La militarizaci¨®n de la pol¨ªtica exterior de Bush
La guerra contra Irak forma parte de un nuevo paradigma de pol¨ªtica exterior que se ha ido gestando en la Administraci¨®n Bush incluso antes de los atentados del 11 de septiembre. La propuesta de George W. Bush en su campa?a electoral era reactiva, es decir, planteaba un conjunto de actuaciones claramente distinto, si no opuesto, al del anterior presidente, William J. Clinton. Hasta entonces, la pol¨ªtica exterior norteamericana respond¨ªa a una mezcla de realismo -el poder como elemento rector de las relaciones internacionales- y de liberalismo o institucionalismo -la construcci¨®n del orden mundial a trav¨¦s de las instituciones y leyes internacionales-, combinados en proporciones distintas, seg¨²n cada presidente. Esta situaci¨®n se ha alterado con la presente Administraci¨®n: los componentes liberales han sido excluidos de la propuesta y la militarizaci¨®n de la actuaci¨®n exterior ha acabado, salvo en temas de procedimiento que no conviene minimizar, con el margen de debate y de decisi¨®n propio de los per¨ªodos anteriores.
El uso de la tecnolog¨ªa 'punta' no garantiza el tratamiento efectivo del terrorismo
El ataque preventivo es la caracter¨ªstica m¨¢s fundamental de la nueva estrategia de seguridad
Hasta ahora, el Partido Dem¨®crata no ha formulado propuestas claramente alternativas
La prepotencia y la arrogancia son rasgos ya evidentes en buena parte del equipo de Bush
La pol¨ªtica exterior de George W. Bush se fue definiendo desde el principio bajo la gran influencia de los soberanistas norteamericanos: recelo contra Naciones Unidas, percibidas como un Ej¨¦rcito de liliputienses que inmoviliza al Gulliver norteamericano; rechazo del Tribunal Penal Internacional porque s¨®lo un tribunal propio puede juzgar a un ciudadano norteamericano; denuncia de varios acuerdos suscritos inicialmente por el presidente Clinton, desde Kyoto a la prohibici¨®n de las minas antipersona pasando por los acuerdos de la OCDE sobre los para¨ªsos fiscales. Adem¨¢s, y en coherencia con dicha influencia, la pol¨ªtica exterior del presidente Bush, ya en septiembre de 2001, conten¨ªa dos nuevos elementos: la definici¨®n del inter¨¦s nacional como objetivo de la misma y la negativa a aplicar pol¨ªticas de nation building. La novedad no reside tanto en considerar que el inter¨¦s nacional es el objetivo, como en contraponerlo a los intereses de la comunidad internacional. La fuente de este viraje est¨¢ en un famoso art¨ªculo de Condoleezza Rice, publicado en Foreign Affairs a principios de 2001, al tiempo que George W. Bush tomaba posesi¨®n de su cargo. Otro elemento relevante de este art¨ªculo es que apunta ya a la militarizaci¨®n de la pol¨ªtica exterior norteamericana, al colocar las capacidades militares en el primer plano de los instrumentos de ¨¦sta. En la reorientaci¨®n que propone, Rice define as¨ª la primera tarea de la nueva pol¨ªtica: "Asegurar que las Fuerzas Armadas de Am¨¦rica pueden disuadir de la guerra, proyectar su poder y luchar en defensa de nuestros intereses si falla la disuasi¨®n".
Hasta entonces se hab¨ªa producido una clara tensi¨®n entre la doctrina militar vigente y la pol¨ªtica exterior, sobre todo cuando ¨¦sta decid¨ªa intervenciones humanitarias. La doctrina Weinberger-Powell prescribe, entre otros elementos, la prosecuci¨®n de la victoria en el plazo m¨¢s corto posible y un uso avasallador de la fuerza. Por esta raz¨®n precisamente estaba en contra de operaciones como Somalia o Kosovo, que implicaban un uso limitado del poder militar. Y es que el uso de la fuerza al servicio de decisiones de la comunidad internacional raramente persigue la victoria, mientras que la defensa de los intereses nacionales s¨ª es coherente con el concepto de victoria militar. En otras palabras, la militarizaci¨®n de la pol¨ªtica exterior del presidente Bush la hace m¨¢s coherente que las de sus predecesores con la doctrina militar preexistente en Estados Unidos.
En este contexto de giro muy acusado pero todav¨ªa indefinido o no cuajado, se producen los ataques del 11 de septiembre. Las primeras reacciones del Gobierno norteamericano revistieron un car¨¢cter multilateral. Son ejemplos de ello tanto el abono de las cuotas atrasadas a Naciones Unidas como la aceptaci¨®n por parte del entonces secretario del Tesoro, P. O'Neill, de los acuerdos de la OCDE para combatir los para¨ªsos fiscales. Sin embargo, en el tiempo transcurrido se ha consolidado la transformaci¨®n de la pol¨ªtica exterior que se esbozaba en los primeros meses. En este proceso pueden se?alarse tres hitos: la guerra de Afganist¨¢n, la publicaci¨®n de la National Security Strategy y la decisi¨®n unilateral de atacar Irak y acabar con el r¨¦gimen de Sadam Husein.
La guerra de Afganist¨¢n puso de manifiesto el car¨¢cter unilateral de su ejecuci¨®n, con el rechazo del apoyo ofrecido por la OTAN, y se caracteriz¨® por el r¨¢pido ¨¦xito de la operaci¨®n militar. Esta guerra ha tenido un efecto enga?oso, sobre todo en la opini¨®n p¨²blica norteamericana, contribuyendo a hacer creer que el modo actual de lucha contra el terrorismo global reside en las Fuerzas Armadas. Esta operaci¨®n ha sido decisiva para impulsar a George W. Bush a preparar el ataque a otro Estado, Irak. Pero Afganist¨¢n es tambi¨¦n un precedente alarmante: un a?o despu¨¦s, s¨®lo Kabul est¨¢ bajo control, los se?ores de la guerra vuelven a mandar en sus territorios y se financian con el cultivo del opio que se ha multiplicado por diez en relaci¨®n con el existente antes de la guerra. Los Estados Unidos han gastado en la reconstrucci¨®n de Afganist¨¢n en un a?o tan s¨®lo el equivalente del gasto de seis horas de actividad del Pent¨¢gono, y las perspectivas de estabilidad o de avance hacia un r¨¦gimen m¨¢s democr¨¢tico son m¨¢s que sombr¨ªas.
El segundo hito es la National Security Strategy del mes de septiembre de 2002, un documento que expone y argumenta el nuevo posicionamiento del Gobierno norteamericano. En primer lugar, conviene destacar que representa una inflexi¨®n respecto a las posiciones de Bush y Rice sostenidas dos a?os antes. Ya no es s¨®lo el inter¨¦s nacional la base de la pol¨ªtica exterior, sino que ¨¦sta se basa en un "internacionalismo americano que refleja la uni¨®n de nuestros valores y de nuestros intereses nacionales". En su introducci¨®n, Bush enumera algunos de estos valores como la libertad de expresi¨®n o la elecci¨®n de los gobiernos, sin olvidar la libertad de culto, y los considera "v¨¢lidos para cualquier persona, en cualquier sociedad". Pero, a lo largo del documento, el mercado ocupa un lugar central entre estos valores: "El concepto de libre comercio surgi¨® como principio moral antes de que fuera un pilar de la econom¨ªa". Podemos comparar esta posici¨®n con la de Bill Clinton en la National Security Strategy, aprobada por ¨¦l en diciembre de 1999, donde el ¨¦nfasis se coloca en el impulso a la democracia: "Al dar forma a nuestra estrategia, reconocemos que la extensi¨®n de la democracia, de los derechos humanos y el respeto por el Estado de Derecho no s¨®lo reflejan los valores americanos, sino que incrementan a la vez nuestra seguridad y nuestra prosperidad". En segundo lugar, conviene destacar que el documento suscrito por Bush no menciona en ning¨²n momento a los organismos internacionales como instrumentos de soluci¨®n de los problemas a afrontar. Cita a la ONU una sola vez, en relaci¨®n a problemas medioambientales. Se habla de coaliciones, de apoyo de los aliados, pero fuera de las estructuras internacionales y siempre previa decisi¨®n norteamericana, aunque las expresiones empleadas son mucho m¨¢s suaves que las utilizadas previamente por Donald Rumsfeld.
El concepto de ataque preventivo (preemptive attack*) es, sin embargo, la caracter¨ªstica m¨¢s fundamental de la nueva estrategia de seguridad. Se empieza utilizando el concepto s¨®lo en relaci¨®n con los terroristas: en estos casos, Estados Unidos no dudar¨¢ en actuar en solitario, si es necesario. Pero en el cap¨ªtulo V ya se establece su relaci¨®n con los Estados: "La superposici¨®n entre Estados que patrocinan el terror y los que persiguen el desarrollo de las armas de destrucci¨®n masiva nos obliga a la acci¨®n". Se propone sustituir el concepto de amenaza inminente, que justificaba desencadenar un ataque preventivo, por el de amenaza suficiente: "Estados Unidos ha mantenido desde hace tiempo la opci¨®n a acciones preventivas para contrarrestar una amenaza suficiente a nuestra seguridad nacional". Conscientes de la decisiva falta de legitimidad de este nuevo concepto, los redactores a?aden: "Estados Unidos no utilizar¨¢ la fuerza en todos los casos para prevenir las amenazas emergentes, ni las naciones pueden usar la prevenci¨®n como pretexto para la agresi¨®n". El propio Kissinger desautoriza esta modificaci¨®n que la nueva estrategia incorpora cuando afirma que "el desarrollo de principios que permiten a cualquier Estado un derecho ilimitado de ataque anticipatorio, a partir de su propia definici¨®n de lo que constituyen amenazas a su seguridad, no puede realizarse ni al servicio del inter¨¦s nacional de Estados Unidos ni al del inter¨¦s mundial". Por ¨²ltimo, el documento acaba declarando que "es tiempo de reafirmar el papel esencial de la fuerza militar americana". Nunca como hasta ahora se hab¨ªa concentrado tan intensamente la acci¨®n exterior en las actuaciones militares a gran escala.
La decisi¨®n de atacar Irak fue tomada al mismo tiempo que se iba perfilando la redacci¨®n de la nueva estrategia de seguridad. Si tenemos que hacer caso a la cr¨®nica de la actuaci¨®n del Gobierno norteamericano, publicada por Bob Woodward en su libro Bush en guerra, el ataque a Irak fue propuesto de un modo insistente por Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz, desde el d¨ªa siguiente al ataque a las Torres Gemelas. La respuesta de George W. Bush y del resto de su equipo no fue la de rechazar la idea sino la de aplazarla a mejores momentos. La influencia de Tony Blair -y de Colin Powell- se ejerci¨® en el sentido de cambiar un ataque decidido como primera acci¨®n por un ataque acorde con el cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas. Pero, sea como sea, se trata de la primera acci¨®n -y, en este sentido, es muy diferente a la guerra de Afganist¨¢n- de la nueva gran estrategia tendente a imponer un orden mundial directamente derivado del poder militar norteamericano. Sobre esta base, John Ikenberry, profesor de la Universidad de Georgetown, llega a la conclusi¨®n de que existe una nueva estrategia que se ha salido del marco caracterizado por la mezcla de realismo y liberalismo, propio del per¨ªodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, y que propone una nueva forma de ejercicio del poder y de organizaci¨®n del orden mundial por parte de Estados Unidos. No obstante, Ikenberry tambi¨¦n considera que la definici¨®n de este nuevo paradigma de pol¨ªtica exterior carece de una visi¨®n del orden internacional posterior a la guerra fr¨ªa, m¨¢s all¨¢ de la catalogaci¨®n de la lucha contra el terrorismo como combate entre la libertad y el mal. Esto constituye una de las causas del creciente malestar hacia Estados Unidos, despu¨¦s de las enormes muestras de solidaridad tras los atentados del 11 de septiembre.
Ikenberry, sin embargo, no recoge o no da la suficiente importancia a varios elementos que no pueden ser pasados por alto en la descripci¨®n de esta nueva estrategia. Se trata de la profunda militarizaci¨®n de la pol¨ªtica exterior, del rechazo a priori de la aceptaci¨®n de reglas internacionales como v¨¢lidas para Estados Unidos, y del contenido moral, del sentido de superioridad moral, y hasta de superioridad religiosa, que impregna la ret¨®rica y la actuaci¨®n del presidente Bush. Por este motivo, si bien comparto la idea de que la formulaci¨®n de la nueva estrategia a¨²n no ha cuajado plenamente (la National Security Strategy cubre s¨®lo algunos aspectos), considero que ya se pueden destacar siete elementos definitorios de la misma:
- Identificaci¨®n del inter¨¦s nacional como objetivo esencial de la pol¨ªtica exterior, entendiendo aqu¨¦l como algo opuesto o, al menos, distinto al servicio de los intereses de la comunidad internacional.
- Nuevo soberanismo: las reglas internacionales son buenas mientras no afecten a Estados Unidos (as¨ª, se acepta que un tribunal internacional juzgue a Milosevic pero no que pueda encausar a norteamericanos).
- Voluntad fundamental de mantener un mundo unipolar en que EE UU no tenga competidor que le pueda igualar.
- Convencimiento de que grupos terroristas reducidos pueden f¨¢cilmente obtener armamento qu¨ªmico, biol¨®gico o nuclear, con el que infligir destrucciones catastr¨®ficas.
- Sentimiento de superioridad moral de Estados Unidos, al menos en relaci¨®n a las posiciones que se pretenden combatir.
- Militarizaci¨®n de la pol¨ªtica exterior.
- Unilateralismo, entendido como la determinaci¨®n a actuar en solitario o a decidir sobre las actuaciones conjuntas con aquellos pa¨ªses que acepten cooperar en la misi¨®n.
En cuanto al sentimiento de superioridad moral, el presidente Bush ha alegado que la verdad moral -aqu¨¦lla en la que ¨¦l se reconoce- es universal. Es decir, Estados Unidos encarna, y defiende, el Bien y sus adversarios el Mal, un sentimiento que se apoya en las creencias religiosas. Este aspecto conecta con la vieja convicci¨®n de la sociedad norteamericana respecto a la misi¨®n de su pa¨ªs en el mundo, originada por su indiscutible papel en las dos guerras mundiales donde se erigi¨® como salvador de la democracia. Pero, con el presidente Bush, dicha convicci¨®n ha sido llevada hasta el extremo, creando expresiones como el eje del mal, afirmando que la guerra contra el terrorismo es una cruzada y que se est¨¢ con EE UU o contra ¨¦l, o iniciando las reuniones de Gobierno para decidir sobre la guerra de Afganist¨¢n con una oraci¨®n ordenada y dirigida por el presidente.
El problema m¨¢s importante a corto plazo deriva de la estrategia de respuesta a la amenaza que supone la suma del terrorismo y de la existencia de armas de destrucci¨®n masiva (ADM). La posici¨®n de la Administraci¨®n norteamericana -y tambi¨¦n, en este punto, de la mayor¨ªa de la opini¨®n p¨²blica de su pa¨ªs- es que el terrorismo global es un fen¨®meno nuevo que est¨¢ ya ligado, o lo estar¨¢ inevitablemente, al uso de las ADM. As¨ª se vincula un combate contra el terrorismo en el que las capacidades militares norteamericanas no son ni esenciales ni decisivas con la lucha contra Estados en la que s¨ª puede emplear su enorme fuerza militar. Por ello se presenta el eje del mal como objetivo necesario en la lucha antiterrorista, aunque la decisi¨®n de atacar Irak supone una clara debilitaci¨®n de los esfuerzos de cooperaci¨®n internacional para combatir el terrorismo, y las consecuencias del mismo pueden ser nefastas en este frente. Estados Unidos es una potencia militar inigualada, de ah¨ª su tendencia a usar el poder en el que destaca en relaci¨®n a todos los dem¨¢s pa¨ªses. Una visi¨®n superficial de la campa?a de Afganist¨¢n corrobora esta inclinaci¨®n. Pero el ataque a Irak convierte la guerra en instrumento normal de pol¨ªtica exterior en lugar de que sea el ¨²ltimo recurso para la defensa propia.
Se presenta una guerra contra otro Estado como una guerra contra el terrorismo. Y como contra ¨¦ste hay que actuar, y con empe?o, entonces no queda m¨¢s remedio que llevarla a cabo si no se quieren perder las pr¨®ximas elecciones. Pero la lucha contra el terrorismo es otra cosa. En una expresi¨®n acu?ada en EE UU despu¨¦s de la guerra de Vietnam, es cuesti¨®n de hearts and minds, es decir, de sentimientos e ideas y, para este tipo de lucha, los ej¨¦rcitos no pueden ser el instrumento principal de combate. Los partidarios del uso de las capacidades militares han abierto una pol¨¦mica afirmando que existe un nuevo terrorismo, global, que requiere nuevos m¨¦todos de lucha para combatirlo. El terrorismo global es aquel que, en un mundo globalizado, emplea todos los recursos disponibles: desde el recurso a fan¨¢ticos de una religi¨®n extendida en gran parte del planeta, hasta la explotaci¨®n de un profundo sentimiento de humillaci¨®n de toda una cultura, pasando por la organizaci¨®n en red o el uso de todas las capacidades para incrementar la eficacia de terror, sacando provecho de las nuevas tecnolog¨ªas. Pero, en todo caso, la fuerza militar empleada directamente puede ser m¨¢s contraproducente que ¨²til porque el terrorismo global sigue siendo una cuesti¨®n de hearts and minds. La utilizaci¨®n de las fuerzas militares israel¨ªes, atacando zonas de residencia civil palestinas, es el ejemplo m¨¢s extremo de este tr¨¢gico error, cometido desgraciadamente casi a diario. Los muertos civiles son un elemento que cohesiona a los terroristas con la sociedad palestina, que los ve cada vez m¨¢s como luchadores por la libertad, y alimenta los sentimientos de odio y de desesperanza que son el caldo de cultivo del terrorismo.
El uso de la tecnolog¨ªa militar punta tampoco garantiza el tratamiento efectivo del terrorismo globalizado. Como ejemplo de la utilidad de las nuevas capacidades militares en la lucha contra el terrorismo, se cita la actuaci¨®n en Yemen en noviembre de 2002 en la que un avi¨®n no tripulado dirigido por sat¨¦lite elimin¨® a dirigentes terroristas de Al-Qaeda. Es f¨¢cil quedar atra¨ªdo, y sorprendido, por los aspectos formales: avi¨®n no tripulado, sat¨¦lite controlando los movimientos, computadoras dirigiendo toda la operaci¨®n, etc¨¦tera, pero lo esencial es la informaci¨®n, conocer la existencia de esa c¨¦lula terrorista, y desde d¨®nde y hacia d¨®nde se dirig¨ªa. Existen muchas otras razones por las que una respuesta militar pura no es efectiva en la lucha contra el terrorismo: desde que puede acelerar lo que se denomina "guerra asim¨¦trica", hasta el hecho de que no existe un enemigo claro contra el que luchar o que el uso de la fuerza no aceptado internacionalmente puede cegar la construcci¨®n de mecanismos de cooperaci¨®n policial y de informaci¨®n que son, sin duda, los m¨¢s efectivos en el combate contra el terrorismo. Por ¨¦stas y otras razones, y tambi¨¦n dada la posici¨®n de la opini¨®n p¨²blica mundial, es muy posible que con la guerra contra Irak ocurra lo mismo que le ha sucedido a Ariel Sharon con su respuesta al terrorismo suicida, basada en ataques militares y represalias a centros urbanos: que se trate de una estrategia que s¨®lo es buena para ganar elecciones en casa.
El ¨¦xito de la lucha contra el terrorismo global depende, sobre todo, del ¨¦xito de la cooperaci¨®n civil en un doble frente: el de la lucha directa contra las organizaciones terroristas y el de ir resolviendo las condiciones de fondo que propician la aparici¨®n del terrorismo. En el primer frente, resultan esenciales el intercambio de informaci¨®n y la actuaci¨®n coordinada de los servicios de inteligencia y policiales de la mayor¨ªa de los pa¨ªses, el control policial de fronteras, de movimientos de los posibles miembros de estas redes y el seguimiento de los flujos de financiaci¨®n que los alimentan. El segundo frente requiere un esfuerzo considerable y sostenido de todos los pa¨ªses occidentales, en el que Europa debe jugar un papel motor. Hay que encontrar los caminos para impulsar con eficacia la transici¨®n a reg¨ªmenes democr¨¢ticos en la mayor¨ªa de pa¨ªses musulmanes; tambi¨¦n hay que comprender que para impulsar la democracia no vale el principio tan valorado por los neoliberales de que "cuanto menos Estado, mejor". El profesor de Harvard, Joseph S. Nye, va en este sentido cuando dice que "Occidente s¨®lo vencer¨¢ si ganan los musulmanes moderados, y la habilidad para atraer a los moderados es un factor cr¨ªtico".
En resumen, la Administraci¨®n del presidente Bush ha elaborado una pol¨ªtica exterior que supone un giro sustancial respecto a las anteriores, y ello se ha producido por el impacto psicol¨®gico de los ataques terroristas del 11 de septiembre. Pero conviene subrayar que tambi¨¦n ha sido necesaria la presencia en la Administraci¨®n del equipo m¨¢s extremista que ha conocido Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, equipo que ya antes de estos ataques hab¨ªa defendido o propuesto, aunque sin demasiado eco, muchos de los elementos que integran el nuevo paradigma. No podemos saber cu¨¢nto durar¨¢ este nuevo paradigma que va adquiriendo forma y fuerza. Y resultan muy preocupantes las dificultades con que, en estos momentos, se topa en la sociedad norteamericana un debate abierto y en profundidad acerca de estos temas. En una democracia tan consolidada como la norteamericana, ¨¦ste me parece el ¨²nico camino de soluci¨®n, como lo fue para el macartismo. Joseph McCarthy aterroriz¨® -pero tambi¨¦n arrastr¨® en gran parte- a los norteamericanos con su caza de comunistas en la Administraci¨®n y en la sociedad de su pa¨ªs en los primeros a?os de la d¨¦cada de los cincuenta. Lleg¨® a acusar de traidor a Dean Acheson, el secretario de Estado arquitecto del Plan Marshall y de la OTAN. Pero la retransmisi¨®n televisada en directo de sus excesos acab¨® con el apoyo popular de que dispon¨ªa. S¨®lo despu¨¦s de ello, el Senado vot¨® su censura como indigno del cargo de senador de los Estados Unidos.
Como sucedi¨® en su momento con el macartismo, tenemos que creer que una doctrina tan alejada de la corriente central del pensamiento de la sociedad norteamericana acabar¨¢ siendo substituida en un futuro m¨¢s o menos pr¨®ximo. Mientras tanto, ser¨¢ oportuno que los europeos reflexionemos sobre la afirmaci¨®n de Robert Kagan, un reconocido partidario de las posiciones del presidente Bush, en su famoso art¨ªculo Power and Weakness: "El poder de Am¨¦rica, y su voluntad de ejercerlo -unilateralmente si es necesario- representa una amenaza al nuevo sentido que Europa tiene de su misi¨®n. Quiz¨¢ suponga la mayor amenaza". Queda por preguntarnos si otras pol¨ªticas son posibles, dado el insuficiente debate que hoy se produce en Estados Unidos. Hay que reconocer que los peri¨®dicos norteamericanos han recogido un notable n¨²mero de art¨ªculos de personas con responsabilidades en legislaturas anteriores y autoridad frente a la opini¨®n p¨²blica. Pero, hasta ahora, el Partido Dem¨®crata no ha formulado propuestas claramente alternativas. Y mientras las cosas sigan as¨ª, no podemos esperar un cambio en el actual paradigma de pol¨ªtica exterior.
Una de las escasas formulaciones alternativas publicadas corresponde al ex presidente Clinton en el Democratic Leadership Council de verano de 2002, donde propone la elaboraci¨®n de una nueva pol¨ªtica exterior que contenga una visi¨®n orientada, como sucedi¨® despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, a construir un mundo mejor con m¨¢s asociados y menos terroristas. Para ello sugiere cuatro ejes a desarrollar: reforzar y hacer m¨¢s efectivas las instituciones internacionales; proporcionar un mayor alivio a la deuda de las naciones m¨¢s pobres del mundo; incrementar la inversi¨®n en ayuda y cooperaci¨®n exterior; intensificar los esfuerzos para establecer la paz en los lugares m¨¢s agitados, Oriente Medio y el subcontinente indio. Por lo que se refiere a la pol¨ªtica de seguridad, el presidente Clinton recomienda basarla en cinco elementos: acabar la tarea de expulsar a Bin Laden y los cabecillas de Al-Qaeda de Afganist¨¢n; hacer todo lo posible para que Corea del Norte ponga fin a su programa de misiles nucleares; controlar la producci¨®n y distribuci¨®n de armas qu¨ªmicas, biol¨®gicas y nucleares de peque?o tama?o; incrementar la capacidad de lucha contra el terrorismo de los pa¨ªses aliados, y mejorar la defensa del territorio propio y la cooperaci¨®n que ello implica. No es dif¨ªcil darse cuenta de que una pol¨ªtica derivada de estos principios permitir¨ªa una colaboraci¨®n mucho m¨¢s amplia y decidida del resto de pa¨ªses, no habr¨ªa dividido a Europa ni colocado a la OTAN en la situaci¨®n de bloqueo actual.
La acumulaci¨®n de un poder militar inigualable puede conducir a la prepotencia y a la arrogancia, rasgos ya evidentes en buena parte del equipo del presidente Bush. Si no se enmarca en una pol¨ªtica exterior diferente a la actual, las consecuencias de la superioridad militar norteamericana pueden resultar muy da?inas. No es posible ni aconsejable pensar en la creaci¨®n de contrapoderes. La contenci¨®n de las capacidades militares norteamericanas debe producirse en un doble campo: el nacional, al ser una democracia consolidada y el de las estructuras de legalidad internacional. En un mundo unipolar, no cabe un orden ampliamente aceptado sin un esquema de limitaciones del poder hegem¨®nico, y este esquema debe ser multilateral. La tarea es a la vez tan dif¨ªcil y tan sencilla como convencer a los norteamericanos de que su poder militar les ser¨¢ m¨¢s ¨²til, servir¨¢ mejor su inter¨¦s nacional, a trav¨¦s de las instituciones internacionales que empleado unilateralmente. Porque frente a los problemas actuales y previsibles de un mundo globalizado, cuanto m¨¢s poderoso sea Estados Unidos y cuanto m¨¢s quiera intervenir en la resoluci¨®n de estos problemas, m¨¢s necesitar¨¢, no s¨®lo aliados, sino tambi¨¦n una ONU reforzada y eficaz. A la pregunta de si ello es posible, se puede responder que el orden internacional que hoy tenemos se ha construido de ese modo.
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