El envejecimiento de las ideas
El fen¨®meno del envejecimiento de la poblaci¨®n se est¨¢ abordando, a juicio del autor, con un enfoque sesgado y miope.
La reciente conferencia de las Naciones Unidas sobre el progresivo envejecimiento de la poblaci¨®n ha atra¨ªdo una gran atenci¨®n por parte de los medios de comunicaci¨®n. En las reflexiones y comentarios sobre lo que algunos han llamado la revoluci¨®n silenciosa se ha echado en falta, sin embargo, algunos aspectos en mi opini¨®n muy relevantes.
Que el envejecimiento de la poblaci¨®n implica nuevos y formidables retos sociales es totalmente cierto. Sin embargo, no se debe perder de vista que esta denominada revoluci¨®n silenciosa ha sido posible porque, afortunadamente, ha finalizado (en los pa¨ªses ricos) o est¨¢ finalizando (en los pa¨ªses pobres) la estruendosa revoluci¨®n demogr¨¢fica que la humanidad ha protagonizado a lo largo de los ¨²ltimos 250 a?os.
Seguir hablando de la baja natalidad como 'un grave problema social'es miop¨ªa o irresponsabilidad
No debemos temer el envejecimiento de la poblaci¨®n, sino el de las ideas. La desaceleraci¨®n demogr¨¢fica es positiva
El envejecimiento de la poblaci¨®n es el resultado de dos fen¨®menos positivos. Por un lado, el alargamiento de la esperanza de vida. Por otro, la desaceleraci¨®n demogr¨¢fica fruto de la progresiva disminuci¨®n de los ¨ªndices de natalidad. Esa desaceleraci¨®n es esencialmente positiva porque la explosi¨®n demogr¨¢fica de la humanidad ha sido -de hecho, todav¨ªa es- una de las fuerzas motrices clave de la aparici¨®n de los graves problemas ambientales globales que han emergido en la segunda mitad del siglo XX.
Se calcula que en los albores de la civilizaci¨®n, hace unos 12.000 a?os, hab¨ªa unos seis millones de personas en el mundo. Al inicio de la era cristiana, la poblaci¨®n era de unos 250 millones. Al comienzo de la Revoluci¨®n Industrial, mediado el siglo XVIII, se estima que hab¨ªa unos 770 millones de personas sobre la Tierra. La Revoluci¨®n Industrial, con su acceso a los enormes recursos energ¨¦ticos contenidos en los combustibles f¨®siles, permiti¨® a la humanidad protagonizar un crecimiento exponencial de su poblaci¨®n. As¨ª, en los ¨²ltimos dos siglos y medio, la poblaci¨®n humana se ha multiplicado pr¨¢cticamente por nueve, pasando de 770 millones a m¨¢s de 6.000 millones de personas.
Los dem¨®grafos calculan que la estabilizaci¨®n de la poblaci¨®n mundial se situar¨¢ en el entorno de los 9.500 o 10.000 millones de personas a finales del presente siglo. Dicho de otra manera, a la humanidad le llev¨® m¨¢s de 100.000 a?os alcanzar los primeros 1.000 millones de personas. En la actualidad, ese n¨²mero de personas se genera en poco m¨¢s de una d¨¦cada.
Sin embargo, la ecolog¨ªa y el sentido com¨²n nos ense?an que vivimos en un planeta finito, en el que los recursos son limitados. La enorme presi¨®n que nuestra especie realiza sobre la biosfera comenz¨® a manifestarse en la segunda mitad del siglo XX con la aparici¨®n de graves problemas ambientales de car¨¢cter global: calentamiento de la atm¨®sfera, p¨¦rdida acelerada de diversidad biol¨®gica, degradaci¨®n de tierras f¨¦rtiles, agotamiento de los recursos de agua potable, contaminaci¨®n de oc¨¦anos, r¨ªos y acu¨ªferos, destrucci¨®n la capa protectora del ozono, acumulaci¨®n de residuos radioactivos...
Desde los a?os 60, diversos cient¨ªficos -especialmente P. R. Ehrlich y A. H. Ehrlich- comenzaron a alertar a las instituciones internacionales de que la explosi¨®n demogr¨¢fica era una de las fuerzas motrices de la degradaci¨®n ambiental del planeta. Tanto el modelo de producci¨®n y consumo de los pa¨ªses ricos, como la enorme pobreza y desigualdad de los pa¨ªses en desarrollo han desempe?ado y desempe?an un papel crucial en ese proceso Sin embargo, sin una sustancial desaceleraci¨®n del crecimiento demogr¨¢fico y posterior disminuci¨®n progresiva de la poblaci¨®n, era y es ciertamente dif¨ªcil creer en la preservaci¨®n de los sistemas naturales que sostienen las funciones vitales de la Tierra.
En ese contexto, hablar de 'cat¨¢strofe demogr¨¢fica' en Espa?a, como ha hecho el secretario de Estado para la Cooperaci¨®n, Miguel Angel Cort¨¦s, refiri¨¦ndose a los bajos ¨ªndices de natalidad existentes, es un insulto a la inteligencia. Seguir refiri¨¦ndose a las bajas tasas de natalidad como 'un grave problema social' es miop¨ªa, ignorancia o irresponsabilidad
En el Pa¨ªs Vasco se recuerda frecuentemente que tenemos uno de los ¨ªndices de fertilidad menores de Europa -menos de un hijo por mujer-. Sin embargo, en la ecuaci¨®n de la poblaci¨®n se deber¨ªa incluir el dato de que, en Euskadi, la densidad de poblaci¨®n es de 290 personas por kil¨®metro cuadrado, el doble de la media europea y casi cuatro veces m¨¢s que la media en el Estado espa?ol. Dar un contexto a las cifras de natalidad y poblaci¨®n significa recordar, tambi¨¦n, que la particular revoluci¨®n industrial que tuvo lugar en el Pa¨ªs Vasco a partir de mediados del siglo XIX supuso un incremento de la poblaci¨®n del 500% (en el caso de Vizcaya fue del 1.000%). Como resultado de un modelo de industrializaci¨®n y urbanizaci¨®n que podr¨ªa calificarse de salvajeen algunas zonas de Euskadi, municipios como Portugalete presentan en la actualidad alt¨ªsimas densidades de poblaci¨®n (17.000 personas por kil¨®metro cuadrado, una cifra 60 veces superior a la media del Pa¨ªs Vasco).
Entender la interrelaci¨®n entre desarrollo econ¨®mico, poblaci¨®n, presiones sobre el medio natural y emergencia de problemas ambientales es decisivo en el camino del desarrollo sostenible. Pensar que, por un lado, est¨¢ el tema de la poblaci¨®n, por otro el desarrollo econ¨®mico, por otro los sistemas naturales y el medio ambiente es lo que hemos hecho durante a?os. Y nos hemos equivocado. Analizar el fen¨®meno social del envejecimiento de la poblaci¨®n sin establecer ninguna conexi¨®n con el medio ambiental en que esa poblaci¨®n vive es sencillamente un error, cuya matriz no es otra que la consideraci¨®n, profundamente anclada en nuestra cultura, de que la sociedad est¨¢ separada y por encima del medio natural.
Desde el punto de vista social, el fen¨®meno del envejecimiento nos va a obligar a abrir m¨¢s y m¨¢s las puertas de nuestra sociedad a hombres y mujeres de otras tierras, culturas, etnias, religiones. As¨ª, afortunada, inexorablemente, nos encaminaremos a hacia una sociedad m¨¢s abierta, cosmopolita, multi¨¦tnica, diversa en sus colores, rostros y miradas. Dentro de una o dos generaciones por las calles de nuestros pueblos no s¨®lo cruzaremos habitualmente nuestras miradas con afrocubanos, chinos o polacos, sino que en alg¨²n lugar de Bilbao el muec¨ªn llamar¨¢ a la oraci¨®n a los fieles del islam, habr¨¢ pagodas en algunos parques de Donostia (como las hay hoy en Londres) y en el Ayuntamiento de Gasteiz habr¨¢ concejales mulatos. Las gentes del ancho mundo caminar¨¢n por nuestras plazas, se casar¨¢n con nuestras hijas e hijos, trabajar¨¢n y gestionar¨¢n nuestras empresas. Apenas puedo imaginar un mejor remedio para sacarnos de nuestro narcisismo tribal.
Por ello, no debemos temer el envejecimiento de la sociedad, sino el envejecimiento de las ideas a trav¨¦s de las cuales nos representamos nuestro lugar en el mundo y nuestra relaci¨®n con ¨¦l.
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