Cine grande franc¨¦s en un 'thriller' de Leconte y en una genial miniatura de Godard
El genio histri¨®nico de Jean Rochefort rompe desde dentro la pantalla de 'El hombre del tren'
El hombre del tren es cine negro por doble lado, pues conviven en ¨¦l la negrura de un thriller mod¨¦lico y la arrolladora negrura del humor de un inmenso c¨®mico, Jean Rochefort, que hace una interpretaci¨®n eminente, frente a un Johnny Hallyday que ha conseguido con los a?os una explosiva fotogenia de hombre a la deriva. Patrice Leconte ha hecho una pel¨ªcula concisa y emocionante. Destac¨® tambi¨¦n la formidable miniatura de Godard en la segunda entrega de Ten minutes older, en la que hay aportaciones de gran altura de Bertolucci, Szab¨® y Radford.
Estallan de ingenio y de gracia los giros y las tacadas verbales y gestuales de los di¨¢logos y las situaciones de El hombre del tren. El largo d¨²o entre el locuaz Jean Rochefort y el lac¨®nico Johnny Hallyday llena, hace rebosar de talento histri¨®nico la pel¨ªcula que est¨¢ construida con total maestr¨ªa por el escritor Claude Klotz y ha sido primorosamente realizada por un Patrice Leconte inspirad¨ªsimo que, esta vez, se sit¨²a a la altura de sus mejores trabajos, como El marido de la peluquera y El se?or Hire.
Leconte y Klotz son due?os de un talento libre y generoso, y despliegan su ingenio de forma que alimenta a los dos formidables int¨¦rpretes, que se apoderan de ¨¦l y, haci¨¦ndolo suyo, lo hacen nuestro. De ah¨ª la sensaci¨®n de porosidad que invade a El hombre del tren; y la gracia, la comodidad y la emoci¨®n que transmite. En medio de un cine con tendencia a padecer solemnidad, se agradece mucho una pel¨ªcula de esta agilidad y de este discurso tan transparente.
Cuenta El hombre del tren la historia de la s¨²bita y breve amistad entre un viejo profesor de literatura, interpretado por Jean Rochefort, y un atracador profesional, interpretado por Johnny Hallyday, de dura presencia y extra?a sensibilidad para la poes¨ªa. Es un duro y austero samur¨¢i urbano armado hasta los dientes y que arrastra una ¨¢spera forma de soledad que contrasta con la serena, c¨¢lida y amistosa soledad que envuelve a la figura del viejo profesor.
Uno y otro personaje son una especie de r¨¦plica ins¨®lita y singular¨ªsima de aquellos formidables Dos hombres y un destino, que hace d¨¦cadas encarnaron Paul Newman y Robert Redford. El tipo -situado entre la tragedia, la comedia y el esperpento- que borda Jean Rochefort juega a crear ante el espejo y desde el humor m¨¢s refinado un destino tr¨¢gico com¨²n con el atracador de bancos que ha adoptado. Y a su manera consigue fundir su destino con el suyo. Y es una pena que esta preciosa pel¨ªcula vista a su desenlace, que merec¨ªa el privilegio de estar desnudo, con el ropaje de una met¨¢fora un poco confusa y empobrecedora.
M¨¢s cine franc¨¦s lleg¨® en la segunda entrega de la pel¨ªcula colectiva, centrada en diferentes visiones de la idea del tiempo, Ten minutes older, en la que ocho c¨¦lebres directores se a?aden a los otros ocho que llenaron hace unos meses la primera entrega, que fue estrenada en el Festival de Cannes. Los 10 minutos que corresponden a Jean-Luc Godard est¨¢n llenos de un poema visual de gran fuerza, una poderosa antinarraci¨®n que convierte a esta miniatura en un fort¨ªsimo destello de un talento innovador de talla excepcional, un creador de ritmos oscuros y sorprendentes, de inesperadas e imprevisibles cadencias de montaje. La miniatura comprime todo lo que Godard propuso en Elogio del amor, su ¨²ltimo largometraje, que junto a su aportaci¨®n a Ten minutes older supone un intento de conversi¨®n de la pantalla en un ¨¢mbito po¨¦tico puro, de espaldas a todo el cine sabido.
Son tambi¨¦n excelentes las aportaciones a Ten minutes older del italiano Bernardo Bertolucci, el h¨²ngaro Istv¨¢n Szab¨® y el estadounidense Michael Radford. Y, aplastado por este buen cine, siguen desfilando pel¨ªculas insignificantes o fallidas, como el tremebundo ladrillo chino El mejor de los tiempos, dirigido (muy mal) por Chang Tso-Chi; el solemne patinazo del famoso director ruso Andr¨¦i Konchalovski, que en La casa de los locos saca cine retorcido y bastante pobre de una materia argumental muy rica; y la artificiosa y rutinaria comedia -teatro filmado que no llega a ser verdadero cine- Desnudos, dirigida por la alemana Doris D?rrie, donde con mucha soltura y mucho oficio maneja todos los t¨®picos imaginables sobre el amor y el desamor.
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