Bajo la est¨²pida mirada del censor
La editorial 62 fue fundada hace exactamente 40 a?os. No es una cifra redonda, aparentemente. Supera los m¨¦ritos de la plata, pero no llega todav¨ªa a la prestigiosa edad del oro. Sin embargo, para los pioneros de los a?os sesenta y setenta, el n¨²mero 40 tiene una redondez inquietante y sonora que sus agradecidos lectores recordar¨¢n perfectamente: 40 a?os dur¨®, en efecto, la dictadura franquista. En aquel ambiente gris, mef¨ªtico y antip¨¢tico, muchos catalanes encontraron consuelo, ocio inteligente, luz e informaci¨®n en los libros de Edicions 62. Respiraron gracias al ox¨ªgeno que, no sin grotescas dificultades, entraba por las fr¨¢giles ventanas de aquella casa editorial. Cada uno de aquellos libros era una peque?a brecha abierta en la insoportable muralla del franquismo. Al cabo de los a?os, y en un ambiente democr¨¢tico bastante m¨¢s amable, la casa ha crecido mucho. Ha editado 4.000 t¨ªtulos, ha vendido 40 millones de ejemplares y sigue liderando el mundo editorial en catal¨¢n convertida en un paraguas s¨®lido y acogedor bajo el que se agrupan diversos sellos, como Emp¨²ries, Pen¨ªnsula y Muchnik. El otro d¨ªa, se inaugur¨® una exposici¨®n conmemorativa de estos 40 a?os en una sala municipal de la plaza del Macba. Dos pol¨ªticos tomaron la palabra. Ferran Mascarell, historiador de conspicuo pasado marxista, y el conciliador presidente del Parlament, Joan Rigol, de conspicuo pasado clerical. Pertenecen a generaciones distintas, responden a matrices ideol¨®gicas divergentes, juegan en equipos rivales y, sin embargo, ambos se confesaron hijos de la apertura cultural que Edicions 62 en aquellos a?os dif¨ªciles lider¨®.
Ser¨ªa una l¨¢stima que la exposici¨®n conmemorativa de Edicions 62 sufriera, como tantas iniciativas culturales, el peso de la indiferencia
Ser¨ªa una l¨¢stima que la exposici¨®n sufriera, como tantas iniciativas culturales que no se acompa?an de fuegos artificiales, el peso de la indiferencia. Ciertamente, el visitante no encontrar¨¢ en ella recreaci¨®n interactiva o impactos visuales. La exposici¨®n se limita a contar, mediante fotos, carteles y libros, la historia de una contraeducaci¨®n sentimental: la esforzada conquista de la libertad intelectual. Se dice que las canciones marcan una ¨¦poca. Ahora vuelven, precisamente, las m¨²sicas de aquellos a?os. Los modernos est¨¢n entrando en la edad de la jubilaci¨®n. Pero las canciones de ¨¦poca pueden llegar a ser muy tramposas: ocultan el amargo sabor del pasado con la pringosa miel de la nostalgia. En cambio, visitando esta exposici¨®n, que es de apariencia pl¨¢cida y libresca, uno reencuentra la estupidez de los que mandaban, la mezquindad con que aplastaron una lengua a la par que pretend¨ªan poner puertas al infinito campo de la inteligencia. Uno se da cuenta, tambi¨¦n, del papel que desempe?aron los libros en la lucha por la dignidad. La pasi¨®n de saber rompi¨® los diques de aquel r¨¦gimen tonto y cruel que pretend¨ªa parar el reloj de la historia en la hora m¨¢s oscura.
El apartado que la exposici¨®n dedica a la censura presenta algunos originales tachados con l¨¢piz rojo por la mano del censor. Unas p¨¢ginas de Candel aparecen completamente emborronadas a causa de las opiniones sexuales, pol¨ªticas y religiosas del autor. Pero el caso m¨¢s curioso es el de los versos de Ferrater. Vean este delicioso fragmento de la instancia del fundador de la editorial, el malogrado Ramon Bastardes, dirigida al censor que ha prohibido el libro: "Desde un punto de vista tanto pol¨ªtico como ¨¦tico es neutra e inofensiva en el sentido de que el autor insiste siempre en que los contenidos e intenciones de sus poemas son moralmente individuales y no comprometen a nadie m¨¢s que al autor". El tonto inquisidor permite la edici¨®n de los versos previa eliminaci¨®n de ocho fragmentos y entonces la editorial idea la trampa de editar unas hojas sueltas con las supresiones como si se tratara de una fe de erratas. Durante los primeros a?os, Edicions 62 ten¨ªa que presentar cada original al censor, como todas las editoriales. La ley de Fraga de 1966 permiti¨® a los editores imprimir sin previa censura. No necesitaban m¨¢s que sentido del riesgo y un n¨²mero de registro. Hasta 1972 no obtuvo Edicions 62 el dichoso numerito. Sus libros fueron sometidos a una asfixia suplementaria. La lista de los prohibidos lo abraza todo: catalanismo y marxismo, sexualidad, apertura religiosa, novela europea (Musil, Durrell) o catalana (Pedrolo, Moix, Espriu). El cat¨¢logo de los libros recortados es inmenso y, m¨¢s all¨¢ de los autores rojos o vanguardistas, incluye a poetas neocl¨¢sicos, a dramaturgos inocuos, a sesudos psicoanalistas e incluso al amable poeta Carner. No se pierdan la vitrina que recoge, junto a instancias de la editorial, las fr¨ªas respuestas del censor con puntillosa indicaci¨®n de las p¨¢ginas que se deb¨ªan eliminar.
Aunque la exposici¨®n cubre todo el periplo, deteng¨¢monos en los primeros 20 a?os. Marcaron la identidad de aquella casa y describen en forma de sin¨¦cdoque el esp¨ªritu de una cultura, la catalana, que a pesar de los enormes impedimentos uni¨® su destino al de la modernidad, en lugar de replegarse y lamerse la herida. No s¨®lo los m¨¢s grandes pensadores fueron traducidos acompa?ando a los cl¨¢sicos y nuevos autores catalanes, sino que tambi¨¦n la identidad cultural fue replanteada (Pierre Vilar). Bajo el liderazgo del Josep M. Castellet, la cultura catalana no s¨®lo resist¨ªa: luchaba codo con codo con el pensamiento moderno. Con una lucidez y una fuerza impresionantes. Toda la novela americana y europea contempor¨¢nea fue traducida, por ejemplo. En el fr¨¢gil espacio cultural catal¨¢n ten¨ªan cobijo, bajo la est¨²pida mirada del censor, escritores como Nabokov, que en castellano no fueron aplaudidos hasta los ochenta. Gracias al liderazgo de Edicions 62, la cultura catalana tomaba la mejor medicina: el rigor, la excelencia, la innovaci¨®n, la cr¨ªtica. Algo que, en condiciones mucho m¨¢s confortables, parece estar perdiendo, convertida en una cultura miedosa, neur¨®tica, obsesivamente casera.
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