Barcelona 'petita', Barcelona 'gran'
Recientemente Oriol Bohigas y Oriol Nel.lo han reabierto el debate acerca de la conveniencia de poner l¨ªmites a Barcelona. La Barcelona petita, la de los primeros 100 kil¨®metros cuadrados y un mill¨®n y medio de habitantes que corresponden al municipio de la ciudad condal, no responde ya a ninguna realidad f¨ªsica o social diferenciada de su entorno m¨¢s inmediato. La ciudad real no coincide con los l¨ªmites administrativos, como pone de manifiesto no s¨®lo que el continuo urbano de Barcelona se extiende, como m¨ªnimo, sobre 13 municipios, desde Montgat hasta El Prat, con cerca de 223 kil¨®metros cuadrados y 2,4 millones de habitantes, sino tambi¨¦n que buena parte de las decisiones de trascendencia econ¨®mica y social se toman en espacios ajenos al territorio que conforma el municipio de Barcelona. El desarrollo del aeropuerto (el proyecto Barcelona), la zona de actividades log¨ªsticas (ZAL) del puerto, la ampliaci¨®n de la Fira, el F¨°rum 2004, la operaci¨®n urban¨ªstica del distrito de negocios de la Gran Via, el Centro Direccional de Cerdanyola, el parque empresarial de Viladecans o el frente mar¨ªtimo de Badalona son ejemplos de intervenciones situadas parcial o totalmente fuera de los l¨ªmites administrativos que gobierna el alcalde Clos.
Y no s¨®lo se produce ese desbordamiento en la peque?a escala del municipio de Barcelona. A una escala mayor, la Barcelona gran, la ciudad metropolitana, la de los 4,5 millones de habitantes, desborda ya los l¨ªmites de las siete comarcas consideradas tradicionalmente metropolitanas y se extiende de forma cada vez m¨¢s desparramada por un territorio de m¨¢s de 4.500 kil¨®metros cuadrados y de 200 municipios. Es en el conjunto de esa ¨¢rea metropolitana en el que las personas buscan vivienda y empleo, y en el que las empresas tienden a tomar sus decisiones de implantaci¨®n, representando el espacio en el que realmente se materializan los mercados de la vivienda y de trabajo, de las comunicaciones y de los servicios.
El debate sobre los l¨ªmites de Barcelona y su metr¨®polis no es una cuesti¨®n acad¨¦mica, ni siquiera pol¨ªtica, entendido este t¨¦rmino en su sentido reductor de simple reparto del poder. Afecta al bienestar y a la calidad de vida de los ciudadanos: la ausencia de un aut¨¦ntico gobierno tanto de la petita como de la gran Barcelona ha tenido efectos perversos en el conjunto de la vida ciudadana. La p¨¦rdida de competitividad respecto a otras ciudades del arco mediterr¨¢neo, como Madrid o Mil¨¢n; la dificultad para articular pol¨ªticas sociales eficientes en aspectos de m¨¢xima prioridad, como la vivienda, la integraci¨®n social de los inmigrantes o el progresivo envejecimiento de la poblaci¨®n; la estrechez insoportable de la red de transporte p¨²blico, y muy especialmente del metro; la dificultad intr¨ªnseca para gestionar los espacios de inter¨¦s natural, as¨ª como la incapacidad para controlar de forma integrada un proceso de urbanizaci¨®n cada vez m¨¢s disperso e insostenible. ?stos son algunos de los adversos efectos que ha tenido el d¨¦ficit de gobierno de la ciudad y su metr¨®poli. Y si esos efectos no han sido m¨¢s acusados se debe al enorme esfuerzo desarrollado tanto por la sociedad civil como por los administradores locales para inventar proyectos de inter¨¦s colectivo: Barcelona ha necesitado unas olimpiadas para no perder el paso de Madrid.
La Barcelona petita a?ora una ordenaci¨®n y gesti¨®n integrada que haga de la ciudad central el motor que necesita su ¨¢rea metropolitana y Catalu?a entera. El planeamiento urban¨ªstico, el PGM, que supera los 25 a?os de edad, ha soportado modificaciones que ya se cuentan por miles, sin que nada permita augurar su revisi¨®n a corto o medio plazo. Su modelo territorial, a pesar de haber quedado por completo obsoleto, no puede ser modificado al otorgar la Constituci¨®n plenas competencias urban¨ªsticas a los ayuntamientos, los cuales se muestran celosos de ceder o compartir. En este sentido la estrechez de Barcelona ha imposibilitado actuar como lo ha hecho Madrid, que con sus 600 kil¨®metros cuadrados (si Barcelona tuviese esa extensi¨®n integrar¨ªa 40 municipios, Sabadell incluido), ha podido revisar el planeamiento urban¨ªstico y orientar pol¨ªticas activas en el conjunto del coraz¨®n metropolitano.
Y a escala de la Barcelona gran urge, asimismo, la adopci¨®n de instrumentos de planeamiento y gesti¨®n que delimiten y ordenen de forma racional el desarrollo urbano de forma compatible con los criterios de eficiencia econ¨®mica, equidad social, as¨ª como de respeto a los principios de la ecolog¨ªa y la sostenibilidad. El fracaso de ese eterno nasciturus que es el Plan Territorial Metropolitano, que lleva m¨¢s de una d¨¦cada en redacci¨®n, no es ajeno a la ausencia de un ente de gesti¨®n metropolitano, cuyo embri¨®n fue cercenado por motivos pol¨ªticos (en su sentido reductor) por las leyes de Ordenaci¨®n Territorial de 1987.
Es de destacar, en este sentido, la coincidencia objetiva entre la derecha espa?ola y la catalana en el mantenimiento de una Barcelona d¨¦bil y peque?a. La primera para frenar el riesgo de una doble capitalidad en Espa?a. El mantenimiento de una Barcelona disminuida, de segunda divisi¨®n, facilita el protagonismo de Madrid en la Liga de las estrellas de las ciudades mundiales. No se trata s¨®lo de Ronaldo; tambi¨¦n de asegurar el predominio de Barajas (un bill¨®n de inversi¨®n frente a 250.000 millones de El Prat), que el AVE llegue a Barcelona, si acaba llegando, 15 a?os m¨¢s tarde que a Madrid, o que las principales empresas se ubiquen en la capital de Espa?a. Pero tambi¨¦n la derecha catalana ha jugado el juego de limitar el desarrollo de la ciudad. Se ha opuesto as¨ª, de forma abusiva, una Catalu?a de las comarcas, ret¨®rica y carente de competencias reales, a la Catalu?a de las ciudades. Se ha difundido el mito de la macrocefalia, olvidando que Barcelona ha sido siempre el motor de Catalu?a, con tal de justificar una distribuci¨®n desigual de recursos que ha discriminado a la capital y ha fomentado el clientelismo pol¨ªtico. M¨¢s all¨¢ de ret¨®ricas, la derecha catalana ha creado, orquestado y desarrollado la coartada ideol¨®gica para limitar el poder y protagonismo de Barcelona, en detrimento no s¨®lo de ¨¦sta y de su papel en la esfera internacional, sino tambi¨¦n del conjunto de Catalu?a.
Cabe poner fin a la situaci¨®n insostenible que limita el papel del alcalde de Barcelona a un simple alcalde de barrio, por importante que ¨¦ste sea. Es preciso volver a proclamar ?abajo las murallas!, en este caso el resto de esas murallas, m¨¢s sutiles e intangibles que la Ciutadella, que son los estrechos y artificiales l¨ªmites municipales que impuso la derrota de 1714 y el Decreto de Nueva Planta. Es necesario recuperar para el conjunto del Pla de Barcelona la unidad de gobierno, la municipal¨ªa que a principios de la d¨¦cada de 1980 proclamaban Llu¨ªs Cassassas y Joaquim Clusa. La Barcelona de las Rondas. Y todo ello hay que hacerlo con el m¨¢ximo respeto a la autonom¨ªa y autoestima de los municipios actuales, de forma que los ciudadanos entiendan que es para su propio beneficio.
Y es preciso, tambi¨¦n, reconstruir el gobierno de la Barcelona gran, del ¨¢rea metropolitana real. Una aut¨¦ntica ciutat de ciutats que respetando la singularidad y el protagonismo de los sistemas urbanos que la conforman (Sabadell, Terrassa, Matar¨®, Granollers, Vilanova, Vilafranca y otros muchos) permita articular pol¨ªticas eficaces en los ¨¢mbitos econ¨®mico, social y medioambiental. Todo ello en el contexto de una revisi¨®n del actual modelo de organizaci¨®n territorial que haga de la Catalu?a de las ciudades (y de las vegueries o regiones) el aut¨¦ntico instrumento de vertebraci¨®n nacional del pa¨ªs.
Josep Roca es director del Centro de Pol¨ªtica de Suelo de la UPC.
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