Mucho m¨¢s que una guerra
Victoria Clarke, conocida como Torie, de 43 a?os y 180 cent¨ªmetros de estatura, una mujer de car¨¢cter f¨¦rreo siempre envuelta en colores chillones, decidi¨® el a?o pasado que la guerra de Irak deb¨ªa ser narrada con todo detalle. Hac¨ªan falta periodistas en el frente, cientos de periodistas de todas las procedencias e ideolog¨ªas, un ej¨¦rcito de periodistas que transmitiera al mundo miles de im¨¢genes e historias cada d¨ªa. "Es una historia que merece ser contada", dijo. Clarke, portavoz y encargada de las relaciones p¨²blicas en el Departamento de Defensa de Estados Unidos, introdujo, quiz¨¢ sin adivinar todo el alcance de su propuesta, un elemento muy importante en una guerra que hab¨ªa de cambiar el mundo. La guerra de Irak deb¨ªa ser mucho m¨¢s que una guerra. Deb¨ªa ser un ensayo, un mensaje y una revoluci¨®n militar comprimidos en un fogonazo de fuerza. Llegado el momento, el fogonazo ha tardado s¨®lo 20 intensos d¨ªas en caer sobre Bagdad.
Apareci¨® la propuesta de Clarke. Cada unidad regular llevar¨ªa consigo su equipo de cronistas. La prensa iba a tener la oportunidad de contar la guerra al minuto
Rumsfeld y su subsecretario Wolfowitz hab¨ªan dispuesto de cuatro a?os para madurar la estrategia pol¨ªtica de la operaci¨®n: la tesis de los 'c¨ªrculos conc¨¦ntricos'
Al¨ª Smain, el ni?o iraqu¨ª sin brazos y sin familia, nunca quit¨® el sue?o a los estadounidenses. Su historia fue ignorada por los grandes medios de comunicaci¨®n
Para ser polic¨ªa del mundo, Estados Unidos deb¨ªa transformar su ej¨¦rcito. Y eso era mucho m¨¢s dif¨ªcil que amedrentar a la llamada "comunidad internacional"
La guerra de Afganist¨¢n fue para Rumsfeld un "experimento" limitado. Cuando encarg¨® a Franks un plan para invadir Irak, volvi¨® a toparse con la 'doctrina Powell'
Para enterrar Vietnam no bastaba arrasar en una guerra como la de 1991 o derribar un r¨¦gimen tan m¨ªsero como el de los afganos talibanes
?stos han sido los 20 d¨ªas fundacionales del "nuevo siglo americano". Y a nadie puede hab¨¦rsele escapado el n¨²cleo de la historia contada por la prensa. Bajo el horror, el caos, las v¨ªctimas y las miserias, al margen del odio o la simpat¨ªa que pueda sentir cada uno hacia la pol¨ªtica exterior estadounidense, un elemento esencial deber¨ªa quedar grabado en el subconsciente de la humanidad: el ej¨¦rcito de Estados Unidos no tiene rival concebible. Washington puede dictar su ley donde quiera y cuando quiera.
En septiembre de 2002, cuando Victoria Clarke present¨® la propuesta del empotramiento a su jefe, Donald Rumsfeld, la invasi¨®n de Irak era vista en Europa y las capitales ¨¢rabes como una amenaza, una posibilidad, una calamidad a¨²n conjurable por v¨ªas diplom¨¢ticas. En la Casa Blanca y en el Pent¨¢gono, sin embargo, el plan estaba ya trazado. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y su subsecretario e ide¨®logo, Paul Wolfowitz, hab¨ªan dispuesto de cuatro a?os para madurar la estrategia pol¨ªtica de la operaci¨®n: la tesis de los c¨ªrculos conc¨¦ntricos, tambi¨¦n conocida como teor¨ªa del domin¨®, se hab¨ªa dise?ado en 1998, cuando un grupo de halcones republicanos, entonces alejados del poder y organizados en torno a la plataforma Proyecto para un nuevo siglo americano, concibieron la idea de utilizar Irak como plataforma para transformar todo Oriente Pr¨®ximo.
La estrategia militar planteaba m¨¢s dificultades. El general Tommy Franks, que ya hab¨ªa ejercido el mando en la guerra de Afganist¨¢n, se empe?aba en mantenerse fiel a la llamada doctrina Powell, elaborada para la guerra de 1991 y dirigida a evitar un nuevo Vietnam: Estados Unidos deb¨ªa desplegar ante cualquier enemigo una fuerza abrumadoramente superior en efectivos y material. Rumsfeld quer¨ªa acabar con la doctrina de su colega y rival Colin Powell, secretario de Estado. Eso era esencial para que funcionaran los c¨ªrculos conc¨¦ntricos. Estaba en juego, para ¨¦l y para todos los halcones que ejerc¨ªan la tutela ideol¨®gica sobre el presidente George W. Bush, la hegemon¨ªa universal de Estados Unidos durante todo el siglo XXI. El Gobierno de Washington deb¨ªa ser capaz de enviar a cualquier lugar y en un tiempo m¨ªnimo una fuerza militar imponente, no por su tama?o, sino por su poder destructivo, su superioridad tecnol¨®gica y su agresividad. Periclitada la disuasi¨®n nuclear, el nuevo juego se basaba en la intimidaci¨®n, la amenaza y el ataque preventivo.
Entonces apareci¨® la propuesta de Clarke. Y a Rumsfeld, un hombre poco amigo de la prensa, que hab¨ªa intentado librar la guerra de Afganist¨¢n de forma semisecreta y cre¨ªa que las mejores batallas eran las invisibles, le pareci¨® una buena idea. Cada unidad regular llevar¨ªa consigo su equipo de cronistas. Los reporteros empezaron a recibir entrenamiento cuando el Consejo de Seguridad de la ONU discut¨ªa a¨²n sobre la resoluci¨®n 1441. La prensa iba a tener la oportunidad de contar la guerra al minuto. Rumsfeld, ex luchador de grecorromana, ex piloto militar, empresario y pol¨ªtico de ¨¦xito, habituado a pensar a lo grande, pens¨® que ese flujo continuo de informaci¨®n fragmentaria pero m¨¢s o menos veraz contrarrestar¨ªa la previsible propaganda iraqu¨ª. Y, sobre todo, har¨ªa saber en todas partes que el ej¨¦rcito de Estados Unidos no s¨®lo dispon¨ªa de medios tecnol¨®gicos casi m¨¢gicos: tambi¨¦n hab¨ªa perdido el miedo a las bajas y al sufrimiento.
Para enterrar Vietnam no bastaba arrasar en una guerra como la de 1991 o derribar un r¨¦gimen tan m¨ªsero como el de los afganos talibanes. Hac¨ªa falta enterrar tambi¨¦n la doctrina militar emanada del fracaso en Vietnam, articulada por el general retirado Colin Powell y respetada por la gran mayor¨ªa de los generales en activo. Se acabaron los despliegues largos y masivos, el medio mill¨®n de soldados de 1991, los excesos de prudencia y el horror a la sangre exhibido en Somalia en 1993. Despu¨¦s de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la opini¨®n p¨²blica estadounidense ped¨ªa venganza, castigo, victoria sobre cualquier enemigo y a cualquier precio, sin importar las bajas propias o las ajenas. El ¨¢nimo de la sociedad, tan distinto a la benevolencia relajada y fr¨ªvola que engendr¨® la prosperidad de los noventa, era el id¨®neo para iniciar la construcci¨®n del nuevo siglo americano.
Juez y polic¨ªa del mundo
Para que el siglo XXI fuera tan americano como el XX, Estados Unidos, y en concreto su presidente, deb¨ªa erigirse en juez y polic¨ªa del mundo. Asumir la funci¨®n de juez resultaba relativamente sencillo: bastaba con desacreditar o marginar al Consejo de Seguridad de la ONU, que hab¨ªa experimentado un breve brillo tras la ca¨ªda del imperio sovi¨¦tico, boicotear la Corte Penal Internacional y rechazar cualquier tratado que limitara la libertad de acci¨®n de la hiperpotencia. George W. Bush inici¨® esa tarea en cuanto se instal¨® en la Casa Blanca. Su escaso respeto por la ONU qued¨® de manifiesto cuando compareci¨® ante su asamblea general, en septiembre de 2002: en realidad plante¨® un ultim¨¢tum a la organizaci¨®n, exigi¨¦ndole que actuara o asumiera su "irrelevancia", y jug¨® con varias barajas: la del desarme de Irak, la del cambio de r¨¦gimen en Irak, la de la transformaci¨®n de Oriente Pr¨®ximo...
Para ser polic¨ªa del mundo, Estados Unidos deb¨ªa transformar su ej¨¦rcito. Y eso era mucho m¨¢s dif¨ªcil que amedrentar a la llamada "comunidad internacional". Bush eligi¨® a Donald Rumsfeld como secretario de Defensa porque ten¨ªa las ideas claras (el presidente s¨®lo ten¨ªa instintos) y porque, como buen conocedor de la peculiar l¨®gica interna del Pent¨¢gono (Rumsfeld ya hab¨ªa desempe?ado el cargo durante la presidencia de Gerald Ford) y del complejo militar-industrial, ser¨ªa capaz de imponer a los generales una revoluci¨®n tras la que el ej¨¦rcito se elevar¨ªa literalmente en el aire. Bush quer¨ªa recortar el gasto en infanter¨ªa, divisiones acorazadas y artiller¨ªa, y apostar por una fuerza ligera y fundamentalmente a¨¦rea, con una tremenda capacidad de fuego que compensara el menor n¨²mero de soldados.
Rumsfeld fue inmediatamente detestado por la c¨²pula uniformada. Y apenas consigui¨® introducir cambios. De hecho, el presupuesto del Pent¨¢gono se dispar¨® porque el secretario de Defensa tuvo que seguir financiando divisiones de tanques y escuadrillas de cazas que s¨®lo serv¨ªan para combatir a la URSS y programas armamentistas que consideraba obsoletos, mientras incrementaba el gasto en nuevo material a¨¦reo como helic¨®pteros, aviones teledirigidos y sistemas de sat¨¦lites.
La guerra de Afganist¨¢n fue para Rumsfeld un "experimento" exitoso, pero limitado. Cuando encarg¨® al general Tommy Franks un plan para invadir Irak, volvi¨® a toparse con la doctrina Powell. El secretario de Defensa indic¨® al general que no deb¨ªa utilizar m¨¢s de 60.000 soldados. El general le respondi¨® que la operaci¨®n era inviable por debajo de los 200.000 efectivos. El enfrentamiento, en el que intervino personalmente Colin Powell en apoyo de Franks, fue resolvi¨¦ndose paulatinamente a favor de los militares, que obtuvieron al fin unos 200.000 efectivos, como exig¨ªan desde el principio. Rumsfeld impuso una condici¨®n: el despliegue de fuerzas terrestres ser¨ªa gradual, y s¨®lo se ampliar¨ªa en caso de necesidad. En v¨ªsperas de la guerra, el no de Turqu¨ªa a facilitar la apertura de un frente en el norte de Irak supuso, en cierta forma, una bendici¨®n para Rumsfeld: habr¨ªa que marchar hacia Bagdad con lo m¨ªnimo.
?se fue el contexto en el que, en medio de fuertes tormentas de arena que dificultaban el avance y con unidades iraqu¨ªes hostigando las l¨ªneas de aprovisionamiento en la retaguardia, los mandos militares en el desierto se dedicaron a lamentar las carencias en soldados y veh¨ªculos blindados. Estaban veng¨¢ndose del secretario de Defensa, de su obsesi¨®n por abaratar y adelgazar la fuerza expedicionaria, de su fe ciega en el poder a¨¦reo y de su desinter¨¦s por las esforzadas tropas de tierra. Esos d¨ªas fueron cr¨ªticos para Rumsfeld, m¨¢s mordaz y malhumorado que nunca. La sobreabundancia de informaci¨®n hac¨ªa que un conflicto reci¨¦n abierto pareciera eterno y, como ocurri¨® en Afganist¨¢n, unas horas sin ¨¦xitos bastaron para que afloraran en la prensa y las pantallas las comparaciones con Vietnam.
Quiz¨¢ Rumsfeld lleg¨® a dudar. ?Y si el plan fracasaba? La victoria estaba fuera de duda, m¨¢s pronto o m¨¢s tarde, pero le servir¨ªa de poco si los reporteros que viajaban con las tropas no transmit¨ªan el mensaje deseado: ¨¦xito fulgurante con un n¨²mero limitado de tropas y una abrumadora capacidad de fuego. El anuncio de que m¨¢s de 100.000 soldados adicionales ser¨ªan enviados a Irak se realiz¨®, el 27 de marzo, de la forma m¨¢s confusa y discreta posible, porque pod¨ªa interpretarse como un reconocimiento impl¨ªcito de que los generales ten¨ªan raz¨®n, y Rumsfeld se hab¨ªa equivocado. Ese d¨ªa, abundante en informaciones sobre la feroz resistencia iraqu¨ª y las dificultades estadounidenses, fue el peor para los halcones civiles del Pent¨¢gono. Pero tras la pausa, que permiti¨® reavituallar y dar descanso a las tropas de vanguardia, el avance volvi¨® a ser rapid¨ªsimo. Cuando la Tercera Divisi¨®n de Infanter¨ªa apareci¨® por las afueras de Bagdad, el 2 de abril, la pol¨¦mica se extingui¨® por completo. Rumsfeld cant¨® victoria.
?sa, la de los generales contra el mando civil, fue una peque?a guerra dentro de la guerra que contribuy¨®, quiz¨¢ decisivamente, a inclinar la situaci¨®n a favor de Donald Rumsfeld y del cambio en el Pent¨¢gono. La guerra de verdad, la que acab¨® con el r¨¦gimen de Sadam Husein y, de paso, con la vida de miles de iraqu¨ªes, siempre cont¨® con el respaldo mayoritario de los estadounidenses. El mensaje del Gobierno de Washington, basado en comparar a Sadam Husein con Adolf Hitler y en identificarle como un peligro grav¨ªsimo para la seguridad de todo el planeta, cal¨® perfectamente en la ciudadan¨ªa, pese a su densa contradicci¨®n interna. Si Sadam era tan peligroso, ?por qu¨¦ no utilizaba armas qu¨ªmicas o biol¨®gicas?, ?por qu¨¦ sus tropas resultaban arrolladas en todos los frentes? Pocos se hicieron esas preguntas. Y muy pocos, s¨®lo los aficionados a rebuscar en Internet o a sintonizar canales extranjeros con la antena parab¨®lica, tuvieron constancia visual de que la guerra causaba sufrimientos terribles.
Al¨ª Smain, el ni?o iraqu¨ª de 12 a?os sin brazos y sin familia, nunca quit¨® el sue?o a los estadounidenses. Su historia fue ignorada por los grandes medios de comunicaci¨®n, como la de la mayor¨ªa de las v¨ªctimas. La guerra, vista desde Omaha o Kansas City, era much¨ªsimo m¨¢s dulce y simple que la vista por europeos o ¨¢rabes: era una guerra de h¨¦roes americanos contra escuadrones de la muerte, una guerra de abnegados m¨¦dicos militares que atend¨ªan a la poblaci¨®n civil, una guerra cuyo principal episodio fue el rescate de Jessica Lynch, una soldado hecha prisionera por las tropas iraqu¨ªes. No hizo falta imponer ninguna censura para que la prensa evitara las im¨¢genes m¨¢s crudas: se limit¨® a ofrecer al p¨²blico lo que el p¨²blico quer¨ªa. Quiz¨¢ un conflicto m¨¢s largo habr¨ªa implicado un cambio paulatino en la cobertura period¨ªstica. Quiz¨¢ la ocupaci¨®n militar de Irak, indudablemente compleja, prolongada y peligrosa, ofrezca a los estadounidenses una visi¨®n del conflicto m¨¢s rica en matices.
Porque el gran plan hacia el siglo americano no ha hecho m¨¢s que empezar. M¨¢s all¨¢ de la ocupaci¨®n de Irak y del proyecto de implantar en Bagdad un Gobierno bien avenido con Washington, se abren muchas inc¨®gnitas. Colin Powell asegura que el caso de Irak era "especial" y que Estados Unidos no tiene intenci¨®n alguna de invadir otros pa¨ªses de Oriente Pr¨®ximo. Powell, sin embargo, ha quedado relegado a un papel muy secundario en la Administraci¨®n republicana. La falta de cooperaci¨®n por parte de Turqu¨ªa se considera un fracaso personal del secretario de Estado, y lo precario de su posici¨®n es manifiesto desde hace tiempo: el diplom¨¢tico m¨¢s importante del mundo no viaja apenas, porque necesita permanecer en Washington para contener en lo posible a los halcones del Pent¨¢gono. El pujante Rumsfeld, en cambio, no ahorra amenazas hacia Ir¨¢n y Siria.
El 'nido de halcones'
A PAUL WOLFOWITZ, el cerebro del Pent¨¢gono, no le gusta el t¨¦rmino domin¨®. Prefiere que su plan geoestrat¨¦gico se asimile a una onda expansiva a partir de un solo impacto, el descargado sobre Irak. Los dem¨¢s Gobiernos de Oriente Pr¨®ximo han comprobado ya de forma fehaciente, gracias en parte a los reporteros empotrados, el nivel de efectividad del ej¨¦rcito estadounidense. Las poblaciones de esos pa¨ªses ser¨¢n sometidas, desde Irak, a un intenso bombardeo de propaganda. Wolfowitz, ex embajador en Indonesia y gran conocedor de Asia, cree que el mundo ¨¢rabe puede experimentar una transformaci¨®n similar a la registrada por Extremo Oriente en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas. "Dec¨ªan que los surcoreanos no serv¨ªan para la democracia, lo mismo se dec¨ªa de los indonesios, de los taiwaneses... Pero la democracia se impuso poco a poco", comenta. Wolfowitz tambi¨¦n asegura que no hay otras invasiones "previstas", aunque algunos de sus colaboradores m¨¢s directos, como Richard Perle, ex presidente del Consejo Asesor del Pent¨¢gono, hablan abiertamente de la necesidad "urgente" de acabar con el r¨¦gimen iran¨ª.
Todo eso est¨¢ por ver. Pero el 19 de marzo, a las 22.14, hora de Washington, un minuto antes de anunciar a los estadounidenses el inicio de la invasi¨®n de Irak, George W. Bush tuvo un gesto inquietante. Agit¨® un pu?o y exclam¨® una frase que apenas requiere traducci¨®n: "I feel good". Bush se sinti¨® feliz al ordenar un ataque militar masivo. El presidente prefiri¨® retrasarse hasta una posici¨®n secundaria durante el conflicto, lanzando arengas casi cotidianas, pero cediendo el protagonismo a Rumsfeld y al Pent¨¢gono, que seguir¨¢n siendo la referencia en el proceso de reconstrucci¨®n iraqu¨ª. Y el mando civil del Pent¨¢gono, el famoso nido de halcones, ha quedado con la guerra m¨¢s fascinado que nunca ante las posibilidades de la m¨¢quina militar estadounidense.
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