Bailando con B. Hilda
Jueves Santo. Amanece. Me he desayunado dos huevos escalfados sobre un lecho de sanfaina, con una botella de Cornas. He encendido un cigarro -un robusto de Ram¨®n Allones- y me he puesto a escuchar el inolvidable swing mel¨®dico de Bernard Hilda y su orquesta de Barcelona, tres CD de la Blue Moon Producciones Discogr¨¢ficas que Pepito Massot nos regal¨® hace unos d¨ªas.
?Les dice algo el nombre de Bernrd Hilda? S¨ª, claro que s¨ª: Bernard Hilda es ese m¨²sico franc¨¦s, jud¨ªo, de origen ruso (Levitzki), que en 1942 se escap¨® de Francia, invadida por los nazis, con su mujer y algunos miembros de su orquesta para refugiarse en Espa?a, concretamente en Barcelona, en cuyo hotel Ritz, en una sala de los bajos donde sol¨ªan guardar mesas y dem¨¢s piezas del mobiliario, bautizada para la ocasi¨®n como Parrilla del Ritz, debut¨®, al frente de su orquesta, reforzada por m¨²sicos locales, la tarde del 3 de diciembre de 1942. Los tres CD que nos regal¨® Pepito recogen las grabaciones -placas de 78 rpm- que la orquesta realiz¨® en Barcelona, entre enero de 1943 y agosto de 1947.
Junto a los CD viene un precioso librillo ilustrado con fotograf¨ªas de la ¨¦poca, de Jordi Pujol Baulenas, en el que se nos dice que Bernard Hilda "como vocalista ten¨ªa el dulce y mel¨®dico encanto de los chansoniers franceses y el relajado y c¨¢lido swing de los crooners americanos". Perm¨ªtanme que discrepe. Bernard Hilda, como vocalista era una copia m¨¢s bien coja e ins¨ªpida de Jean Sablon, del Bing Crosby fran?ais, del inventor de la romance-jazz. Am¨¦n de que los chansoniers franceses no siempre han gozado de un "dulce y mel¨®dico encanto". (?Era dulce Mayol? ?Era encantador Henri Salvador interpretando Va te faire cuire un oeuf, de Boris Vian?) S¨ª era Hilda (cuyo nombre no figura ni siquiera en los Cent ans de chanson fran?aise, de Brunchswig, Calvet y Klein; ni en la Histoire du jazz en France, de Tourn¨¨s) un buen violinista y un buen arreglista. Pero sus placas, escuchadas hoy, al margen de su valor hist¨®rico y sentimental, dejan, me dejan, bastante fr¨ªo: tan s¨®lo me excita ligeramente escuchar el saxo tenor de Don Byas en Infiniment, de Bruno Quoquatrix.
Lo que me atrae de la orquesta de Hilda es lo que cuenta Pujol Baulenas del d¨ªa en que debutaron en el Ritz, en aquella tarde de diciembre de 1942. Pese a la publicidad que se hizo en los peri¨®dicos, s¨®lo acudieron tres parejas. Don Ram¨®n Tarrag¨®, director del Ritz, y los m¨²sicos estaban la mar de decepcionados. Pero entonces, un caballero se dirigi¨® a Bernard Hilda y en un franc¨¦s correct¨ªsimo le pregunt¨® si conoc¨ªan Mar¨ªa (?No ser¨ªa Marinella?), "uno de los ¨²ltimos ¨¦xitos de Tino Rossi". Hilda, c¨®mo no, lo conoc¨ªa y la orquesta lo interpret¨®. Dos horas m¨¢s tarde, el caballero, antes de ausentarse, le agradeci¨® la gentileza a Hilda, al tiempo que le comunic¨® que se iba a casa de su hermana, que aquel d¨ªa cumpl¨ªa a?os. Hilda, encantado de poder hablar franc¨¦s con aquel caballero, se ofreci¨® para ir con sus m¨²sicos a interpretarle el Happy birthday a su hermana. Total, que el caballero le dijo que les mandar¨ªa unos taxis poco antes de la medianoche, cuando terminasen su actuaci¨®n. Y Bernard Hilda y sus m¨²sicos se fueron con sus taxis camino de la Diagonal, a interpretar el Happy birthday a Margarita Gabarr¨®, la mujer de Alberto Puig Palau. Al parecer, interpretaron algo m¨¢s que aquella felicitaci¨®n, pues al d¨ªa siguiente la Parrilla del Ritz se vio invadida por la flor y nata de la alta sociedad barcelonesa, con gran regocijo del se?or Tarrag¨®, de Bernard Hilda y de los m¨²sicos de su orquesta.
Bernard Hilda y Alberto Puig (que no es otro que el "t¨ªo Alberto" de la canci¨®n de Serrat) se conocieron aquella noche. Pronto serian u?a y carne: Hilda se convirti¨® en jefe de Alberto y ambos trabajaron al servicio de la France libre facilitando informaci¨®n y ayudando a cruzar la frontera a agentes y militares de De Gaulle, entre ellos a un general al que embarcaron rumbo a Marruecos. Por ello, el Gobierno franc¨¦s concedi¨® a Alberto la Legi¨®n de Honor. Alberto fue mi amigo, y fue ¨¦l quien me present¨®, en la Barcelona de la d¨¦cada de 1970, a su jefe y compa?ero Bernard Hilda, el cual, a la saz¨®n, era el representante de Serge Reggiani, quien, invitado por Oriol Reg¨¤s, hab¨ªa venido al Palau a cantar aquello de "la femme qui est dans mon lit n'a plus vingt ans depuis longtemps" (ahora acaba de casarse con No?lle, su compa?era desde hace 30 a?os). En cuanto a Margarita Gabarr¨®, la trat¨¦ cuando era la mujer de Alberto y una vez ya separada de ¨¦l. Era una mujer fascinante, elegant¨ªsima, extraordinaria. Lo coment¨¢bamos el mi¨¦rcoles con John William Wilkinson mientras nos zamp¨¢bamos un bacalao en el Leopoldo Petit. Alberto muri¨® hace unos a?os, Margarita hace unos meses. Esa pareja y su entorno, con o sin (mejor con) la m¨²sica de Bernard Hilda, se merecen una novela, y no s¨®lo por razones arqueol¨®gicas. Anda, John, an¨ªmate, ponte manos a la obra antes de que te robe tu pedazo de tarta -?y qu¨¦ tarta!- alg¨²n espabilado.
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