Mis se?oras y se?ores de Barcelona
Mi madre naci¨® en Barcelona. Yo, tambi¨¦n. Mi padre, en alg¨²n lugar de Valencia antes de que estallara la guerra. Mis abuelos y mis bisabuelos llegaron desde todas partes. El abuelo Pepe era hijo de un comerciante de Ripoll y de una se?ora de La Mancha. La abuela Lola, hija de un tratante de caballos y de una madre de 16 hijos. Los dos nacieron en Albacete. La abuela Rosa era de Poblenou, de padre franc¨¦s, fundidor de profesi¨®n, y madre de Castell¨®n. El abuelo Pepito naci¨® en el Ensanche, de madre barcelonesa de muchas generaciones y padre aragon¨¦s llegado desde un pueblo de Teruel antes de la exposici¨®n de 1929. Mis hijos son barceloneses, de padre navarro. Somos una familia t¨ªpica de Barcelona.
Lola Mart¨ªnez Mar¨ªn, mi abuela, era feliz en su piso de la calle de Caspe. Le gustaba pasear por la plaza de Catalunya, detenerse en un bar, fumar un bisonte sin emboquillar y beberse un vinito tinto. 'T¨² sabes lo que fue llegar aqu¨ª y ver que pod¨ªa fumar en p¨²blico; ba?arme en la playa de Castelldefels, ir al cine sola, salir y entrar sin que nadie me criticara. Hasta en plena guerra, haciendo de portera en una finca y con el abuelo desaparecido, me gustaba vivir aqu¨ª. De esta ciudad no me saca ni la Guardia Civil'. Y no se movi¨®. Muri¨® en Barcelona, viendo los deportes en TV-3, hablando en castellano y cantando a sus nietos Baixant de la Font del Gat con fuerte acento manchego. Y ah¨ª nos tienes a sus nietas, nietos y biznietos hablando catal¨¢n, castellano, franc¨¦s y hasta ingl¨¦s, que, como ella dec¨ªa, 'si es que con ingl¨¦s y m¨¢s de metro sesenta, incluso puedes llegar a azafata de Iberia'.
A su marido, don Pepe Cullell L¨®pez, le gustaba bajar por La Rambla hasta el mercado de la Boqueria, echar la ma?ana con las vendedoras de los puestos y volver a casa con una bolsita de ca?a¨ªllas. 'No hay otro paseo como ¨¦ste en el mundo', dec¨ªa. Pero aquel hombre cordial nacido en los llanos albacete?os, a los que siempre le gustaba volver, ten¨ªa otra pasi¨®n: adoraba las playas de Gav¨¤ y Castelldefels, 'que son como California, pero mejor porque aqu¨ª tenemos el Mediterr¨¢neo'. Fue de los primeros en comprar un trozo de pinar al lado de aquellas playas, llenas de dunas y lirios de arena. Cuando envejeci¨® ya hab¨ªa una autov¨ªa y su casa en el bosque eran apartamentos para alemanes, pero ¨¦l segu¨ªa diciendo que aquello era el para¨ªso. Algunos de sus hijos heredaron la pasi¨®n por esas playas y all¨ª siguen, mis t¨ªos y mis primos, trabajando y viviendo entre Gav¨¤, Castelldefels y Barcelona, felices ciudadanos metropolitanos.
Un domingo al mes ¨ªbamos al Poblenou. Era dif¨ªcil llegar, y a m¨ª me daba la sensaci¨®n de que sal¨ªamos de Barcelona para llegar a un pueblo, con gente que sacaba sillas a las aceras y con edificios ennegrecidos por el humo. Una vez, la abuela Rosa me cont¨® que, de jovencita, iba andando a la playa y se ba?aba con sus amigas, pero yo nunca vi el mar desde aquella vieja fundici¨®n de los bisabuelos, en la calle de Wad Ras. Cuando toc¨¢bamos el timbre, el nonagenario padre de mi abuela, Frederic Lherme, abr¨ªa la puerta y, tarareando un vals, me llevaba danzando por el pasillo, mientras yo tem¨ªa no entender o no saber contestar a la pregunta que seguro me har¨ªa cuando acabara el baile: 'Comment ?a va ma petite fille?, Va tout bien ¨¤ Barcelone?'. Y me re¨ªa cuando o¨ªa a mi abuela re?ir a aquel hombre de ojos azules, a¨²n guapo, que, cada domingo por la tarde, iba al Paralelo a bailar 'avec les belles femmes'. Me encantaba bajar a la fundici¨®n, y charlar con los trabajadores, ancian¨ªsimos, que nunca se jubilaban, simplemente se mor¨ªan. Luego buscaba alg¨²n libro para pasar la tarde, en una habitaci¨®n recubierta de tomos encuadernados en piel de autores que, yo no lo sab¨ªa entonces, estaban prohibidos. Y luego nos ¨ªbamos, y el abuelo Pepito, un industrial al que aquel decadente ambiente pon¨ªa nervioso, dec¨ªa: 'Rosita: este barrio, estas casas, estas f¨¢bricas hay que modernizarlas'.
Dej¨¢bamos la burgues¨ªa menestral y volv¨ªamos al Ensanche, a un piso enorme sin calefacci¨®n, donde los Muniesa-Bagaria se refugiaron durante la guerra, donde crecieron mi madre y su hermano, hijos de una burgues¨ªa acomodada, culta y catalanista que los domingos iba en tren a Sarri¨¤ a ver a los primos. All¨ª o¨ª por primera vez Els segadors, El cant de la senyera y otras canciones que mi abuela tocaba al piano con cierto aire de rebeld¨ªa, aunque sin ning¨²n ¨¢nimo de rebeli¨®n. En aquel piso, adem¨¢s de las partituras, tambi¨¦n se escond¨ªa una colecci¨®n entera del Patufet, con la que aprend¨ª a leer en catal¨¢n. Aquel idioma que ellos, Pepito y Rosa, siempre hablaron y en el que escrib¨ªan las cartas y postales que mandaban a sus hijos desde todos los puntos de Espa?a, 'porque hay que viajar, salir, hacer negocios', dec¨ªa el iaio. Lo aprendi¨® de su padre, un hombre de Teruel que vino de adolescente, sin un duro, a trabajar a Barcelona, la ciudad prodigiosa de la gran Exposici¨®n Universal. Lleg¨® a tener barcos de mercanc¨ªas que navegaban hasta Odessa, donde pasaba la mitad del a?o imaginando c¨®mo congelar alimentos, aprendiendo ruso, hablando en franc¨¦s con sus socios y escribiendo largas cartas a su 'molt estimada Paquita', su independiente esposa.
Ellos han sido mis se?oras y se?ores de Barcelona. Hace unas semanas me propusieron participar en el Plan Estrat¨¦gico Metropolitano, un plan que quiere, en una primera fase, establecer y analizar cu¨¢les ser¨¢n los temas cr¨ªticos para el futuro de 36 municipios. Se trata, me dijeron, de pensar, reflexionar e imaginar esta ciudad de ciudades, la ciudad metropolitana. Y acept¨¦, sin saber muy bien qu¨¦ era un plan estrat¨¦gico, por esas mujeres y hombres que llegaron aqu¨ª desde todas partes, se quedaron y, con sus vidas, imaginaron Barcelona.
Rosa Cullell es presidenta de la Comisi¨®n de Prospectiva del Plan Estrat¨¦gico Metropolitano de Barcelona.
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