Una guerra olvidada
Unos cent¨ªmetros separan en ?frica la vida de la muerte, la desnutrici¨®n de la subsistencia, por precaria que ¨¦sta sea. Los nutricionistas comprueban la longitud de la circunferencia del brazo de los ni?os sospechosos de desnutrici¨®n: si ¨¦sta mide menos de once cent¨ªmetros hay una gran probabilidad de que el peso del ni?o se encuentre por debajo del 70% de lo que se considera normal y hay que actuar como se pueda; a este tipo de desnutrici¨®n se le llama marasmo. Hay otro, m¨¢s dif¨ªcil de detectar, pero m¨¢s peligroso: el ni?o parece normal, pero est¨¢ ap¨¢tico, ido; si se le observa detenidamente, tiene edemas en el cuerpo. Tambi¨¦n hay que actuar, si se puede; a este tipo de desnutrici¨®n se le llama Kwashiorkor. Las probabilidades de supervivencia cuando se ha atravesado la frontera del 70% del peso normal son del orden del 90% si se env¨ªa al ni?o al Centro de Nutrici¨®n Terap¨¦utica; si no, las posibilidades de supervivencia son muy reducidas. De todas formas, los refugiados no paran de llegar: s¨®lo mujeres y ni?os, expulsados de una guerra olvidada en la frontera de Guinea y Liberia; han pasado semanas, meses, vagando por la selva y atraviesan la frontera cada vez en peor estado. As¨ª son las cosas, hoy, en este rinc¨®n de ?frica Occidental.
La renta por habitante de Guinea (Conakry) no llega a los 500 d¨®lares y se encuentra, adem¨¢s, muy mal repartida; m¨¢s del 60% de la poblaci¨®n vive con menos de un d¨®lar diario. Por si esto fuera poco, una guerra interminable se libra en Liberia entre el Gobierno de Taylor y los rebeldes; hace un a?o, las tropas de Taylor penetraron m¨¢s de sesenta kil¨®metros en Guinea, amenazando con desestabilizar el pa¨ªs. Fueron rechazadas, pero desde entonces reina una paz inestable en la zona, punteada por numerosos controles en las carreteras y por el incesante ¨¦xodo de refugiados hacia el norte.
Guinea (Conakry) es un pa¨ªs de diez millones de habitantes, rico en minerales (bauxita, oro, diamantes...), del que Espa?a es uno de sus principales clientes, y con tierras f¨¦rtiles, regadas por caudalosos r¨ªos. Durante muchos a?os, en tiempos de Sek¨² Tur¨¦, Guinea fue uno de los pa¨ªses m¨¢s cerrados de la Tierra, con un duro r¨¦gimen comunista que, a la muerte del dictador, fue sustituido por un sistema en teor¨ªa democr¨¢tico y liberal. Hace poco que han tenido lugar unas elecciones cuyo resultado ha tardado mucho en conocerse y en las que, como cab¨ªa esperar, ha ganado el partido del presidente por la prevista y esperada mayor¨ªa absoluta. Como en tantos otros pa¨ªses de ?frica, las instituciones occidentales flotan sin enraizarse sobre un tejido social constituido por las numerosas tribus que habitan pueblos y aldeas y que, poco a poco, se desintegran por la emigraci¨®n hacia las grandes ciudades. Poco importa que las condiciones de vida en los suburbios de ¨¦stas sean inimaginables (no hay agua corriente, ni luz, ni calles, ni alcantarillas); poco importa tambi¨¦n que las condiciones de vida sean m¨¢s insalubres que en los pueblos o en las aldeas; la emigraci¨®n contin¨²a, irreversible, inexorable. ?frica se desangra y agoniza lentamente azotada por el hambre, la miseria, la enfermedad y la muerte.
El campo de refugiados de Kuntaya, en la zona de Albalaria, es amplio, grande, y puede acoger hasta 20.000 personas. Lo que sorprende en los campos de refugiados en ?frica es que, a menudo, las condiciones de vida en ellos son mejores que en los pueblos de alrededor, lo que a veces plantea problemas con las gentes del lugar. Por lo menos hay agua potable (en Acci¨®n Contra el Hambre nos ocupamos, cuando tenemos la ocasi¨®n, de ello) y la seguridad alimentaria est¨¢ garantizada. El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas se encarga de hacer llegar su ayuda a raz¨®n de 2.100 kilocalor¨ªas por persona y d¨ªa. Muchos economizan comiendo menos y cuando han acumulado una cantidad suficiente de alimentos los venden fuera de los campos para obtener alg¨²n dinero. Hay quien piensa que ser¨ªa conveniente reducir la dosis de calor¨ªas diarias, pero hasta ahora esta tesis no ha prosperado. Es cierto que 2.100 kilocalor¨ªas no constituyen una cifra m¨¢gica, pero no es menos cierto que el deseo de poseer algo, adem¨¢s de la miseria, es lo suficientemente fuerte como para que el mismo fen¨®meno se produjera con un nivel m¨¢s bajo de calor¨ªas hasta llegar a la pura subsistencia f¨ªsica, de la que, de todas formas, est¨¢n muy cerca. Los refugiados de Kuntaya proceden, en su mayor¨ªa, de Sierra Leona, de donde huyeron hace unos meses como consecuencia de la cruel guerra que tuvo lugar en aquel pa¨ªs (se generalizaron las mutilaciones de una poblaci¨®n civil indefensa, deliberadamente ordenadas y ejecutadas para sembrar el terror) y cuyos ecos a¨²n no han acabado de extinguirse; aunque la situaci¨®n se ha estabilizado en Sierra Leona, los refugiados dudan en volver a sus tierras.
?Qu¨¦ se puede hacer? Los problemas de ?frica no se resolver¨¢n de la noche a la ma?ana. La avaricia de unos, los intereses de otros, la ausencia de instituciones capaces de encauzar un desarrollo pol¨ªtico, social y econ¨®mico compatible con las tradiciones locales, hacen dudar mucho del futuro a corto plazo de esta regi¨®n del mundo. Mientras tanto, millones de seres viven, padecen y mueren en condiciones inaceptables. Curar enfermedades, depurar el agua, atenuar la desnutrici¨®n, distribuir alimentos, son tareas que salvan centenares, miles de vidas. Muchos j¨®venes espa?oles han decidido dedicar alg¨²n tiempo de sus vidas a ello y lo hacen competente y desinteresadamente. Merecen, sin lugar a dudas, nuestra admiraci¨®n y apoyo.
Jos¨¦ Luis Leal es presidente de Acci¨®n Contra el Hambre.
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