Ocho meses secuestrada en la selva colombiana
La vegetaci¨®n sobre las trochas atravesadas por la guerrilla formaba una cubierta tan espesa que Cristina Londo?o calcul¨® un periodo de 15 minutos entre la irrupci¨®n de las lluvias y su filtraci¨®n por los platanales y frondas que protegieron a sus secuestradores de la observaci¨®n a¨¦rea. Su secuestro de ocho meses por el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Nacional (ELN) fue singular entre los 3.200 perpetrados en Colombia el pasado a?o a manos de la guerrilla, los paramilitares o la delincuencia com¨²n. Cristina, de 35 a?os, es profesora universitaria, hija de un adinerado terrateniente, propietaria de una finca; simpatizaba con los insurgentes. Hoy los aborrece, y ya abandon¨® Colombia.
El desquiciado pa¨ªs latinoamericano acude hoy a las urnas para elegir presidente, con una candidata, Ingrid Betancourt, seis diputados nacionales, doce locales, el gobernador del departamento de Antioquia, el ex gobernador del Meta, un ex ministro de Defensa y otro de Planificaci¨®n y Desarrollo privados de libertad, incluidos todos en la denominada lista del canje: susceptibles de ser liberados a cambio de guerrilleros presos. En total, 1.200 personas. Este pa¨ªs registr¨® el pasado a?o el ¨ªndice de secuestros m¨¢s alto del mundo, seg¨²n el Departamento de Estado norteamericano. 'La transferencia financiera de v¨ªctimas a terroristas por pagos de rescate y extorsiones continu¨® perjudicando a la econom¨ªa colombiana', se?ala el informe. El ELN se lleva la palma.
Cristina hab¨ªa tenido un novio del M19, pagaba por encima del salario m¨ªnimo y pensaba que las reclamaciones esenciales de los rebeldes eran de justicia
Durante el cautiverio fue tan odiosa como pudo; simul¨® estar desorientada, incluso cuando, tapados los ojos, le hac¨ªan girar a lomos de una mula
Am¨¦rica Latina boquea asfixiada por las crisis econ¨®micas y pol¨ªticas, pero la industria del secuestro prospera en Brasil, Am¨¦rica Central y Colombia
La imposibilidad de crear una relaci¨®n amistosa con sus secuestradores le permiti¨® un plan de mortificaciones para cansarles y acelerar la negociaci¨®n de su rescate
Compromiso con la justicia
Cristina Londo?o viv¨ªa relativamente tranquila en su finca ganadera porque todos sab¨ªan de su compromiso con la justicia distributiva, de sus coincidencias con las bases del ideario guerrillero. El cautiverio la cambi¨® y hoy los matar¨ªa. '?Burgueses!', les espet¨® a la cara en varias ocasiones. Era como mentarles la madre, el peor insulto. Contrariamente al derrumbe psicol¨®gico de la mayor¨ªa de las personas abruptamente sometidas, o al s¨ªndrome de Estocolmo de otras, desafi¨® a sus carceleros y les propuso un debate, siempre rechazado. 'Son muy pobres ideol¨®gicamente'. Para enamorarla y arrancarle informaci¨®n sobre el patrimonio familiar, el comandante del grupo se fingi¨® cautivo y ex delegado del diario The New York Times en Am¨¦rica Latina. El farsante, de 50 a?os, era alto, delgado y magro, y habr¨ªa de pagar caro aquel embauque sentimental.
Cristina hab¨ªa tenido un novio del M-19, la guerrilla desarmada en 1990, pagaba a sus trabajadores por encima del salario m¨ªnimo, era querida en el pueblo y pensaba que las reclamaciones esenciales de los rebeldes eran de justicia. Esas credenciales fueron in¨²tiles. El 7 de abril del pasado a?o, el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Nacional (ELN) fue a buscarla despu¨¦s de haber sido alertado por dos empleados soplones sobre su inminente partida al extranjero. Crey¨® que eran paramilitares y corri¨® hacia el monte pistola en mano, brinc¨¢ndole el coraz¨®n. La partida retuvo a sus trabajadores y amenaz¨® con barrenarles las tripas de no se?alarles el escondite de la presa en fuga.
'Ustedes han visto c¨®mo vuelan las torres de electricidad, los pueblos, las cosas. As¨ª van a volar todos por el aire'. Aterrado, el administrador de la finca la hab¨ªa visto huir, y les indic¨® el camino. Los ojos de ¨¢guila de la guerrilla hicieron el resto, y Cristina, que hab¨ªa permanecido agazapada durante tres horas, se desmay¨® al ser descubierta. 'No se preocupe, doctora, s¨®lo ser¨¢ una charla pol¨ªtica'. La peripecia m¨¢s dura de su vida concluy¨® de haber pagado 100.000 d¨®lares (110.000 euros) por su rescate, 600.000 menos de los exigidos. 'La ¨²nica soluci¨®n en Colombia es una guerra de verdad, porque estamos ante grupos de asesinos, unos y otros. Hasta ahora, los muertos no son muertos de guerra, sino asesinatos', dice Cristina.
Am¨¦rica Latina boquea asfixiada por las crisis pol¨ªticas y econ¨®micas, pero la industria del secuestro prospera en Brasil, M¨¦xico, Am¨¦rica Central, y multiplica sus ganancias en Colombia, donde el Gobierno destin¨® 22 millones de d¨®lares a la protecci¨®n de parlamentarios, defensores de los derechos humanos, periodistas o pol¨ªticos. Las petroleras y los latifundistas disponen de sus propios ej¨¦rcitos privados, y la violencia dicta a su antojo ante la ausencia del Estado.
Los propios candidatos presidenciales han hecho campa?a desde sus cuarteles generales, sustituyendo los m¨ªtines por las teleconferencias. La segunda esposa del padre del Cristina hab¨ªa sido secuestrada recientemente; el terrateniente pag¨® una fortuna para liberarla. Invisible el Estado en buena parte de la geograf¨ªa nacional, opt¨® por sumarse a la agrupaci¨®n de compatriotas que sufraga a los paramilitares. 'Yo quiero mucho a mi padre, pero somos totalmente diferentes'. La cargaron en la camioneta de su propiedad, y el ch¨®fer guerrillero vol¨® con ella hacia un trapiche, donde qued¨® detenida porque la universitaria, en un descuido, activ¨® un seguro el¨¦ctrico y el veh¨ªculo qued¨® definitivamente varado. '?Vieja desgraciada, te vamos a quemar el carro!'.
Fue tan odiosa como pudo; siempre simul¨® estar desorientada, incluso cuando le cubr¨ªan los ojos y le daban vueltas sobre un mismo lugar a lomos de una mula. Excelente amazona, Cristina sab¨ªa que no se hab¨ªa movido del potrero, pero sus aspavientos eran los causados por una accidentada y prolongada cabalgadura. 'Ag¨¢chese, que se va a pegar contra unos ¨¢rboles'. Aparentaba estupidez e histerismo cuando le frotaban la cabeza con hojas y chamizos, y se agarraba desesperadamente a las crines del animal sabiendo que ¨¦ste se agachaba s¨®lo para pastar. 'Av¨ªsenme, por favor, que me caigo'.
Una mentira m¨¢s
La charla pol¨ªtica fue una mentira m¨¢s. Muy pronto, el comandante pelirrojo al cargo de los primeros interrogatorios desnud¨® las verdaderas intenciones del ELN, supuestamente revolucionarias: '?Qui¨¦nes son los ricos de la regi¨®n? ?Con qui¨¦n nos comunicamos? Queremos un n¨²mero de tel¨¦fono y la lista de propiedades'. Se cerr¨® en banda: no les dio ni el tel¨¦fono, ni la relaci¨®n de bienes. 'No vamos a seguir con mentiras, esto es un secuestro por razones econ¨®micas. Ustedes tienen que financiar la guerra. Como no estamos financiando la causa con el narcotr¨¢fico, entonces vamos a por los ricos'. Las primeras jornadas fueron de tr¨¢nsito hacia los campamentos selv¨¢ticos, levantados en parajes impenetrables o mon¨®tonos, que los milicianos conoc¨ªan como la palma de la mano.
Las traves¨ªas eran doblemente penosas porque duraban muchas horas, y porque la dolencia de ri?¨®n la obligaba a una regular evacuaci¨®n de orina. Le permitieron una peque?a mochila con medicinas y cosas personales, pero ignoraron sus protestas cuando qued¨® tendida sobre cuatro palos y un pl¨¢stico negro de techo, su habitual dormitorio al raso. El guardia recibi¨® ¨®rdenes de soltarle un plomazo si acud¨ªa al ba?o, un decir, sin permiso. Hubo ocasiones en que lo pidi¨® cinco veces a otros tantos guerrilleros adolescentes que dec¨ªan: 'Queremos ser como Cuba'. Y Cristina apostilla: 'No tienen ni idea de lo que es Cuba, ni d¨®nde est¨¢ Cuba'.
La petici¨®n del mingitorio de campa?a no obtuvo respuesta en una ocasi¨®n por la sencilla raz¨®n de que el centinela dorm¨ªa profundamente. No lo pens¨® mucho. Anduvo toda la noche, sorteando a trompicones un infierno de malezas, y a las dos horas observ¨® que hab¨ªan salido en su busca con linternas, muy pocas veces utilizadas por los guerrilleros porque los haces de luz pueden delatarlos. Se mueve siempre con luna llena. Tres grupos le pisaban los talones cuando amanec¨ªa. Feliz, divis¨® a lo lejos su aldea. Avanzando entre la niebla, apresur¨® el paso, y el coraz¨®n le dio un salto de nuevo cuando se top¨® con los refuerzos del ELN procedentes del pueblo. 'Me jod¨ª para el resto'.
Vest¨ªan de paisano, la rodearon profiriendo insultos, y hac¨ªan como que la iban a machetear. Les parec¨ªa una locura que hubiera intentado fugarse porque sus otros rehenes nunca lo intentaron, tales eran los impedimentos naturales y la abundancia de serpientes venenosas. Le quitaron los zapatos, y fue como quitarle las piernas. Su determinaci¨®n les sorprendi¨®, y confundieron el arrojo f¨ªsico impuesto por la vida campera con un entrenamiento castrense. '?No ser¨¢ usted paramilitar?'. Su respuesta fue la misma hasta llegar al convencimiento de que la reten¨ªan bandoleros no idealistas. 'Yo soy de ustedes, aunque la vida no me ha llevado a optar por las armas, pero coincidimos mucho'.
Burla de los guerrilleros
Los guerrilleros reaccionaban con sarcasmo, burl¨¢ndose de las confesadas divergencias pol¨ªticas con el padre millonario: 'S¨ª, s¨ª. No se preocupe, si hay necesidad la incorporamos a la guerrilla'. Era la se?ora pendeja, la hija de pap¨¢ consentida, una oligarca irremediablemente ego¨ªsta y explotadora. 'Tranquila, aqu¨ª vamos a acabar con la historia de amor y odio con su pap¨¢'. Cavaron una fosa junto a su catre de palos y pl¨¢sticos, y le indicaron que ser¨ªa su sepultura si porfiaba de nuevo.
No hubo m¨¢s oportunidades, y Cristina qued¨® sumida durante semanas en las amargas reflexiones compartidas por aquellos colombianos que niegan metas redentoras a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), al ELN o a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). 'El capital del trabajo en una sociedad armada como la nuestra son los due?os de las armas. Y al final acaban sacando las plusval¨ªas de los ricos y de los pobres', se?ala la universitaria. 'Ellos son los burgueses. Los proletarios de verdad somos los que no tenemos armas, los ciudadanos indefensos, pobres o ricos. Y no hay rico bueno, con ideas o sin ellas'.
La mentira, decir lo que sus interlocutores quer¨ªan escuchar, fue el trabajo m¨¢s arduo y a veces imposible porque el temperamento acaba traicionado; es una mujer temperamental y directa. La amargura m¨¢s intensa fue la evocaci¨®n del hijo querido y ausente. 'Yo s¨®lo quer¨ªa sobrevivir. Las dem¨¢s preguntas sobre mi existencia o el rumbo pasaron a ser est¨²pidas'. Tan banales como su convivencia con el grupo, una quincena elemental de chicos y chicas atrapados por la tragedia nacional, el 40% menor de 18 a?os. 'Todos los muchachitos estaban enga?ados, y o¨ªan la radio con la ilusi¨®n de que alguien les dijera: 'Oiga, triunf¨® la revoluci¨®n, ya podemos salir del monte'.
Las averiguaciones sobre el patrimonio declarado por la joven cautiva fueron constantes, les parec¨ªa poco, y la acuciaban a escribir a su padre implor¨¢ndole dinero. 'No me presionaron f¨ªsicamente nunca, pero me empezaron a pasar cosas, como que no hab¨ªa comida, no llegaban las medicinas, no hab¨ªa cigarrillos. Apretaban sin darle a uno un golpe'. Cristina nunca hab¨ªa hablado directamente con el casanova encargado de enamorarla exhibi¨¦ndose igualmente como v¨ªctima. '?l hablaba muy fuerte y ella o¨ªa todo lo que dec¨ªa, sus falsas quejas, sus iron¨ªas sobre lo mucho que pagar¨ªan algunos por el turismo ecol¨®gico al que les obligaban. 'Me alegr¨® much¨ªsimo saber que ten¨ªa un compa?ero, y empec¨¦ a quererlo'. En un contacto visual le indic¨® que le hiciera llegar una nota. Cristina le escribi¨® dici¨¦ndole qui¨¦n era, c¨®mo la hab¨ªan detenido, y le ped¨ªa otro correo sobre ¨¦l mismo que le confirmara si efectivamente era un desertor.
El impostor le contest¨® con otra nota dentro de una caja de cerillas, lanzada a trav¨¦s del pl¨¢stico negro que les separaba con una punter¨ªa y destreza sospechosas. Acert¨® el tiro dirigiendo el rumbo de la caja con un lastre de tres piedrecitas dentro. En su respuesta le formulaba las mismas preguntas que los interrogadores. En esto trajeron al campamento dos secuestradas m¨¢s, hermosas las dos, primas, seg¨²n escuch¨®. Nunca pudo verlas, aunque sab¨ªa de su existencia por el movimiento de los ¨¢rboles que sujetaban los cabos de sus hamacas. El farsante no volvi¨® a prestarle atenci¨®n y ella regres¨® a la desesperante rutina, deseando verlo de nuevo.
Hab¨ªa d¨ªas que se levantaba a las cinco de la ma?ana y se sentaba a esperar el arroz del desayuno, el arroz del almuerzo y el arroz de la cena. Un d¨ªa volvi¨® ver al tenorio de pacotilla. 'Y lo veo con el pelo canoso te?ido, todo de negro'. El burlador se tocaba para las nuevas secuestradas y les hac¨ªa gui?os galante. 'Se estaba poni¨¦ndose a la edad de ellas: con el pelo negro, cortadito porque supuestamente lo acababan de secuestrar'. Ensayaba nuevos requiebros, ademanes de carnero degollado y de secuestrado, tratando tambi¨¦n de sonsacarles informaci¨®n sobre sus bienes.
El aburrimiento sum¨ªa a Cristina en profundas melancol¨ªas, y la lectura de Las venas abiertas de Am¨¦rica Latina, del escritor uruguayo Eduardo Galeano, era la ¨²nica permitida. La imposibilidad de establecer una relaci¨®n amistosa con sus secuestradores le permiti¨® ser repelente, acometer un programa de mortificaciones para cansarles y acelerar la negociaci¨®n de su rescate. Cuando los ve¨ªa sentados, protegi¨¦ndose de las picaduras de las moscas con una toalla sobre las cabezas, les escarnec¨ªa. 'Yo me sentaba enfrente y les dec¨ªa: 'M¨ªrales, parecen v¨ªrgenes, tan lindas, tan hermosas; en vez de unos guerrilleros que viven en la selva, parecen unos maricas cuid¨¢ndose todos de los moscos, son una partida de est¨²pidos. ?Se han visto lo est¨²pidos que se ven? ?Por qu¨¦ no hacen algo de provecho, pendejos?'.
Cheque al portador
La hubieran matado, pero no pod¨ªan hacerlo porque era un cheque al portador. Quien se enfadaba de verdad era sustituido. Les hac¨ªa seguir sus propias reglas, frecuentemente violadas. 'No les dejaba hacer ruidos o fumar; les molestaba constantemente. Y como los guerrilleros no pueden formar parejas sin permiso de sus jefes, que las autoriza o no, reanudaba las puyas: 'Se lo voy a contar al comandante. Usted sabe que est¨¢ coqueteando con la compa?era y eso no se debe hacer'. Todo el d¨ªa encima, observ¨¢ndoles. Si se iban a ba?ar al r¨ªo, y no pod¨ªan, yo les dec¨ªa: 'Compa?ero, no haga bulla, no haga ruido, no vaya al r¨ªo que las reglas son para todos'.
Para entonces, Cristina Londo?o hab¨ªa cometido el error de comunicar al jefe embaucador que muchos de sus lamentos eran falsos o de histri¨®n para conmover o inspirar l¨¢stima. Aqu¨¦l hab¨ªa advertido a la guardia, pitorre¨¢ndose y remed¨¢ndola, sobre su condici¨®n de pla?idera mentirosa. La colombiana lloraba con un llanto muy especial, y muy fuerte, un llanto sincero y alto para que alguien pudiera o¨ªrlo. 'Si yo gritaba normalmente: '?Auxilio, socorro, s¨¢quenme de aqu¨ª!', pues me tapaban la boca y me daban dos patadas; pero si lo hac¨ªa como en una supuesta crisis, pues eso estaba permitido'. Los desesperaba, pero no pod¨ªan castigarla porque la tristeza y la locura son incontrolables. '?Ay, mamita, mamita, mi hijo, mi hijo lindo!', gritaba Cristina Londo?o.
Cualquier pertenencia guerrillera olvidada era pateada por la cautiva o escondida bajo la hojarasca; tambi¨¦n las tijeras, las tijeras de esquilador que fueron el instrumento de su venganza. Una noche de desvelo, oscurecida por una luna menguante, escuch¨® roncar al hombre que la cortej¨® en falso. Mientras el imaginaria pelaba la pava, Cristina se acerc¨® sigilosamente hasta la carpa del durmiente, y la furia y el despecho la arrebat¨®. 'El payaso que me ten¨ªa furiosa porque me hab¨ªa enga?ado, porque yo lo hab¨ªa querido y estaba enga?ando a otras'. El canalla roncaba en su hamaca. Le agarr¨® de los pelos, los alz¨® y le asest¨® un tijeretazo y otro y otro. 'Por lo menos peluqu¨¦ al desgraciado'. ?l la detuvo por la mu?eca, la sent¨® de un golpe y Cristina comenz¨® a rezar en voz alta d¨¢ndose por muerta. '?Qu¨¦ vamos a hacer con usted? P¨®ngale atenci¨®n porque est¨¢ muy necia. Denle un tiro en la pierna si trata de escapar'. Nunca m¨¢s volvi¨® a verlo. Dos meses despu¨¦s, batallando siempre contra la depresi¨®n y la angustia, acab¨® el calvario que hab¨ªa desmoronado sus ideales. 'Hoy la vamos a soltar', le dijeron.
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