La redacci¨®n de Celia
Una adolescente chabolista gana un premio a los tres a?os de aprender a leer
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Los muros del cementerio que preceden el campamento chabolista de El Vacie, en Sevilla, han lucido desnudos, sin pintadas revolucionarias ni procaces ni infantiloides, hasta hace bien poco. Hasta que los ni?os aprendieron a leer y escribir y decidieron reproducir listados con sus nombres para exhibir sus progresos sobre las cercas del camposanto.
Celia Sierra, de 13 a?os, no ha sido ajena tampoco a la fascinaci¨®n por la escritura tard¨ªa. Su nombre, y el de su hermana Eugenia, se repiten junto a la chabola donde vive la familia, grabados con el trazo tembloroso propio de la falta de soltura. La redacci¨®n La boda de Juan, que mereci¨® el tercer premio en un concurso de cuentos organizado por el distrito municipal de la Macarena, revela el reciente encuentro de su autora con las palabras. Las frases se mecen en l¨ªneas ondulantes. Son cortas y directas, aunque lo m¨¢s impactante es el proceso de superaci¨®n que hay detr¨¢s de ellas.
El Vacie es s¨ªmbolo del fracaso. El primer compromiso para erradicar las chabolas fue hecho por Franco
Celia, que aprendi¨® a leer al filo de los 10 a?os, narraba la ceremonia nupcial de su hermano con una mezcla de ingenuidad y precisi¨®n: 'Levantan a la novia y al novio mis primos, y nosotros detr¨¢s. Tiran almendras y las cogemos y cantamos y eli y eli; los bajan y la gente baila en un c¨ªrculo y toca las palmas. La cantaora, que es mi t¨ªa, viene de noche. Levantan despu¨¦s a la novia. Seguimos comiendo y bebiendo y bailando'.
Antes de que el personal del Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL) comenzara a escolarizar a los menores del poblado chabolista (han logrado normalizar la asistencia de 120 de los 150 que hay), Celia daba por hecho que un '4' era la letra 'a' y, desde luego, no hab¨ªa pensado en grabar su nombre sobre ninguna valla. En su inmensa chabola jam¨¢s hab¨ªa entrado una enciclopedia hasta que, el jueves, agentes de polic¨ªa aparecieron por all¨ª con una caja llena de conocimiento. Celia ignora qui¨¦n es el an¨®nimo donante que decidi¨® obsequiarla despu¨¦s de enterarse de la historia de la autora de La boda de Juan. 'Me la regal¨® el due?o de un sitio donde venden libros', dice la adolescente despu¨¦s de dedicar varias horas a pelearse con el primer tomo. 'Estuvo leyendo hasta la medianoche', susurraba ayer, casi a escondidas, su madre, Mar¨ªa Elena Santos.
Los padres de Celia, portugueses de etnia gitana que han tenido ocho hijos, salen adelante con ocupaciones m¨²ltiples y precarias. A veces recogen cartones, a veces venden chatarra y, durante algunos meses, se echan a la carretera detr¨¢s de jornales agr¨ªcolas que les llevan hasta Catalu?a, Navarra o la Comunidad Valenciana. Sus dos hijas peque?as, Celia y Eugenia, se van con ellos, aunque no suele interrumpirles el ciclo escolar al coincidir la mayor¨ªa de las campa?as con los meses de verano. 'A nosotros nos gustar¨ªa que estudiara', dice su madre antes de confesar que la adolescente percibe cierto rechazo de sus compa?eros de pupitre por su origen. 'Se apartan de ella porque vive en El Vacie', agrega.
El Vacie es un s¨ªmbolo lacerante del fracaso p¨²blico en la lucha contra el chabolismo. El primer compromiso roto para erradicar la extrema pobreza del asentamiento fue hecho por Franco, a¨²n no muy decr¨¦pito, durante una visita a Sevilla, recuerda el representante del MPDL, Pablo Ur¨ªas. Luego se sucedieron nuevas promesas ya en tiempos democr¨¢ticos, con id¨¦ntico resultado nulo.
Celia vive en un submundo donde no existen servicios elementales y donde las lluvias continuadas, como las ¨²ltimas, aumentan el absentismo escolar porque los cr¨ªos se quedan sin ropa seca para ir a la escuela. '?C¨®mo van a estar los ni?os limpios con la miseria que hay?', proclama Antonio Sierra, su padre, junto a otras vecinas chabolistas. En El Vacie faltan tanto los servicios como las oportunidades. Celia Sierra es demasiado peque?a para saber si tendr¨¢ alguna, pero de momento parece sentirse m¨¢s cerca del sue?o de ser abogada o 'se?orita'. Como Isabel, su maestra.
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