El descalabro del Partido Socialista franc¨¦s
Conforme van pasando los d¨ªas, parece m¨¢s sorprendente lo que ha pasado en Francia durante las dos sucesivas elecciones, presidenciales y legislativas. Nada hac¨ªa pensar que el Partido Socialista franc¨¦s se desmoronar¨ªa en la primera vuelta de las elecciones presidenciales y que, por consiguiente, la izquierda apoyar¨ªa a Chirac. La desaparici¨®n de Jospin y la multiplicaci¨®n de los s¨ªntomas de desinter¨¦s y de desacuerdo de las capas populares con el Partido Socialista -el m¨¢s espectacular fue el ¨ªndice de abstenci¨®n, que afect¨® sobre todo a los partidos de izquierda- nos golpearon como una s¨²bita tempestad.
Es innegable que los sentimientos que se han puesto de manifiesto, que el descontento expresado, eran, si no imprevisibles, al menos imprevistos. Tomemos un ejemplo, el m¨¢s curioso quiz¨¢: durante dos a?os hemos considerado que la ley que se establec¨ªa la jornada de 35 horas, vivamente combatida por la patronal, contaba con el apoyo de los asalariados, y en concreto, de los obreros y de los peque?os empleados. Pues bien, tras las elecciones descubrimos que la realidad es muy diferente, incluso opuesta. Los ejecutivos apoyan esta ley, que reduce su tiempo de trabajo y, por lo tanto, les permite disfrutar m¨¢s de un tiempo libre que pueden dedicar a viajar, hacer deporte o bricolaje; por el contrario, los que tienen un salario bajo contaban con las horas extraordinarias para mejorar su situaci¨®n, y la ley las proh¨ªbe para impedir a las empresas burlarla. Son, pues, los peque?os asalariados, y no las clases medias, los que combaten esta medida, que nos parec¨ªa el s¨ªntoma m¨¢s audaz de la orientaci¨®n de izquierdas del Gobierno de Jospin. Otro golpe: est¨¢bamos acostumbrados a considerar a los candidatos de la izquierda, sean cuales sean sus defectos o sus cualidades, como representantes de las capas populares, mientras que ve¨ªamos a los candidatos de derechas como parientes de las capas m¨¢s ricas. Ahora descubrimos que una gran parte de la opini¨®n p¨²blica rechaza a los candidatos socialistas por considerarles pertenecientes a las clases superiores, demasiado alejadas de la vida de la gran mayor¨ªa de los electores. Es cierto que los miembros del Partido Socialista tienen un sueldo medio superior a la media nacional. Tambi¨¦n es verdad que algunos dirigentes pol¨ªticos han dado la impresi¨®n de hacer carrera del mismo modo que la hubieran podido hacer en una empresa o en un banco. Asimismo hemos visto c¨®mo, durante todo el periodo anterior a las elecciones presidenciales, el Partido Socialista de acercaba cada vez m¨¢s a las posiciones del RPR en el tema de la inseguridad y, por consiguiente, se dejaba llevar a un terreno en el que el Frente Nacional ten¨ªa la primac¨ªa y en el que segu¨ªa emitiendo juicios muy represivos contra los inmigrantes o los j¨®venes.
Del estudio de los resultados electorales es dif¨ªcil trazar un cuadro pol¨ªtico de Francia. Respecto al Partido Socialista s¨®lo se puede decir que los diputados m¨¢s arraigados, y por tanto, los m¨¢s viejos, y los m¨¢s apegados a la ideolog¨ªa tradicional de la izquierda, han resistido mejor la tempestad que los j¨®venes diputados elegidos por Jospin y su tendencia. Y aqu¨ª llegamos a la ¨²ltima sorpresa, el Partido Socialista no considera en absoluto haber sufrido una derrota: algunos de sus l¨ªderes han ca¨ªdo, pero la mayor¨ªa ha conservado su esca?o y el PS representar¨¢ de nuevo a la casi totalidad de la oposici¨®n en el Parlamento, es decir, 150 diputados, lo que permite que la lucha entre las diversas tendencias ocupe el primer puesto en la actividad y proyectos del Partido Socialista.
No parece dif¨ªcil hablar en t¨¦rminos generales de la crisis de este socialismo, de la crisis de la socialdemocracia o de sus equivalentes, pero esas consideraciones, por muy importantes que sean, no reflejan bien el desamor de los peque?os y medianos asalariados, de la mayor¨ªa de la poblaci¨®n francesa, hacia el Gobierno socialista. ?C¨®mo se entiende la fuerza que, durante la campa?a, adquiri¨® la hostilidad hacia la cohabitaci¨®n, que hasta hace poco parec¨ªa, por el contrario, aceptada sin problemas por los franceses, que ve¨ªan en ella el modo de limitar el poder del Estado? Por fin, y no es el menor problema ni el m¨¢s f¨¢cil: ?c¨®mo explicar la dimisi¨®n de Jospin de todas sus funciones pol¨ªticas en plena campa?a electoral y cuando ni siquiera hab¨ªa comenzado la preparaci¨®n directa de las legislativas? Es como si en un teatro se hubiera desplomado el decorado dejando al descubierto s¨®lo bastidores oscuros. Una nuevo elenco invade el teatro, y, en su centro, izado sobre un trono, rodeado de luz y aclamaciones, aparece Jacques Chirac, que hace tan s¨®lo unos meses estaba amenazado con persecuciones judiciales y cuya personalidad no parece haber desempe?ado un papel importante en la victoria de su campo.
En la vida pol¨ªtica francesa, como en la de otros pa¨ªses, ha habido m¨¢s de un vuelco brutal de la mayor¨ªa; pero nunca la realidad se ha visto tan r¨¢pidamente reducida a un espejismo, nunca una indiferencia hostil hacia la vida pol¨ªtica ha sustituido de un modo semejante al enfrentamiento entre campos opuestos. Tampoco resulta exagerado decir que la debilidad de la izquierda se ampl¨ªa a la derecha. ?sta ha obtenido unos 400 diputados, pero la opini¨®n p¨²blica no sabe pr¨¢cticamente nada de los proyectos del nuevo Gobierno, y el nuevo primer ministro da la impresi¨®n de ser popular por no ser conocido.
Percibimos la crisis del Partido Socialista e, incluso, la ca¨ªda del modelo socialdem¨®crata, que durante tanto tiempo ha constituido una orientaci¨®n muy importante de la vida pol¨ªtica europea, pero, cuando vamos m¨¢s all¨¢, nos desorienta la descomposici¨®n del panorama pol¨ªtico, invadido por una profunda p¨¦rdida de confianza, por una hostil indiferencia, tenemos la sensaci¨®n confusa pero fuerte de que una parte importante de la poblaci¨®n no se ha unido a la modernizaci¨®n y al enriquecimiento con que so?aron los a?os noventa. La desigualdad ha aumentado a pesar de las intenciones de la izquierda y de un desarrollo econ¨®mico r¨¢pido.
Quiz¨¢ ser¨ªa mejor no intentar analizar a toda costa y dejarse antes invadir por la experiencia, tan desconcertante como triste, del agotamiento de las palabras, de los programas, de los grupos pol¨ªticos que, desde ha
ce tanto tiempo, forman parte de nuestro paisaje pol¨ªtico. Hay que pensar, pues, que lo m¨¢s audaz que pod¨ªa producir la izquierda europea es la tercera v¨ªa de Tony Blair, que tan poco parece molestar a los amos de la econom¨ªa y de las finanzas, de las que Londres es, junto a Nueva York, la capital indiscutible.
Hay que aceptar estas conclusiones, tan pesimistas como desconcertantes, con toda su carga de amargura, de tristeza y de des¨¢nimo. As¨ª est¨¢ una Europa de la que tan claramente percibimos que ha dejado de representar un papel importante en el ¨¢mbito mundial y que es incapaz de inventar formas pol¨ªticas e ideas nuevas en cada uno de los pa¨ªses que la forman. Muy pronto habr¨¢ que pensar que esta rica zona no tiene otra funci¨®n que la de compartir algo de su riqueza con sus vecinos de la Europa del Este, a¨²n menos capaces de desempe?ar un papel en una pol¨ªtica mundial casi completamente dominada por dos actores: Estados Unidos y los representantes m¨¢s extremistas de los fracasos del mundo ¨¢rabe. Hay muchos que est¨¢n tentados de volver al calor del combate y a que sus acciones tengan un sentido claro, dando nueva vida a organizaciones y programas que, durante casi un siglo, sostuvieron las esperanzas revolucionarias. Pero su fracaso o falta de sentido son a¨²n m¨¢s visibles que la ca¨ªda del Partido Socialista. ?De qu¨¦ servir¨¢ mantener un grupo parlamentario comunista en Francia? ?Qu¨¦ proponen quienes han votado a Arlette Laguiller, cuyo populismo de extrema izquierda tanto se parece al populismo de extrema derecha de Le Pen? ?Qu¨¦ esperaban quienes pensaron en volver a la Europa anterior al Tratado de Maastricht? ?Cu¨¢les eran las perspectivas de aquellos Verdes que creyeron encontrar en la ecolog¨ªa un campo de aplicaci¨®n de sus esperanzas revolucionarias? Todo el mundo critica y condena al Partido Socialista y le reprocha haberse alejado del pueblo y girado a la derecha. Pero, ?qu¨¦ habr¨ªa sido de ¨¦l si hubiera seguido un camino m¨¢s a la izquierda, cuando estaba ya claramente m¨¢s a la izquierda que el resto de los partidos socialistas europeos?: que le habr¨ªan abandonado las clases medias modernas, que ya se quejan de que los Gobiernos de izquierdas hayan seguido siendo Gobiernos de funcionarios indiferentes a la creaci¨®n de actividades nuevas. Es probable que en las pr¨®ximas semanas el Partido Socialista emprenda en Par¨ªs una reflexi¨®n sobre su derrota. Al d¨ªa siguiente de saber los resultados, era ya visible que su principal preocupaci¨®n era salir del abatimiento que le embarg¨® por unas horas y volver a las discusiones entre tendencias y subtendencias para saber qui¨¦n controlar¨¢ al partido y elaborar¨¢ los pr¨®ximos programas electorales. Tambi¨¦n vemos esbozarse alianzas o concubinatos muy alejados del reparto de ideas y de las representaciones pol¨ªticas.
El Partido Socialista no parece hoy capaz de redefinirse a s¨ª mismo y a su futuro. ?Pero no ser¨ªa contradictorio que una poblaci¨®n que ha tenido esa reacci¨®n ponga sus esperanzas en un partido pol¨ªtico para renovarlo y transformar los objetivos socioecon¨®micos o culturales que se otorga la naci¨®n a trav¨¦s de las leyes y de las decisiones de su Gobierno? Ello hace pensar que el resultado m¨¢s importante de esta elecci¨®n va a ser una separaci¨®n cada vez mayor entre el mundo pol¨ªtico y lo que se ha comenzado a llamar sociedad civil. Ya no esperamos ideas nuevas de los partidos, ni siquiera leyes audaces. Incluso es artificial intentar hacer hueco en los partidos pol¨ªticos a los representantes de la sociedad civil. Ahora cada uno va por su lado, aunque los que forman la sociedad civil no son casi nunca indiferentes a las diversas opciones pol¨ªticas o est¨¢n abocados a ello. Entre los problemas econ¨®micos, que se disputan sobre todo en el ¨¢mbito europeo o mundial, y los problemas sociales y culturales, que se definen en general en niveles inferiores al estatal, el espacio pol¨ªtico, cuyo papel seguir¨¢ siendo esencial si no se quiere poner en peligro la democracia, est¨¢ hoy en sombras y quiz¨¢ haya que esperar mucho tiempo antes de que estos dos grandes ¨®rdenes de preocupaciones y peticiones avancen uno hacia el otro a partir de unos estadios de la realidad social alejados entre s¨ª. Tanto en Europa como en otras partes del mundo, y parece que de forma especial en Am¨¦rica Latina, hemos entrado en unos terrenos abandonados donde vagan los partidos pol¨ªticos como las botellas de whisky en los anuncios de los productos de las Highlands escocesas. Y mientras el vac¨ªo y el silencio se vayan espesando, seguiremos oyendo en un rinc¨®n del espacio p¨²blico la agitaci¨®n de los partidos pol¨ªticos cuya atenci¨®n parece casi completamente acaparada por unos problemas internos y unas rivalidades personales que les hacen parecer vivos.
Alain Touraine es soci¨®logo, director del Instituto de Estudios Superiores de Par¨ªs.
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