El inquietante nuevo rostro de EE UU
Se est¨¢n produciendo cambios fundamentales en la trayectoria pol¨ªtica de EE UU con respecto a los derechos humanos, nuestro papel en la comunidad de naciones y el proceso de paz en Oriente Pr¨®ximo, la mayor¨ªa de las veces sin debates concluyentes, excepto los que a veces se celebran dentro del Gobierno.
Algunos planteamientos nuevos han evolucionado comprensiblemente desde reacciones r¨¢pidas y juiciosas por parte del presidente George W. Bush ante la tragedia del 11-S, pero otros parecen provenir del n¨²cleo de conservadores que, bajo la tapadera de la proclamada guerra contra el terrorismo, intenta conseguir objetivos que ambicionaba desde hac¨ªa largo tiempo.
Hasta ahora admirado casi universalmente como el principal adalid de los derechos humanos, nuestro pa¨ªs se ha convertido en el primer blanco de respetadas organizaciones internacionales preocupadas por estos principios b¨¢sicos de la vida democr¨¢tica.
Hemos ignorado o perdonado abusos en naciones que apoyan nuestra campa?a contra el terrorismo, mientras arrest¨¢bamos a ciudadanos estadounidenses como 'combatientes enemigos', encarcel¨¢ndoles en secreto e indefinidamente sin que estuvieran acusados de ning¨²n crimen y sin tener derecho a un asesor jur¨ªdico. Esta pol¨ªtica ha sido condenada por los tribunales federales, pero el Departamento de Justicia parece inflexible, y la cuesti¨®n sigue siendo dudosa.
Varios centenares de soldados talibanes capturados permanecen encarcelados en la bah¨ªa de Guant¨¢namo en las mismas circunstancias, mientras el secretario de Defensa declara que no ser¨¢n liberados aunque un d¨ªa se les juzgue y se les declare inocentes. Estas acciones son similares a las de reg¨ªmenes abusivos que hist¨®ricamente han sido condenados por los presidentes estadounidenses.
Aunque el presidente Bush se ha reservado su opini¨®n, la gente se ve inundada por declaraciones del vicepresidente y de otros altos cargos de la Administraci¨®n de EE UU en las que afirman que las armas de destrucci¨®n masiva de Irak suponen una amenaza devastadora y prometen derribar del poder a Sadam Husein, con o sin el apoyo de nuestros aliados.
Como ha sido puesto de relieve en¨¦rgicamente por aliados extranjeros y l¨ªderes responsables de anteriores administraciones y funcionarios de la actual, Bagdad no representa actualmente ning¨²n peligro para EE UU. Enfrentado a un intenso control y a la abrumadora superioridad militar de EE UU, cualquier acci¨®n beligerante por parte de Sadam Husein contra un vecino, o incluso la m¨¢s m¨ªnima prueba nuclear (necesaria antes de la construcci¨®n de armas), una amenaza tangible de emplear un arma de destrucci¨®n masiva o de compartir esta tecnolog¨ªa con organizaciones terroristas, ser¨ªa suicida. Pero es bastante posible que se emplearan esas armas contra Israel o las fuerzas estadounidenses en respuesta a un ataque de EE UU.
No podemos pasar por alto el desarrollo de armas qu¨ªmicas, biol¨®gicas o nucleares, pero una guerra unilateral contra Irak no es la respuesta. Es imperiosamente necesaria la acci¨®n de Naciones Unidas para imponer inspecciones sin restricciones en Irak.
Hemos retado de modo contraproducente al resto del mundo, al renegar de los compromisos estadounidenses con acuerdos internacionales laboriosamente negociados. Los rechazos terminantes a los acuerdos sobre armas nucleares, la convenci¨®n de armas biol¨®gicas, la protecci¨®n del medio ambiente, las propuestas contra la tortura y el castigo a los criminales de guerra, han estado a veces combinados con amenazas econ¨®micas contra aquellos que no est¨¢n de acuerdo con nosotros. Estos actos y afirmaciones unilaterales a¨ªslan cada vez m¨¢s a Estados Unidos de las mismas naciones que necesita que se unan a la lucha contra el terrorismo.
Tr¨¢gicamente, nuestro Gobierno est¨¢ abandonando cualquier patrocinio de negociaciones importantes entre palestinos e israel¨ªes. Al parecer, nuestra pol¨ªtica consiste en apoyar pr¨¢cticamente cualquier acci¨®n israel¨ª en los territorios ocupados y condenar y aislar a los palestinos como blancos generales de nuestra guerra contra el terrorismo, mientras los asentamientos israel¨ªes se ampl¨ªan y los enclaves palestinos encogen.
Todav¨ªa parece existir una lucha dentro de la Administraci¨®n en cuanto a la definici¨®n de una pol¨ªtica comprensible en Oriente Pr¨®ximo. Los claros compromisos del presidente de cumplir resoluciones clave de la ONU y apoyar la creaci¨®n de un Estado palestino han sido esencialmente negadas por las declaraciones del secretario de Defensa de que en sus a?os de vida 'habr¨¢ alguna especie de entidad que ser¨¢ establecida' y por su referencia a la 'as¨ª llamada ocupaci¨®n'.
Esto indica un alejamiento radical de las pol¨ªticas de todas las Administraciones estadounidenses desde 1967, siempre basadas en la retirada de Israel de los territorios ocupados y en una paz aut¨¦ntica entre los israel¨ªes y sus vecinos.
Voces beligerantes y que crean divisi¨®n parecen ser las que dominan ahora en Washington, pero todav¨ªa no reflejan las decisiones finales del presidente, el Congreso o los tribunales. Es crucial que los compromisos hist¨®ricos y bien fundados de Estados Unidos prevalezcan: con la paz, los derechos humanos, el medio ambiente y la cooperaci¨®n internacional.
Jimmy Carter fue presidente de EE UU desde 1977 hasta 1981. ? The Washington Post.
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