Infamia y destino
Dentro de poco, si un inesperado sentido de la cordura o de la compasi¨®n no lo remedian, morir¨¢n decenas de miles de personas. Morir¨¢n mujeres, ni?os, hombres, con la particularidad esencial de que para ninguno de ellos, de acuerdo con su propia naturaleza, hab¨ªa llegado la hora. Su muerte se producir¨¢, seg¨²n la opini¨®n de algunos m¨¦dicos que he consultado, de la siguiente manera: los m¨¢s afortunados sentir¨¢n un fogonazo interior, extremadamente violento, que les reducir¨¢ con rapidez al silencio; para los menos afortunados el trueno ser¨¢ instant¨¢neo pero el rayo ser¨¢ m¨¢s lento y terrible. Como estos ¨²ltimos, en el c¨¢lculo de mis informantes, ser¨¢n la gran mayor¨ªa puede ser revelador retener algunos de los estragos causados por ese rayo: quemaduras generalizadas de la piel, destrucci¨®n masiva de los tejidos, colapso de las funciones respiratorias, p¨¦rdida de las capacidades sensoriales, paulatina paralizaci¨®n de los ¨®rganos vitales. Estos t¨¦rminos descriptivos deben ser traducidos al sufrimiento del cuerpo afectado: el dolor neur¨¢lgico recorre el organismo como un haz de corriente el¨¦ctrica entre sensaciones extremas de fr¨ªo y calor. Sin morfina u otros calmantes poderosos se hace insoportable.
No ser¨¢ todo. Alrededor de los fulminados por el rayo la onda expansiva crear¨¢ otras oleadas de dolor: mutilaciones, secuelas f¨ªsicas, angustia, desplazamientos, exilio. Otras decenas -quiz¨¢ centenas- de miles de personas quedar¨¢n a merced de una repentina pesadilla. No ser¨¢ todo: los hijos de todos ellos crecer¨¢n en la creencia de que esta pesadilla es la ¨²nica realidad. Y tampoco eso ser¨¢ todo.
Porque nada cuenta tanto como el sufrimiento ¨²nico, distinto e irrepetible de quienes van a ser alcanzados por el rayo. En consecuencia, es la representaci¨®n de este sufrimiento la que deber¨ªa proyectarse en las conciencias de quienes van a arrogarse la prerrogativa de lanzarlo. En todas las conciencias, sin excepci¨®n: desde la cabeza hasta el ¨²ltimo eslab¨®n de la cadena. ?nicamente si es representado y asumido en toda su magnitud y detalle aquel sufrimiento podremos escuchar las razones de los responsables de la guerra.
No creo que pueda partirse de otro principio dado que para la presumible pr¨®xima guerra, la de Irak, se recurre a la representaci¨®n contraria. Ya ha ocurrido en las ¨²ltimas guerras, posteriores a la de Vietnam, pero con un tono mucho m¨¢s acentuado a juzgar por el clima creado desde hace tiempo. Seg¨²n esta representaci¨®n, la guerra es indolora, es abstracta y es irremediable.
Que es indolora lo sabemos, como m¨ªnimo, desde la anterior guerra del Golfo, cuando el mundo se vio invadido por aquellos fuegos de artificio nocturnos que no se distingu¨ªan en casi nada de los fuegos de fiesta y celebraci¨®n. Era una guerra en la que no se mataba y cuando se mataba se hac¨ªa sin sangre. No se ve¨ªa, no se ol¨ªa. En la campa?a de Afganist¨¢n, hace poco m¨¢s de un a?o, los aviones de bombardeo norteamericanos llevaban cabinas especialmente insonorizadas para que los pilotos no oyeran el roce de sus bombas. La guerra tampoco se o¨ªa. Si era as¨¦ptica era porque se representaba como indolora.
Se hab¨ªa logrado un radical cambio de escenificaci¨®n. Hasta entonces la guerra hab¨ªa estado vinculada a las m¨²ltiples manifestaciones de los desastres de la guerra. En la ¨¦poca moderna este v¨ªnculo se hab¨ªa estrechado: la pintura de Goya, la fotograf¨ªa de los corresponsales, la cinematograf¨ªa b¨¦lica. El sufrimiento se pon¨ªa al descubierto. La de Vietnam fue una guerra bajo una luz demoledora. Luego se apagaron los focos y se educ¨® al espectador en un extra?o claroscuro donde la violencia masiva y mec¨¢nica oculta los s¨ªntomas del dolor individual. La cinematograf¨ªa de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas ha sido m¨¢s bien de este tipo, y as¨ª no es de sorprender el relativo fracaso de p¨²blico de la reciente y renovada versi¨®n de la pel¨ªcula de Coppola Appocalypse Now: un desastre de la guerra demasiado radical para retinas ya acostumbradas a la brutalidad as¨¦ptica.
Con toda probabilidad, asimismo el espectador universal de la pr¨®xima guerra quedar¨¢ sometido a un filtro de abstracci¨®n tanto m¨¢s consistente cuanto mayor sea la sofisticaci¨®n tecnol¨®gica: a vuelo de p¨¢jaro la muerte es siempre abstracta. Pero adem¨¢s del efecto distancia que exige la tecnolog¨ªa es decisivo para la constituci¨®n de aquel filtro que los paisajes concretos -los cuerpos que van a ser destrozados- sean sustituidos por m¨¢scaras conceptuales: atacar el eje del mal es bastante m¨¢s soportable que contar los cad¨¢veres causados por el ataque. La recurrencia a un ideal abstracto de estas caracter¨ªsticas es una antigua pr¨¢ctica que en nuestra ¨¦poca adquiere tonos nuevos. La vieja ideolog¨ªa y la nueva tecnolog¨ªa se conjugan en la guerra.
Esta peculiar mezcla de lo nuevo y lo viejo nos introduce tambi¨¦n a la cualidad m¨¢s inquietante de la representaci¨®n b¨¦lica en la que actualmente estamos atrapados: su condici¨®n irremediable. ?A qu¨¦ se debe que veamos como irremediable lo que ha de suceder "dentro de poco"?
Hasta el momento de escribir estas l¨ªneas no se ha probado la existencia de armas de destrucci¨®n masivas en arsenales secretos de Irak, la causa que justificaba, como es sabido, la represalia de la guerra. Y, sin embargo, estamos ya envueltos en una atm¨®sfera mucho m¨¢s poderosa que la mera existencia de una prueba: la atm¨®sfera de lo irremediable. Algo que se nos escapa pero que nos incumbe, algo "que no podemos evitar" lenta e implacablemente convertido en algo "que no debemos evitar". Porque es inevitable.
?ste es el aspecto m¨¢s oscuro de los acontecimientos de la actualidad: la sensaci¨®n de estar sometidos a un poder que obra como un destino, es decir, sin ofrecer margen de maniobra. En esa frontera muere toda posibilidad de libertad. Los antiguos griegos cre¨ªan en la existencia de una fuerza superior a todas las fuerzas. La llamaban anank¨¦, necesidad o, en una palabra menos ajustada pero m¨¢s cercana, destino. Nunca creyeron que el hombre fuera totalmente libre, sino que pose¨ªa ciertos resquicios de libertad. Y ello era porque el destino, siendo apabullantemente superior a hombres y a dioses no se pod¨ªa identificar con ning¨²n dios u hombre en particular. De otro modo: la libertad humana, por escasa que sea, depende siempre de que nadie pueda arrogarse la encarnaci¨®n del destino. Y decretar, en consecuencia, cuando llega la hora de los dem¨¢s (como hacen, de una manera qu¨ªmicamente pura, los terroristas en sus atentados).
No se ha inventado una mejor balanza para sopesar la libertad a lo largo de la historia. En la medida en que las sociedades se han visto dominadas por poderes-destino la libertad ha cedido a la tiran¨ªa. Podemos examinar las grandes acumulaciones de poder de cualquier ¨¦poca y siempre observaremos esa sacralizaci¨®n del destino. Albert Camus lo analiz¨® magistralmente en su obra Cal¨ªgula. All¨ª estaban reunidos no s¨®lo los tiranos expl¨ªcitos (los Cal¨ªgula o los Stalin y Hitler), sino todas aquellas ideas de poder que descartan la posibilidad de alternativa. No hay ninguna libertad cuando el camino es irremediable.
Con la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y el fin de la guerra fr¨ªa pareci¨® que el mundo pod¨ªa entrar en el camino opuesto. Pero hemos dejado atr¨¢s una tutela para adentrarnos en otra cuyo alcance debemos todav¨ªa comprobar. El inicio est¨¢ lejos de ser tranquilizador. Desde que Estados Unidos es la ¨²nica potencia mundial y, en especial, desde el acceso a la presidencia de George Bush se ha acentuado con tal nitidez el dibujo de un ¨²nico futuro que, casi de inmediato, queda descartado, cuando no criminalizado, cualquier sendero distinto. En este sentido es abrumadora la tendencia del poder norteamericano a identificarse con el destino y a presentar su pol¨ªtica como irremediable.
Bajo este orden de cosas puede comprenderse por qu¨¦ el mundo est¨¢ a punto de aprobar lo que simult¨¢neamente es inaceptable: no tiene margen. Aun cuando diariamente la prensa nos informa del peligroso esculpido de un poder que roza el totalitarismo (con detenciones ilegales, cr¨ªmenes impunes, humillaciones, propuestas delirantes de espionaje, desprecio por las instituciones internacionales), ninguna voz parece en condiciones de oponerse realmente a lo que es presentado, inexorablemente, como un destino. En recientes declaraciones, Susan Sontag alertaba de c¨®mo este mecanismo demoledor est¨¢ destruyendo los instrumentos de cr¨ªtica en el interior de Estados Unidos y, con ellos, la savia que ha alimentado siempre la vida p¨²blica norteamericana.
Como la guerra es irremediable nos preparamos para asistir a ella. El argumento es siempre el mismo: su inevitabilidad. La Oficina de Refugiados de la ONU prepara los campamentos porque la ve inevitable; Robertson, el secretario general de la OTAN, tambi¨¦n ve inevitable el apoyo militar europeo. Pronto lo inevitable se convertir¨¢ en justo. ?se ser¨¢ el papel de los pol¨ªticos.
No nos convencer¨¢n de que Sadam Husein es un tirano sangriento (ya lo era cuando era un aliado de Estados Unidos), ni de que dirige una dictadura temible (pues hay otras dictaduras temibles pero aliadas) ni de que Irak es refugio de terroristas (poco en comparaci¨®n con Arabia Saud¨ª) ni de que nos importa la libertad del pueblo iraqu¨ª (dado que no ignoramos que nos importa su petr¨®leo): nos convencer¨¢n de que nos acostumbremos a ver lo inevitable como justo.
Los pol¨ªticos buscar¨¢n la complicidad de los ciudadanos. A unos y a otros nos corresponder¨¢ un ejercicio de amnesia suficientemente rotundo como para llegar a estar convencidos de que asistimos a una guerra justa. Pero, en realidad, puede ser que lo que estemos compartiendo es la infamia. Si es as¨ª, ya que no somos libres para decidir puesto que hemos aceptado un poder que act¨²a como un destino, decidamos sabiendo lo que hacemos. Convoquemos en los parlamentos y medios de comunicaci¨®n a especialistas que nos informen sobre las consecuencias de nuestros actos. Expliqu¨¦monos detalladamente el dolor que vamos a causar. Exijamos de nuestros representantes, empezando por el presidente del Gobierno, que empiecen sus intervenciones de apoyo a la guerra con un informe m¨¦dico minucioso sobre el sufrimiento previsto.
Y a continuaci¨®n, prepar¨¦monos para la verg¨¹enza.
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