El hambre de El Juli
El Juli no tiene quien sea capaz de echar ni una gota de aliento sobre su nuca. Desde que se abri¨® de capote dej¨® el sello de los triunfadores, de los hambrientos de gloria. Eso s¨ª, se encontr¨® con dos ejemplares de escasas fuerzas a los que exprimi¨® sin contemplaciones en sendas faenas voluntariosas, donde adem¨¢s aflor¨® el toreo de manos bajas y de pies quietos. En las dos obras dej¨® sitio a los astados y adem¨¢s de dominar las embestidas, las consum¨® en una perra gorda templando siempre y gustandose m¨¢s, como en una tanda de naturales largos donde dej¨® lo mejor de su tauromaquia. Y por si fuera poco, se fue tras la espada con inaudita fe y derechura, sobre todo en el tercero de la tarde, donde recet¨® un espl¨¦ndido volapi¨¦ en el que se jug¨® su vida sin tapujos.
Domecq / Joselito, Morante, Juli
Toros de Juan Pedro Domecq, de desigual presentaci¨®n, mansurrones y con muy pocas fuerzas. El 1?, devuelto tras romperse una pata, sustituido por uno de El Torero, serio y de media arrancada. Joselito: saludos y oreja tras aviso. Morante de la Puebla: silencio y saludos. El Juli: oreja y oreja. Plaza de toros de La Ribera, 7 de abril. Corrida de inauguraci¨®n de la cubierta. Cerca del lleno.
Joselito volv¨ªa a Logro?o y se encontr¨® un sobrero de El Torero muy serio pero con su alma de bravo deshabitada. All¨ª hubo derechazos y derechacitos, izquierdazos r¨¢pidos y una postrera giraldilla que no sirvieron para emocionar a casi nadie, aunque el p¨²blico, cari?oso y entregado, insufl¨® ¨¢nimos a un torero que aqu¨ª es para muchos como una religi¨®n. Sin embargo y quiz¨¢s espoleado por el de San Blas, sali¨® decidido en el cuarto. Empez¨® sentado en el estribo y tras estrellar repetidas veces los pitones contra las tablas, dibuj¨® una labor parsimoniosa y con altibajos en la que sobresali¨® alg¨²n espl¨¦ndido natural marca de la casa. Fueron saliendo los lances de uno en uno, sin atropellar, porque el de Juan Pedro se sosten¨ªa en el nuevo albero sobre alfileres invisibles. No hubo emoci¨®n, quiz¨¢s tampoco mucho toreo, pero el deseo de triunfo y el optimismo reinante hicieron el resto.
Morante se las vio con dos inv¨¢lidos. En su primero abrevi¨® y en el quinto, un animal encastado pero sin motor, hubo que esperar al final, cuando la luz se iba de la plaza, para adivinar alg¨²n brev¨ªsimo destello de su gracia sevillana.
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