Su mejor hora
El 16 de mayo de 1940, pocos d¨ªas despu¨¦s de su nombramiento como primer ministro, Winston Churchill intent¨® apartar a Mussolini de su alianza con Hitler record¨¢ndole que 'pase lo que pase en el continente, Inglaterra continuar¨¢ hasta el fin, incluso completamente sola'. Once d¨ªas despu¨¦s, Churchill ped¨ªa a Leopoldo, rey de los belgas, que se mantuviera firme en la seguridad de que 'Inglaterra nunca abandonar¨¢ la guerra, pase lo que pase, hasta que Hitler resulte vencido o nosotros dejemos de ser un Estado'. Mientras tanto, volaba cada semana a Par¨ªs para advertir a Reynaud que, pasara lo que pasara con Francia, Inglaterra continuar¨ªa sola hasta el fin.
Mussolini respondi¨® al mensaje de Churchill record¨¢ndole que si, por cumplir su palabra, se hab¨ªa metido en guerra con Alemania, deb¨ªa comprender que ¨¦l hiciera tambi¨¦n honor a la suya manteniendo su alianza con Hitler. Leopoldo no dej¨® pasar el d¨ªa en que recibi¨® la s¨²plica de Churchill sin enviar a Berl¨ªn un enviado con poderes para pedir el cese de hostilidades y la rendici¨®n incondicional del Ej¨¦rcito belga. M¨¢s grave que la negativa italiana y la deserci¨®n belga fue el sorprendente derrumbe franc¨¦s. Ni en el peor momento pudieron los brit¨¢nicos pensar que Francia firmar¨ªa la capitulaci¨®n y la paz separada con Alemania renunciando a toda resistencia.
CINCO D?AS EN LONDRES, MAYO DE 1940
John Lukacs Traducci¨®n de Ram¨®n Garc¨ªa Fondo de Cultura Econ¨®mica/Turner Madrid, 2001 256 p¨¢ginas. 17,50 euros
La perspectiva de que lo impensable pod¨ªa ocurrir se fue abriendo paso en los cinco d¨ªas de mayo -del 24 al 28- de 1940 que son objeto de este minucioso relato basado en el riqu¨ªsimo acervo documental brit¨¢nico y en la profesionalidad y el rigor con que sus funcionarios tomaban nota de todo y lo conservaban en archivos p¨²blicos. John Lukacs, autor de varios estudios sobre las relaciones entre Churchill y Hitler, no tiene m¨¢s que ir montando el relato de cada d¨ªa con extractos de las actas de las reuniones del Gabinete de Guerra, y ambientarlo con lo que escrib¨ªan los peri¨®dicos y pensaba el p¨²blico, para dar cuenta de la dram¨¢tica decisi¨®n: pasara lo que pasara en el continente -y pasaron, a fines de mayo, cosas que los ingleses no pod¨ªan imaginar- Inglaterra resistir¨ªa sola.
Lo cual no hay que darlo por descontado, como si no hubiera sido posible otra salida, como si todo estuviera escrito de antemano. ?sta es la mejor contribuci¨®n de Lukacs a la muy caudalosa bibliograf¨ªa sobre la 'farsa de guerra' iniciada en septiembre de 1939 y bruscamente interrumpida en mayo de 1940 con el ataque alem¨¢n a los Pa¨ªses Bajos: componer el relato como un drama que pudo haberse resuelto de otro modo si el principal personaje hubiera tomado otras decisiones. Pues nada permit¨ªa pensar que, al final, aquellos cinco hombres que formaban el Gabinete de Guerra fueran capaces de responder a la grav¨ªsima cuesti¨®n que el cerco al ej¨¦rcito expedicionario brit¨¢nico, la negativa italiana, la deserci¨®n belga y el derrumbe franc¨¦s les planteaba, haciendo frente, solos, al abrumador poder¨ªo alem¨¢n. Nunca estuvo tan cerca como en aquellos d¨ªas el triunfo total de Alemania; nunca estuvo tan lejos la perspectiva de una victoria inglesa.
Y, sin embargo, la voluntad de un pol¨ªtico que supo transmitir al Gobierno, al Parlamento y a la opini¨®n p¨²blica que no hab¨ªa otro camino salvo resistir a la barbarie y el c¨²mulo de circunstancias azarosas que convirtieron en ¨¦xito la primera derrota inglesa en la Segunda Guerra Mundial cambiaron el curso de la historia. El viejo problema de la capacidad de un sujeto para imponerse sobre las determinaciones objetivas vuelve a aflorar en este relato en forma de condicional: si Churchill no hubiera estado all¨ª, si se hubiera dejado llevar por el derrotismo, si no hubiera triunfado sobre Halifax, si no hubiera rechazado su prop¨®sito de sondear a Italia con vistas a encontrar un arreglo, si hubiera intentado llegar a un acuerdo con Hitler, todo, no s¨®lo la historia de Inglaterra, sino la de Europa, la de la civilizaci¨®n occidental, la del mundo, todo habr¨ªa sido distinto.
?Fue eso realmente as¨ª?
?Dependi¨® la suerte del mundo de aquellos cinco dram¨¢ticos d¨ªas previos al reembarque en Dunquerque? ?Acaso no habr¨ªa sido todo m¨¢s o menos lo mismo, con o sin Churchill? Trotski, que no cre¨ªa en los sujetos individuales de la historia, s¨®lo en los colectivos, habr¨ªa respondido que s¨ª, y para salir del paso habr¨ªa dicho que el pueblo brit¨¢nico hubiera producido, con otro nombre, otro Churchill, igual que la clase obrera rusa, de no haber existido Lenin, habr¨ªa producido otro Lenin. Lucubraciones, dir¨ªa Lukacs, blandiendo las actas del Gabinete de Guerra; lo positivo, lo que realmente ocurri¨® fue que Churchill, un viejo arist¨®crata conservador, estaba all¨ª, viviendo, como ¨¦l mismo dijo de Inglaterra, su mejor hora; fue su voluntad testaruda lo que cambi¨® el curso de la guerra, lo que impidi¨® que Hitler dominara a Europa. Luego vendr¨ªan la Uni¨®n Sovi¨¦tica y Estados Unidos, pero en aquellos momentos, Stalin era un aliado de Hitler y Roosevelt ni sab¨ªa ni contestaba. En mayo de 1940, Inglaterra estaba realmente sola. Churchill lo comprendi¨®, anunci¨® mil veces y a todo el mundo que, pasara lo que pasara, resistir¨ªa y resisti¨®. Eso fue todo.
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