Un dif¨ªcil reencuentro
Por un momento, la resoluci¨®n de la crisis del islote Layla o Perejil pareci¨® inclinarse del lado de Espa?a. La incruenta acci¨®n militar del 17 de julio permiti¨® en apariencia la ocupaci¨®n temporal del pe?asco, dejando en manos de nuestro Gobierno la clave para que de acuerdo con sus condiciones tuviera lugar el regreso al statu quo. La ventaja de la posici¨®n espa?ola resid¨ªa en no pretender anexi¨®n alguna. En su mayor¨ªa, los partidos pol¨ªticos y la opini¨®n p¨²blica espa?ola saludaron con aprobaci¨®n, y algunos incluso con entusiasmo, las im¨¢genes que evocaban la famosa gesta norteamericana de Iwo Jima, olvidando que la historia s¨®lo se repite como caricatura. Muchos pensaban para su fuero interno, y algunos lo escrib¨ªan, que por fin se hab¨ªa dado al moro su merecido. En un diario madrile?o de gran circulaci¨®n lleg¨® a calificarse de 'cap¨®n' al monarca alau¨ª, en medio de celebraciones que suger¨ªan la inexistencia de otra v¨ªa para la relaci¨®n con Marruecos que la demostraci¨®n de una superioridad militar.
El despertar del sue?o fue r¨¢pido, con una reacci¨®n internacional desfavorable en la prensa y sobre todo con la salida a la luz de algo que ya se conoc¨ªa. A pesar de su pertenencia a la UE y a la OTAN, la posici¨®n de Espa?a en caso de conflicto con Marruecos se encuentra desequilibrada en contra suya por ser los Estados Unidos y Francia aliados preferentes y protectores del reino alau¨ª. La propia forma en que se resolvi¨® la crisis, con un horario que permiti¨® al Gobierno marroqu¨ª salvar la cara y presentarse como ganador, fue muestra de esa prioridad que ya existi¨® en el pasado.
El recurso a la fuerza, por afortunado e inocuo que haya sido, constituye la principal deficiencia de la l¨ªnea pol¨ªtica seguida por Espa?a. No es cuesti¨®n de ser una potencia de primero o de tercer orden, sino de que los conflictos internacionales s¨®lo admiten excepcionalmente el recurso a la intervenci¨®n armada cuando existe una plena justicia en la causa que se defiende y se han agotado los medios diplom¨¢ticos. En el caso que nos ocupa, lo cierto es que por su posici¨®n geogr¨¢fica y ausencia de t¨ªtulos de soberan¨ªa resulta pr¨¢cticamente imposible admitir que Espa?a decidiera una acci¨®n de guerra, por limitada que fuese, al producirse el conflicto por la ocupaci¨®n marroqu¨ª del islote. Aznar ha preferido la fuerza y eso es siempre condenable por razones jur¨ªdicas y pr¨¢cticas. La operaci¨®n fue limpia; ahora bien, ?qu¨¦ hubiera sucedido de producirse bajas marroqu¨ªes?
En el mejor de los casos, a partir de la provocaci¨®n del 11 de julio y de la r¨¦plica ulterior se ha creado una situaci¨®n de enfrentamiento irracional entre Marruecos y Espa?a que ser¨¢ muy dif¨ªcil reparar. Ello no significa, sin embargo, que en este conflicto las responsabilidades sean pr¨¢cticamente unilaterales, tal y como suger¨ªan en estas p¨¢ginas art¨ªculos inspirados por el deseo expl¨ªcito de 'crear espacios de distensi¨®n'. La ponderaci¨®n es de rigor: si Goytisolo acierta al calificar humor¨ªsticamente a Aznar de Tartar¨ªn de Tarasc¨®n, no hubiera estado mal que asumiera el riesgo de encontrar un t¨ªtulo comparable para Mohamed VI. Los cr¨ªticos tienen plena raz¨®n al subrayar el desgaste que para la pol¨ªtica espa?ola en el Magreb han supuesto los ejercicios de arrogancia de Aznar y su Gobierno, con alusiones inaceptables a posibles represalias sobre el tr¨¢nsito de marroqu¨ªes por Espa?a. Todo no es, empero, cuesti¨®n de malos modos o de que sea absurdo discutir en la prensa espa?ola sobre la compatibilidad entre islam y democracia, tema por desgracia tan inevitable en el mundo de hoy, como lo puede ser el peso sobre el tercer mundo de la globalizaci¨®n o examinar los factores que determinan los terrorismos isl¨¢mico y sionista. Si la bibliograf¨ªa m¨¢s reciente no se equivoca, en el enfado de Mohamed VI y de su Gobierno, el papel central ha correspondido al rechazo de Espa?a al plan Baker, apoyado por los Estados Unidos y por Francia, para conceder una autonom¨ªa sobre el papel al S¨¢hara -sin garant¨ªa alguna dado el car¨¢cter del r¨¦gimen alau¨ª- que zanjar¨ªa el contencioso de una vez a favor de Marruecos, as¨ª como a la protecci¨®n de que disfrutaron actuaciones p¨²blicas del Polisario en nuestro pa¨ªs. De ah¨ª surgi¨® la decisi¨®n de Mohamed VI de una retirada del embajador en Madrid, no correspondida por el Gobierno espa?ol en los mismos t¨¦rminos, lo cual prueba por encima de toda duda que los pasos efectivos en el deterioro de las relaciones corresponden a Rabat, tanto entonces como la presente crisis. Si como un corresponsal de este mismo diario se?alaba en el despacho del ministro marroqu¨ª no s¨®lo figuraban Ceuta y Melilla, las ciudades a su juicio 'ocupadas', en el mismo color que Marruecos y el S¨¢hara, sino tambi¨¦n las islas Canarias, resulta innegable que es en Rabat donde existe un clima de fondo que hace dif¨ªcil todo entendimiento.
Los datos son bastante claros y conviene evitar los enfoques unilaterales, tanto los de 'rancio nacionalismo' que exhibe el Gobierno como los que pasan de puntillas sobre la responsabilidad marroqu¨ª. De entrada, es innegable que existe un c¨²mulo de intereses convergentes en los planos econ¨®mico y cultural. Siempre hay que tener en cuenta no obstante el efecto inevitable de la enorme desigualdad econ¨®mica, pol¨ªtica y demogr¨¢fica: un poco al modo de la sismolog¨ªa, los temblores son aqu¨ª inevitables porque la frontera lo es tambi¨¦n entre el mundo desarrollado y el que sigue sumido en la pobreza. Por mucho que hiciera el Gobierno de Marruecos, que parece hacer bien poco, la oleada de pateras cruzando el Estrecho responde a la fuerza de las cosas. Hay adem¨¢s una memoria hist¨®rica de enfrentamientos seculares, que llega a una Marcha Verde que supuso un enorme alivio para Hassan II y una explosi¨®n de orgullo patri¨®tico marroqu¨ª, precedente que sigue actuando hoy sobre ellos y sobre nosotros, generando desconfianza, dada la preferencia alau¨ª por los hechos consumados. Tampoco favorece nada la situaci¨®n el fracaso de las expectativas reformadoras que despuntaron en los inicios del reinado de Mohamed VI. A pesar del desencanto, es preciso apoyar al Gobierno real-socialista todo lo posible, pero sin cegarse creyendo que es lo que no es.
No ha habido, pues, un espacio de decisiones racionales, con peque?os errores, marroqu¨ª, confrontado a un c¨²mulo de arbitrariedades espa?olas. M¨¢s bien, desde hace a?os, lo que tuvo lugar fue un predominio de los factores conducentes a la fractura, al imponerse en uno y otro campo un discurso de afirmaci¨®n de los intereses nacionales propios frente al otro. As¨ª, la decisi¨®n de no renovar el acuerdo pesquero estaba ya tomada de antemano, mucho antes de embocar el callej¨®n sin salida de las negociaciones: la imagen de la prioridad de lo nacional era dibujada a costa de la contrapartida m¨¢s d¨¦bil, Espa?a. No parece que los intereses franceses hayan sido objeto de una racionalizaci¨®n similar. Por parte espa?ola, desde entonces se esgrimi¨® m¨¢s de una vez un discurso de superioridad, no refrendado adem¨¢s en los hechos por la intervenci¨®n francesa, siempre protectora de Marruecos, dentro de la Uni¨®n Europea. Y sobre todo est¨¢n, en primer plano el S¨¢hara, y como tel¨®n de fondo el irredentismo. De lo primero surgi¨® la an¨®mala decisi¨®n de dejar vacante en la pr¨¢ctica la Embajada de Madrid, signo de una conflictividad manifiesta declarada por Marruecos, en cuyo marco mal pod¨ªa tener lugar una participaci¨®n de la familia real en los festejos de la boda de Mohamed VI.
Por encima de todo, no obstante, debe imperar la convergencia de intereses. Aun habiendo superado el riesgo de una confrontaci¨®n militar limitada, siempre catastr¨®fica para unos y otros, la persistencia de la tensi¨®n supondr¨ªa para Espa?a una situaci¨®n de inseguridad y para Marruecos un freno a toda perspectiva de reforma pol¨ªtica y social, si es que la misma existe. El enorme gasto p¨²blico en ej¨¦rcito se incrementar¨ªa a¨²n m¨¢s, a costa de las inversiones sociales, y el horizonte de una mejora material y de una democratizaci¨®n quedar¨ªa temporalmente bloqueado. El desprestigio del r¨¦gimen ser¨ªa un aliciente para el auge del islamismo. En ambos lados del Estrecho, pasar¨ªa a primer plano la xenofobia: ese poco simp¨¢tico '?Muera Espa?a!' que hemos podido escuchar de los manifestantes y entre nosotros el m¨¢s callado de quienes ven en la conducta supuestamente traidora del moro la confirmaci¨®n de todos sus prejuicios excluyentes. Toca en consecuencia a ambos Gobiernos esforzarse por un reestrablecimiento r¨¢pido del clima de confianza imprescindible para que Espa?a contribuya a la modernizaci¨®n de Marruecos y este pa¨ªs vea en el nuestro un puente hacia Europa y no un obst¨¢culo.
Finalmente, con el restablecimiento de la confianza podr¨¢ hablarse de los problemas pendientes. Salvo por no primar la agresi¨®n, no existen actualmente motivos para que Espa?a mantenga pretensi¨®n alguna sobre el islote Perejil, aunque a la vista de la propaganda marroqu¨ª conviene evitar que exhiban la salida de la crisis como una victoria de su t¨¢ctica de pe¨®n pasado. Confiemos en que en un futuro el r¨¦gimen democr¨¢tico marroqu¨ª sea el interlocutor para un tr¨¢nsito a una cosoberan¨ªa fraterna, fundada sobre el autogobierno de Ceuta y Melilla, tal y como ahora se vislumbra, aunque de fachada, para Gibraltar. De momento esto es s¨®lo un sue?o, y conviene recordar entretanto, y en primer lugar a Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, que quienes menosprecian las responsabilidades de Rabat en lo ocurrido siempre minusvaloran el papel de la justa actitud espa?ola sobre el S¨¢hara en la gestaci¨®n de la crisis y acaban sugiriendo que Espa?a se sume al abandono enmascarado que representa el plan Baker. Una cosa es la necesaria distensi¨®n con Marruecos y otra la presi¨®n promarroqu¨ª en una cuesti¨®n donde los campos de la justicia y de la opresi¨®n est¨¢n perfectamente delimitados.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense.
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