El fracaso de la diplomacia belicista
A las 3.30 de la madrugada del pasado jueves, con la ca¨ªda de los primeros misiles Tomahawk lanzados sobre Bagdad, el mundo no asisti¨® al avance de la democracia y la libertad en una regi¨®n del planeta sumida desde hace demasiado tiempo en el oscurantismo; el mundo asisti¨®, por el contrario, a una grav¨ªsima infracci¨®n del sistema internacional perpetrada por un pa¨ªs que, como EE UU, fue en el pasado reciente uno de sus principales arquitectos y valedores. Sinti¨¦ndose afectados por lo que sucede en Irak, y tambi¨¦n por lo que pueda suceder en un futuro no tan lejano en otros pa¨ªses de la regi¨®n, muchos ciudadanos a lo largo y ancho del planeta se preguntan si esta nueva guerra del Golfo, si este nuevo conflicto b¨¦lico en el polvor¨ªn de Oriente Pr¨®ximo, quedar¨¢ en la historia como un episodio aislado del que la legalidad y las instituciones internacionales sabr¨¢n encontrar la salida, o si, en el extremo opuesto, constituye el pre¨¢mbulo de una nueva ¨¦poca de terror y de barbarie.
La cuesti¨®n es si esta nueva guerra quedar¨¢ en la historia como un episodio aislado o si constituye el pre¨¢mbulo de una nueva ¨¦poca de terror y barbarie
Al hacer p¨²blico el pulso con Chirac, EE UU le fue cerrando la retirada. Las masivas manifestaciones clausuraron cualquier posibilidad de viraje
La inquietante deriva que hoy empuja a las relaciones internacionales hacia zonas de alt¨ªsimo riesgo tiene, sin duda, profundas ra¨ªces, que van desde la mezquina convalidaci¨®n de flagrantes injusticias pol¨ªticas cuando se produc¨ªan fuera del estrecho c¨ªrculo de las naciones privilegiadas, hasta el entusiasmo con el que, una vez desaparecido el mundo bipolar, se acept¨® anteponer la inflamada defensa de los grandes valores a la defensa menos vistosa, menos ¨¦pica, pero s¨ª m¨¢s eficaz y m¨¢s razonable, de los procedimientos para alcanzarlos. Aun as¨ª, por descabellados que hayan sido los errores cometidos durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, por equivocadas que hayan resultado las opciones del pasado, nada nos obligaba ahora ni nos obligar¨¢ jam¨¢s a guardarles una fidelidad cerril que nos convierta en sus prisioneros. Y eso es exactamente lo que hemos hecho; o, mejor, eso es exactamente lo que ha hecho Estados Unidos y, acudiendo en su apoyo, el Gobierno de Tony Blair y nuestro propio Gobierno. Tal vez cegados por el resplandor que desprenden palabras como justicia, libertad o democracia, los defensores de un nuevo orden internacional, entre los que destacan Bush, Aznar y Blair, acabaron perdiendo de vista que, como ellos, un importante n¨²mero de los miembros del Consejo de Seguridad tambi¨¦n dispone de una incuestionable legitimidad para enarbolarlas, al menos tan s¨®lida como la suya. Lo que separaba a unos y a otros, el matiz que se transform¨® contra todo pron¨®stico en un foso insondable, no resid¨ªa m¨¢s que en el medio para alcanzar un fin compartido; en este caso, el desarme de Sadam.
Sobre el tapiz de esta concepci¨®n ideol¨®gica, para la que las diferencias de posici¨®n s¨®lo pueden obedecer a una discrepancia acerca de los valores y no de los procedimientos, se ha ido fraguando en buena medida la crisis internacional que el mundo padece en estos d¨ªas, y en la que lo relevante no reside en el hecho de que un pu?ado de pa¨ªses haya decidido deponer a un dictador, sino en el de que, para hacerlo, haya tenido que violentar una arquitectura internacional con medio siglo a las espaldas. Puesto que, desde el primer momento, EE UU se cre¨ªa en posesi¨®n de la buena causa y, por otra parte, el Reino Unido y Espa?a le ratificaban en su convicci¨®n, ?qu¨¦ sentido ten¨ªa derrochar esfuerzos para ajustar los propios pasos a los exigidos por la legalidad y las instituciones internacionales? O dicho en otros t¨¦rminos, ?qu¨¦ sentido ten¨ªa articular una estrategia diplom¨¢tica en el seno de Naciones Unidas? Desde la perspectiva del Gobierno de Washington, siempre apoyado por Blair y Aznar, la preparaci¨®n de una hoja de ruta para llevar al Consejo de Seguridad hasta las posiciones favorables a un ataque contra Irak era, a lo sumo, un adorno, un injustificado escr¨²pulo de los sectores norteamericanos m¨¢s tibios, como el encabezado por el secretario de Estado, Colin Powell.
Desde esta convicci¨®n preliminar acerca de la escasa utilidad de una pol¨ªtica exterior que se fundamente en la persuasi¨®n razonada y no en el poder militar, nada tiene de extra?o que la actuaci¨®n de Estados Unidos y sus aliados haya incurrido, primero, en una inveros¨ªmil sucesi¨®n de errores de c¨¢lculo y, acto seguido, en unos intentos de imposici¨®n -en ocasiones colindantes con la amenaza y el chantaje- que poco o nada tienen que ver con la diplomacia. Creyendo que su principal obst¨¢culo en el Consejo de Seguridad ser¨ªa interpuesto por Francia, la humillante presi¨®n sobre Par¨ªs ejercida por Donald Rumsfeld y el propio presidente Bush acab¨® decantando hacia el veto la titubeante posici¨®n inicial de Chirac, cuyos portavoces defin¨ªan como "similar a la de Alemania, pero no id¨¦ntica". Con esta f¨®rmula imprecisa, el Quai d'Orsay ven¨ªa a sugerir que, a diferencia de los alemanes, cuya coalici¨®n de gobierno naufragar¨ªa en caso de que el canciller Schr?der apoyase una guerra, los franceses tratar¨ªan de evitar el conflicto mientras fuera posible, pero que, desencadenado, no se quedar¨ªan en la retaguardia. Fueron los propios dirigentes norteamericanos -una vez m¨¢s, con el apoyo del Reino Unido y de Espa?a- los que, haciendo p¨²blico el pulso con Chirac, y adem¨¢s en t¨¦rminos poco corteses, le fueron cerrando el camino de retirada. Y as¨ª hasta que las manifestaciones del 15 de febrero, masivamente apoyadas por la opini¨®n p¨²blica de todo el mundo, terminaron de cegar para Francia cualquier posibilidad de viraje.
Pero la concentraci¨®n de las presiones sobre Francia tuvo un segundo efecto contraproducente para los prop¨®sitos de EE UU y sus aliados: ampli¨® el margen de maniobra para el resto de los pa¨ªses que, con o sin veto en el Consejo de Seguridad, ni cre¨ªan en la necesidad de esta guerra, ni deseaban verse abocados a una opci¨®n entre dos facciones cada vez m¨¢s distanciadas. Aprovechando este hueco inesperadamente abierto en los equilibrios del Consejo, la diplomacia rusa elev¨® su apuesta por el hallazgo de una soluci¨®n negociada a la crisis, enviando a Bagdad al ex primer ministro Yevgueni Primakov. Y es ah¨ª donde la posici¨®n de Bush, Aznar y Blair sufre un nuevo retroceso: cualquier intento de mediaci¨®n rusa ante Sadam tiene que comenzar por ofrecerle garant¨ªas de que Mosc¨² no apoyar¨¢ una resoluci¨®n que abra las puertas a un ataque legal contra Irak. Por razones distintas a las de Francia, la causa del veto gana de este modo un segundo adepto que, adem¨¢s, tampoco puede retroceder en su posici¨®n, ya que ello supondr¨ªa comprometer el cr¨¦dito de su diplomacia en la totalidad de Oriente Pr¨®ximo. Porque, en este sentido, ?c¨®mo podr¨ªa Rusia reclamar ning¨²n papel en un futuro e hipot¨¦tico arreglo entre palestinos e israel¨ªes si ahora comenzaba por faltar a la palabra dada a Sadam?
Con dos vetos afianzados contra los prop¨®sitos de Bush, Aznar y Blair, China se encontr¨® en una situaci¨®n relativamente confortable, pese a las agudas tensiones en el seno del Consejo: oponerse a los prop¨®sitos de EE UU no le acarreaba un coste insoportable, en la medida en la que el peso de la negativa lo sobrellevar¨ªan Francia y Rusia, y, al mismo tiempo, le permit¨ªa salvaguardar intactos sus intereses en Oriente Pr¨®ximo. La obsesi¨®n contra Francia enarbolada por los promotores del ataque contra Irak les reportaba, en consecuencia, un tercer e inesperado veto. Un veto en el que lo decisivo no era ya su solidez, sino el hecho de que contribu¨ªa a cuajar una masa cr¨ªtica de rechazo a la intervenci¨®n militar en Irak. En ella, los miembros no permanentes pod¨ªan instalarse, como as¨ª hicieron, en una irreductible ambig¨¹edad. E incapaces de comprender la solidez estructural de este equilibrio, las diplomacias de Bush, Aznar y Blair a¨²n dar¨ªan una ¨²ltima prueba de torpeza: pensaron que la ambig¨¹edad de los miembros no permanentes se podr¨ªa romper mediante la presi¨®n directa sobre ellos, y no mediante la alteraci¨®n de la correlaci¨®n de fuerzas entre los permanentes. As¨ª, imaginaron tener nueve votos donde lo ¨²nico que recib¨ªan no eran compromisos, sino evasivas. En apenas unas jornadas en las que amenazaron con exigir que los miembros del Consejo se "retratasen p¨²blicamente", los partidarios del ataque dejaron claro, sin embargo, que no dispon¨ªan de los apoyos suficientes para aprobar su resoluci¨®n, al margen de los vetos. Pero dejaron claro adem¨¢s, y esto es lo m¨¢s grave, que su adhesi¨®n a la legalidad y las instituciones internacionales era meramente condicional, como lo probaba el hecho de que hubiesen hablado de una "mayor¨ªa moral" con la que, llegado el caso, habr¨ªan subvertido la legalidad internacional. Ni siquiera de eso fueron capaces. Los contratiempos diplom¨¢ticos fueron de tal envergadura que tuvieron que recurrir a las v¨ªas de hecho, tomando como referencia la reuni¨®n en las Azores.
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