De asombro en asombro
El asombro es, como bien saben los publicitarios, un motor psicol¨®gico para fijar la atenci¨®n de las personas. No es una tonter¨ªa: cualquier cosa -seres humanos, negocios, valores, productos- compite hoy por nuestra atenci¨®n y nuestro tiempo. Gracias al asombro que nos producen percibimos algunas de esas cosas e ignoramos tranquilamente otras. Es un mecanismo elemental, que es saludable tener presente, sobre todo, cuando se acercan prodigiosas campa?as electorales o no menos pasmosas guerras globales cuyo objetivo es secuestrar la libertad de asombrarnos.
El asombro, como m¨¦todo de persuasi¨®n contempor¨¢neo, lleva aparejado ese tremendo principio: quien la dice, o la hace, o la tiene, m¨¢s grande se lleva el gato al agua; es decir, unos minutos de nuestro tiempo, que ese es nuestro verdadero capital. El caso paradigm¨¢tico de ese asombro -el ?ohhhhhhhh! colectivo se oy¨® en Pek¨ªn- es el de la superbandera espa?ola instalada en Madrid hace unas semanas. El asombro persigue, como objetivo final, que nadie pueda ignorar lo asombroso. El ¨²nico problema est¨¢ en que actualmente el pasmo est¨¢ por todas partes y abarca asuntos folcl¨®ricos como el de la bandera, pero tambi¨¦n asuntos graves como los presupuestos del Estado: un desconcierto de falta de transparencia y opacidad.
El problema de que lo asombroso sea omnipresente y constante es que quien pretenda fascinarnos acabe haciendo el rid¨ªculo o ense?ando las verg¨¹enzas personales, pol¨ªticas o de cualquier otro pelaje. Y que entonces, en vez de admirarnos, nos riamos en las barbas de quien persiga ese no va m¨¢s o, directamente, incluyamos lo desconcertante en la parada de los monstruos. Tal ser¨ªa el caso, por ejemplo, del asombro que produce a tanta gente que el Gobierno espa?ol y el Gobierno vasco no se sienten a dialogar de una vez. O que un ministro diga, tan tranquilo, que si la vivienda sube de precio es porque todos somos mucho m¨¢s ricos. O que el se?or candidato Artur M¨¢s exhiba la necesidad de un Estatuto como si estuvi¨¦ramos en la predemocracia, ignorando, de paso, que si damos por v¨¢lido que estamos en situaci¨®n predemocr¨¢tica, buena parte de la responsabilidad es de su predecesor y mentor. Maravillosa escalada de monstruos.
Entre tanto asombro perpetuo pasan inadvertidas cosas verdaderamente asombrosas. Llevo un peque?o archivo de inventos incre¨ªbles -y reales- del que voy a dar tres ejemplos recientes. Uno: un tel¨¦fono instalado en los dientes permite recibir llamadas, escuchar m¨²sica o conectarse a Internet. Dos: un rat¨®n castrado hace de semental de cabras y cerdos; el rat¨®n lleva ocho minitest¨ªculos en la espalda que sintetizan el semen de cabra o de cerdo. Tres: un mosquito transg¨¦nico puede sustituir a los mosquitos transmisores de malaria y lograr as¨ª erradicarla. En este ¨²ltimo caso, y esta es la gracia, alguien deber¨ªa inventar algo para aniquilar los mosquitos naturales, ?a qui¨¦n le cabe en la cabeza tal posibilidad?, ?por d¨®nde empezar?
Pero, sobre todo, ?no es asombroso que a alguien se le ocurran ideas como ¨¦stas? No se trata ya de pensar en la utilidad de llevar un tel¨¦fono en vez de una muela, de que un rat¨®n insemine a una cabra o de tener que eliminar todos los mosquitos del planeta: el asombro es que esos inventos nos fuerzan a imaginar un futuro as¨ª. Esta es la clave secreta de tanto asombro constante: quienes lo provocan quieren controlar el futuro, nuestro futuro. Y la conquista del futuro comienza por la conquista de la imaginaci¨®n. Est¨¢ clar¨ªsimo. A partir de aqu¨ª es f¨¢cil prever las futuras acusaciones de conservadurismo retr¨®grado a todos aquellos que, simplemente, desean vivir el presente, sin ir de asombro en asombro.
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