Palabras

En el pleno del Parlamento andaluz celebrado hace unas semanas el grupo socialista pregunt¨® al Consejo de Gobierno su parecer sobre la c¨¦lebre referencia del presidente Aznar al presidente Chaves. 'Despu¨¦s de Franco -dijo- nadie ha gobernado tanto en Andaluc¨ªa'. Es obvio que el autor de estas palabras no distingue entre dictadura y democracia, o le parece que la segunda es una simple modalidad formal de la primera. A pesar de todo, su frase no lo convierte en dictador. Dictadores son los que promueven y ejercen dictaduras, no los pol¨ªticos incultos y antip¨¢ticos.

En el pleno del Parlamento andaluz que se celebrar¨¢ el jueves que viene ser¨¢ Izquierda Unida quien pregunte otra vez sobre el significado de ciertas palabras; por las que pronunci¨® un consejero de turismo que tuvo la ocurrencia de abrir su coraz¨®n al periodista: 'Yo digo muchas veces que casi ser¨ªa preferible un par de casos de corrupci¨®n al a?o que una administraci¨®n muerta y lenta'. Es obvio que las preferencias de este se?or lo invalidan incluso para gestionar los fondos de una biblioteca de barrio; cualquier d¨ªa puede verse en la encrucijada que describe y sentir el honesto deber de elegir entre esas dos opciones. Sin embargo, su frase tampoco lo convierte en un pol¨ªtico corrupto. Pol¨ªticos corruptos no son los que cometen actos fallidos, sino los que cometen corrupci¨®n.

En cambio, si extendi¨¦ramos a estos dos casos la doctrina del PP, Aznar s¨ª ser¨ªa un dictador y el consejero un corrupto. Para el PP no hay diferencia entre acciones y palabras. Un partido -dice la ley recientemente aprobada- es ilegal si promueve la persecuci¨®n de las personas y tambi¨¦n si la justifica.

En el otro extremo est¨¢n quienes piensan que en una verdadera democracia nunca se puede delinquir con la palabra; que no es lo mismo asesinar que justificar un asesinato; que exculpar la violaci¨®n de los derechos humanos es repugnante, pero que esa justificaci¨®n no convierte a quien la realiza en un torturador de personas.

La libertad es incompatible con el delito de opini¨®n; pero hay palabras que son algo m¨¢s que el simple veh¨ªculo de una idea. En su libro C¨®mo hacer cosas con palabras, J.L. Austin dice que algunas palabras tienen el mismo poder que las acciones. 'Se levanta la sesi¨®n' o 'queda inaugurado este pantano' no son meras declaraciones simb¨®licas; son acciones, y tienen el mismo efecto que levantar una piedra y cambiarla de lugar. Antes de que una alcaldesa diga 'yo os declaro marido y mujer', los contrayentes eran personas solteras que dejan de serlo inmediatamente despu¨¦s de la formulaci¨®n de la frase. Ciertas palabras no s¨®lo dicen cosas; tambi¨¦n las hacen. Las palabras de los pol¨ªticos tienen este desmesurado poder, y por eso mismo deben estar tan controladas como sus declaraciones de la renta y tan limitadas como sus actividades econ¨®micas. Aunque justificar el delito no puede equipararse nunca a lo que hace el delincuente, no es lo mismo que esa justificaci¨®n se produzca en un ¨¢mbito privado o que se haga desde una tribuna p¨²blica, donde la minimizaci¨®n del delito se convierte en una invitaci¨®n a cometerlo.