Epopeya
Uno ha visto muchos partidos tit¨¢nicos -sobre todo de rugby-, pero pocas veces una lucha de dimensiones tan ¨¦picas como la de ayer. Bien es verdad que estos d¨ªas los expertos han venido insistiendo sobre el profundo cambio operado en el juego irland¨¦s desde los tiempos no lejanos en que los verdes se distingu¨ªan m¨¢s por 'su estilo tosco, directo y falto de agilidad' (Clemente) que por su sutileza. Pero creo que nadie podr¨ªa haber previsto un performance tan cabal como el que nos acaban de ofrecer los hombres de Mick McCarthy.
?Qu¨¦ partido, Dios m¨ªo! Entre vaiv¨¦n y vaiv¨¦n, vertiginosos, es dif¨ªcil evitar la sensaci¨®n de estar presenciando el drama de la vida misma, con sus bruscos cambios de suerte, sus decepciones y sus euforias, su necesidad de fe, sus repentinos destellos de esperanza.
Cuando, a los ocho minutos, la rueda de la fortuna gir¨® primero a favor de Espa?a con el fabuloso centro del melenudo Puyol, magistralmente rematado por Morientes, pens¨¦ que los del Erin se iban a desmoralizar. En absoluto. Redoblaron sus esfuerzos. No decay¨® un segundo su ¨¢nimo. Y pronto pudimos comprobar que era verdad y que esta Irlanda no ten¨ªa nada que ver con la anterior. Al parar Casillas aquel penalti que pudo haber igualado las suertes mucho antes, parec¨ªa posible otra vez el des¨¢nimo. Pero tampoco. Luego vino in extremis el empate. Y a partir de aquel momento, con Duff creando problema tras problema para Espa?a, con la animadora incorporaci¨®n del alto y veterano Quinn -el de la cabeza peligrosa-, el partido podr¨ªa haber ido decisivamente a favor de los isle?os (?no es proverbial adem¨¢s, 'la suerte de los irlandeses'?) pero no fue as¨ª. Qu¨¦ triste que despu¨¦s de tan fant¨¢stica y forzuda pr¨®rroga, todo tuvo que ser resuelto con una tanda de penaltis, nunca una manera satisfactoria de decidir un partido y mucho menos un gran partido.
Uno, nacido al fin y al cabo en Dubl¨ªn, vivi¨® el partido con el coraz¨®n en un pu?o. Inolvidable. Entre tantas jugadas de gran belleza -y tantos casi goles- el moreno Ra¨²l, con la rapidez y la inteligencia de un lince, ib¨¦rico por supuesto, y el susodicho Duff, rubio y veloz arquetipo celta, le quedar¨¢n a este espectador especialmente grabados en la memoria.
Hom¨¦rico encuentro mantenido a un ritmo que parec¨ªa humanamente imposible. Dos equipos que en cada momento dieron absolutamente todo de s¨ª, y ello sin apenas un incidente desagradable. Pese a la inevitable decepci¨®n, los irlandeses pueden sentirse orgullosos. En cuanto a la excelente selecci¨®n de Camacho, ya veremos qu¨¦ pasa en los cuartos.
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