Nuevas investigaciones colocan al fara¨®n 'hereje' Akenat¨®n a la altura de Hitler y Stalin
El egipt¨®logo Nicholas Reeves afirma que Nefertiti sucedi¨® a su radical esposo en el trono
Pocas ¨¦pocas hay tan apasionantes como el periodo amarniense del Antiguo Egipto (hacia el 1300 antes de Cristo), marcado por las figuras del fara¨®n hereje Akenat¨®n, su esposa -la bella Nefertiti- y el pobre y dorado Tutankam¨®n. En esos agitados tiempos encontramos de todo: revoluci¨®n pol¨ªtica, religiosa y art¨ªstica, escamoteo de momias, conspiraci¨®n, incesto, travestismo y hasta indicios de asesinato. L¨®gicamente, es una ¨¦poca que ha dado mucho de que hablar. Ahora, nuevas investigaciones colocan a Akenat¨®n, tenido antes por un m¨ªstico pacifista, a la altura criminal de Hitler y Stalin.
Pese a que s¨®lo dur¨® unos treinta a?os, los problemas y enigmas que plantea el periodo amarniense (llamado as¨ª por El-Amarna, nombre moderno del lugar donde Akenat¨®n se hizo construir su nueva capital, Aketat¨®n), dan para muchas vidas de egipt¨®logo, que suelen ser largas. La bibliograf¨ªa sobre los reinados de Amenofis III, bajo el que empez¨® a gestarse la herej¨ªa atoniana -la sustituci¨®n de los dioses tradicionales egipcios por el culto ¨²nico al disco solar, el At¨®n-; su hijo Amenofis IV, que cambi¨® su nombre por el de Akenat¨®n; su misterioso sucesor Esmenjkare, tenido a veces por gay; el siguiente, Tutankam¨®n, y el que sucedi¨® a ¨¦ste, el viejo Ay, con el que se volvi¨® m¨¢s o menos a la ortodoxia, es copios¨ªsima y con interpretaciones radicalmente distintas de los acontecimientos. Toda teor¨ªa, adem¨¢s, puede irse por tierra ante la aparici¨®n de nuevas evidencias arqueol¨®gicas.
As¨ª las cosas, hay que saludar el valor de un egipt¨®logo de tanto prestigio como el brit¨¢nico Nicholas Reeves (autor, entre otros excelentes libros, de Todo Tutankam¨®n) al poner por escrito en su nueva obra divulgativa, Akhenaten, Egypt's false prophet (Thames & Hudson, 2001), que parece llamada a convertirse en un cl¨¢sico como el Akhenaton, de Cyril Aldred, todas sus apreciaciones sobre el asunto, basadas en a?os de investigaci¨®n. Reeves ha estado incluso excavando en los ¨²ltimos tiempos en el Valle de los Reyes en busca de una tumba desconocida de ¨¦poca amarniana, de momento infructuosamente.
'Falso profeta'
Las aseveraciones que hace Reeves no son todas nuevas -sobre Akenat¨®n y su ¨¦poca se ha hablado ya mucho-, pero s¨ª lo es la contundencia con que las pone blanco sobre negro y gran parte de las pruebas que ofrece.
Entre lo m¨¢s sorprendente figura la radicalidad en la condena del fara¨®n hereje. Para Reeves, Akenat¨®n fue un 'falso profeta', un tipo manipulador que actu¨® en su propio provecho, para mantener y aumentar su desp¨®tico poder, y que emple¨® para ello medios absolutamente tir¨¢nicos, como el puro terror. Nada pues del idealista, el metaf¨ªsico, el so?ador Akenat¨®n que ha querido una parte de la tradici¨®n egiptol¨®gica. Incluso las sorprendentes y delicadas im¨¢genes del nuevo arte amarniano que muestran, rompiendo el r¨ªgido canon egipcio, al fara¨®n en escenas de intimidad familiar, relajado e informal, besando a su mujer o acariciando a sus hijas, no ser¨ªan sino propaganda pol¨ªtica para hacer aparecer m¨¢s humano al nuevo r¨¦gimen y al dictador Akenat¨®n. Reeves compara esas estampas a las de Hitler acariciando a su perro, Stalin rellenando su pipa o el Mao beat¨ªfico de las postales.
Del extra?o aspecto f¨ªsico del fara¨®n en sus representaciones -esculturas, pinturas y relieves-, Reeves considera que fundamentalmente es una convenci¨®n art¨ªstica para recalcar su diferencia, su esencia divina.
Admite, no obstante, la posibilidad de que Akenat¨®n sufriera un desorden gen¨¦tico raro, el s¨ªndrome de Marfan, una enfermedad que no implica des¨®rdenes mentales ni impotencia (a diferencia del s¨ªndrome de Froehlich, propuesto por autores anteriores, como Aldred) pero que tiene como s¨ªntomas, entre otros rasgos que presenta el fara¨®n en muchas representaciones, cara larga, dedos en forma de patas de ara?a, curvatura anormal del cuello y columna, elongaci¨®n craneal, hipogenitalismo y acumulaci¨®n irregular de grasa subcut¨¢nea. Adem¨¢s, la enfermedad provoca una falta de visi¨®n cercana a la ceguera, lo que explicar¨ªa la extraordinaria intimidad f¨ªsica que muestra la familia real, la habilidad musical del rey, su habitual uso de bast¨®n y, last but not least, su adhesi¨®n a At¨®n, el disco solar, 'quiz¨¢ la ¨²nica divinidad cuyo s¨ªmbolo pod¨ªa ver'.
Incesto
Enfermo o no, subraya Reeves, Akenat¨®n no fue un monje. No s¨®lo tuvo al menos seis hijas con Nefertiti y -probablemente- a Tutankam¨®n con una esposa secundaria, la misteriosa Kiya, sino que su har¨¦n estaba lleno de mujeres 'expertas en una gran variedad de habilidades sexuales'. Por lo visto, est¨¢ muy acreditada egiptol¨®gicamente esa especializaci¨®n de las concubinas reales, incluyendo sadomasoquismo. Akenat¨®n practic¨® el incesto con al menos una de sus hijas -y probablemente con otras dos-, elevada a la categor¨ªa de gran consorte.
Y a todas estas, ?qu¨¦ hay de Nefertiti? Seg¨²n documenta prolijamente Reeves, es casi seguro que su desaparici¨®n hacia el final del reinado de Akenat¨®n no se deba a una ca¨ªda en desgracia como se hab¨ªa especulado, sino todo lo contrario: a su promoci¨®n como corregente y sucesora del fara¨®n bajo nuevo nombre. Ella ser¨ªa, entonces, ese enigm¨¢tico fara¨®n Esmenjkar¨¦ que sucedi¨® a Akenat¨®n y precedi¨® a Tutankam¨®n, y cuyas efusiones y arrumacos con el rey hereje en las im¨¢genes que les muestran juntos durante la corregencia hab¨ªan sorprendido tanto a los egipt¨®logos e incluso llevado a postular una supuesta homosexualidad de ambos. Los extra?os colosos sin sexo de Akenat¨®n tambi¨¦n se explicar¨ªan as¨ª: son en realidad esculturas de Nefertiti entronizada como fara¨®n.
El sombr¨ªo retrato de Reeves de Akenat¨®n se abre con una panor¨¢mica de las malas relaciones entre el clero y la monarqu¨ªa egipcios desde que la reina Hatshepsut tuvo que subordinarse a los poderosos sacerdotes de Am¨®n a fin de ascender al trono.El desplazamiento de Tutmosis IV y su sucesor Amenofis III (padre de Akenat¨®n) hacia el culto solar -cuyo principal lugar era la ciudad de Heli¨®polis- ser¨ªa una forma de independizarse de la influencia del clero amoniano, dominante en Tebas. Akenat¨®n no har¨ªa sino recoger esa tendencia y exacerbarla.
El hereje se convierte en heredero tras la muerte inesperada del primog¨¦nito de Amenofis III. Tras una poco clara etapa de corregencia con su padre, Akenat¨®n deviene fara¨®n y empieza a poner en marcha su proyecto, basado en en una versi¨®n propia, extremista y 'elitista', de la religi¨®n solar.
El sarc¨®fago misterioso
Las nuevas investigaciones sobre Akenat¨®n y su ¨¦poca coinciden con la actual exhibici¨®n en el Museo Egipcio de El Cairo del que se cree es su sarc¨®fago, una pieza excepcional y rodeada de misterio (fue hecho para una reina, quiz¨¢ Kiya, y luego readaptado para un rey, cuyo nombre fue borrado). Encontrado en 1907 en la enigm¨¢tica tumba 55 del Valle de los Reyes, el sarc¨®fago, de madera, antropomorfo y chapado en oro, se qued¨® sin su parte posterior, desaparecida entre 1915 y 1930 y reaparecida en 1980 en manos de un coleccionista suizo que la don¨® a un museo de M¨²nich. De ah¨ª la han recuperado ahora, tras intensas negociaciones, las autoridades egipcias. Y el sarc¨®fago se vuelve a exhibir completo por primera vez en casi un siglo. Cuando fue hallado en la tumba 55, en su interior hab¨ªa una momia, tan ajada que s¨®lo se conservan los huesos. De ella se ha dicho de todo, pero cada vez parece m¨¢s seguro que es la del propio Akenat¨®n.
El reino del terror
'Joven y arrogante', seg¨²n Reeves, Akenat¨®n se lanza a una verdadera revoluci¨®n. Concentra todo el poder, pol¨ªtico y religioso, en sus manos y hace construir nuevos templos -a cielo abierto para recibir los santos rayos del sol, lo que provocar¨¢ m¨¢s de un desmayo de fieles- y una nueva capital, Aketat¨®n (Horizonte del At¨®n), proyectada, por lo visto, como una irradiaci¨®n de la tumba que el propio Akenat¨®n se hizo construir a las afueras. Luego abandona Tebas, la capital tradicional de la dinast¨ªa, para instalarse en Aketat¨®n con toda una nueva clase gobernante. Reeves sugiere, apoyado en textos, que pudo haber, adem¨¢s de motivaciones rituales y de estrategia pol¨ªtica, otra raz¨®n en el cambio: un intento de asesinato del fara¨®n a cargo de sectores que ve¨ªan lo que se les ven¨ªa encima. Akenat¨®n establece, m¨¢s que un monote¨ªsmo, una nueva tr¨ªada divina: At¨®n, ¨¦l mismo y su reina, Nefertiti. S¨®lo el fara¨®n y su consorte poseen las claves del nuevo culto. El pueblo ha de adorarlos a ellos y s¨®lo a trav¨¦s de ellos llega a At¨®n. Reeves subraya que cualesquiera que fueran las aut¨¦nticas creencias de Akenat¨®n, 'el atonismo fue en la pr¨¢ctica poco m¨¢s que un instrumento pragm¨¢tico de control pol¨ªtico'. En realidad, apunta, el dios de la religi¨®n de Akenat¨®n era ¨¦l mismo.
Furor iconoclasta
La pareja real se muestra en doradas procesiones que sustituyen a las de los grandes dioses del pante¨®n tradicional egipcio. Unos dioses que pasan a estar prohibidos y cuyas representaciones, hasta la m¨¢s ¨ªnfima, se persiguen con furor iconoclasta. Hay evidencias arqueol¨®gicas de que el pueblo, que nunca, al parecer, sigui¨® masivamente la nueva ortodoxia, esconde incluso estatuillas min¨²sculas; el miedo es tangible en testimonios como ¨¦sos, como lo es en el furor con que, al pasar el tiempo, se destruyen los testimonios de Akenat¨®n y su culto. Reeves llega a apuntar que la muerte de Tutankam¨®n pudo ser un asesinato basado en el pavor a que el hijo de Akenat¨®n tomase, de nuevo, el camino de su padre. Para entender lo que la proscripci¨®n de las divinidades signific¨® para lo egipcios, hay que recordar que los dioses eran seres omnipresentes en la vida cotidiana en el pa¨ªs del Nilo: no estaban s¨®lo en la base de la espiritualidad, sino que impregnaban cualquier elemento de la existencia pr¨¢ctica, incluidas la medicina y la ciencia. De los a?os finales de Akenat¨®n no se sabe virtualmente nada. ?Cay¨® en un declive f¨ªsico? ?Se volvi¨® loco? ?Lo confin¨® Nefertiti, cuyo destino final tambi¨¦n ignoramos? El cuerpo que se da como el de Akenat¨®n, hallado en la tumba 55 del Valle de los Reyes -adonde se lo debi¨® de trasladar desde la tumba que se hizo construir en su nueva capital, abandonada-, est¨¢ demasiado maltrecho para revelar demasiado. Reeves no descarta que fuera asesinado.
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