Escritores famosos
Cuando Hugo Ch¨¢vez gan¨® las elecciones, Arismendi nos cit¨® a todos en la biblioteca. El martes en la noche en la biblioteca, dijeron que dijo. Arismendi dirig¨ªa el taller de narrativa en la Escuela de Letras de la Universidad Central. Era flaco y alto, no huesudo, que es lo que sigue cada vez que alguien describe a un flaco alto. Arismendi tampoco fumaba. Ni ten¨ªa ¨¦xito entre el alumnado. Ese semestre, en el taller, nos hab¨ªamos inscrito diez estudiantes y, ya para ese martes en la noche, s¨®lo qued¨¢bamos seis.
-?Ustedes quieren llegar a ser escritores famosos? -pregunt¨®.
Nadie supo qu¨¦ contestar. Nadie supo a qu¨¦ ven¨ªa la pregunta. Jorge y yo nos miramos, como desdoblando una duda. Creo que en el fondo est¨¢bamos intimidados. Eramos unos renacuajos de 18 a?os, sin demasiadas experiencias, un apenas que se estrenaba en la universidad. Y, sin embargo, Arismendi insisti¨®: ?quieren o no quieren ser escritores famosos? Dijimos que s¨ª. Como ni?os a los que se les pregunta si saben qu¨¦ es un cole¨®ptero. No quer¨ªamos quedar mal.
Arismendi, con notable frecuencia, llena sus textos con citas de los cl¨¢sicos. Como si, m¨¢s que contar algo, quisiera mostrar que es un hombre muy culto
El improvisado alzamiento, torpe y autoritario, no dur¨® tres d¨ªas. Cuando los militares le devolvieron el poder al Presidente, nadie entend¨ªa qu¨¦ pasaba
Una semana despu¨¦s, Arismendi ya estaba organizando nuestro futuro libro, una antolog¨ªa del nov¨ªsimo cuento rebelde venezolano
El 11 de abril, una multitudinaria marcha fue atacada por las balas de unos francotiradores. Murieron 18 personas. Una de ellas fue Jorge
Tom¨¦ un ejemplar y lo oje¨¦. Hasta que llegu¨¦ al s¨¦ptimo cuento. Era la historia que hab¨ªa escrito Jorge, la historia de su padre yendo al banco
Arismendi ve¨ªa, en la nueva y peculiar circunstancia pol¨ªtica del pa¨ªs, un pasaporte maravilloso, una ruta directa a nuestra probable gloria literaria. Seg¨²n sus c¨¢lculos, m¨¢s temprano que tarde, la revoluci¨®n bolivariana obligar¨ªa al mundo a poner sus inestables pupilas en Venezuela. ?Por fin nos hab¨ªa llegado una gran oportunidad! Deb¨ªamos comenzar a escribir, de inmediato, relatos de resistencia, dram¨¢ticos episodios de perseguidos latinoamericanos, narraciones cargadas de una dif¨ªcil heroicidad en lucha permanente contra la amenaza totalitaria. Tenemos que recuperar la tensi¨®n entre la intimidad y la tragedia hist¨®rica. ?Alguno de ustedes ha le¨ªdo a Marina Tsviet¨¢ieva? Les voy a traer un libro de ella para que vean. Arismendi ten¨ªa un entusiasmo de acero inoxidable. Pensaba firmemente que deb¨ªamos seguir el ejemplo cubano. ?No te digo yo un Cabrera Infante o un Reynaldo Arenas, pero la cantidad de escribidores de quinta que a cuenta de Fidel est¨¢n en Miami, en Berl¨ªn o en Barcelona! ?No lo entienden? ?Este es nuestro momento! ?Un chance as¨ª s¨®lo se presenta una vez en la vida!
Al principio, Jorge y yo pensamos que Arismendi se hab¨ªa vuelto loco. A Jorge lo conoc¨ª el primer d¨ªa de clases. A los dos nos gust¨® Mariana, hasta que descubrimos que a Mariana le gustaba Ang¨¦lica. A partir de ese tropiezo, de ese agujero en el orgullo, comenzamos a hacernos amigos. Fue ¨¦l quien me cont¨® sobre Arismendi. Es un escritor sin mucha suerte, dec¨ªa Jorge. No era un tipo demasiado conocido. Hab¨ªa ganado un premio de narrativa en 1986, un dudoso concurso de provincia, convocado por la Asociaci¨®n Nacional de Ganaderos alrededor de un ¨²nico tema: 'Motivos Rurales'. Ten¨ªa una novela publicada que, por suerte, dec¨ªa Jorge, hab¨ªa pasado por debajo de la mesa. Sin embargo, era frecuente verlo como jurado de diversos premios literarios. Jorge ten¨ªa su propia teor¨ªa para explicar el asunto. Arismendi, con notable frecuencia, llena todos sus textos con citas de los cl¨¢sicos. Como si, m¨¢s que contar algo, quisiera mostrar que quien escribe es un hombre muy culto. Eso dec¨ªa Jorge. En cualquiera de sus narraciones, siempre aparecen referencias a autores y obras importantes de la literatura universal. Arismendi escribe frases as¨ª: 'Y entonces, Cheo Camejo se sinti¨®, de pronto, igual que Laurence Sterne al llegar a Calais'. De esa manera, poco a poco, comenz¨® a hacerse fama de ciudadano que ha le¨ªdo mucho, due?o de una frondosa cultura, de persona ideal para el oficio de jurado de concursos.
Aquella noche, despu¨¦s de la propuesta de Arismendi, Jorge y yo nos fuimos a beber. Casi siempre ¨ªbamos a alguno de los bares de ficheras que quedan cerca del antiguo terminal de autobuses, en los bordes del centro de la ciudad. Ese tipo de locales deplorables le encantaban a Jorge. Es una cuesti¨®n de honestidad, dec¨ªa; esto es lo que nos merecemos, repet¨ªa sonriendo, mientras ped¨ªa m¨¢s cerveza y otra caja de cigarrillos, por favor. En aquellos d¨ªas no se hablaba de otra cosa sino de pol¨ªtica. El pa¨ªs completo estaba intoxicado. Para Jorge, Ch¨¢vez era un farsante, un payaso. Yo, en cambio, hab¨ªa votado por ¨¦l en las elecciones. Cre¨ªa en su discurso en contra de la corrupci¨®n, en contra de los privilegios ?C¨®mo un pa¨ªs tan rico puede tener m¨¢s del 60% de su poblaci¨®n en condiciones de pobreza? Es igualito a los otros, ya ver¨¢s, dec¨ªa Jorge. No seas pendejo, algo as¨ª respond¨ªa yo. La madrugada nos sorprendi¨®, descuidando la discusi¨®n y mirando a dos de las mujeres que trabajan en el lugar. Estaban ebrias, sentadas alrededor del inodoro del ba?o, medio abrazadas. No se pod¨ªa precisar qu¨¦ hac¨ªan ah¨ª. Quiz¨¢s alguna de las dos acababa de vomitar. Ambas parec¨ªan mareadas. Tampoco pod¨ªa saberse si re¨ªan o lloraban, si re¨ªan y lloraban, todo al mismo tiempo. Una era gordita y de poca estatura. Vest¨ªa unos shores negros y unas botas baratas. La otra era morena pero yo la recuerdo muy p¨¢lida, quiz¨¢s estaba enferma. Ten¨ªa el pelo ensortijado y una sonrisa melanc¨®lica. Un borracho, afuera, junto a la barra, las esperaba. Parec¨ªa furioso. Mostraba su impaciencia haciendo sonar una botella de cerveza sobre el mostrador. Les gritaba algo que ya no recuerdo. Pero las dos mujeres segu¨ªan igual, sin hacerle ning¨²n caso. A veces se agarraban de las manos. Con las nalgas pegadas al piso, como dos morsas sin pasado, sin edad, vencidas por la luz del bombillo que guindaba desnudo del techo del ba?o.
Fue en un instante, cuando la gordita lade¨® la cabeza y de pronto repar¨® en nosotros. La puerta del ba?o estaba entreabierta y, desde su posici¨®n, pareciera que la mesa junto a la que Jorge y yo est¨¢bamos de repente se hubiera detenido frente a sus ojos. Con un gesto, casi risue?o, nos pregunt¨® si pod¨ªamos ofrecerle un cigarrillo. Ese adem¨¢n m¨ªnimo fue suficiente: el borracho rompi¨® la botella contra el borde de la barra y se qued¨® con un trozo de vidrio en la mano. Yo me incorpor¨¦ r¨¢pidamente, no s¨¦ muy bien para qu¨¦. En realidad no iba a pelearme con el borracho. Quiz¨¢s me par¨¦ con la intenci¨®n de salir huyendo, pero tampoco lo hice. Me qued¨¦ de pie, mirando las botellas de ron que estaban en el estante detr¨¢s de la barra, mientras el encargado del lugar y otro sujeto trataban de controlar al borracho, y las dos mujeres se re¨ªan o lloraban, y se abrazaban de nuevo, apoyando los codos en la taza del excusado.
-?T¨² quieres ser un escritor famoso?, pregunt¨® Jorge, en medio de una carcajada, cuando salimos del bar hacia la noche.
Una semana despu¨¦s, Arismendi ya estaba organizando nuestro futuro libro, una antolog¨ªa del nov¨ªsimo cuento rebelde venezolano. Ah¨ª, en esas p¨¢ginas, estar¨ªamos todos, es decir, los seis que form¨¢bamos parte del taller, y el mism¨ªsimo Arismendi, quien aseguraba estar trabajando ya en un par de cuentos.
Segu¨ªa vehemente, aunque nos ped¨ªa discreci¨®n: no vaya a ser que nos roben la idea, ?ah? Arismendi llegaba a cada encuentro con enormes cantidades de material para nutrir nuestra inspiraci¨®n. ?Vieron lo que sali¨® en la prensa? ?Con la nueva Constituci¨®n se alarg¨® el per¨ªodo presidencial y se aprob¨® la reelecci¨®n inmediata! ?Alguno escuch¨® el discurso de anoche? ?Cinco horas, carajo! ?Estuvo cinco horas hablando! A m¨ª me late que ¨¦se podr¨ªa ser un buen tema: ya Ch¨¢vez ha realizado tantos viajes al exterior que se calcula que, este a?o, le ha dado la vuelta al mundo tres veces. ?Esto no es una revoluci¨®n! ?Es un lujo petrolero! No, no es algo que yo les quiera imponer, pero se me ocurre: cada vez que el Presidente dice que quien no est¨¢ con ¨¦l, est¨¢ contra a ¨¦l, recuerdo la gran tradici¨®n literaria latinoamericana de la narrativa del dictador. S¨®lo es una sugerencia.
Hasta que, una tarde, Jorge dijo que no, que ¨¦l, m¨¢s bien, s¨®lo quer¨ªa escribir un relato sobre su padre. A Arismendi se le arrug¨® el p¨¢ncreas. Jorge ni se dio por enterado. Su padre era un pensionado del Seguro Social. Ten¨ªa casi ochenta, mala salud y peor humor. El cuento era, seg¨²n Jorge, sencillo: con el paso de los a?os, su padre se hab¨ªa ido convirtiendo en un hombre desconfiado, con un gran temor ante lo que lo rodeaba. Ese miedo lo hab¨ªa ido llevando a tener una relaci¨®n enfermiza con el dinero, con el escaso dinero que ten¨ªa. Obsesionado, caminaba todos los d¨ªas hasta una agencia bancaria, cercana a su casa, con la intenci¨®n de constatar que sus ahorros segu¨ªan ah¨ª: en la cuenta que le hab¨ªa dado el Seguro Social. No hab¨ªa manera de convencerlo de lo in¨²til y descabellada que era tal acci¨®n. Se pon¨ªa peor: empezaba a sospechar que por una oscura intenci¨®n estaban intentando evitar que fuera al banco. Algunas veces lleg¨® a hacer el mismo viaje y el mismo tr¨¢mite dos veces: ma?ana y tarde. El desenlace de la historia ten¨ªa que ver con la ma?ana en que el padre de Jorge, saliendo del banco y en plan de regresar a su casa, se detiene frente a un espacio, una breve habitaci¨®n rodeada de vidrios, donde hay cuatro cajeros autom¨¢ticos. Mira el lugar como si lo mirara por primera vez. De repente, parece tocado por una iluminaci¨®n. Como encandilado ante un hallazgo superior, observa c¨®mo la gente consulta su saldo en peque?os papelitos que luego tira al suelo. Aprovecha, entonces, la salida de un cliente para introducirse en el recinto. Desde entonces, cada d¨ªa, pasa horas ah¨ª, recogiendo con alg¨²n disimulo los papeles del suelo y ley¨¦ndolos r¨¢pidamente. A veces sonr¨ªe. Otras, con cierta rabia, devuelve el papel al suelo. En ocasiones se guarda alguno en el bolsillo de su pantal¨®n. Y eso es todo, dijo Jorge.
Nos quedamos por unos instantes en silencio. Yo le pregunt¨¦ si la historia era real. Jorge tan s¨®lo asinti¨®. Arismendi, algo inc¨®modo, le pregunt¨® si su padre era chavista. Mi padre no sabe en qu¨¦ pa¨ªs vive, contest¨® Jorge.
Cuando termin¨® el semestre casi nadie hab¨ªa terminado su cuento. Arismendi dej¨® la universidad, o tal vez lo corrieron, qui¨¦n sabe. No lo volv¨ª a ver sino tres a?os despu¨¦s, en el entierro de Jorge. En todo ese tiempo, la situaci¨®n en Venezuela hab¨ªa empeorado de manera catastr¨®fica. M¨¢s que un pa¨ªs ¨¦ramos un naufragio. Los setenta y cinco mil millones de d¨®lares que, gracias a los altos precios del petr¨®leo, recibi¨® la revoluci¨®n bolivariana, hab¨ªan pasado a formar parte del eterno arte de las evaporaciones de nuestra historial nacional. El pa¨ªs estaba en quiebra. Ten¨ªamos casi dos millones de personas desempleadas. Los ¨ªndices de pobreza no hab¨ªan variado. Las denuncias de casos de corrupci¨®n se multiplicaban lujuriosamente. La ¨²nica obra palpable del gobierno era un nuevo avi¨®n presidencial. Aun as¨ª, el discurso de Ch¨¢vez continuaba siendo un grito de guerra. La sociedad estaba radicalmente dividida. S¨®lo se pod¨ªa ser chavista o antichavista. La violencia era como una humedad que nos empapaba a todos, que nos envolv¨ªa, contenida pero en guardia, siempre a punto de. Se dec¨ªa que desde el gobierno se organizaban brigadas armadas para enfrentar a cualquier disidente. Colgada en un lugar cercano al palacio de gobierno, firmada por las c¨¦lulas bolivarianas, una pancarta dec¨ªa: 'No nos asusten con la muerte porque somos amantes del martirio'.
El 11 de abril, una multitudinaria marcha, convocada por la sociedad civil, fue atacada por las balas de unos francotiradores. Murieron 18 personas. Una de ellas fue Jorge. Yo no estaba ah¨ª, no fui a la movilizaci¨®n. Me enter¨¦ de todo a trav¨¦s del noticiero. Me enter¨¦ de Jorge porque un amigo me llam¨®. En esos momentos todo era confuso. Como si el pa¨ªs se nos hubiera perdido detr¨¢s de los p¨¢rpados. El improvisado alzamiento, torpe y autoritario, no dur¨® tres d¨ªas. Cuando los militares le devolvieron el poder al Presidente, nadie entend¨ªa qu¨¦ pasaba. Un v¨ªdeo le mostr¨® al mundo a algunos de los que dispararon desde un puente en contra de la muchedumbre. El Presidente aclar¨® que se trataba de un caso de defensa personal. Cuando est¨¢bamos en la morgue, esperando el cad¨¢ver de Jorge, un funcionario, algo apenado, nos dijo que todo hab¨ªa sido una lamentable casualidad. El disparo ha podido darle a cualquiera. A ti, a m¨ª, a cualquiera. Mala leche.
Tres meses despu¨¦s vi la rese?a en los peri¨®dicos. Arismendi presentaba un libro de relatos. Por fin aparec¨ªa una foto suya -flaco, alto, no huesudo- en la portada de las p¨¢ginas culturales. No fue dif¨ªcil deducir que hab¨ªa persistido en su objetivo: el libro se llamaba D¨ªas de sangre. El titular de la prensa anunciaba que eran 'historias de un pa¨ªs en resistencia'. La presentaci¨®n se realizar¨ªa el 11 de julio, en la noche y en una importante librer¨ªa, como parte de los actos de conmemoraci¨®n de la masacre del 11 de abril. Hern¨¢n Mart¨ªnez, un dirigente de la sociedad civil opuesto al gobierno, tendr¨ªa la responsabilidad de ejecutar las palabras de honor. Prohibido olvidar.
Llegu¨¦ tarde a la librer¨ªa. Hab¨ªa un grupo bastante grande de personas. Casi todos hablaban sobre el ¨¦xito de la marcha que se hab¨ªa realizado ese mismo d¨ªa. Tambi¨¦n hab¨ªa vino. En una mesa, en una esquina del local, estaban dispuestos peque?os grupos de libros, alrededor de un cartel que repet¨ªa el titular de la prensa: Historias de un pa¨ªs en resistencia. Tom¨¦ un ejemplar y lo oje¨¦ de manera r¨¢pida. Como pellizcando con la vista cada t¨ªtulo, el inicio de cada relato. Hasta que llegu¨¦ al s¨¦ptimo cuento. Se llamaba Saldo en Rojo. Era la historia que hab¨ªa escrito Jorge, la historia de su padre yendo al banco, anclado en una pecera llena de cajeros autom¨¢ticos, recogiendo papelitos. Arismendi hab¨ªa maquillado el relato, agregando, adem¨¢s, la propia experiencia de Jorge, inventando que el anciano era antichavista, un h¨¦roe asesinado en la marcha del 11 de abril. Casi se me cay¨® el libro al suelo. Como una piedra. Estaba paralizado. No sab¨ªa qu¨¦ hacer. Alc¨¦ la cara y trat¨¦ de buscar con la mirada a Arismendi. Nunca lo vi. Luego o¨ª que alguien comentaba que una juez acababa de dejar en libertad a los francotiradores que hac¨ªa tres meses hab¨ªan disparado, desde el puente, en contra de los manifestantes. As¨ª le respond¨ªa el poder a la oposici¨®n. Sent¨ª la lengua llena de ¨®xido. Sal¨ª. La noche s¨®lo fue un aliento verde.
Tom¨¦ un taxi sin saber muy bien a d¨®nde ir. Media hora m¨¢s tarde me encontraba en ese bar de ficheras, cerca del antiguo terminal de autobuses, sentado en la misma mesa de aquella noche. El lugar estaba casi vac¨ªo. Ni siquiera hab¨ªa muchas mujeres. La puerta del ba?o estaba cerrada. No hab¨ªa ninguna gorda con shores y botas baratas. Tampoco una morena p¨¢lida. Ni un borracho impaciente. Pero eso era lo ¨²nico que yo quer¨ªa ver, lo que estaba buscando. Que ah¨ª estuvieran, honestamente borrachas, con las nalgas pegadas al fr¨ªo del suelo, casi abrazadas al altar del inodoro, vomitando, riendo o llorando, riendo y llorando, todo al mismo tiempo As¨ª me qued¨¦, como esperando un instante, un movimiento sin sentido, el simple gesto de pedir un cigarrillo. Esperando o¨ªr los gritos de cualquier hombre perdido en una barra, la botella quebrada, una esquina de vidrio jugando a ser pu?al, unas mujeres mareadas bajo la desnudez de un bombillo. Y yo de pie, mirando un estante lleno de botellas de ron. Y yo, s¨®lo as¨ª, sin entender nada, sin saber qu¨¦ hacer, si quedarme o huir, sin saber en qu¨¦ pa¨ªs vivo.
Alberto Barrera Tyszka
Alberto Barrera Tyszka, naci¨® en Caracas (Venezuela) en 1960. Realiz¨® estudios de Literatura en la Universidad Central y, despu¨¦s de desempe?ar diversos oficios, se dedic¨® a escribir culebrones para las televisiones latinoamericanas. Adem¨¢s de estos guiones y de sus colaboraciones en prensa, ha publicado libros de poemas, relatos y una novela: 'Amor que por dem¨¢s' (poes¨ªa, 1985), 'Edici¨®n de Lujo' (cuentos, 1990), 'Coyote de ventanas' (poes¨ªa, 1993), 'Tal vez el fr¨ªo' (poes¨ªa, 2001), 'Tambi¨¦n el coraz¨®n es un descuido' (novela, 2001).
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