La ruta de los ministros
El descontrol en la limpieza en algunas playas es sustituido por una gran actividad cuando llegan los ministros Matas o Rajoy
A mediod¨ªa, uno de los bares aleda?o a la playa de Bara?¨¢n, perteneciente al municipio de Arteixo, es puro tumulto. Una extra?a mezcla de infantes de marina y periodistas extranjeros hacen acopio de bocadillos o de platos t¨ªpicos seg¨²n sea el caso. Los dependientes trabajan a pleno rendimiento. De pronto, se hace un silencio respetuoso: la televisi¨®n ofrece el telediario y aparecen las im¨¢genes del desastre en las playas. Y en medio del desastre, el rostro en pantalla del ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, quien bien alto y claro anuncia que "se est¨¢n poniendo todos los medios materiales y humanos" para aliviar la situaci¨®n. Un infante de marina sonr¨ªe sarc¨¢sticamente mientras termina un caf¨¦: "Aunque seamos un mill¨®n de qu¨¦ sirve si no hay m¨¢quinas ni camiones para sacar la porquer¨ªa de la playa".
"El que coordina las labores en esta playa es un se?or mayor, y est¨¢ muy nervioso el pobre"
Minutos antes, ese mismo lugar, Bara?¨¢n, hab¨ªa recibido la visita del ministro Matas. As¨ª que estaba todo muy fresco en el recuerdo de los all¨ª presentes. Cai¨®n, no m¨¢s de diez kil¨®metros hacia el sur, mereci¨® semejante honor el lunes al recibir a Mariano Rajoy. A miembro del Gobierno por playa. Los m¨¢s esc¨¦pticos no dudaron en afirmar que Matas tampoco hab¨ªa ido muy lejos en su peregrinar: poco menos que Bara?¨¢n es la playa afectada m¨¢s pr¨®xima al aeropuerto de A Coru?a.
El escenario visti¨® bien para las im¨¢genes. Unos cuarenta infantes de marina, esta vez bien pertrechados de ropa adecuada, junto a gente de extinci¨®n de incendios y forestales. Varias cajas repletas de chubasqueros sobrantes evidenciaba que, para esta ocasi¨®n, hubo material sobrado para vestir al personal como hace al caso, no como hab¨ªa sucedido el d¨ªa anterior. Tanto es as¨ª que forestales y marines parec¨ªan ser del mismo regimiento camuflados dentro de impermeables verdes. As¨ª parec¨ªa en la lejan¨ªa. En la corta distancia, se apreciaba entre el despliegue a un grupo de se?oras entradas en a?os y en kilos. Claro est¨¢: no pod¨ªan ser marines.
Las caracter¨ªsticas del despliegue militar, por otra parte, no parec¨ªan ser excepcionales, a tono con el tama?o del desastre. Si el lunes los marines llegaron a la playa con traje de campa?a, adem¨¢s de pala y cubo, el martes dispusieron de pala, cubo y chubasquero. En las proximidades, ausencia total de veh¨ªculos militares. Es m¨¢s, el desplazamiento al lugar de los hechos se efectu¨® en un autob¨²s civil.
Al s¨¦quito ministerial le acompa?aba la correspondiente raci¨®n de unidades m¨®viles propias del despliegue informativo, adem¨¢s de c¨¢maras, micr¨®fonos, grabadoras y cuadernos con las hojas al viento: se espera tormenta para la tarde. La tropa, militar y civil, bajo el mismo uniforme, se afanaba en la tarea. Se fue el ministro y se hizo el par¨®n.
El par¨®n lleg¨® no porque se acercara la hora de comer, sino porque no aparec¨ªa veh¨ªculo alguno para transportar los cubos llenos de arena ennegrecida, que as¨ª de primitivo era el despliegue en resumidas cuentas. Por no quedarse del todo parados, algunos hicieron peque?as monta?itas, siquiera para adelantar trabajo o entretener la espera. Pero ni por esas serv¨ªa de mucho: total, se hizo el par¨®n. El ministro ya estaba de vuelta y en la playa la tropa conversaba esperando. Tanto que alcanz¨® la hora de comer. Por la tarde, el trabajo disminuir¨ªa por una simple raz¨®n: la marea estaba subiendo. Habr¨¢ que esperar si para hoy el mar sigue escupiendo porquer¨ªa.
Mientras el personal se dirig¨ªa a la cafeter¨ªa m¨¢s cercana para comer, un miembro de la Consejer¨ªa de Medio Ambiente le comentaba lo siguiente a un compa?ero: "Quien est¨¢ coordinando las labores en esta playa es un se?or mayor, y est¨¢ muy nervioso el pobre. Tendremos que echarle una mano entre todos".
El descontrol es de tal tama?o que un miembro de Protecci¨®n Civil comentaba una an¨¦cdota ocurrida el d¨ªa anterior. A una de las playas lleg¨® un cami¨®n cisterna. El camionero dispon¨ªa voluntariamente su herramienta de trabajo al servicio de las labores de recogida. Con ayuda de una bomba fue extrayendo fuel, pero cuando lleg¨® la hora de decidir d¨®nde deb¨ªa depositar el contenido, nadie era capaz de darle respuesta. As¨ª que, ya nervioso, dijo que no tendr¨ªa m¨¢s remedio que volverlo a echar al mar porque corr¨ªa riesgo de que se le solidificara dentro de la cisterna y le causara el correspondiente estropicio. Ah¨ª qued¨® el comentario: sin final feliz.
En Cai¨®n, la huella del paso del vicepresidente primero, Mariano Rajoy, se dej¨® sentir 24 horas despu¨¦s. Del lunes con Rajoy al martes sin Rajoy hubo una diferencia de actividad apreciable. Si acaso, los lugare?os se entreten¨ªan con la presencia de un par de unidades m¨®viles de dos televisiones extranjeras, con sus parab¨®licas y su habitual despliegue de medios. Los miembros de una de ellas, americanos ellos, celebraban con gran jolgorio la compra masiva para todo el equipo de unas llamativas botas de agua.
Los vecinos del lugar observaban todo con cierto escepticismo. Alguno de ellos recomendaba una soluci¨®n para dinamizar las labores de limpieza en d¨ªas venideros: que vengan m¨¢s ministros. Y que visiten m¨¢s playas.
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