Silencios
Hubo un poeta que iba al Caf¨¦ Gij¨®n y all¨ª permaneci¨® callado veinte a?os. Cuando los dem¨¢s cre¨ªan imposible descifrar la naturaleza filos¨®fica de ese silencio, entr¨® en el famoso bar madrile?o una se?orita bell¨ªsima, ante cuya presencia el taciturno personaje se levant¨® de la silla, se le acerc¨® y le grit¨®, en medio de la concurrencia: '?Est¨¢ usted cojonuda!'. El silencioso escond¨ªa detr¨¢s de su disfraz de pensador la caracterolog¨ªa de un imb¨¦cil. Otro habitual del mismo Caf¨¦ Gij¨®n era el cantante y folclorista argentino Atahualpa Yupanqui, cuyo aspecto venerable de indio apesadumbrado y pensativo cre¨® a su alrededor la atm¨®sfera que se siente cuando se tiene cerca la m¨¢s honda sabidur¨ªa. Los dem¨¢s hablaban en su torno, y a lo largo de los a?os ¨¦l mantuvo intacto ese fantasma que se queda en la cara cuando uno no habla por mucho tiempo: la calidad del silencio. Hasta que alguien, alguna vez, narr¨® la historia pendenciera de alguno de los tertulianos de entonces, los dem¨¢s se consternaron o celebraron el lance, y, cuando ya se hizo el silencio total sobre lo sucedido, todos vieron que el silencioso romp¨ªa a hablar. Lo hizo para decir esto: 'El que la hace, la paga'. Los otros entendieron que el silencio tambi¨¦n atesora, adem¨¢s de sabidur¨ªa, algunos sabios lugares comunes. Una vez, el escritor argentino Jorge Luis Borges, que no paraba de hablar, incluso en island¨¦s, fue a ver a Juan Jos¨¦ Arreola, que le ganaba por mucho trecho en el uso de la lengua propia; despu¨¦s de la larga estancia junto a su colega mexicano, le preguntaron a Borges qu¨¦ tal hab¨ªa ido la conversaci¨®n, y el autor de El aleph respondi¨®: 'Muy bien, he podido introducir unos sabios silencios'. Acaso sabio es el mejor adjetivo que le han puesto a silencio, pues generalmente el silencio es sepulcral u ominoso, o se acompa?a del ruido de una claqueta: '?Silencio, se rueda!'; el poeta Francisco Brines dice que tambi¨¦n existe el silencio celestial, pero ¨¦se es tan eterno que no se puede medir. El silencio es una pesada carga en la que nos empe?amos en ver el peso de la inteligencia, cuando a veces s¨®lo transparenta un humo que se evapora en el contacto con el aire y que a veces se resuelve en una frase as¨ª, '?Usted est¨¢ cojonuda!', porque tambi¨¦n es normal que quien ande callado sea porque nada tiene que decir.
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