Trabajar para la guerra
Dos fines de semana, dos movilizaciones multitudinarias: contra la guerra de Irak y contra la gesti¨®n gubernamental de la crisis del Prestige. ?Qu¨¦ tienen en com¨²n estas dos movidas? ?A qu¨¦ responde este s¨²bito despertar ciudadano? ?Este estado de exaltaci¨®n colectiva conducir¨¢ a alguna parte o quedar¨¢, como en tantas otras ocasiones, como un estallido de indignaci¨®n que se agota en s¨ª mismo?
A primera vista hay un elemento com¨²n: el rechazo al Gobierno de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar. Basta ver pancartas y p¨®steres para que queden pocas dudas de cu¨¢l era el denominador com¨²n entre las dos manifestaciones. Pero creo tambi¨¦n que hay otro factor, algo menos coyuntural, que ha estado presente en los dos casos: el hast¨ªo de la gente ante unos gobernantes que creen que pueden gobernar prescindiendo de la ciudadan¨ªa. Y a juzgar por la reacci¨®n de los dirigentes del Partido Popular este mensaje ha calado poco en su esp¨ªritu. Todas sus respuestas van en la misma direcci¨®n: dejar pasar el tiempo para que el ambiente se calme y confiar en que despu¨¦s la gente -o por lo menos, su gente, la que les vot¨®- vuelva a entrar por los carriles tradicionales de aceptaci¨®n de la pol¨ªtica del Gobierno. ?Convicci¨®n o impotencia? Probablemente un poco de las dos cosas: la experiencia les hace pensar que estos sobresaltos tienen resaca y que ¨¦sta muchas veces favorece al que manda, pero, al mismo tiempo, son incapaces ya de hacer las cosas de otra manera, aunque quisieran. Y en este punto est¨¢n encallados.
De la experiencia cada cual saca las conclusiones que le convienen. Pero el Gobierno deber¨ªa constatar que por lo menos en el asunto Prestige su confianza en que pasado el primer impacto las cosas vuelvan a su lugar natural no se est¨¢ viendo certificada por los hechos. Hace ya m¨¢s de un mes que la guerra ha sacado de las portadas de la prensa al Prestige. Ni el principio medi¨¢tico de que un acontecimiento tapa a otro y lo manda al olvido, ni las promesas de dinero con que el Gobierno crey¨® atraer las voluntades de los gallegos ni el eterno recurso al miedo con la campa?a contra la inseguridad lanzada por Aznar en persona a primeros de a?o han servido para desactivar la indignaci¨®n ciudadana. Y miles de gallegos encontraron en Madrid la solidaridad de miles de espa?oles. La ciudadan¨ªa no es tan f¨¢cil de enga?ar como algunos creen.
La idea de que la pol¨ªtica consiste en hacer lo que al gobernante le da la gana porque la gente acaba siempre apunt¨¢ndose al que manda es un error. Hay un momento en que la gente se ve reducida a comparsa y se siente despreciada. Es entonces cuando reacciona. Y, a menudo, cuando esto ocurre el Gobierno dif¨ªcilmente tiene tiempo de rectificar, porque ha perdido fiabilidad. Como dice Robert D. Putman, "la fiabilidad es el lubrificante de la vida social", en todos los ¨®rdenes y direcciones.
El error del Gobierno en el caso Prestige ha sido y es no querer asumir responsabilidades, no cumplir siquiera con el rito democr¨¢tico de entregar algunas dimisiones para restaurar simb¨®licamente el equilibrio roto. Este error ha hecho m¨¢s grave todav¨ªa la decisi¨®n de sacar el buque a alta mar. Si era -como dicen muchos expertos- un disparate desde el punto de vista t¨¦cnico, lo es m¨¢s desde el punto de vista pol¨ªtico: confirma que la ¨²nica idea del Gobierno era intentar quitarse el problema de encima. Con lo cual lo agravaron, que es lo que acostumbra a ocurrir cuando se antepone la presunta astucia pol¨ªtica a la raz¨®n t¨¦cnica.
En la guerra de Irak, el modo de afrontar las manifestaciones por parte del Gobierno responde a la misma err¨®nea manera de entender la pol¨ªtica democr¨¢tica. Dejo como anecd¨®ticos los dos argumentos m¨¢s comunes que los dirigentes del PP han empleado despu¨¦s de las manifestaciones: decir que su posici¨®n "coincide con toda nitidez con los manifestantes" (Javier Arenas) y cargar contra el PSOE por haber ido a la manifestaci¨®n a manipular a la gente. Los dos argumentos ofenden a los manifestantes. El primero, demuestra la desfachatez de un Gobierno que quiere apropiarse de una manifestaci¨®n hecha contra ¨¦l, es decir, que una vez m¨¢s toma por idiotas a los ciudadanos, a los que -segundo argumento- les acusa de dejarse manipular. ?No se dan cuenta los populares de que en la manifestaci¨®n Zapatero formaba parte del decorado?
Pero vayamos a lo principal. La ciudadan¨ªa proclama el no a la guerra y el Gobierno, que dice compartir sus sentimientos, en vez de trabajar para evitarla, se pone a trabajar para legitimarla. La ¨²nica diferencia en la actitud de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar entre el antes y el despu¨¦s de las manifestaciones antiguerra se puede explicar as¨ª: antes, se limitaba a hacer de comparsa de las decisiones de Bush (de ah¨ª el exceso de celo de la ministra Palacio, que fue m¨¢s bushista que Colin Powell), ahora Aznar trabaja para ayudar al presidente americano a encontrar alguna cobertura para la guerra en la legalidad internacional. Es decir, los ciudadanos proclaman el no a la guerra y Aznar se pone a trabajar para darle legitimidad. Y despu¨¦s dice que est¨¢ haciendo lo mismo que los ciudadanos piden.
Todo suma en la misma direcci¨®n: la p¨¦rdida de credibilidad. Y ¨¦ste es el factor com¨²n de las dos jornadas de movilizaciones: desconfianza con los gobernantes. ?Hasta d¨®nde llegar¨¢ esta reacci¨®n ciudadana? Lo que parece claro es que el ambiente est¨¢ caldeado, que la gente est¨¢ realmente molesta. El estado de movilizaci¨®n permanente no es posible. Llegar¨¢n pronto diversas convocatorias electorales y podr¨¢ medirse mejor el estado del malestar. Pero es importante que la ciudadan¨ªa aparezca vigilante. Y que no se deje enga?ar por miserables astucias de quien ha perdido el pulso de la sociedad. M¨¢s all¨¢ de las elecciones, ser¨ªa bueno, para el futuro de la democracia representativa, que aparecieran canales de comunicaci¨®n diversos, instituciones intermedias que permitan que la ciudadan¨ªa se haga sentir con asiduidad. Es el mejor modo de hacerse respetar. Los pr¨®ximos meses veremos si se trata de un episodio ef¨ªmero como otros o si realmente se est¨¢ expresando un cambio que requerir¨¢ formas distintas de hacer pol¨ªtica, m¨¢s transparentes, m¨¢s dispuestas a escuchar -que es muy distinto que leer sondeos de opini¨®n-, m¨¢s cercanas a la gente y m¨¢s humildes. La vanidad y la arrogancia est¨¢n siendo las tumbas de Aznar, un pol¨ªtico antiguo que todav¨ªa confunde la autoridad con la prepotencia, el mal humor y la porra. Quienes aspiren a sucederle har¨¢n bien en tomar nota.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.