La hero¨ªna se extiende entre los refugiados de Afganist¨¢n
Abrumados por la guerra y la miseria, los afganos suman ahora otro problema: la droga
Mohamed Shah lleva 12 de sus 39 a?os de vida esclavo de la hero¨ªna. 'Ten¨ªa una existencia miserable; me fui a Ir¨¢n a hacer contrabando de droga y empec¨¦ a fumar hero¨ªna', relata. Este padre de ocho hijos ingres¨® hace dos meses en el centro de desintoxicaci¨®n de Pul Hashimi, a las afueras de Herat, una experiencia piloto de las nuevas autoridades afganas. En total, dos centenares de hombres tratan de superar su drogodependencia con m¨¢s voluntad que medios. Son la punta del iceberg de un problema hasta ahora desconocido en Afganist¨¢n y que, seg¨²n Naciones Unidas, alcanza a un n¨²mero creciente de mujeres.
El regreso de refugiados de Ir¨¢n y Pakist¨¢n es, seg¨²n la agencia de la ONU que se ocupa de las drogas (UNDCP), la raz¨®n de que la adicci¨®n a los estupefacientes se haya extendido a Afganist¨¢n. 'Es la primera vez que este pa¨ªs suma el problema del consumo al de la exportaci¨®n de drogas', manifiesta Jehan Khan que acaba de coordinar un estudio sobre el tema para UNDCP. El informe subraya la incidencia entre las mujeres refugiadas.
Apenas hay medios. Los pacientes se ayudan arroj¨¢ndose agua fr¨ªa para aplacar el 'mono'
El alcalde de Ghurian, Yalil Nikyar, no comparte esa idea. En su opini¨®n, fue la pol¨ªtica permisiva de los talibanes la que generaliz¨® el consumo. 'La droga estaba en todas partes, se vend¨ªa en las tiendas junto a la comida, por eso ha alcanzado tambi¨¦n a las mujeres', asegura. Ghurian, una ciudad afgana pr¨®xima a la frontera iran¨ª donde el tr¨¢fico de drogas ha dejado cerca de 3.000 viudas en los ¨²ltimos a?os, tiene muchos casos como el de Shah. 'Hasta la salida de los talibanes ¨¦ste era el centro de la mafia del narcotr¨¢fico', reconoce Nikyar.
Hoy, la escuela femenina de Ghurian ha sacado sus pupitres al patio para celebrar el D¨ªa de la Madre. Todos los pr¨®ceres locales acompa?an a las mujeres en esta exaltaci¨®n de la maternidad. Pero el alcalde deja de lado la ret¨®rica del resto de las intervenciones y habla sin tapujos del peligro que plantea el consumo de estupefacientes. 'Una vez que las drogas entran en vuestra casa, ya no pod¨¦is controlarlo: perd¨¦is el orgullo y la dignidad', advierte Nikyar a las mujeres reunidas en el patio de la escuela Lisse Naswan. 'En nuestra comunidad circulan hero¨ªna, coca¨ªna, hach¨ªs y otras sustancias de colores de las que ni siquiera conozco el nombre', admite.
Nikyar est¨¢ especialmente preocupado por el aumento de drogodependientes entre las mujeres. 'De los 3.700 adictos que tenemos identificados, entre 1.000 y 1.500 son mujeres', explica a EL PA?S. El distrito de Ghurian, en la provincia de Herat, abarca un total de 68 pueblos y aldeas que, tras el regreso de quienes buscaron refugio de la guerra en Ir¨¢n, ronda los 200.000 habitantes. A falta de estad¨ªsticas oficiales, los datos del alcalde indican casi un 2% de drogadictos, una cifra ligeramente inferior a la que reconocen las autoridades del vecino Ir¨¢n (un 3%).
'El 90% de los delincuentes que detenemos son drogadictos', explica Mohamed Naim, de la comisar¨ªa de polic¨ªa de La Ciudadela de Herat. Sin embargo Naim, como otros responsables entrevistados en Kandahar o Lashkar Gah, niega que el porcentaje de drogodependientes sea elevado. 'No habr¨¢ m¨¢s de 50 en todo Herat', asegura sin percatarse de que ese dato chirr¨ªa cuando se cruza con el de una treintena de detenidos semanales.
En ese clima de negaci¨®n del problema, la franqueza del alcalde de Ghurian resulta excepcional. Nikyar, un ex muyahid que pas¨® siete a?os en las c¨¢rceles del r¨¦gimen talib¨¢n, est¨¢ convencido de que 'la ¨²nica forma de acabar con el problema es abordarlo abiertamente'. ?l mismo env¨ªa al centro de Pul Hashimi a los vecinos enganchados.
'?ste es un centro provisional mientras se terminan las instalaciones definitivas, con mayor capacidad y una secci¨®n para mujeres', informa el director, Sultan Ahmed, rodeado de varios internos que se mueven con total libertad por el recinto. Los ingresados luchan contra el s¨ªndrome de abstinencia sin apenas medios. 'Viene un m¨¦dico a pasar consulta y en los casos m¨¢s graves, los trata con morfina, pero en general los pacientes se ayudan entre ellos arroj¨¢ndose agua fr¨ªa', explica.
Pese a todo, Shah se muestra agradecido a los m¨¦dicos que le han ayudado. 'Mi familia me odiaba, por eso vine', explica con entereza, 'creo que pronto estar¨¦ en condiciones de volver a casa. En mi familia no hay m¨¢s adictos; ni siquiera se fuma tabaco. Espero que mis hijos se mantengan alejados de las drogas'.
Sherif Ahmad, de 38 a?os, no ve las cosas con tanto optimismo. Apenas lleva cuatro d¨ªas en el centro y a¨²n no ha terminado de pasar el mono. Los sudores y los escalofr¨ªos se suceden. Tiene mala cara y poca confianza en el m¨¦todo. Ni siquiera la mujer y el hijo que le esperan fuera parecen darle esperanza.
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