El Tour es un campo de batalla
Armstrong, que perdi¨® 27 segundos, y Freire, afectados por las m¨²ltiples ca¨ªdas de los ¨²ltimos kil¨®metros
Los m¨¦dicos de los equipos se mueven por el Tour en un FIAT Multipl¨¢ atiborrado. Es un veh¨ªculo grande y capaz, pero aun as¨ª. Un m¨¦dico necesita cinco bultos, entre maletas, maletines y ba¨²les, por lo menos. Aqu¨ª llevo el material de cura y de primera urgencia, explica uno; all¨¢ el ordenador y los libros y los papeles; en aquella otra maleta con ruedas, muy c¨®moda cuando el hotel no tiene escaleras, l¨ªquidos y medicamentos; en este malet¨ªn de piel, el l¨¢ser y el aparato de ultrasonidos; en el cofre met¨¢lico, el contenedor de residuos, la basura propia, que la llevamos sellada, y en este cofre de pl¨¢stico, la pistola de hielo, la m¨¢quina para triturarlo, la carga de anh¨ªdrido carb¨®nico. Con todo el arsenal, y nunca mejor empleado el t¨¦rmino, un m¨¦dico lo puede curar todo, rodillas traumatizadas, como las que afligen desde hace d¨ªas a Virenque, Blanco o Millar, espaldas doloridas, como la del pobre ?scar Freire, doblado en una cuneta de hierba, codos hinchados o tobillos machacados, material de deshecho muy en boga estos ¨²ltimos d¨ªas de ca¨ªdas repetidas, de bicicletas retorcidas, de nervios y m¨¢s nervios, de desgaste. Evidentemente no pueden sellar clav¨ªculas, como la del pobre Didier Rous, desconsolado pollo desplumado, en expresi¨®n de Ech¨¢varri, buscando con la mirada consuelo en ninguna parte mientras con la mano se sujeta el hombro, su bicicleta ca¨ªda al lado, s¨ªmbolo de un abandono inevitable. Tampoco hay pistola que valga, ni l¨¢ser, ni ultrasonido, ni antiinflamatorio infiltrado, ni miorrelajante para dormir, para tratar las cabezas. La de Lance Armstrong habr¨ªa necesitado un remedio de esos.
El campe¨®n del mundo, que lleg¨® a seis minutos, se fue al hospital por un fuerte dolor en el coxis
Faltaban menos de tres kil¨®metros para la llegada. El pelot¨®n, por fin, suspira de alivio. Los ciclistas se relajan. Parece que lo peor ha pasado. Ha habido fuga, ha habido trabajo del equipo del l¨ªder, del ONCE-Eroski de Igor Gonz¨¢lez de Galdeano, ha habido ca¨ªda, la consabida ca¨ªda de los ¨²ltimos kil¨®metros, el men¨² completo; pero ahora, ya s¨®lo queda la llegada. El pelot¨®n ya ha dejado la estrecha carretera local, el embudo en el que los 185 ciclistas, embotellados, han terminado por romper las costuras del asfalto.
Pero ahora est¨¢n ya en la autopista final, los equipos de sprinters preparan la llegada, all¨¢ ellos, que se arriesguen. Los dem¨¢s, los que s¨®lo se juegan llegar en el pelot¨®n, uno m¨¢s, suspiran, pero a¨²n est¨¢n en estado de shock. La ca¨ªda del d¨ªa ha sido extra, superior a lo acostumbrado, con m¨¢s damnificados, y de m¨¢s nombre. Ha sido en la parte estrecha. Un frenazo por la izquierda, Fagnini que evita, Zabel tambi¨¦n, Horrillo pasa rozando, pero Freire, no. El campe¨®n del mundo salta por los aires y cae de culo sobre la hierba (algo amortigua, menos mal) de la cuneta junto al pobre Pagliarini, el desafortunado sprinter brasile?o. Por unos segundos el Tour fue una imagen de desolaci¨®n. Freire, poco a poco, se incorpora, la mano en la parte de debajo de la espalda, gesto de dolor, y se monta en la bicicleta (termin¨® a m¨¢s de seis minutos y se fue inmediatamente al hospital porque estaba preocupado por el fuerte golpe que sufri¨® en el coxis, su parte m¨¢s sensible: de pie no le duele, pero no puede sentarse); el pobre Moreau, un habitual de la ca¨ªda, est¨¢ doblado y se estira, contiene las ganas de llorar, no sabe qu¨¦ hacer; desorientado tambi¨¦n est¨¢ el polluelo, el pelado Rous, se acab¨® su Tour con su clav¨ªcula rota. A los espa?oles les fastidia por Freire, m¨¢ximo favorito para ganar una etapa con un repecho final, pero qu¨¦ se le va a hacer.
La etapa contin¨²a, los heridos se lamen las heridas y Zabel, McEwen y compa?¨ªa se preparan para el asalto final. Heras, Roberto, el escalador bejarano que espera que llegue la monta?a para ayudar a su l¨ªder americano, el intocable Lance Armstrong, se coloca a rueda de su hombre como hace habitualmente al final. Anchas espaldas le protegen. Entonces, de repente, Heras siente un empuj¨®n. Alguien ha evitado caerse, pero derriba al salmantino. Lo derriba con tan mala fortuna que su bici sale disparada y el manillar, m¨¢s concretamente la maneta, se queda clavado entre los radios de la rueda trasera de la bicicleta de Armstrong. ?ste, h¨¢bilmente, evita la ca¨ªda, pero, torpemente, empieza a perder los nervios. Es la primera vez que se ve envuelto en un incidente del tipo, nunca en el Tour ha pasado por el trago, y siente p¨¢nico, el miedo a lo desconocido, a una clave del Tour que no ten¨ªa controlada, no duda y no sabe qu¨¦ hacer. Se equivoca. Pierde tiempo desenredando la bici, pero lo consigue. Pero ni por esas se tranquiliza. Act¨²a con la agresividad del accidentado que ha sufrido un golpe en la frente y empieza a liberar testosterona. Ech¨¢varri dice que se port¨® como un juvenil. A lo mejor. El caso es que no vio, o no quiso ver, a los fieles de su equipo, a Ekimov, Rubiera y los dem¨¢s rodadores que le esperaban para llevarle al pelot¨®n. Como si fuera un sprint por una victoria necesaria, Armstrong se lanza, no espera a nadie, no quiere que le esperen, enlaza con Jalabert, que tambi¨¦n ha estado involucrado. Cree que llegar¨¢ a tiempo. Pierde 27s. Ya est¨¢ a 34s del l¨ªder, Igor, octavo de una general que dominan siete del ONCE-Eroski.
'Pero esto no me gusta', dice Manolo Saiz, repentinamente favorecido. 'No me gusta ganar tiempo as¨ª. Y no quiero pensar en la contrarreloj. Tampoco creo que con este tiempo Igor pueda mantener el amarillo'. Armstrong piensa parecido. 'Lo ¨²nico que puedo decir es que me dar¨¢ m¨¢s fuerzas para hacer a¨²n mejor la contrarreloj del lunes'.
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