Pour la libert¨¦
Mentira me parece lo que los dictadores han contribuido a mi particular identidad. Gracias al general Franco nac¨ª en Francia. Gracias a Hitler recib¨ª la nacionalidad francesa que mi padre gan¨® luchando en la Resistance. Gracias a Franco descubr¨ª yo misma que era ciudadana vasca. Y cuando le¨ª a Unamuno que un vasco, por serlo, era doblemente espa?ol, pens¨¦ para mis adentros: 'Eso lo ser¨¢n los bilba¨ªnos como ¨¦l, que yo soy francesa y espa?ola'. Pero lo dec¨ªa con iron¨ªa, porque pol¨ªticamente no me sent¨ªa ni lo uno ni lo otro.
En los ¨²ltimos a?os, al ver caer a amigos constitucionalistas bajo las balas y la metralla terrorista, mientras mis convecinos nacionalistas se limitaban a salmodiar 'necesitamos la paz', descubr¨ª para mi sorpresa que soy ciudadana espa?ola. Es decir, que pertenezco a una sociedad pol¨ªtica -Espa?a- constituida en libertad.
Las identidades ¨²nicas, sabemos lo que dan de s¨ª. Se convierten en identidades asesinas
Y hace todav¨ªa pocos d¨ªas, al conocer los resultados electorales de la primera vuelta en Francia, despert¨¦ a la conciencia de que soy tambi¨¦n francesa. Citoyenne fran?aise exactamente. Que no es s¨®lo que naciera en Francia por culpa de los azares de la vida, sino que es mi responsabilidad defender la libertad que la sociedad francesa me brind¨®.
Y yo he correspondido desentendi¨¦ndome de ella, pensando que no me necesitaban. Hasta que lleg¨® Le Pen, el parachutiste torturador, a la puerta misma del El¨ªseo. Y empez¨® a soplar y soplar con todas sus fuerzas. ?De qu¨¦ estar¨ªa construida esta maison? ?De piedra, de ladrillo o de paja?
Al ver la palabra HONTE (verg¨¹enza) escrita en la frente de los parisinos, pens¨¦ que estaba viendo mi propio reflejo en un espejo. Y me vest¨ª de francesa en primavera y me puse en camino hasta Burdeos. A votar contra el ultra Le Pen.
Luego, en la noche del domingo, cant¨¦, salt¨¦ y beb¨ª mucho m¨¢s de la cuenta. ?Qu¨¦ inmensa alegr¨ªa! El lunes llegu¨¦ al instituto hecha unos zorros, pero mereci¨® la pena haber echado s¨®lo una cabezada.
Durante el recreo, el cuartucho de fumadores estaba que echaba humo. Al verme con tal aspecto y tomando un caf¨¦ tras otro, me dijo Pedro: - Parece que ayer tomaste t¨² sola la Bastilla.
- Mejor di que me la tom¨¦.
Pero Maite, que en tiempos fue muy roja, me espet¨® sin compasi¨®n: - ?Y c¨®mo votaste a Chirac? ?Tap¨¢ndote la nariz?
Con esas a m¨ª: - No me hizo falta- repliqu¨¦ como si tuviera 25 a?os menos.- La 'contradicci¨®n principal' era con Le Pen. ?Recuerdas a Mao Tse Tung?
En contra de lo habitual, Rosa se mostraba pesimista: - Seis millones de franceses han votado por Le Pen.
- Lo peor no es la existencia de la extrema derecha- dec¨ªa Pedro-, sino cuando la derecha coquetea con los aprendices de dictadores, mientras la izquierda se ensimisma en su propia supervivencia, borracha de frivolidad. Nosotros s¨ª que somos ilusos, que no queremos ver las dimensiones que est¨¢ alcanzando en Euskadi el huevo puesto por la serpiente del emblema etarra.
- Chirac es de derechas- concedi¨® Maite- pero reconozco que esta vez ha liderado a todos los dem¨®cratas contra el fascismo. ?l, al menos, no ha querido saber nada con Le Pen. No como nuestro lehendakari, que pone el grito en el cielo ante la posibilidad de ilegalizar Batasuna, que es la extrema derecha nacionalista y que tiene tras de s¨ª a una banda de asesinos. Por ese camino, mal va a liderar a los dem¨®cratas contra la dictadura etarra.
- Puesto a elegir, prefiere que sobreviva la organizaci¨®n que da cobijo a la extrema derecha, a¨²n al precio de ignorar la libertad de los ciudadanos a quienes la amenaza terrorista les va a privar de su derecho a elegir concejales socialistas o populares en la pr¨®xima primavera. Ojal¨¢ aprendieran muchos vascos de los dem¨®cratas franceses- dijo Pedro-. Para ellos son incuestionables los valores de la Rep¨²blica.
- Pues yo- les dije desperez¨¢ndome- he aprendido la lecci¨®n que el Evangelio dirige a las v¨ªrgenes necias: 'Estad despiertas, porque no sab¨¦is el d¨ªa ni la hora'.
Gracias a tantos dictadores y aprendices de lo mismo, mi nacionalidad es ahora un encaje de bolillos. Pero como vasca, francesa y espa?ola, he aprendido por lo menos a gritar libertad en tres idiomas. Bendito encaje de bolillos. Y como si me hubiera le¨ªdo el pensamiento, Pedro concluy¨®: - Las identidades ¨²nicas, ya sabemos lo que dan de s¨ª. Se convierten en identidades asesinas.
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