El cielo sobre Pek¨ªn
'Quiz¨¢s fue ¨¦se el d¨ªa en que vi mi primer MIG, plateado y abrupto, pasando sobre nosotros, completo en cada extra?o detalle, silencioso como un tibur¨®n'. Pensaba estremecido en ese p¨¢rrafo de Burning the days, las bell¨ªsimas memorias del tan de moda escritor norteamericano James Salter (A?os luz, Juego y distracci¨®n, Anochecer), novelista y piloto de guerra -un derribo confirmado y otro probable en Corea-, mientras me dirig¨ªa en taxi, atravesando todo Pek¨ªn, hacia el Museo del Ej¨¦rcito chino y mi sue?o de reactores.
Habr¨¢ quien piense que dedicar un d¨ªa en Pek¨ªn a visitar su museo militar, aunque exhiba hist¨®ricos cazas a reacci¨®n, es una p¨¦rdida de tiempo. Pero ello no me impidi¨® subirme al espinazo de la Gran Muralla, adquirir viejas monedas de bronce ni admirar un extra?o tipo de miri¨¢podo en la balaustrada de una tumba imperial.
El rastro de un m¨ªtico caza a reacci¨®n MIG lleva hasta China pasando por la literatura del norteamericano James Salter
En fin, los reactores: mi primer avi¨®n fue precisamente un MIG, un MIG-15, el aparato creado en 1948 por los ingenieros Mikoyan y Gurevivich (MIG) y que tras su exitoso paso por la guerra de Corea adquirieron 40 pa¨ªses del bloque comunista. Un MIG-15, s¨ª, un ¨¢ngel demoniaco de alas en flecha, inasible, letal, como los que persegu¨ªan velozmente en los ardientes cielos sobre el r¨ªo Yalu James Salter y su alter ego Cleve Conell, el protagonista de The hunters, una de mis novelas favoritas.
The hunters, en la que Salter plasm¨® sus experiencias, es la historia de un piloto en la guerra de Corea, la primera de la historia en la que se enfrentaron reactores: los MIG de factura sovi¨¦tica -y a menudo pilotados por chinos y rusos- contra los F-86 Sabre norteamericanos. El protagonista, Conell, sue?a con estar a la altura (cosa l¨®gica en un aviador), demostrar su habilidad, derribar MIG y convertirse en un as. En realidad, encontrar en s¨ª mismo la pizca extra de coraje que marca la diferencia entre los hombres.
The hunters (desgraciadamente a¨²n no publicada en castellano, como tampoco lo est¨¢ la otra bella narraci¨®n de aviadores de Salter, Cassada), es una novela de guerra -'?squadron leader, MIG a las seis en punto, break left!-, pero a la vez es un canto digno de Shelley a la hermosura y pureza del aire y el vuelo. El cielo como refugio y la tierra como exilio: la inversi¨®n del v¨¦rtigo.
Todo eso pensaba yo mientras me dirig¨ªa en Pek¨ªn al encuentro de los MIG y trataba de entablar conversaci¨®n con el taxista utilizando mi Simple guide to China Customs & etiquette. Dado que mi Virgilio asi¨¢tico no me entend¨ªa en absoluto, pas¨¦ a explicarle con profusi¨®n de gestos lo m¨ªo con los MIG. Mi avi¨®n inici¨¢tico, le expres¨¦ mientras surc¨¢bamos largas avenidas hasta salirnos del mapa de la ciudad, fue un peque?o MIG-15 de juguete, una maqueta por ensamblar, de la marca Airfix. Yo no sab¨ªa entonces nada de aviones. Junt¨¦ las piezas de pl¨¢stico ignorante de que compon¨ªa una leyenda. Con un aparato como ¨¦se, Nikolai Vasilievich Sutyagin derrib¨® 15 Sabres, y su colega Fedorets tumb¨® al que pilotaba el as norteamericano Joseph McConell, el 12 de abril de 1953. Y ustedes, los chinos, precis¨¦ al conductor, apunt¨¢ndole con el dedo, tuvieron pilotos de MIG-15 en Corea estupendos como Dun Ven, con 10 victorias, y a Fan Van Chou... Me pareci¨® que el taxista exhalaba un suspiro de alivio al detenernos frente a la inmensa mole del Junshi Bowuguan, el Museo Militar.
Me fui decidido a la entrada tras atravesar un enorme patio en el que se exhib¨ªa una lancha torpedera norteamericana capturada en Corea y una emotiva estatua de h¨¦roes del Ej¨¦rcito del Pueblo, frente a la cual, por si acaso, me cuadr¨¦. No sirvi¨® de nada: un soldado me barr¨® el paso y me envi¨® a las taquillas. Guard¨¦ cola despertando, m¨¢s que inter¨¦s, verdadera expectaci¨®n entre el gent¨ªo que com¨ªa fideos.
Al entrar, me qued¨¦ boquiabierto: toda una escuadrilla de MIG estaba alineada en el gigantesco vest¨ªbulo, enga?osamente quietos como esos cormoranes cautivos que se usan para pescar en el Yang-Ts¨¦. Reconoc¨ª un MIG-17 Fresco, un MIG-19, Farmer, un MIG-21 (usado en Vietnam)... Enfrente, una ni?a con trencitas agitaba una banderita roja ante un tanque. El nutrido p¨²blico -todos chinos- parec¨ªa disfrutar de lo lindo y se fotografiaba con profusi¨®n de flashes junto a los ingenios b¨¦licos. Me miraban mucho y ca¨ª en la cuenta de que mi conjunto kaki de sport y la mezcla de emoci¨®n y angustia de pensar en c¨®mo regresar¨ªa al hotel, me daban un aire de piloto estadounidense derribado al norte del Paralelo 38.
Me pareci¨® que alg¨²n visitante llamaba la atenci¨®n de los guardias sobre m¨ª, as¨ª que me desplac¨¦ hacia un rinc¨®n del museo que estaba medio a oscuras.Y justo ah¨ª, inmerso en un diorama que la penumbra realzaba con pinceladas on¨ªricas, encontr¨¦ el MIG-15.
El viejo aparato, con las insignias de Corea del Norte, parec¨ªa volar sobre un fondo pintado de batalla a¨¦rea en el que ca¨ªan por doquier reactores norteamericanos -los malos- dejando tras de s¨ª largas espirales de humo. Se me hizo un nudo en la garganta. Met¨ª la mano en el bolsillo y extraje la peque?a ala, rota y despintada, de mi primer avi¨®n, que me hab¨ªa tra¨ªdo desde tan lejos. Entre un aparato y otro vi pasar toda mi vida como una tenue l¨ªnea de vapor desvaneci¨¦ndose en un cielo extra?o.
Sal¨ª del museo pensando que, como Cleve, el h¨¦roe de Salter, yo tambi¨¦n hab¨ªa cobrado mi MIG. Algo destell¨® sobre mi cabeza y alc¨¦ la mirada para ver el sorprendente espect¨¢culo de docenas de cometas que flotaban a merced del viento, como flores a¨¦reas, en el cielo sobre Pek¨ªn.
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