El desnudo del hombre
Las mujeres, las feministas, se quejaron siempre de que los hombres las trataran como meros 'objetos de placer', pero ?cu¨¢nto no habr¨ªa dado un hombre por recibir ese fastuoso aprecio? Los hombres han debido ganar t¨ªtulos y premios Grammy, carreras de f¨®rmula 1 y millones de d¨®lares para que una mujer se derritiera por ellos, mientras a las mujeres les bastaba con ser hermosas para causar guerras o provocar suicidios sin fin. Raramente una mujer se mata por una pasi¨®n, pero los hombres han ca¨ªdo como moscas; sin olvidar que en ocasiones se llevaron por delante el coraz¨®n que los repudiaba.
En las revistas t¨ªpicamente femeninas, los personajes masculinos que aparecen por sus p¨¢ginas son duques, ministros o banqueros, mientras que en las que siempre fueron revistas para hombres, las pornogr¨¢ficas, nadie se interesaba por el grado de instrucci¨®n o el nivel econ¨®mico de las chicas que las abastec¨ªan. Si el sue?o de la mujer ha sido ser considerada sujeto, el sue?o de un hombre fue despertar la locura en cuanto objeto, una esperanza que se fue saldando sin porvenir.
El pene, ese ¨®rgano que no supera los chistes procaces, ha comenzado a circular abiertamente entre los objetos de intercambio dentro del juego ahora m¨¢s cosificador de las mujeres
La publicidad busca en los bultos y pliegues masculinos el fil¨®n que agot¨® en los frunces y vol¨²menes femeninos, pero aquel fil¨®n turb¨® m¨¢s que este perfume de aguada testosterona
Con la demanda homosexual y la demanda estimulada femenina, los hombres apuestos y bien dotados pueden aparecer en los medios como productos pornogr¨¢ficos puros
?Ha terminado ahora la penitencia? Yves Saint Laurent acaba de emplear, acaso por primera vez en la historia de la publicidad, un desnudo masculino con el sexo frontal y expl¨ªcito. El fastuoso modelo que se recuesta sensualmente en un lecho se llama Samuel de Cubber, subcampe¨®n del mundo de aikido, cuya desnudez ha desatado alg¨²n clamor en Francia, el ¨²nico pa¨ªs donde treinta a?os antes el mismo Saint Laurent pos¨® desvestido y con gafas para promocionar su primer perfume varonil. ?Se ha escandalizado la autoridad francesa? ?Se han escandalizado los hombres? ?Las mujeres? Las mujeres protestaron hist¨®ricamente por la utilizaci¨®n de las carnalidad femenina como reclamo. A¨²n en estos d¨ªas, las feministas han denunciado con ferocidad la campa?a de Dior para su perfume Addict porque se observa a una joven dej¨¢ndose caer, ba?ada en sudor y vencida por el vah¨ªdo preorg¨¢smico.
Las feministas de toda la vida llevaron mal el reclamo de la t¨ªa buena, pero ?es imaginable una protesta parecida entre la poblaci¨®n masculina? Claro que no. Secretamente, el hombre anhelaba que sucediera algo as¨ª como lo de Samuel de Cubber para YSL, aunque, indudablemente, nunca habr¨ªa deseado que el acontecimiento sobreviniera en un momento tan descolorido. En un momento en el que ya, tras la masiva oferta del desnudo femenino en la publicidad, en la moda, la televisi¨®n o el cine, el desnudo, en general, ha perdido energ¨ªa y su divulgaci¨®n ha venido a trivializarlo.
Se encuentra, pues, el hombre con el chasco de que cuando el director creativo Tom Ford lanza, inspirado en su homosexualidad, la figura de un atlante entregado a la m¨¢xima contemplaci¨®n lujuriosa, la lujuria del desnudo se resiente por el uso. Efectivamente, el hombre es hoy m¨¢s objeto sexual que nunca, y las revistas femeninas no cesan de espolear sexualmente a sus lectoras para que sean m¨¢s frescas y desenfadadas, pero la liza se ha deteriorado mucho; las chicas son m¨¢s guerreras, pero la batalla ha perdido, a su vez, encarnizamiento.
En la publicaci¨®n Mujer21 se dec¨ªa: 'Sexo sin amor. ?Y qu¨¦? Hasta hace poco, que el hombre se desahogara con relaciones sexuales y sin compromiso de una sola noche era sin¨®nimo de macho, pero que la mujer hiciera lo mismo no estaba bien visto. Las cosas, no obstante, han cambiado. En ning¨²n momento te tienes que sentir culpable o rara por actuar de esta manera'. Tratan de no sentirse raras ni culpables y no pocas veces las nuevas adolescentes lo consiguen. De hecho, la mercanc¨ªa carnal masculina va aline¨¢ndose en el mismo anaquel que la mercanc¨ªa femenina, y el modelo de la buena chica, sexualmente correcta y relativamente pasiva, se reemplaza por un activismo libertario que llega a su cima en los escritos de furiosas feministas como Victoria Woodhull y Edma Goldman o en los movimientos del tipo No More Nice Girls, no m¨¢s chicas monas.
Las chicas modernas odian ser monas, no quieren ser objetos; quieren ser, como supuestamente fueron los hombres, sujetos de acci¨®n. La nueva idea del pene sirve como elocuente referencia. El pene, ese ¨®rgano que no superaba las barreras de las groser¨ªas masculinas, los chistes procaces o la consulta del andr¨®logo, ha comenzado a circular abiertamente entre los objetos de intercambio dentro del juego ahora m¨¢s cosificador de las mujeres. No es casualidad, por tanto, que la clara visi¨®n del pene en el anuncio constituya el punto crucial de la llamativa publicidad para el perfume M7, el n¨²mero siete de los perfumes masculinos de Yves Saint Laurent.
Las chicas fueron siempre objeto de tasaci¨®n, y sus proporciones se ponderaban de acuerdo al orden de belleza que pautaba la libido de los hombres. ?No era hora de que a la igualaci¨®n de los sexos correspondiera una calificaci¨®n paralela a partir del gusto particular de la mujer? Los hombres cuartearon a la mujer objeto para examinarla mejor y la fragmentaron para degustarla a trozos: el cuello, los pechos, las piernas, los labios, el culo. Ahora, no obstante, la liberaci¨®n del hombre como sujeto dominante -su liberaci¨®n de estar sujeto al duro dominio- ha permitido la oportunidad de tratarlo como objeto y de acceder a lograr, como sucede a los objetos, el grado supremo de la seducci¨®n.
Simplemente objetos
En la actualidad, con la demanda homosexual, de un lado, y la estimulada demanda femenina, de otro, los hombres apuestos y bien dotados pueden aparecer en los medios como productos pornogr¨¢ficos puros -no como maridos, ni como padres, ni como empresarios ricos, delanteros centros o estrellas del rock, sino simplemente como t¨ªos-. Hasta hace poco se asum¨ªa que las mujeres conced¨ªan relativa importancia a la compostura f¨ªsica del var¨®n, y si se trataba del pene, se supon¨ªa que las mujeres no dec¨ªan nada o no ten¨ªan nada que decir. ?El tama?o? Eso era un complejo masculino. Pero hoy, transformada la relaci¨®n, independizada la mujer, ellas aspiran sabiamente, en correlaci¨®n a las demandas masculinas, a las mejores condiciones f¨ªsicas del amante. Solicitan no ya sujetos con bienes econ¨®micos y capacidad fertilizante, ¨²tiles para casarse y tener hijos, sino (tambi¨¦n) estimables objetos de placer. La asimetr¨ªa sexual en la que el hombre aparec¨ªa siempre dispuesto para el sexo mientras la mujer lo administraba avaramente como un recurso para el intercambio, provoc¨® profundos resentimientos machistas que siguen llevando hasta el mismo apu?alamiento, pero ahora la paz consiste en que no s¨®lo la mujer, sino tambi¨¦n el hombre, puedan ser, rec¨ªprocamente, objetos de degustaci¨®n y, por tanto, susceptibles de auditor¨ªa, despiece, comparaci¨®n, peso y medida.
Ni la mujer necesita hoy a un hombre para salir de noche ni tampoco para ser madre. Desde esta perspectiva se ve el cuerpo masculino con otros ojos. Pero ?qu¨¦ ojos son ¨¦sos? Desgraciadamente para los hombres, no son los ojos m¨¢s candentes que disfrutamos y sufrimos nosotros, sino que en estos momentos la mirada lasciva se ha desgastado por una megaoferta sexual que ha saturado hasta a los pobres ni?os franceses.
La publicidad busca en los bultos y pliegues masculinos el fil¨®n que ya agot¨® en los frunces y vol¨²menes femeninos, pero aquel fil¨®n turb¨® incomparablemente m¨¢s que este perfume de aguada testosterona. La heterosexualidad, adem¨¢s, se ha vuelto m¨¢s d¨¦bil como consecuencia de la igualaci¨®n y hasta vive en crisis tras la proliferaci¨®n de la polisexualidad y los queers. Porque ya no se cuentan dos, sino doce o mil sexos en presencia. Con ello, la gran tensi¨®n bipolar entre el hombre-hombre y la mujer-mujer se afloja, como tambi¨¦n cede la frontera entre el bien y el mal, la derecha y la izquierda, lo feo y lo hermoso. El mestizaje, el consenso, la mezcla, la gama, lo invade todo y confunde tanto como desmaya el sabor. Un desnudo frontal masculino en la pantalla es una noticia, pero ?c¨®mo comparar su impacto con lo que fuera entonces el resplandor mundial de Brigitte Bardot?
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