Paisajes de pasi¨®n
Europa vive la pasi¨®n del paisaje. Por un lado, el territorio del continente padece un v¨ªa crucis de menosprecio y agresiones que desfigura su perfil, da?a su integridad y compromete su futuro; por otro, el paisajismo como instrumento de regeneraci¨®n y redenci¨®n de los lugares maltratados o vejados conoce una primavera de fervor. Dolorosa o gozosa, la pasi¨®n del paisaje se alimenta de la prosperidad, que extiende su alfombra de asfalto sobre el espacio escaso de esta peque?a pen¨ªnsula de Asia, al mismo tiempo que induce a sus habitantes a reclamar fruici¨®n visual y entornos placenteros. Pero la efervescencia econ¨®mica que devora voraz el territorio mientras aviva el apetito de belleza no se abrevia en la ficci¨®n falaz que opone vegetaci¨®n y construcci¨®n: el c¨¦sped y el cemento son parte de la misma naturaleza artificial. Dos proyectos recientemente ejecutados en Estrasburgo y Baracaldo subrayan el car¨¢cter artificioso del paisaje urbano, y ponen ejemplarmente de manifiesto la capacidad de la arquitectura para recrear el espacio p¨²blico.
En la ciudad francesa de Estrasburgo, la iraqu¨ª afincada en Londres Zaha Hadid ha construido un intercambiador -como se llaman ahora las estaciones mixtas de ra¨ªles y ruedas- que utiliza los procedimientos del land art para dotar de fascinante identidad visual a una zona an¨®nima de la periferia. Leg¨ªtimamente orgullosa de sus futuristas tranv¨ªas, que protegen el casco hist¨®rico del impacto del tr¨¢fico rodado, la ciudad alsaciana ha incrementado el atractivo de su mod¨¦lico sistema de transporte colectivo con la intervenci¨®n de artistas como Barbara Kruger o Mario Merz en lugares clave de la red. A ellos se une ahora Zaha Hadid, que ha levantado una terminal de autobuses y tranv¨ªas con una l¨¢mina plegada de hormig¨®n que se recorta ingr¨¢vida sobre los andenes, mientras arroja una sombra blanca y veloz por encima del aparcamiento disuasorio de veh¨ªculos, orientando a los usuarios hacia la estaci¨®n y creando una singular caligraf¨ªa de cemento y asfalto que dispone las marcas del suelo como limaduras en un campo magn¨¦tico, enfrent¨¢ndose al desorden azucarado del entorno con su violencia din¨¢mica y abstracta.
Y en la ciudad vizca¨ªna de Baracaldo, por su parte, el vasco afincado en Madrid Eduardo Arroyo ha realizado, entre las manzanas residenciales que han ido ocupando el lugar de viejas f¨¢bricas, una plaza donde una malla regular y azarosa combina los materiales y los usos en una coreograf¨ªa juguetona. Extendi¨¦ndose sobre las huellas ferroviarias y fabriles de esta localidad de la r¨ªa bilba¨ªna, y enmarcada por la hiriente fealdad de las tristes edificaciones colindantes, la plaza del joven arquitecto utiliza una ret¨ªcula para orquestar la combinaci¨®n de los ¨¢rboles, el c¨¦sped y el agua con cinco materiales (piedra, asfalto, acero, arena y madera) que evocan las materias primas de las antiguas industrias del solar. Este pintoresquismo pixelizado, que procura introducir simult¨¢neamente variedad y orden -materializando con refinada elegancia una tradici¨®n estructuralista holandesa que abarca desde los campos de juegos de Aldo van Eyck hasta los paisajes de datos de MVRDV-, coloniza con pautas aleatorias un espacio sin cualidades, que redime y rescata su m¨²sica del azar.
Desde luego, ni el agitado expresionismo de Zaha Hadid -cuyo grafismo elemental no permite domesticar con vegetaci¨®n o marquesinas la extensi¨®n desolada del aparcamiento- ni la materialidad matricial de Eduardo Arroyo -cuya fragmentaci¨®n combinatoria desmenuza los usos hasta un abigarramiento laber¨ªntico que se hace casi par¨®dico en el alabeo del terreno con peque?as protuberancias abultadas- son modelos f¨¢cilmente generalizables. Sin embargo, ambas realizaciones paisaj¨ªsticas extraen su ejemplaridad y su virtud de la inteligencia con que emplean la geometr¨ªa y el gesto para conformar el dominio p¨²blico, abandonando la ficci¨®n arc¨¢dica del pagus cl¨¢sico, y fabricando islotes de disciplina pl¨¢stica y vigor visual en el oc¨¦ano mediocre de la ciudad indistinta y la periferia gen¨¦rica.
Aunque la degradaci¨®n del
paisaje avance a mayor velocidad que los esfuerzos por regenerarlo, las intervenciones singulares no pueden descartarse displicentemente como acupuntura cosm¨¦tica. Por el contrario, estas realizaciones rigurosas sirven como un est¨ªmulo c¨ªvico y un acicate est¨¦tico: frente a la agresi¨®n material y espiritual de la urbanizaci¨®n indiferente que extiende sobre el territorio su basura horizontal, estos paisajes paganos no son paisajes pasivos ni apaisados, sino paisajes puestos en pie que reclaman una manumisi¨®n redentora de la urbanidad ciudadana. En esto, Europa es fiel al esp¨ªritu de las Luces, y a la voluntad de construir su identidad comunitaria en el crisol geom¨¦trico de la raz¨®n; pero no de la raz¨®n totalitaria que lamina l'esprit de finesse pascaliano, sino de la raz¨®n dial¨®gica que, aceptando las razones del otro, recrea la riqueza plural del mundo en la subjetividad expresiva, y aspira a soldar las grietas de un territorio fragmentado a trav¨¦s de la hermen¨¦utica. Acaso sea ¨¦se el mejor homenaje que pueden rendir al desaparecido Gadamer estos paisajes razonablemente apasionados: paisajes de padecimiento penitencial, pero tambi¨¦n paisajes pascuales de esperanza y alegr¨ªa.
Mientras Europa sestea en ese confort complaciente que ha evidenciado la cumbre de Barcelona, su futuro f¨ªsico se define al otro lado del Atl¨¢ntico. Antes del 11 de septiembre, el viraje en el terreno de las ideas se limitaba a reemplazar a los hijos franceses de Heidegger -de Foucault a Derrida- por un pensamiento de sabor genuinamente americano, el pragmatismo que desde Peirce, James y Dewey llega hasta Rorty, y esta mudanza permit¨ªa pronosticar que la americanizaci¨®n en ascenso del territorio europeo adoptar¨ªa la forma amable, consumista y social-liberal del nuevo urbanismo, una variante atenuada y melosa del vigoroso sprawl anglosaj¨®n. Pero en el nuevo clima creado por el sentimiento de inseguridad en el coraz¨®n del imperio, la ret¨®rica olvidada del totalitarismo de cepa rom¨¢ntica ha hecho su aparici¨®n parad¨®jica en el seno de una rep¨²blica americana que ya en dos ocasiones rescat¨® a los europeos de sus demonios familiares: George W. Bush emplea los mismos t¨¦rminos que el jurista nazi Carl Schmitt para dividir el mundo en amigos y enemigos, o para reemplazar un Estado fundado en el Derecho por otro del cual el Derecho emana. Para esta Ilustraci¨®n invertida l'inf?me es el otro, y no resulta dif¨ªcil imaginar las consecuencias f¨ªsicas y territoriales en nuestro continente de un proceso que est¨¢ transformando en s¨²bditos a los socios. Si alguien visita el sepulcro de Heidegger, encontrar¨¢ la l¨¢pida removida.
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