La adolescencia de Internet
Ha pasado un septenio desde la publicaci¨®n de un libro, Socied@d Digit@l, que contribuy¨® de forma notable a extender el uso de ese t¨¦rmino. En estos a?os hemos asistido a una creciente familiarizaci¨®n con Internet, a su impacto en la nueva sociedad digital y a la profusi¨®n de an¨¢lisis prospectivos. Su concepci¨®n fue resultado de la cooperaci¨®n de sus inventores, un conjunto de hackers (intr¨¦pidos) deseosos de crear una red para comunicarse entre ellos; deliberadamente, intentaban dise?ar un ¨¢mbito compartido de investigaci¨®n y colaboraci¨®n. A diferencia del cracker (rompedor), el hacker no es delictivo, pese a heredar la condici¨®n de los phreakers, vocacionalmente dedicados a manipular redes telef¨®nicas para hacer llamadas gratuitas. Internet se convierte luego en un bien p¨²blico de uso general y, gracias al esp¨ªritu de sus inventores, las redes (conjunto de m¨¢quinas y cables) devienen en redes sociales donde el ordenador deja de ser un injerto de m¨¢quina de escribir y calculadora.
La conexi¨®n permanente a Internet, ya permitida por los nuevos tel¨¦fonos m¨®viles, es m¨¢s que acceder a un canal de comunicaci¨®n. No s¨®lo a?ade la posibilidad de hacer, mientras nos movemos, cosas que ya hac¨ªamos parados, sino que podremos hacer cosas que antes no pod¨ªamos lograr, como localizar y ser localizados, en cualquier parte del mundo, con un error de algunos cent¨ªmetros. Am¨¦n de comunicarnos, nos localizar¨¢ con toda precisi¨®n; lo que, desde luego, me identifica con la confesi¨®n de Umberto Eco: "He llegado a una edad en que mi prop¨®sito principal es no recibir mensajes". Estas nuevas posibilidades, cuyo coste desciende progresivamente, al ser ofrecidas a la vez, refuerzan su valor individual de acuerdo con la ley de Metcalfe: "El valor de una red crece de acuerdo con el cuadrado del n¨²mero de nodos que la componen". El efecto final de esta ley supone que la sociedad digital se basa en una tecnolog¨ªa que, al facilitar la formaci¨®n de grupos de usuarios, incrementa su valor de forma exponencial. En expresi¨®n anglosajona: siguiendo la curva del palo de jockey.
Internet no es una red de arquitectura aleatoria, contra lo que se ven¨ªa creyendo desde el siglo pasado. El siglo XXI ya nos ha ense?ado que, siendo Internet un conjunto de conexiones entre ordenadores, de cobre y fibra ¨®ptica, su desarrollo sigue reglas muy similares a las que rigen a los humanos en sus relaciones sociales. Se cumplen especialmente las referidas a la agrupaci¨®n por afinidades o demandas comunes de conocimiento tem¨¢tico, nada precisamente nuevo. La oferta tem¨¢tica ya conten¨ªa, en el siglo XV, variantes tan vocacionalmente dispares como la colecci¨®n de esbozos de sermones conocida coloquialmente como "Duerme tranquilo", porque evitaba a los curas p¨¢rrocos la ansiedad de tener que preparar el serm¨®n de cada domingo, o la gu¨ªa Tariffa delle puttane, publicaci¨®n veneciana que glosaba con todo detalle las circunstancias de m¨¢s de cien distinguidas meretrices. No es casual que, en el siglo XV, y precisamente en Venecia, nazcan los derechos de autor, creados en la ciudad que encabezaba la edici¨®n europea y en la que siembra la especializaci¨®n y fragmentaci¨®n tem¨¢tica en un contexto cultural donde las universidades europeas repart¨ªan la ense?anza, de sus escasas disciplinas, en tan s¨®lo dos niveles: trivium (dedicado al lenguaje) y cuatrivium (dedicado a los n¨²meros). Quiz¨¢ la ¨²nica ventaja, desde la perspectiva de hoy, de sus di¨¢dicos planes de estudio era que, al ser muy similares, permit¨ªan que los estudiantes pasaran de una universidad a otra en un trasiego precursor de las actuales becas Erasmus.
Pero, reconocida la veteran¨ªa de la necesidad recurrente de oferta tem¨¢tica, lo relevante es que estamos en la adolescencia de Internet que, como cualquier otra tecnolog¨ªa (igual que los adolescentes) no se adapta f¨¢cilmente a los usos sociales. Sigue un proceso lento y gradual en su adaptaci¨®n a las necesidades de sus usuarios, es cada vez m¨¢s grande y potente en su camino hacia la madurez. Roberto Saracco hace una aguda comparaci¨®n con el desarrollo de la aviaci¨®n. Transcurrieron veinticuatro a?os entre el primer vuelo de los hermanos Wright (menos de cien metros de distancia, a metro y medio de altura) y la primera traves¨ªa atl¨¢ntica de Lindberg, acreedora del primer reconocimiento de que la aviaci¨®n ya era una tecnolog¨ªa madura. Igual periodo de tiempo, veinticuatro a?os, transcurri¨® entre las precursoras realizaciones de Arpanet (el antecedente inmediato de Internet) y la aparici¨®n del primer navegador de la www, el Mosaic, que alcanz¨® en un a?o la cifra de un mill¨®n de usuarios y que fue calificado por el New York Times como "la primera ventana al ciberespacio". En el comienzo de la aviaci¨®n est¨¢, tanto la publicidad (que se exhib¨ªa en las ferias por los primitivos biplanos arrastrando carteles) como el servicio de correos, el primero y m¨¢s importante uso de la aviaci¨®n comercial. El paralelismo con los banners (anuncios de Internet) y el correo electr¨®nico es sorprendente.
Siguiendo con la analog¨ªa, en Internet acabamos de cruzar el Atl¨¢ntico. Existe similar euforia respecto a la madurez de la tecnolog¨ªa digital, como sucedi¨® con la traves¨ªa de Lindberg. Pero estamos, si comparamos 2003 y 1927, como la muchedumbre que lo esperaba en Par¨ªs y crey¨® que ya lo hab¨ªa visto todo. Nadie pens¨® entonces ni en la construcci¨®n de grandes aeropuertos ni en los turborreactores, ni en la navegaci¨®n por sat¨¦lite, ni en viajar a la velocidad del sonido. Nos ha sorprendido de tal forma el ¨¦xito de Internet que ya la consideramos una tecnolog¨ªa madura, cuando la realidad es que acaba de salir de su infancia. No dudamos ya de su eficiencia como herramienta de aprendizaje e informaci¨®n, pero deber¨ªamos plantearnos su capacidad para alterar el concepto y la naturaleza de esas actividades. Resulta ilustrativo el efecto de la moderna tecnolog¨ªa m¨¦dica: la salud ha dejado de ser algo que conservar por medios naturales para convertirse en un objetivo nuevo y distinto por mor de la tecnolog¨ªa. Ya todos aspiramos a conservar una salud ampliada, artificial. Tenemos un diferente concepto de salud, distinto al de nuestros bisabuelos. De igual manera, a nuestros bisnietos les costar¨¢ mucho entender el galimat¨ªas de nuestros esquizoides usos de comunicaci¨®n: el correo para la correspondencia en soporte papel, el tel¨¦grafo en casos urgentes, las empresas de mensajer¨ªa, el fax, el tel¨¦fono, en sus variantes fijo y m¨®vil, con sus contestadores y buzones de voz. Toda una panoplia de diferentes tecnolog¨ªas con el ¨²nico fin de comunicar. Internet revelar¨¢ muchos nuevos conceptos sociales no incorporados en su tecnolog¨ªa que, por su condici¨®n de transformadora, no la debemos entender limitada a unos fines determinados.Con independencia del auge y la ruina de las empresas puntocom, la revoluci¨®n de las tecnolog¨ªas de informaci¨®n y comunicaciones (TIC) apenas ha comenzado.
Hemos de reconocer la improcedencia de esta denominaci¨®n, que equivale a hablar de "charcuter¨ªa y salchich¨®n", como nos recuerda An¨ªbal Figueiras. M¨¢s apropiado ser¨ªa referirse a las tecnolog¨ªas de computaci¨®n y comunicaciones, aunque se haya impuesto el acr¨®nimo TIC como traducci¨®n de su equivalente anglosaj¨®n ICT. Sus anteriores modalidades, como la imprenta o el tel¨¦grafo, tuvieron un impacto muy importante en la cultura y la sociedad. Las actuales generar¨¢n impactos m¨¢s extensos, r¨¢pidos y profundos, dado su continuo desarrollo, que las convierte en algo tan generalizado y ubicuo como la electricidad. Pero la naturaleza de estos impactos depender¨¢ mucho m¨¢s de las elecciones sociales y pol¨ªticas que de la evoluci¨®n de la tecnolog¨ªa (innecesaria, en muchos casos, como ha se?alado el principal fabricante de ordenadores personales, Michael Dell, al afirmar: "Hay tecnolog¨ªas para problemas que no existen, y eso no es innovaci¨®n"). En la difusi¨®n de cualquier tecnolog¨ªa, a partir de un determinado grado de su desarrollo, cuentan m¨¢s los factores sociales y culturales que los aspectos puramente tecnol¨®gicos. Pi¨¦nsese que Estados Unidos todav¨ªa no ha podido liberarse del cors¨¦ del sistema imperial de medidas (s¨ª ha logrado hacerlo el Reino Unido) a pesar de reconocerse las ventajas t¨¦cnicas y comerciales de la adopci¨®n del sistema m¨¦trico decimal.
Jos¨¦ B. Terceiro es catedr¨¢tico de la Universidad Complutense de Madrid y coautor, con Gustavo Mat¨ªas, de Digitalismo. El nuevo horizonte sociocultural.
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