Urbanidad empresarial
Vengo, desde hace alg¨²n tiempo, pregunt¨¢ndome qu¨¦ lleva a ciertos inversores institucionales americanos y europeos de renombre a seleccionar sus carteras de acciones de acuerdo con la observancia por parte de las empresas de pr¨¢cticas responsables en relaci¨®n al medio ambiente, accionistas, empleados, clientes o comunidades sociales donde desarrollan sus actividades. Parece que tiene que ver con las exigencias de sus part¨ªcipes; incluso con el hecho de que las empresas serias muestran mejores registros de rentabilidad a largo plazo que las que se dan al gamberrismo; aparentemente, con los fen¨®menos de saqueo de los bolsillos de casi todos perpetrado por los directivos de algunas empresas notorias. Tambi¨¦n con la evidencia de que la reputaci¨®n cuenta; tanto en los medios sociales como empresariales. No hace falta ir tan lejos. La moda de la responsabilidad social corporativa es la primera y m¨¢s moderna manifestaci¨®n de la urbanidad aplicada al mundo de los negocios.
El civismo corporativo es un ejercicio de perspicacia y sentido com¨²n: no hay que molestar y conviene llevarse bien
La disciplina de la urbanidad nace en 1530 con una obra menor de Erasmo, De civilitate morum puerilium, que hizo fortuna hasta finales del siglo XIX, al cabo, como manual escolar. Y es que la codificaci¨®n de conductas ha disfrutado, a lo largo de la historia de la humanidad, de grand¨ªsimo predicamento. El ¨²ltimo recibe el nombre de la correcci¨®n pol¨ªtica. Al tiempo que Erasmo ordenaba las maneras de los j¨®venes de la ¨¦poca, comenzaba el alumbramiento de la innovaci¨®n tecnol¨®gica m¨¢s importante despu¨¦s del descubrimiento de la rueda: la sociedad an¨®nima, es decir, la responsabilidad limitada de quienes eligen la dedicaci¨®n a la actividad empresarial. La asociaci¨®n temporal no es caprichosa: la primera sociedad an¨®nima de la que se tiene noticia, La Compa?¨ªa Holandesa de la Indias Orientales, naci¨® en 1602. Despu¨¦s, la administraci¨®n social de la urbanidad empresarial, esto es, de los efectos de sus actividades sobre la sociedad (las famosas externalidades de los economistas), fue delegada en las facultades policiales del Estado; el g¨¦nero literario de la urbanidad qued¨® relegado a la educaci¨®n de las personas f¨ªsicas. Las otras, las jur¨ªdicas, recib¨ªan el amparo regulador de la ley.
Pero las cosas est¨¢n cambiando. As¨ª, la vicepresidenta de la Comisi¨®n Europea Loyola de Palacio suele calificar a las empresas responsables de desafueros como los de Aznalc¨®llar o el Prestige con los mismos adjetivos que utilizamos todos cuando advertimos en un paisaje los restos org¨¢nicos de una comida campestre, o nos vemos obligados a torcer el paso por la adherencia insospechada de un chicle en la suela del zapato: unos guarros. La reconciliaci¨®n de las personas jur¨ªdicas con la urbanidad responde al g¨¦nero de evidencias que parece haber existido siempre, aunque naciera anteayer: no est¨¢ bien echar al suelo de la calle una cajetilla de cigarrillos vac¨ªa, o tratar con desprecio a una persona mayor. De la misma manera, tampoco est¨¢ bien verter los residuos generados en un proceso industrial en el r¨ªo m¨¢s cercano, o despedirse a la francesa de una comunidad cuando las circunstancias obligan a cerrar un establecimiento. Lamentablemente, las empresas de nuestros d¨ªas no disponen de una manual erasmista de urbanidad corporativa, aunque las instrucciones del Global Reporting Initiative y el c¨®digo de conducta para las empresas multinacionales patrocinado por la OCDE ofrecen pistas valiosas acerca de c¨®mo las empresas deber¨ªan comportarse en sociedad. Lo que hay por ahora es, sobre todo, la perplejidad de los ni?os si son advertidos en falta; por ejemplo, cuando no envuelven el chicle en un papel para depositarlo en la papelera m¨¢s pr¨®xima, es decir, poco antes de que se pegue a la suela del zapato del viandante m¨¢s pr¨®ximo, o la de las empresas cuando descubren que los vecinos sufren con los malos olores, los clientes protestan por los servicios defectuosos, o los pa¨ªses padecen la corrupci¨®n empresarial de sus Estados. No hay que desanimarse: la urbanidad empresarial es una disciplina propia de edades infantiles. En cuanto a los adultos, el mejor argumento para indicar a un directivo la inconveniencia de una determinada pr¨¢ctica empresarial es el mismo que se aplica a la urbanidad de las personas f¨ªsicas: ?lo har¨ªas en tu casa?
Naturalmente, ser¨ªa absurdo hacer de la ciudadan¨ªa corporativa un repertorio de normas legales. La urbanidad disfruta de una sutileza que re?ir¨ªa con el BOE. En t¨¦rminos generales, el Informe Aldama acierta cuando prescinde de predicar la elevaci¨®n de sus recomendaciones a rango de legalidad. Por ejemplo, nadie en su sano juicio pretender¨ªa facilitar la seducci¨®n amorosa de un / una ecologista mediante el regalo de unas flores: s¨®lo valen las macetas. Pero no hace falta que lo diga un decreto. Dicho en otros t¨¦rminos, la urbanidad empresarial es un ejercicio de perspicacia y de sentido com¨²n: no hay que molestar y conviene llevarse (bien) con los vecinos. Una ¨²ltima advertencia: la urbanidad propende al manierismo, es decir, al estiramiento del dedo me?ique cuando se empuja la taza de caf¨¦ hacia los labios. Aunque facilita la distinci¨®n respecto de los competidores, la exageraci¨®n es nociva. Se trata simplemente de saber, y que sepan, que el domicilio f¨ªsico o jur¨ªdico no es un lugar adecuado para asaltar a accionistas, clientes o empleados. No volver¨ªan a aceptar una invitaci¨®n a cenar en casa, aunque se haya dispuesto el tenedor a la izquierda del plato.
Alberto Lafuente F¨¦lez es catedr¨¢tico de la Universidad de Zaragoza.
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