El buen rey
La historia circulaba por la Espa?a del Siglo de Oro, y aun antes, en romances, teatro, leyendas: el se?or feudal, el arist¨®crata, el militar, abusaban de una villana; el pueblo, o su representante encargado de defender a la chica, se alzaba, mataba al culpable, y as¨ª contraven¨ªa un orden social establecido, por el cual el siervo no tiene derecho a alzarse contra las clases superiores y hab¨ªa que ajusticiarle.
Pero estaban ocurriendo algunas cosas, entre otras, la conversi¨®n de Espa?a en una unidad, cuesti¨®n que tanto nos vuelve a importar ahora, y en un absolutismo mon¨¢rquico: un solo se?or sobre todos los se?ores. Se trataba tambi¨¦n de que el pobre pueblo, que tan mal lo pasaba entre hambrunas y enfermedades, tuviera honra, o sea, que fuera 'persona'.
Perib¨¢?ez y El Comendador de Oca?a
De Lope de Vega. Versi¨®n: J. M. D¨ªez Borque. Int¨¦rpretes : Pepa Pedroche, Marta Belenguer, Carmen del Valle, Manolo Cal, Jacobo Dicenta y Joaqu¨ªn Notario, entre otros. Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico. Vestuario: Lloren? Corbera. Escenograf¨ªa: Jos¨¦ Berrondo. Director: Jos¨¦ Luis Alonso de Santos. Teatro Pav¨®n.
Honor y honra se utilizaron en los siglos posteriores en una especie de represi¨®n que ejerc¨ªa la misma v¨ªctima o sus iguales justicieros. Pero ¨¦ste es un asunto muy largo. El teatro, tan censurado y perseguido, se fue convirtiendo en lo que ahora es la televisi¨®n de estado -o de gobierno- y los autores divulgaban las teor¨ªas necesarias para el absolutismo y, desde luego, la religi¨®n. Perib¨¢?ez y el comendador de Oca?a es un hecho m¨¢s de aquella propaganda. Como Fuenteovejuna o El alcalde de Zalamea, rinde ese servicio: pero al mismo tiempo halaga al pueblo. En la Espa?a revolucionaria, hasta en el teatro ambulante, o en las traducciones alemanas y sovi¨¦ticas, serv¨ªa para justificar al pueblo y su insurrecci¨®n. Cierto que si uno ve en
esta misma versi¨®n al rey Enrique, el Justiciero, no puede sacar m¨¢s idea de que se trata de un rey imb¨¦cil, y la intervenci¨®n de la reina a favor de la aldeana violada, como cuesti¨®n de feminismo.
El drama es seco y duro, dentro de lo que Lope se permit¨ªa. El t¨ªtulo ya parece el de un duelo entre iguales; la serie de cr¨ªmenes a que se ve obligado Periba?ez, no s¨®lo por su honor, sino, sobre todo, por su amor y por su defensa, es r¨¢pida y pone un cierre final fuerte y violento: la sensaci¨®n que puede tener un espectador preparado es la de que ¨¦se es el verdadero conflicto, o el que interesaba a Lope, y que el final con rey y reina es un puro a?adido para justificarlo todo y servir al absolutismo, pero que no tiene mayor importancia: un happy end como tantos.
Me parece que ¨¦se es el sentido en el que han trabajado el director y el versionista. La versi¨®n es limpia, borra algunos arca¨ªsmos, limita alg¨²n tiempo del que a nosotros nos parece in¨²til, centra la comedia. La direcci¨®n, desgraciadamente, rellena ese tiempo ganado en la ejecuci¨®n del drama con musiquillas, y le da un tono azarzuelado y un poco ?o?o. El traidor es muy traidor, el amoroso es exclusivamente amoroso y en el comendador se respeta algo importante en Lope, que tan dado era a la mujer: no es un p¨¦rfido, sino un enamorado, que, al final, pide perd¨®n. Los actores tienen el tonillo de los cantantes de zarzuela cuando hablan, pero no tienen su solvencia ni su m¨²sica cuando cantan. No importa. El p¨²blico respeta al teatro cl¨¢sico, ama con justicia a Lope y se queda impresionado por la justicia real, que es tan importante ahora -por la democracia autocr¨¢tica- como antes.
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