Atocha, un microcosmos urbano
Esta zona de la capital se ha convertido en un refugio para los sectores m¨¢s marginados de Madrid. Aunque la convivencia es dif¨ªcil, sus habitantes se han acostumbrado a esta situaci¨®n
Atocha est¨¢ resignada. Casi todos los que deambulan por este punto neur¨¢lgico de la capital se han adaptado a una forma de vida de la que es dif¨ªcil salir. Atocha es como ese preso viejo de la pel¨ªcula Cadena perpetua que, tras cumplir su larga condena, no se adapta a vivir fuera de los muros de la prisi¨®n. Si la dejaran libre, si la sacaran de su situaci¨®n, Atocha se ahorcar¨ªa.
Cada pieza en su casilla. Los mendigos, los trileros, los turistas, los carteristas, los maderos, los tenderos, los del top-manta, los manifestantes, los repartidores de propaganda, los chaperos, los que dan sermones, los vigilantes y los que vigilan a los vigilantes. Todos se han adaptado a cumplir una funci¨®n dentro de un tablero con unos l¨ªmites geogr¨¢ficos bien definidos: el paseo del Prado, el Museo Reina Sof¨ªa, el Ministerio de Agricultura, el bar El Brillante y la estaci¨®n. En el centro, la glorieta de Carlos V, y debajo, un t¨²nel de casi 1.200 metros de longitud que discurre por Santa Mar¨ªa de la Cabeza y llega hasta la M-30 sin necesidad de parar ni en un solo sem¨¢foro. Pero para quienes se pasan el d¨ªa por all¨ª, el espacio est¨¢ delimitado por otros puntos menos evidentes: donde te quitan la cartera, donde duermen los mendigos, donde van los chaperos y donde se ponen los inmigrantes.
800.000 personas pasan a diario por la estaci¨®n. Todas ellas, objetivos para los carteristas
"Atocha es como La ley de la calle, la peli de Coppola", dice Dimitri mientras muestra sus cicatrices en los brazos y en el cuello. Este indigente, ex toxic¨®mano y espa?ol de origen armenio, al que llaman el moreno con suerte, salpica sus comentarios con continuas referencias cinematogr¨¢ficas. "Hace dos a?os que dej¨¦ el jaco [hero¨ªna]", dice sonriendo. "Soy bisexual y la gente viene a buscarme para jugar a los m¨¦dicos. Luego vemos una pel¨ªcula y me suelen dar dinero".
Dimitri es un arist¨®crata de la indigencia. A veces, con lo que le dan se va al cine. "Ayer vi Las dos torres. Me gust¨® m¨¢s el libro". "Nadie sabe lo que nos pasa. Nos adaptamos a todo y luego nos cuesta mucho salir. Supongo que por la rutina".
Suenan sirenas a lo lejos. Antes de que se descubra de d¨®nde proceden, Dimitri asegura que son las seis y cuarto. No se equivoca. "Es la escolta de los ministros", afirma justo antes de que la comitiva cruce la glorieta.
Otro de los indigentes que frecuentan la zona es Guillermo, un peruano alcoh¨®lico que vive en la calle porque su familia le trata como a un ni?o. Un hombre enchaquetado se le acerca y le comenta algo en voz baja. Le da unas monedas y se marcha hacia la estaci¨®n de Renfe. "?Ves?", se?ala Guillermo, "yo podr¨ªa no estar as¨ª. ?ste que se me ha acercado es uno de mis compadres, carterista. Quer¨ªan que trabajara para ellos como ch¨®fer, pero les dije que no".
Como peces en el agua. As¨ª se mueven los delincuentes en Atocha. Cada d¨ªa pasan por all¨ª 800.000 personas, cada una un posible objetivo. Hay hurtos para todos los gustos; desde el tipo que roba las monedas de los carritos portamaletas hasta los piqueros que te birlan en un segundo lo que lleves en el bolsillo. "Lo m¨¢s habitual es el descuidero", afirma uno de los vigilantes de la estaci¨®n. "Hay tipos que se pasan el d¨ªa por ah¨ª dando vueltas; y cuando un julai va a pagar y se descuida, le roban las maletas, el m¨®vil o lo que haga falta".
Hay dos frases que repiten muchos de los personajes que trabajan en Atocha: "Yo no vivo aqu¨ª ni aunque me regalaran un piso" y "este lugar es para escribir un libro". Ninguno piensa escribirlo, y aunque no tengan su casa en Atocha, pasan la mayor parte de su tiempo en la zona. Luis, el due?o del quiosco que est¨¢ junto al bar El Brillante, est¨¢ curado de espanto. "Llevo 20 a?os aqu¨ª y esto sigue igual. Tenemos miedo a hablar". El vendedor se refiere sobre todo a los trapicheos que se traen entre manos los trileros, una especie de instituci¨®n en la glorieta. Todas las ma?anas hay cuatro cuadrillas timando a los inocentes con el cuento de "a ver, d¨®nde est¨¢ la bolita". Y siguen cayendo como moscas. Un mexicano palma 350 euros y va al quiosco de Luis a contarle el enga?o. "Pero, a ver, ?ha puesto usted el dedito en la patata? ?Pues entonces, joder!".
Lo de los triles sigue como siempre: el arte de sacar dinero con el consentimiento de uno. "La polic¨ªa no hace nada", dice Luis. "De vez en cuando los detienen, pero a la semana ya est¨¢n otra vez ah¨ª tangando al personal". A unos 50 metros de los trileros, apostados junto a la rampa que lleva a la estaci¨®n, hay un furg¨®n de polic¨ªa. Los agentes no hacen nada, como los tres monitos sabios: "No escucho, no miro, no hablo".
Atocha es tambi¨¦n el habitual punto de encuentro para manifestarse contra el Gobierno. Varios estudiantes de instituto, que horas antes se han manifestado all¨ª mismo contra la guerra y la globalizaci¨®n, se comen una hamburguesa en el McDonald's de la esquina.
Poco a poco, la fauna de Atocha se va diluyendo hasta desaparecer casi por completo. Sobre las diez de la noche, el metro se llena de inmigrantes y mendigos. Desde el pasado 9 de enero, el Ayuntamiento de Madrid abre hasta las ocho de la ma?ana un antiguo pasillo del suburbano para que todos ellos pernocten y puedan protegerse del fr¨ªo. Hay 70 personas en un espacio para 100. La mayor¨ªa, rumanos. El aire es espeso, una mezcla de tabaco, mierda y sudor.
Los sin techo duermen hacinados, provistos de un cart¨®n como ¨²nico aislante del suelo. Al fondo est¨¢n los espa?oles. Una pareja fuma hero¨ªna, ajena al guirigay que est¨¢n armando los rumanos. "A ver si se callan ya", se queja la mujer, una chica joven avejentada por la droga y la vida en la calle.
A su lado est¨¢ Sim¨®n, un marroqu¨ª ciego, de aspecto tenebroso. Uno de sus ojos es totalmente blanco; la frente hinchada y deforme como si hubiera recibido una paliza. Las manos agarran con fuerza un bast¨®n que m¨¢s bien parece un garrote. Con su voz de ultratumba no para de amenazar a los dem¨¢s para que se callen: "?Os voy a matar a todos si no os call¨¢is. Ojal¨¢ tuviera un lanzallamas para quemaros a todos cuando est¨¦is dormidos!, ?Ffffffff! ?Todos quemados!". Y luego saca una sonrisa burlona que no abandona hasta que vienen los de las ONG a repartir gazpacho.
Son las cinco de la ma?ana. En la estaci¨®n hay algunas personas sentadas en los bancos. Un se?or de 56 a?os hojea una revista de coches. "?Que qu¨¦ hago aqu¨ª? Pues leer. Me levanto a las tres de la ma?ana y me acuesto a las seis de la tarde". Pero es imposible leer. Todo est¨¢ a oscuras. En el cuarto de ba?o que est¨¢ en la entreplanta de la estaci¨®n de cercan¨ªas, algunos chaperos observan con mal disimulo a los posibles clientes. "Esto es la ruta de la chapa: Atocha-Chamart¨ªn-Barajas", comenta uno de ellos.
Fuera hace fr¨ªo. A las seis de la ma?ana, los j¨®venes que salen de la discoteca Kapital se topan con un grupo de ecuatorianos. Esperan junto a El Brillante la llegada de unas furgonetas que les llevar¨¢n a distintos lugares de Madrid para trabajar en la construcci¨®n o en el campo. Nunca saben d¨®nde van a ir, pero les da igual. "No se gana mucho. Unos 35 euros por estar todo el d¨ªa trabajando, pero es mejor que nada".
Reina el silencio en Atocha; en la estaci¨®n de cercan¨ªas, en la calle, en el metro. S¨®lo se oye el ruido de algunos de los m¨¢s de 100.000 coches que transitan a diario por la glorieta. Y en el pasillo de la estaci¨®n de metro, donde duermen los sin techo, se oyen ronquidos y conversaciones en voz baja. Junto al ciego Sim¨®n, los dos heroin¨®manos se abrazan muy fuerte hasta quedarse dormidos. Es 14 de febrero.
De estad¨ªsticas, nada
"Atocha es una zona conflictiva, pero no representa un gran riesgo para el ciudadano". Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Garc¨ªa, comisario zonal, asegura que la mayor¨ªa de los delitos que hay en Atocha son dif¨ªciles de atajar porque son delitos menores. En muchas ocasiones, los detenidos ni siquiera pasan a disposici¨®n judicial. Es el caso de los carteristas. Si lo que roban no supera los 300 euros y no emplean violencia, se les detiene, pero luego se les deja libres. El comisario se lamenta de que cada vez haya menos carteristas a la antigua usanza. "Desgraciadamente, la mayor¨ªa de ellos eran muy viejos. Los j¨®venes ya no conocen el oficio de hacerlo con habilidad". A los trileros tambi¨¦n los tienen calados: "Cada vez que vamos por all¨ª les cascamos, pero al cabo del tiempo vuelven a aparecer". Lo mismo ocurre con los inmigrantes que se ganan la vida con el top-manta (venta de discos compactos pirateados). Las aceras que circundan la estaci¨®n son un inmenso escaparate a ras de suelo: compactos, pa?uelos, relojes de imitaci¨®n, corbatas... En los ¨²ltimos meses, la polic¨ªa ha centrado su actuaci¨®n en la zona en este tipo de delitos. "Les hemos metido ya tres viajes, pero ¨¦stos tambi¨¦n vuelven".Con los indigentes, la polic¨ªa no suele meterse, a no ser que sea por un asunto de extranjer¨ªa. "A los extranjeros les pedimos los papeles y si no los tienen en regla se les deporta a sus pa¨ªses en aplicaci¨®n de la Ley de Extranjer¨ªa".El comisario S¨¢nchez Garc¨ªa no es partidario de endurecer las medidas contra los delincuentes de Atocha. "Por el tipo de delitos, no creo que esto se solucione con m¨¢s c¨¢rcel, como plantea la reforma del C¨®digo Penal. Soy partidario de que se les imponga alg¨²n trabajo en beneficio de la comunidad". En este sentido, este mando policial se lamenta de la actitud de algunos ciudadanos, que exigen a?os de c¨¢rcel por robos de bajo calibre: "Es lo que hacemos cuando nos toca, pero no deber¨ªamos pedir que lleven a prisi¨®n a un tipo que nos ha robado la radio". El n¨²mero de delitos en la zona ha disminuido, seg¨²n S¨¢nchez Garc¨ªa. Sobre todo, los robos con intimidaci¨®n. Pero la Jefatura Superior de Polic¨ªa no proporciona los datos que as¨ª lo corroboren. S¨¢nchez Garc¨ªa explica que la recopilaci¨®n de estad¨ªsticas sobre Atocha es complicada porque es una zona de confluencia de tres comisarias de distrito (Centro, Retiro y Arganzuela). Otra fuente de la polic¨ªa expone otra raz¨®n a esta opacidad en los datos: "No se dan por una decisi¨®n pol¨ªtica. El delegado del Gobierno en Madrid [Francisco Javier Ansu¨¢tegui] prefiere sacar ¨¦l mismo los datos para ser el primero en interpretarlos".
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