd me impugna- s¨®lo garantiza que los problemas que este pa¨ªs tiene por debajo de las apariencias de armon¨ªa sigan pudri¨¦ndose. Hasta que la baldosa apeste tanto que tengamos que huir despavoridos.
Esta ser¨ªa la dimensi¨®n local de mi interpelaci¨®n a Maragall. Un modo de decir en p¨²blico lo que muchos dicen en privado, incluso en medios socialistas: que no se acaba de ver cu¨¢l es el bander¨ªn de enganche. Como dijo Felipe Gonz¨¢lez en vigilias de las auton¨®micas de 1999, sin un cohete que d¨¦ la estampida de campa?a es muy dif¨ªcil ganar unas elecciones. Aunque, ciertamente, una de las ventajas de Maragall es que el cohete de sus rivales est¨¢ muy gastado: la eterna querella con el socio que gobierna en Madrid.
Pero si no queremos perpetuarnos en el localismo, tenemos que mirar el contexto. Estamos en un momento cr¨ªtico para la suerte de los sistemas de libertades, y despu¨¦s de que el caso Enron haya demostrado incluso a los ojos de los m¨¢s cr¨¦dulos c¨®mo funciona el casino financiero, estamos ante una oportunidad de invertir la tendencia de estos a?os en que el poder y la pol¨ªtica se han separado y la capacidad normativa ha correspondido al poder financiero. Todas estas cuestiones son fundamentales si creemos de verdad que Catalu?a es algo m¨¢s que un ¨®rgano de descentralizaci¨®n administrativa sobrecargada de ret¨®rica. Por eso, a m¨ª me parece m¨¢s importante saber la posici¨®n de Maragall sobre el caso Lear (los trabajadores de esta empresa merecen m¨¢s de cinco minutos) que sobre los eternos desencuentros entre Catalu?a y Espa?a. Porque me interesa saber si se acepta resignadamente que el actual proceso de mundializaci¨®n de la econom¨ªa es una realidad que s¨®lo puede transitar por un camino o si realmente se cree en la pol¨ªtica y en la necesidad de recuperarla para resistir a las imposiciones normativas del poder financiero. Y me interesa saber si la deslocalizaci¨®n es una realidad incontestable o si se est¨¢ dispuesto a buscar modos de resistir a ella. Y me interesa saber si somos conscientes de que el actual proceso de reducci¨®n del poder real de la fuerza de trabajo destruye las bases humanistas de la cultura socialdem¨®crata. Y si se est¨¢ dispuesto a afrontar respuestas que devuelvan la dignidad a las personas como, por ejemplo, la renta b¨¢sica universal.
Porque a m¨ª me parece que la izquierda, aqu¨ª y fuera de aqu¨ª, debe plantear las pr¨®ximas elecciones no como una simple pugna por el poder, sino como un paso hacia la construcci¨®n de un discurso de izquierda renovada adecuado a los tiempos que vivimos, lo cual no quiere decir escorado a la derecha y entregado a los valores de Operaci¨®n Triunfo. Ello debe hacerse, entre otras cosas, porque si la izquierda no piensa en t¨¦rminos de alternativa atractiva y cre¨ªble, adem¨¢s de seguirse degradando la vida pol¨ªtica, se cumplir¨¢ la fantas¨ªa que han empezado a poner en circulaci¨®n algunos intelectuales de la derecha, de que en poco tiempo veremos al socialismo en la misma direcci¨®n marginal que Izquierda Unida y ser¨¢ el propio PP el que se dividir¨¢ en un partido conservador y otro liberal para el juego de la alternancia. Sue?os de la derecha que ayudaremos a hacer realidad si nos empe?amos en seguir bailando con lobos pol¨ªticos -es una met¨¢fora- en una baldosa. Abrazados, por supuesto.
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