Mariposas
La observaci¨®n del mundo animal y, m¨¢s en concreto, de los insectos ha procurado a la humanidad curiosa un sinf¨ªn de ejemplos morales. Todos los fabulistas, desde Esopo hasta La Fontaine, han cantado la previsi¨®n ahorradora de la hormiga y la holgazaner¨ªa despreocupada de la cigarra, absorta en su canto. Para modelo de laboriosidad ah¨ª est¨¢n las abejas, cuya estructura social, coronada por una reina (un rey en el mundo cl¨¢sico), indica la funci¨®n de la monarqu¨ªa y los deberes de los s¨²bditos. Hasta los mosquitos han tenido a su poeta. ?A qu¨¦ se debe, entonces, el silencio sepulcral que rein¨® en la Antig¨¹edad sobre un insecto tan bello como la mariposa?
La respuesta a esta pregunta se encuentra en las pinturas de los vasos griegos, que representan a los muertos como seres de cuerpo diminuto y dotados de grandes alas. Se parecen, pues, a una mariposa o tambi¨¦n a un murci¨¦lago, animales que m¨¢s que volar andan de ac¨¢ para all¨¢ en revoloteo quebradizo e inseguro, sin hacer ruido, o todo lo m¨¢s emitiendo el murci¨¦lago el debil¨ªsimo chillido que Homero atribuy¨® tambi¨¦n a las 'im¨¢genes de los difuntos'. En definitivas cuentas, pues, para los antiguos la mariposa es la viva estampa del muerto. Psych¨¦, alma, la llamaron los griegos, y es comprensible que no la mencionaran jam¨¢s.
La excepci¨®n confirma la regla, y la excepci¨®n viene en este caso de la B¨¦tica. En Porcuna (Ja¨¦n) vivi¨® en ¨¦poca romana un hombre campechano, jovial y muy aficionado al vino. Tanto le gustaba el dulce licor de Baco al empedernido borrach¨ªn que en su manda suprema, el epitafio, se cuid¨® muy mucho de indicar a sus herederos c¨®mo hab¨ªan de celebrar su entierro: sus cenizas hab¨ªan de ser regadas con vino, para que as¨ª pudiese revolotear ebria su 'mariposa', es decir, su propio esp¨ªritu. ?Qu¨¦ felicidad, prolongar la embriaguez en ultratumba! La equiparaci¨®n del lepid¨®ptero con el muerto explica el ep¨ªteto, chocante para nuestro gusto, que le dio Ovidio: 'f¨²nebre mariposa'.
Y no paran ah¨ª las sorpresas. El nombre latino del insecto, conservado en franc¨¦s, es papilio; de ah¨ª, por una met¨¢fora f¨¢cilmente comprensible, el t¨¦rmino pas¨® muy pronto a designar una tienda de campa?a, un pabell¨®n, que se pliega y se despliega como las alas de la mariposa. El peso de la tradici¨®n secular se deja sentir todav¨ªa en nuestros cl¨¢sicos. 'Pobre mariposilla', llam¨® Santa Teresa al alma que, atada por las cadenas del cuerpo, no puede volar a donde quiere. La 'incauta y descuidada mariposa' aparece en Herrera s¨®lo para morir abrasada en la luz de la candela que la atrae.
De repente, y gracias a los vaivenes de la moda y la fascinaci¨®n por el Lejano Oriente, Europa se inund¨® de mariposas, mariposas venidas a centenares, a miles, sobre porcelanas, sobre maderas lacadas, sobre sedas, incluso sobre los mantones de Manila bordados hoy en Sevilla.
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