En el coraz¨®n del Inter
C¨²per da una lecci¨®n al ingenuo Martins y Crespo es ovacionado por jugar en el filial
La sesi¨®n es larga e intensa, como le gusta al t¨¦cnico argentino, de 47 a?os. Se disputan partidos en los que cada jugador se empareja con un rival y ambos se persiguen por todo el campo. El despliegue f¨ªsico de Coco y Di Biaggio es impresionante. Batistuta, en cambio, se dosifica. A sus 34 a?os, no est¨¢ para desgastarse. Por la gran presencia de argentinos, aqu¨ª se habla en espa?ol casi tanto como en italiano. Pero C¨²per, que hace de ¨¢rbitro, trata de expresarse en italiano.
Al t¨¦cnico le gusta ejercer un control absoluto, como el d¨ªa que le dio una lecci¨®n a Martins, el delantero nigeriano que hab¨ªa sido la sensaci¨®n de la ¨²ltima jornada europea ante el Bayer Leverkusen. En esa sesi¨®n, el bromista Javier Zanetti le dijo a Martins que le ense?ara al entrenador cuantos saltos mortales era capaz de dar. Y el joven africano pic¨®: dio todas las cabriolas que pudo esperando la felicitaci¨®n de C¨²per. Este, sin embargo, le espet¨®: "?Esto no es un circo, es el Inter!". Y Martins se fue llorando al vestuario despu¨¦s de que otro bromista, Kallon, le asegurara que C¨²per ya no iba a contar con ¨¦l. Martins ha regresado al filial. No por sus saltos, sino porque Crespo se ha recuperado de su lesi¨®n.
Terminado el entrenamiento, los futbolistas y los t¨¦cnicos se duchan y pasan al comedor, donde les espera un plato de pasta y otro de carne de pollo. Algunos de los chicos -Coco y Di Biaggio de nuevo- visten modelos muy chillones. Morfeo, m¨¢s discreto, sube al piso de arriba a jugar al billar. Despu¨¦s de comer, la mayor¨ªa regresa a sus casas en Como, a 12 kil¨®metros de la Pinetina. Entre ellos, C¨²per. En cambio, su ayudante, Mario G¨®mez, debe dirigirse al pueblo de Seregno, en una caravana de coches interistas, para ver al filial y, en concreto, a tres jugadores del primer equipo: Crespo, Martins y Materazzi.
Las puertas del estadio Ferruccio se abren para dejar pasar al cortejo. La gente lo observa con expectaci¨®n, sobre todo cuando advierte que de ese flamante coche deportivo baja el presidente del Inter, Massimo Moratti, con sus gafas de dise?o y su chaqueta y corbata verdes. En el interior del campo, una especie de Segunda B, aparece un cuadril¨¢tero de boxeo muy equipado. Tambi¨¦n una inscripci¨®n en la pared, de 1935, que da fe de que Vittorio Pozzo entren¨® a la Nazionale en este estadio. Por all¨ª pasa Moratti antes de instalarse en el palco entre los v¨ªtores del p¨²blico. El presidente es venerado por los tifosi.
Comienza el partido y a Crespo le cuesta entrar en acci¨®n. Su novia, Alessia, una belleza rubia italiana, est¨¢ preocupada. "Hern¨¢n tiene miedo de romperse. Ha tenido una lesi¨®n grave", dice. Pero Crespo mejora y marca de cabeza. Alessia y el imperturbable Moratti son los ¨²nicos que no aplauden. La primera tiene una explicaci¨®n. "La gente est¨¢ mir¨¢ndome. Si estoy en San Siro, monto un quilombo". La ¨²ltima palabra delata d¨®nde ha aprendido Alessia espa?ol: el pasado verano, en casa de los padres de Crespo, en Buenos Aires. En el descanso, una veintena de periodistas se abalanza sobre Moratti, que, cigarrillo en mano, responde muy acostumbrado a ello.
Empieza la segunda parte y, a los 10 minutos, la grada se alza para despedir con una ovaci¨®n al sustituido Crespo, que, en vez de irse raudo al vestuario, se queda en el banquillo. Los periodistas italianos le esperan como agua de mayo. Es el hombre del d¨ªa. Y Crespo se muestra sol¨ªcito. Habla con ellos antes y despu¨¦s de la ducha, cuantas veces sea requerido. Alessia espera resignada, pero feliz.
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