Esquizofrenia nipona
La tradicional cordialidad japonesa contrasta con la tendencia a imitar a los 'hooligans'
Jap¨®n est¨¢ viviendo un ataque de esquizofrenia colectiva. Por un lado est¨¢ la forma de ser japonesa: la cortes¨ªa y la formalidad llevada a la m¨¢s exquisita expresi¨®n. Por otro, millones y millones de japoneses comport¨¢ndose como chimpanc¨¦s en celo o, un eslab¨®n por debajo de los chimpanc¨¦s en la cadena evolutiva, como aficionados de f¨²tbol ingleses.
Para observar el contraste uno lo que puede hacer es subirse a un tren bala, un shinkansen. En el vag¨®n, por m¨¢s lleno que est¨¦, habr¨¢ silencio casi total. Est¨¢ permitido hablar pero, aunque no hay nada escrito, todos entienden las reglas: s¨®lo en voz baja, para no molestar. No est¨¢ permitido -esto s¨ª que est¨¢ escrito- hablar por tel¨¦fono m¨®vil. La mitad de los pasajeros, por lo menos, est¨¢n dormidos. Los japoneses trabajan tantas horas que viajar en tren parece ser una de las pocas oportunidades de descansar. Seg¨²n dicen, lo importante para un asalariado, m¨¢s que producir, es que el jefe le vea en el trabajo hasta muchas horas despu¨¦s de la puesta del sol.
Cada veinte minutos, pasa por el vag¨®n una vendedora ambulante vestida con un sombrerito y un uniforme color beige. Entra por una puerta electr¨®nica corrediza y lo primero que hace, sin decir nada, es inclinar la cabeza ante los pasajeros. Lleva una bandeja con comida y refrescos. Se desliza por el vag¨®n como un cisne y al llegar al final se da media vuelta, inclina la cabeza una vez m¨¢s, con los ojos cerrados, y se va. Los guardias, tambi¨¦n de uniforme beige, se comportan de la misma manera. No pueden entrar o salir de un vag¨®n sin inclinar la cabeza ante la distinguida clientela de los shinkansen.
El tren se para, uno se baja en, digamos, la estaci¨®n de Kobe y se encuentra con cientos y cientos de fan¨¢ticos de f¨²tbol. En el contexto tradicional japon¨¦s, es un manicomio, una visi¨®n dantesca. Y lo que es peor, la mayor¨ªa son japoneses. J¨®venes, casi todos con el pelo te?ido, muchos imitando el ¨²ltimo look de David Beckham, saltando, gritando, coreando consignas que quiz¨¢s no entiendan (?pero qu¨¦ m¨¢s da?) en ingl¨¦s.
Porque saltando y cantando con ellos hay unos cincuenta seres que parecen pertenecer a otra especie, por lo altos y gordos y rojos que son, pero que son ingleses celebrando lo mismo que los japoneses: que sus equipos siguen vivos, siguen ganando, en el campeonato del mundo.
Y lo m¨¢s alarmante de todo, desde el punto de vista de aquellos que quieren que las cosas sigan como siempre en Jap¨®n (aparentemente tal gente existe, aunque no han mostrado mucho la cara ¨²ltimamete), es que los ingleses, los famosos hooligans cuya llegada a tierras japonesas hab¨ªa causado tanta alboroto en los medios, se hab¨ªan convertido claramente en los h¨¦roes de los chicos japoneses.
Los japoneses son los grandes imitadores del mundo. No inventan cosas, pero las perfeccionan. Ahora lo que la juventud japonesa est¨¢ imitando es a los fans de las islas brit¨¢nicas. No porque sean los m¨¢s dignos de imitaci¨®n, sino porque son los que hay. De los pa¨ªses que compiten en el Mundial, al menos en Jap¨®n, los que en mayores cantidades han venido son los ingleses y los irlandeses -unos 8.000 de cada pa¨ªs-. Est¨¢n en todas partes, hacen much¨ªsimo ruido, y ruido es lo que la juventud japonesa, despu¨¦s de tantos a?os de silencio obligado, tambi¨¦n quiere hacer.
Con lo cual imitan las canciones, los bailes, las pelucas. Y lo hacen tan bien que si uno cerrara los ojos cuando juega Jap¨®n estos d¨ªas, se podr¨ªa imaginar que estaba no en el estadio de Yokohama o Miyagi sino en Old Trafford. En cuanto a la tendencia al perfeccionamiento, los hinchas japoneses no han causado mayores destrozos todav¨ªa, pero lo que s¨ª han hecho que nunca se ha visto ni en Irlanda ni en Inglaterra (aunque lo m¨¢s seguro es que ahora lo imitar¨¢n all¨¢) es tirarse al r¨ªo, una ceremonia en la que participaron 500 chicos japoneses desde el puente de Ebisubashi, en Osaka, el viernes por la noche.
Pero no s¨®lo son los jovenes los que han resuelto que ha llegado la hora de perder las cadenas. Los asalariados de traje y corbata, los que se duermen en los trenes, tambi¨¦n se han rendido ante la fiebre futbolera. Y las grandes empresas se han tenido que rendir, lo cual es realmente ins¨®lito, ante los deseos de sus empleados. Nissan y Japan Air Lines, entre otras corporaciones, se vieron obligadas -porque si no, habr¨ªan calculado, exist¨ªa el peligro de una revuelta- a colocar grandes pantallas de televisi¨®n en sus oficinas durante el Jap¨®n-Tunez del viernes por la tarde, partido que Jap¨®n gan¨® 2 a 0.
Una empresa que fabrica juguetes llamada Tomy tuvo la inteligencia de informar a todos sus empleados de que durante el partido se suspend¨ªa el trabajo y que todos acudieran a los televisores a gritar por Jap¨®n. Apareci¨® el presidente de Tomy durante el primer tiempo y los empleados enloquecieron casi tanto como cuando Nakata marc¨® el gol de la victoria. '?Shacho! ?Shacho!' corearon. Shacho significa presidente en japon¨¦s. Habr¨¢ perdido dos horas de producci¨®n el shacho de Tomy, pero se ha ganado la lealtad incondicional de sus empleados para siempre.
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