Mis t¨ªos narradores
Aunque fue publicado por primera vez en 1961 en una revista literaria, Meu tio iauaret¨º, de Guimar?es Rosa, fue escrito antes de Gran Sert¨®n: veredas (Alianza), que apareci¨® en 1956. Haroldo de Campos, ya en 1967, opinaba que Meu tio iauaret¨º constituye el grado m¨¢s alto que alcanzaron los experimentos de Guimar?es con la prosa narrativa. Evocando a Ovidio y citando a Ezra Pound, Haroldo de Campos afirma que el relato incorpora el momento m¨¢gico de la metamorfosis. El traductor franc¨¦s del libro, Jacques Thi¨¦rot, lo cita en el pr¨®logo de su elaborada versi¨®n: 'Entonces no es la historia la que cede el primer plano a la palabra, sino la palabra que, imponi¨¦ndose en el primer plano, configura el personaje y la acci¨®n para reconstituir la historia. El cuento es un largo mon¨®logo-di¨¢logo (el di¨¢logo est¨¢ sobreentendido, pues ¨²nicamente el protagonista pregunta y responde) de un cazador de jaguares, perdido en la soledad de las gera?s, que recibe en su caba?a la visita inesperada de un viajero cuyos compa?eros se han perdido'. Es necesario agregar que, entre las m¨²ltiples ambig¨¹edades de ese texto singular, la presencia del visitante silencioso no es la menor: si el lector piensa al principio que realmente se ha extraviado en el sert?o, poco a poco empieza a preguntarse si no ha llegado hasta ah¨ª con el fin de matar al monstruo en su guarida, como Teseo al Minotauro en el centro del laberinto.
El cuento es un largo mon¨®logo-di¨¢logo de un cazador de jaguares, en el que el cazador se animaliza y los jaguares van volvi¨¦ndose m¨¢s humanos
Sus t¨ªos narradores se llamaban Gogol, Cervantes, Shakespeare. Lo transportaron a un mundo m¨¢s grande que el de su fatalidad familiar
El cazador, un mestizo que recibe la paga de un hacendado para matar jaguares, y que al principio cumple con su tarea sin ning¨²n problema, va entrando insensiblemente en el aura de sus v¨ªctimas, que ejercen sobre ¨¦l una fascinaci¨®n creciente, hasta tal punto que, no solamente se arrepiente de sus cr¨ªmenes y deja de matarlas, sino que empieza a convivir con ellas, y pretende que ellas lo han adoptado: 'Pero yo soy una onza. Tengo un t¨ªo jaguaret¨¦, hermano de mi madre, toutira'. En tup¨ª, esta palabra significa t¨ªo materno, de modo que el cazador, para definir su parentesco con los jaguares, reivindica una filiaci¨®n matrilineal, corriente en muchas culturas, donde los hermanos de la madre sustituyen al padre en las diferentes etapas de la educaci¨®n de los ni?os, aprendizaje, iniciaci¨®n, integraci¨®n al grupo, etc¨¦tera. Esta filiaci¨®n matrilineal con el jaguar que evoca el cazador implica desde luego un retorno a sus or¨ªgenes, pero no en un retroceso biol¨®gico, sino m¨¢s bien en un orden cultural, porque su padre biol¨®gico es justamente un blanco, y el jaguar pertenece al ¨¢mbito cultural de su madre india.
A pesar del minucioso trabajo
del traductor, buena parte de la riqueza ling¨¹¨ªstica de Meu tio iauaret¨º, como las resonancias m¨²ltiples que ciertos vocablos despiertan sin duda en el lector brasile?o, se pierde para un lector extranjero, y muchas de sus connotaciones deben ser restituidas o explicadas en notas al final del libro, algunas de la mano misma de Guimar?es, que constituyen verdaderos suplementos po¨¦ticos al texto, como la explicaci¨®n del t¨¦rmino vereda que le da en una carta a su traductor italiano. Pero la situaci¨®n narrativa y sus implicaciones culturales quedan intactas, y tienen un alcance universal. En cuanto a la narraci¨®n propiamente dicha, las modulaciones r¨ªtmicas del mon¨®logo, el esclarecimiento progresivo de la trama, la alternancia del relato con la irrupci¨®n constante de sobresaltos afectivos y emotivos a trav¨¦s de interjecciones, onomatopeyas y de una especie de mon¨®logo interior que de tanto en tanto se expresa en voz alta y se transforma en soliloquio,as¨ª como las repeticiones y el sutil entrelazamiento tem¨¢tico, le dan al texto una evidencia art¨ªstica inmediata. Tal vez los momentos po¨¦ticos m¨¢s intensos sean aquellos en que el cazador evoca a los jaguares: una riqueza sensorial inusitada, menos por las evidentes asociaciones er¨®ticas que por la variedad de sensaciones t¨¢ctiles, olfativas, visuales, auditivas y aun gustativas, una diversidad de texturas y de colores en la descripci¨®n de las piel del jaguar, y una prosa fluida, blanda y el¨¢stica a la vez para expresar sus movimientos, recuerdan a veces la opulencia descriptiva de los poetas decadentes, o el bestiario on¨ªrico y la selva imaginaria del aduanero Rousseau, creando, con el paisaje y los personajes tan inmediatamente realistas, un contraste inusual. Por ¨²ltimo, el tema de la metamorfosis es tratado con la ambig¨¹edad justa que, a partir de Kafka, entre otros, el g¨¦nero fant¨¢stico recomienda, dejando flotar una indefinici¨®n del sentido entre los hechos efectivos y su posible interpretaci¨®n metaf¨®rica. De esa manera, la transformaci¨®n del cazador es indudablemente psicol¨®gica y cultural, pero no necesariamente f¨ªsica, como ocurre tambi¨¦n en algunos otros relatos fant¨¢sticos latinoamericanos del mismo periodo (Axolotl, de Julio Cort¨¢zar, por ejemplo).
La especificidad brasile?a no
anula sino que m¨¢s bien enriquece el alcance universal del texto,porque expresa con el sabor ¨²nico de un idioma, una ¨¦poca y un lugar, un conflicto constante, en cualquier tipo de sociedad. Su hallazgo m¨¢s singular es esa filiaci¨®n matrilineal que el cazador reivindica, puesto que en la sustituci¨®n del padre biol¨®gico por uno o varios t¨ªos maternos podr¨ªa detectarse una tentativa de superar la fatalidad biol¨®gica a trav¨¦s de un parentesco que constituye una aut¨¦ntica instituci¨®n social y cultural. A esa filiaci¨®n ser¨ªa err¨®neo interpretarla como una supuesta regresi¨®n indigenista o naturista,porque expresa m¨¢s bien, por parte del narrador, de quien no debemos ignorar que es un asesino a sueldo contratado para exterminar a los jaguares, una tentativa de reconciliaci¨®n, en la que hombres, animales y paisaje son englobados en una s¨ªntesis m¨¢s rica que el conflicto que los opone. Al mismo tiempo que el cazador se animaliza, los jaguares van volvi¨¦ndose m¨¢s humanos, con rasgos individuales, no solamente f¨ªsicos, sino tambi¨¦n psicol¨®gicos, y hasta tienen nombres propios. A pesar de su evidente ferocidad, el cazador despierta tambi¨¦n nuestra compasi¨®n, puesto que su mestizaje representa para ¨¦l la misma carga que para el Minotauro supone la conformaci¨®n monstruosa surgida de una c¨®pula contra natura. Pero vale la pena imaginar qu¨¦ hubiese pasado si, en determinado momento, el monstruo de Creta, repudiando el coito bestial, hubiese reconocido su estirpe en los j¨®venes que mandaban de Atenas para el sacrificio en vez de devorarlos.
Los momentos m¨¢s fecundos de la cultura son aquellos en los que, separ¨¢ndose de la fatalidad biol¨®gica o de una tradici¨®n demasiado r¨ªgida que a veces se pretende tan inexorable como esa fatalidad, ciertos grupos o individuos reivindican una filiaci¨®n novedosa. Para que ning¨²n etn¨®logo profesional se indigne con estas extrapolaciones, limit¨¦monos a la narrativa y tomemos el caso, por ejemplo, de Dostoievski. Es sabido que su padre, que muri¨® asesinado, fue para ¨¦l una fuente inagotable de problemas morales, psicol¨®gicos y f¨ªsicos. A esa fatalidad familiar, en tanto que novelista, le opuso una filiaci¨®n propia, personal, una filiaci¨®n cultural semejante a la del cazador de Guimar?es. Sus t¨ªos narradores se llamaban Gogol, Cervantes, Shakespeare, Homero. Transport¨¢ndolo a un mundo m¨¢s grande y m¨¢s flexible que el de su fatalidad biol¨®gica y familiar, no solamente lo salvaron, sino que lo hicieron uno de los suyos, apto a transmitir no ¨²nicamente una visi¨®n propia, sino tambi¨¦n, como ellos, una tradici¨®n renovada. ?l mismo se convirti¨® a su vez en la divergencia posible capaz de arrancar al mundo de su est¨²pido determinismo.
Aunque fue publicado por primera vez en 1961 en una revista literaria, Meu tio iauaret¨º, de Guimar?es Rosa, fue escrito antes de Gran Sert¨®n: veredas (Alianza), que apareci¨® en 1956. Haroldo de Campos, ya en 1967, opinaba que Meu tio iauaret¨º constituye el grado m¨¢s alto que alcanzaron los experimentos de Guimar?es con la prosa narrativa. Evocando a Ovidio y citando a Ezra Pound, Haroldo de Campos afirma que el relato incorpora el momento m¨¢gico de la metamorfosis. El traductor franc¨¦s del libro, Jacques Thi¨¦rot, lo cita en el pr¨®logo de su elaborada versi¨®n: 'Entonces no es la historia la que cede el primer plano a la palabra, sino la palabra que, imponi¨¦ndose en el primer plano, configura el personaje y la acci¨®n para reconstituir la historia. El cuento es un largo mon¨®logo-di¨¢logo (el di¨¢logo est¨¢ sobreentendido, pues ¨²nicamente el protagonista pregunta y responde) de un cazador de jaguares, perdido en la soledad de las gera?s, que recibe en su caba?a la visita inesperada de un viajero cuyos compa?eros se han perdido'. Es necesario agregar que, entre las m¨²ltiples ambig¨¹edades de ese texto singular, la presencia del visitante silencioso no es la menor: si el lector piensa al principio que realmente se ha extraviado en el sert?o, poco a poco empieza a preguntarse si no ha llegado hasta ah¨ª con el fin de matar al monstruo en su guarida, como Teseo al Minotauro en el centro del laberinto.
El cazador, un mestizo que recibe la paga de un hacendado para matar jaguares, y que al principio cumple con su tarea sin ning¨²n problema, va entrando insensiblemente en el aura de sus v¨ªctimas, que ejercen sobre ¨¦l una fascinaci¨®n creciente, hasta tal punto que, no solamente se arrepiente de sus cr¨ªmenes y deja de matarlas, sino que empieza a convivir con ellas, y pretende que ellas lo han adoptado: 'Pero yo soy una onza. Tengo un t¨ªo jaguaret¨¦, hermano de mi madre, toutira'. En tup¨ª, esta palabra significa t¨ªo materno, de modo que el cazador, para definir su parentesco con los jaguares, reivindica una filiaci¨®n matrilineal, corriente en muchas culturas, donde los hermanos de la madre sustituyen al padre en las diferentes etapas de la educaci¨®n de los ni?os, aprendizaje, iniciaci¨®n, integraci¨®n al grupo, etc¨¦tera. Esta filiaci¨®n matrilineal con el jaguar que evoca el cazador implica desde luego un retorno a sus or¨ªgenes, pero no en un retroceso biol¨®gico, sino m¨¢s bien en un orden cultural, porque su padre biol¨®gico es justamente un blanco, y el jaguar pertenece al ¨¢mbito cultural de su madre india.
A pesar del minucioso trabajo
del traductor, buena parte de la riqueza ling¨¹¨ªstica de Meu tio iauaret¨º, como las resonancias m¨²ltiples que ciertos vocablos despiertan sin duda en el lector brasile?o, se pierde para un lector extranjero, y muchas de sus connotaciones deben ser restituidas o explicadas en notas al final del libro, algunas de la mano misma de Guimar?es, que constituyen verdaderos suplementos po¨¦ticos al texto, como la explicaci¨®n del t¨¦rmino vereda que le da en una carta a su traductor italiano. Pero la situaci¨®n narrativa y sus implicaciones culturales quedan intactas, y tienen un alcance universal. En cuanto a la narraci¨®n propiamente dicha, las modulaciones r¨ªtmicas del mon¨®logo, el esclarecimiento progresivo de la trama, la alternancia del relato con la irrupci¨®n constante de sobresaltos afectivos y emotivos a trav¨¦s de interjecciones, onomatopeyas y de una especie de mon¨®logo interior que de tanto en tanto se expresa en voz alta y se transforma en soliloquio,as¨ª como las repeticiones y el sutil entrelazamiento tem¨¢tico, le dan al texto una evidencia art¨ªstica inmediata. Tal vez los momentos po¨¦ticos m¨¢s intensos sean aquellos en que el cazador evoca a los jaguares: una riqueza sensorial inusitada, menos por las evidentes asociaciones er¨®ticas que por la variedad de sensaciones t¨¢ctiles, olfativas, visuales, auditivas y aun gustativas, una diversidad de texturas y de colores en la descripci¨®n de las piel del jaguar, y una prosa fluida, blanda y el¨¢stica a la vez para expresar sus movimientos, recuerdan a veces la opulencia descriptiva de los poetas decadentes, o el bestiario on¨ªrico y la selva imaginaria del aduanero Rousseau, creando, con el paisaje y los personajes tan inmediatamente realistas, un contraste inusual. Por ¨²ltimo, el tema de la metamorfosis es tratado con la ambig¨¹edad justa que, a partir de Kafka, entre otros, el g¨¦nero fant¨¢stico recomienda, dejando flotar una indefinici¨®n del sentido entre los hechos efectivos y su posible interpretaci¨®n metaf¨®rica. De esa manera, la transformaci¨®n del cazador es indudablemente psicol¨®gica y cultural, pero no necesariamente f¨ªsica, como ocurre tambi¨¦n en algunos otros relatos fant¨¢sticos latinoamericanos del mismo periodo (Axolotl, de Julio Cort¨¢zar, por ejemplo).
La especificidad brasile?a no
anula sino que m¨¢s bien enriquece el alcance universal del texto,porque expresa con el sabor ¨²nico de un idioma, una ¨¦poca y un lugar, un conflicto constante, en cualquier tipo de sociedad. Su hallazgo m¨¢s singular es esa filiaci¨®n matrilineal que el cazador reivindica, puesto que en la sustituci¨®n del padre biol¨®gico por uno o varios t¨ªos maternos podr¨ªa detectarse una tentativa de superar la fatalidad biol¨®gica a trav¨¦s de un parentesco que constituye una aut¨¦ntica instituci¨®n social y cultural. A esa filiaci¨®n ser¨ªa err¨®neo interpretarla como una supuesta regresi¨®n indigenista o naturista,porque expresa m¨¢s bien, por parte del narrador, de quien no debemos ignorar que es un asesino a sueldo contratado para exterminar a los jaguares, una tentativa de reconciliaci¨®n, en la que hombres, animales y paisaje son englobados en una s¨ªntesis m¨¢s rica que el conflicto que los opone. Al mismo tiempo que el cazador se animaliza, los jaguares van volvi¨¦ndose m¨¢s humanos, con rasgos individuales, no solamente f¨ªsicos, sino tambi¨¦n psicol¨®gicos, y hasta tienen nombres propios. A pesar de su evidente ferocidad, el cazador despierta tambi¨¦n nuestra compasi¨®n, puesto que su mestizaje representa para ¨¦l la misma carga que para el Minotauro supone la conformaci¨®n monstruosa surgida de una c¨®pula contra natura. Pero vale la pena imaginar qu¨¦ hubiese pasado si, en determinado momento, el monstruo de Creta, repudiando el coito bestial, hubiese reconocido su estirpe en los j¨®venes que mandaban de Atenas para el sacrificio en vez de devorarlos.
Los momentos m¨¢s fecundos de la cultura son aquellos en los que, separ¨¢ndose de la fatalidad biol¨®gica o de una tradici¨®n demasiado r¨ªgida que a veces se pretende tan inexorable como esa fatalidad, ciertos grupos o individuos reivindican una filiaci¨®n novedosa. Para que ning¨²n etn¨®logo profesional se indigne con estas extrapolaciones, limit¨¦monos a la narrativa y tomemos el caso, por ejemplo, de Dostoievski. Es sabido que su padre, que muri¨® asesinado, fue para ¨¦l una fuente inagotable de problemas morales, psicol¨®gicos y f¨ªsicos. A esa fatalidad familiar, en tanto que novelista, le opuso una filiaci¨®n propia, personal, una filiaci¨®n cultural semejante a la del cazador de Guimar?es. Sus t¨ªos narradores se llamaban Gogol, Cervantes, Shakespeare, Homero. Transport¨¢ndolo a un mundo m¨¢s grande y m¨¢s flexible que el de su fatalidad biol¨®gica y familiar, no solamente lo salvaron, sino que lo hicieron uno de los suyos, apto a transmitir no ¨²nicamente una visi¨®n propia, sino tambi¨¦n, como ellos, una tradici¨®n renovada. ?l mismo se convirti¨® a su vez en la divergencia posible capaz de arrancar al mundo de su est¨²pido determinismo.
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