Democracia sin dem¨®cratas
Ralph Dahrendorf sigue predicando la mala nueva que nadie quiere escuchar: la democracia est¨¢ en peligro. Su ¨²ltima llamada de atenci¨®n tiene la forma de un libro entrevista con Antonio Polito, donde reitera la necesidad de pensar en t¨¦rminos de posdemocracia, en un nuevo sistema -m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites de los estados naci¨®n cl¨¢sicos- que permita garantizar una respuesta adecuada a las que, desde Popper, son las tres preguntas clave que definen la democracia: ?C¨®mo podemos producir cambios en nuestras sociedades sin violencia? ?C¨®mo podemos controlar a aquellos que est¨¢n en el poder de forma que estemos seguros de que no abusan? ?C¨®mo puede el pueblo -todos los ciudadanos- tener voz en el ejercicio del poder?
Puesto que, como Michel Foucault explic¨® mejor que nadie, el poder adem¨¢s de estructural es productivo, Dahrendorf, para no dar una visi¨®n simplemente resistencial de la democracia, reformula las preguntas en positivo, aun a riesgo de perder precisi¨®n: ?C¨®mo los deseos y aspiraciones de los pueblos pueden traducirse en acciones y, por tanto, realizarse? ?C¨®mo se puede construir este proceso de manera que se produzca una representaci¨®n eficaz de aquellos deseos y aspiraciones (los partidos), y una discusi¨®n correcta acerca de los problemas (el Parlamento), que conduzca a extraer conclusiones (legislaci¨®n)? ?C¨®mo pueden los que ejercen el poder (gobiernos) llegar a ser capaces de tomar la iniciativa que produce la acci¨®n? Para que el sistema democr¨¢tico funcione no basta un remoto principio de soberan¨ªa popular ni una simple renovaci¨®n de legitimidades a trav¨¦s del voto cada cuatro a?os, es necesario que las preocupaciones de la ciudadan¨ªa encuentren cauces no s¨®lo para la expresi¨®n, sino tambi¨¦n para la acci¨®n; que se creen territorios comunes -espacios p¨²blicos- en los que se configuren la opini¨®n y la discusi¨®n que han de conducir a la toma de decisiones; y que unos gobiernos responsables, con criterio -el que no tenga criterio que no gobierne-, act¨²en y den cuenta de sus actos. Todo esto no es evidente en las democracias actuales, que cuentan con unas ¨¦lites ensimismadas, conducidas por el principio de que no hay alternativa.
Pero ?cu¨¢les son, en concreto, los enemigos que amenazan la democracia? Una nueva clase global, cosmopolita y potente, que intenta eludir las instituciones tradicionales de la democracia e ignora los l¨ªmites puestos por la pol¨ªtica democr¨¢tica nacional. El regionalismo que desaf¨ªa a los valores del orden liberal al querer reemplazar los estados naci¨®n heterog¨¦neos por estados ¨¦tnicos subproducto del proceso de globalizaci¨®n. Y determinadas organizaciones internacionales, sin legitimidad democr¨¢tica, que toman decisiones siempre escoradas a favor de los intereses del poder financiero y al margen de los estados nacionales.
La democracia encontr¨® su marco ¨®ptimo en el estado naci¨®n moderno. En ¨¦l se daba la correlaci¨®n entre comunidad y poder necesaria para que el sistema funcionara. Pero la toma de decisiones emigra del ¨¢mbito de los estados nacionales, y escapa, por tanto, al control pol¨ªtico. Este cambio de terreno de juego ha debilitado enormemente las instituciones intermedias: los parlamentos y los partidos, cada vez menos capaces de cumplir adecuadamente el papel de representaci¨®n. Es el terreno abonado para los demagogos, los populistas de la antipol¨ªtica, como Berlusconi (y en muchos aspectos Blair, por quien Dahrendorf siente muy escasa simpat¨ªa), que 'utilizan al pueblo contra los derechos del pueblo'. Aznar ha pescado mucho en estos caladeros.
Los cambios originados por el proceso de globalizaci¨®n generan nuevas desigualdades. Como dice Dahrendorf, los nuevos pobres no son necesarios para la nueva clase global como lo eran para la burgues¨ªa en la revoluci¨®n industrial. La pol¨ªtica se oligarquiza. Pero el peligro no est¨¢ en el retorno de las viejas formas totalitarias, sino 'en la democracia sin dem¨®cratas', en la combinaci¨®n entre autoritarismo y apat¨ªa. Los gobernantes tratan de asumir decisiones sin demasiados controles, en presencia de un pueblo fundamentalmente desinteresado. El autoritarismo fomenta la debilidad de las instituciones 'creadas para protestar' como los parlamentos, los partidos de oposici¨®n o los medios de comunicaci¨®n independientes. Todos tenemos ejemplos cercanos de lo que Dahrendorf est¨¢ explicando.
?Es Europa la soluci¨®n? Aparece el Dahrendorf euroesc¨¦ptico, partidario de las pol¨ªticas nacionales mientras no tome cuerpo un nuevo demos que garantice una posdemocracia democr¨¢tica. Europa se ha convertido 'en la ¨²nica utop¨ªa pol¨ªtica superviviente' para la izquierda. La derecha necesita enemigos; por eso era europe¨ªsta mientras existi¨® la Uni¨®n Sovi¨¦tica. La izquierda siempre ha echado de menos las utop¨ªas. Y aunque a Dahrendorf no le guste, si alg¨²n d¨ªa cuaja una identidad europea, ser¨¢ frente (que no quiere decir contra) a Estados Unidos. Por lo menos, si hay voluntad suficiente para ser potencia de equilibrio.
Dahrendorf reitera y precisa su negro diagn¨®stico sobre el futuro de la democracia, pero las posibilidades de una posdemocracia democr¨¢tica -superado el marco natural del estado naci¨®n- siguen siendo oscuras, m¨¢s all¨¢ de cierto voluntarismo. De momento, el nuevo autoritarismo tiene nombre: democracia sin dem¨®cratas.
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