De Casablanca a Marraquech en cinco d¨ªas
Un viaje en coche desde la costa marroqu¨ª hasta la m¨ªtica plaza de Yemaa el Fna
Hay muchas rutas posibles a lo largo y ancho de Marruecos; una de ellas es la que recorre la costa desde Casablanca hasta Esauira. Se deja atr¨¢s la ciudad inmortalizada por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart, y tras atravesar barrios de mansiones blancas y bulevares se llega a la carretera de la costa, la S-130. Pronto aparecen los primeros vendedores ambulantes de frutas y verduras con sus puestos en el arc¨¦n. La gran mezquita de Hassan II, las torres del Twin Center (proyectadas por Ricardo Bofill) y los bares y hoteles de moda de la Cornisa (Corniche) se sienten pronto lejanos. Muy pocos kil¨®metros separan esa ciudad moderna del Marruecos costero y amurallado, de pasado colonial desconocido.
A la izquierda, el Atl¨¢ntico, y a la derecha, un campo verde y aldeas blancas con puertas y ventanas pintadas de azul descascarillado. El olor a oc¨¦ano acompa?a hasta Azemur, a unos 80 kil¨®metros de Casablanca. Es el primer ejemplo de ese pasado ligado al dominio portugu¨¦s, a las invasiones y al comercio de trigo, caballos y esclavos. Las mejores vistas de Azemur se logran antes de entrar en la localidad, desde el puente sobre el estuario del r¨ªo Um er Rabia. La medina, rodeada por la gran muralla de color ocre, esconde un laberinto de casas blancas, adornadas con buganvillas rojas y puertas arqueadas al estilo morisco. Otra buena panor¨¢mica se tiene desde lo alto de la torre de la Casa de la P¨®lvora (Dar el Baroud), integrada en las murallas.
El viaje avanza rumbo al sur, hacia Al Yadida, otra fortaleza amurallada donde se refugiaron los portugueses tras su expulsi¨®n del resto de poblaciones costeras, all¨¢ por 1542. Una ciudad medieval curiosa hasta en sus entra?as. Fama ganada gracias a la llamada Cisterna Portuguesa, una construcci¨®n subterr¨¢nea que sirvi¨® de almac¨¦n: m¨¢s de mil metros cuadrados con b¨®vedas sostenidas por cinco hileras de pilares. Un laberinto bajo tierra que inspir¨® a Orson Welles, quien rod¨® all¨ª algunas escenas de su pel¨ªcula Otelo.
Callejeando por Al Yadida se descubre el puerto, un lugar curioso donde contemplar el ajetreo de la venta de pescado y la preparaci¨®n de las redes. El olor a mar lo invade todo. Para ba?arse hay que ir hasta la abrigada playa de Sidi Buzid, un reducto de paz en esta costa dominada por el dios Eolo. Pr¨®xima parada: Ualidia, otra playa y un buen punto para una parada gastron¨®mica. El plato obligado: las ostras. Moluscos que nacen en los viveros que rodean la bah¨ªa.
Siguiendo por la carretera se llega a Saf¨ª, uno de los puertos m¨¢s importantes, tambi¨¦n famoso por su cer¨¢mica. Gran parte de los jarrones de colores, los platos y las fuentes que se ofrecen en todos los zocos de Marruecos salen de los alfares de Saf¨ª. Las piezas se caracterizan por su amplia gama de colores y sus motivos, casi siempre florales. Adem¨¢s de adquirirla a precios ventajosos, en el barrio de los alfareros se puede contemplar c¨®mo se fabrica.
Esclavos, oro y marfil
La llegada a Esauira, meca de los windsurfistas de media Europa, no enamora, pero la sorpresa se produce al adentrarse en la medina, protegida por una muralla de origen portugu¨¦s y reconstruida por el sult¨¢n Sidi Mohamed Ben Abdallah en 1764 para defender el gran puerto de donde part¨ªan esclavos, oro y marfil. A esa gran fortaleza debe la ciudad su nombre: Esauira significa eso, la bien guardada, aunque en los a?os de dominio portugu¨¦s fue bautizada como Mogador.
La riqueza portuaria atrajo a familias ricas procedentes de todo Marruecos. Y cuentan que la belleza de las mujeres de Esauira sedujo a muchos sultanes. La decadencia de principios del siglo XX cambi¨® pronto a los comerciantes marroqu¨ªes por artistas internacionales, entre ellos Jimi Hendrix, quien dedic¨® alguna de sus canciones a ese para¨ªso atl¨¢ntico. Tambi¨¦n Orson Welles pas¨® por Esauira durante el rodaje de Otelo y film¨® algunas escenas de la pel¨ªcula en su fortaleza.
El viento lleva el canto del almu¨¦dano en el alminar a todos los rincones de la localidad. Es imposible no escucharlo. Su voz se mezcla con los aullidos del viento y se cuela por las paredes inmaculadamente blancas de las casas. Cada vez que suena, la plaza de Mulay el Hassan se vac¨ªa un poquito..., aunque cada vez menos. Los j¨®venes ya no van con asiduidad a la mezquita, y las terrazas siguen abiertas para que los visitantes puedan disfrutar de la tranquilidad de Esauira frente a una taza de t¨¦ de menta. Y es que los turistas son la nueva invasi¨®n de Esauira. Recorren las callejuelas curiosamente cuadriculadas, trazadas a escuadra y cartab¨®n por el ingeniero franc¨¦s Th¨¦odore Cornut; fotograf¨ªan los recovecos de la medina, los montones de redes en el puerto, las barquitas de pesca, los camellos de la playa...; se pierden en el interior de restaurantes, y, si el viento lo permite, tuestan su piel en la playa.
S¨®lo 175 kil¨®metros separan Esauira de Marraquech. Unas tres horas de viaje, que merecen la pena para apreciar la diferencia entre la costa y una de las ciudades m¨¢s m¨¢gicas del interior. A medida que uno se adentra en el coraz¨®n de Marruecos, el azul de las aldeas se ti?e de verde. Y el verde de los campos se disfraza de ocre hasta que vuelve a aparecer el verde. Es el palmeral de Marraquech. Si en la plaza de Mulay el Hassan de Esauira se respira tranquilidad, en la plaza de Yemaa el Fna de Marraquech todo suena a delicioso caos. El mundo en una plaza donde se juntan encantadores de serpientes, int¨¦rpretes del Cor¨¢n, antiguos aguadores y cientos de personas. Durante el d¨ªa, la plaza se vuelve naranja, el color del zumo natural que venden en todos los puestos. Y por las noches, la plaza huele a cusc¨²s, a pinchos morunos, a humo, a d¨¢tiles dulzones, a hierbabuena, a pan de az¨²car, a jengibre... Hay ruido por todas partes, sonidos que salen de viejos transistores, voces en todos los idiomas imaginables, estruendo de cacharros, aplausos ante los faquires. Qu¨¦ gusto cenar en alguno de los chiringuitos de la plaza, tomar un t¨¦ de menta en la terraza del caf¨¦ de Francia y contemplar todo ese fragor humano desde lo alto.
GU?A PR?CTICA
Prefijo: 00212. Moneda: dirham (100 dirhams equivalen a unos nueve euros).
- Iberia (902 40 05 00) vuela hasta Casablanca desde Madrid. Oferta en agosto, 257 euros; despu¨¦s, 266,47. - Royal Air Maroc (902 21 00 10) vuela hasta Casablanca desde Madrid, Barcelona y M¨¢laga. Desde Madrid, en agosto, 328 euros; en septiembre, 316 euros; ambos precios sin tasas. - Distancias: Casablanca se sit¨²a a 343 kil¨®metros de Esauira, y entre esta ¨²ltima ciudad y Marraquech hay 174 kil¨®metros por carretera (el camino de vuelta a Casablanca: 241).
- Hotel Riad al Madina (44 47 59 07 y www.riadalmadina.com). 9, Rue Attarine. Esauira. La doble, 63 euros. - Esauira Apartamentos (44 47 55 38 y www.essauira.com/apartments). Apartamentos (entre dos y ocho personas) ideales para estancias largas. Dirigidos por un suizo enamorado de la localidad. Entre 36 y 72 euros. - Riad Ka?ss (44 44 01 41). 65, Derb Jdid. Marraquech. Unos 150 euros. - La Galia (44 44 59 13). 30, Rue de la Recette. Marraquech. Hotel de culto para los amantes de los riads, las casas t¨ªpicas marroqu¨ªes situadas en el interior de las medinas. Unos 35 euros.
- Restaurant du Port (23 34 25 79). En el puerto de Al Yadida. Especializado en pescados. Unos 12 euros. - Restaurant Laayoune (44 47 46 43). 4 bis, Rue El Hajjali. Esauira. Comida marroqu¨ª. Unos 10 euros. - Restaurant Les Alizes Mogador (44 47 68 19). 26, Rue Scala. Esauira. Cocina t¨ªpica. Men¨² medio: seis euros. - Al Baraka (44 44 23 41). 1, plaza de Yemaa el Fna. Marraquech. Unos 30.
- Turismo de Marruecos en Madrid (915 41 29 95).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.