Alta fidelidad
Yo llegu¨¦ a La Habana el 2 de enero de 1959, acompa?ado de Fernando Ben¨ªtez, Manuel Barrera Acosta y el editor Juan Grijalbo. Fidel Castro a¨²n no entraba a la capital cubana. Avanzaba lentamente por la ruta de la victoria, desde Santiago, en jeep y acompa?ado de palomas amaestradas para posarse sobre sus hombros cuando peroraba. Interrump¨ªa sus oraciones con la pregunta ret¨®rica "?voy bien, Camilo?", alusi¨®n al segundo del tr¨ªptico de jefes de la Revoluci¨®n de Sierra Maestra, Camilo Cienfuegos. El tercero, desde luego, era Ernesto Che Guevara.
Ese "?voy bien, Camilo?" no lo dirig¨ªa Castro tan s¨®lo a su compa?ero de armas, sino a la sociedad cubana entera, que, con la excepci¨®n de la camarilla batistiana, recib¨ªa a los j¨®venes barbudos con j¨²bilo desbordante. Todos esperaban de estos heroicos muchachos algo m¨¢s que el derrocamiento de un tirano sangriento y corrupto. Acaso lo esperaban todo. Democracia pol¨ªtica, libertad de expresi¨®n, libertad de asociaci¨®n, econom¨ªa mixta, fortalecimiento paralelo de la empresa y del Estado, diversificaci¨®n productiva, educaci¨®n, salud.
Acaso esperaban tambi¨¦n -pueblo y Gobierno revolucionarios- un gesto de amistad y comprensi¨®n del Gobierno de los EE UU, presidido en ese momento por el general Dwight D. Eisenhower. Una de las primeras salidas de Fidel fue a Washington. Ike no lo recibi¨®. Nixon le dio una fr¨ªa mano en las escalinatas del Capitolio. Acostumbrados a quitar y poner dictadores en Centroam¨¦rica y el Caribe, los norteamericanos vieron con suspicacia a este inclasificable rebelde, rar¨ªsima avis en medio de los Trujillos, Somozas, Castillo Armas y Batistas de la regi¨®n. Adem¨¢s -oh, desconcierto-, el rebelde cubano hab¨ªa sido denunciado como "burgu¨¦s" por el Partido Comunista Cubano, que s¨®lo a ¨²ltima hora, debido a la jam¨¢s desmentida inteligencia de Carlos Rafael Rodr¨ªguez, le reconoci¨® car¨¢cter revolucionario a los incontrolables rebeldes.
Castro lo ten¨ªa todo para hacer la patria libre prometida. No era el menor de sus apoyos el que le brindaba la comunidad art¨ªstica e intelectual del mundo entero. De Jean-Paul Sartre a C. Wright Mills, la intelligentsia mundial ve¨ªa en Cuba la posibilidad de una renovaci¨®n revolucionaria original, liberada de los dogmas y deformaciones impuestos por la tradici¨®n bizantina cesaropapista a un marxismo que no naci¨® pero s¨ª muri¨® en la Rusia ortodoxa (el Partido) y zarista (el Estado).
Acaso, en la Polinesia, esto hubiera sido posible. En Cuba, vecindad era fatalidad. ?ltima colonia de Espa?a en Am¨¦rica, junto con Puerto Rico, colonia de facto de los Estados Unidos durante y despu¨¦s de la Enmienda Platt que autorizaba a Washington a intervenir en los asuntos internos de la isla, Cuba, por primera vez, dejaba de ser Colonia. Pero segu¨ªa siendo vecina. La ¨¦poca cont¨®. En plena guerra fr¨ªa, aunque con menos brutalidad maniquea que Bush, Washington tambi¨¦n dec¨ªa: "El que no est¨¢ conmigo, est¨¢ contra m¨ª". Pero si estar con "ellos" significaba someterse a ellos, Castro no se someti¨® e inici¨® reformas que s¨®lo pod¨ªan ser vistas, en la Casa Blanca de Eisenhower y su Gobierno de magnates y halcones, como "filocomunistas". Como M¨¦xico de Carranza a C¨¢rdenas, Castro nacionaliz¨®, expropi¨®, pero, al contrario de M¨¦xico, no negoci¨®. La escalada de enfrentamientos con Washington condujo a la ruptura de relaciones en 1961. En vez de fortalecer a la burgues¨ªa nacionalista, Castro le cerr¨® las puertas internas y le abri¨® las del exilio: la p¨¦rdida de talentos y energ¨ªas fue inmensa. La prensa fue sofocada. Los partidos pol¨ªticos, barridos. El poder se consolid¨® en torno al Movimiento 26 de Julio y se inici¨® la ronda fatal de la escalada entre la isla y los EE UU. A mayor agresi¨®n norteamericana, mayor dictadura cubana. A mayor dictadura cubana, mayor agresi¨®n norteamericana.
A pesar de estas tensiones, Cuba realizaba grandes avances en educaci¨®n y salud. Pose¨ªa, adem¨¢s, las armas de David contra Goliat: la resortera de la dignidad, la grandeza del peque?o contra el grande. La operaci¨®n de Bah¨ªa de Cochinos, planeada hasta sus l¨ªmites por el Gobierno de Eisenhower y heredada con falta de inercia por el de Kennedy, result¨® un fiasco para las fuerzas cubanas invasoras sin apoyo log¨ªstico norteamericano. Playa Gir¨®n culmin¨® el prestigio de Cuba como vanguardia de la independencia latinoamericana. En Punta del Este, sucesivamente, Ernesto Guevara y Ra¨²l Roa le dieron contenido moral y diplom¨¢tico a la dignidad de toda la Am¨¦rica Latina. ?C¨®mo estar contra la Revoluci¨®n Cubana?
Pero algo estaba podrido en este reino de Dinamarca. La creciente intolerancia interna en nombre de la seguridad del Estado pronto se convirti¨® en creciente dependencia externa respecto a la opci¨®n que la guerra fr¨ªa siempre le ofreci¨® al Tercer Mundo: el poder sovi¨¦tico. La crisis de los misiles en 1962 estuvo a punto de desencadenar la tercera y ¨²ltima guerra mundial. S¨®lo la firmeza y habilidad de Kennedy para someter, parejamente, a su propio establishment militar y al aventurado Nikita Jruschov nos salv¨® de la cat¨¢strofe. Pero, para Castro, la suerte estaba echada. "Nikita, mariquita, lo que se da no se quita", no pas¨® de ser un eslogan. El apoyo de Castro a la invasi¨®n sovi¨¦tica de Checoslovaquia cerr¨® de una vez por todas el pacto: Cuba, de serlo de Espa?a y de los Estados Unidos, pas¨® a ser, si no colonia, seguramente Estado cliente, "sat¨¦lite" de la URSS en las Am¨¦ricas. Si Turqu¨ªa era la avanzada occidental de los EE UU, Cuba ser¨ªa el l¨ªmite oriental de la URSS.
La intolerancia, la persecuci¨®n de disidentes, "patria o muerte", acaso habr¨ªan sido tolerables si a la ret¨®rica revolucionaria se hubiese a?adido un m¨ªnimo de eficiencia econ¨®mica. No fue as¨ª. La econom¨ªa revolucionaria se inici¨® en el desastre y termin¨® en el desastre. Las enormes fuerzas productivas de Cuba -capital humano vasto e inteligente, buenas cabezas econ¨®micas, riquezas inexplotadas, tierras f¨¦rtiles- fueron sacrificadas a dogmas ex¨®ticos y est¨²pidos. La reforma agraria, encabezada en sus inicios por un hombre inteligente y patriota, N¨²?ez Jim¨¦nez, termin¨® en una contradicci¨®n: en nombre de un "igualitarismo" chiflado, se priv¨® a las ciudades del producto del campo y el campesino, sin incentivos, dej¨® de producir; perdieron el campo y la ciudad. Los grandiosos proyectos de industrializaci¨®n a la sovi¨¦tica llenaron Cuba de vieja maquinaria rusa, no s¨®lo anticuada, sino inapropiada para el tr¨®pico. No tuvo lugar la diversificaci¨®n industrial. Muri¨®, en aras del dogma, el peque?o comercio, el restor¨¢n, la tienda familiar. La riqueza pesquera no fue aprovechada. La riqueza petrolera no estaba all¨ª. El n¨ªquel es s¨®lo elnombre de una moneda gringa de cinco centavos. Quedaba, como siempre, el az¨²car.
A medio siglo del triunfo de la Revoluci¨®n, Cuba sigue siendo una naci¨®n dependiente. Pero como ya no cuenta con el subsidio sovi¨¦tico, debe recurrir al subsidio batistiano: el turismo y la prostituci¨®n. Los males se le achacan al embargo norteamericano. Pero Cuba ha contado con un subsidio anual de miles de millones de d¨®lares de la URSS y, ahora, con la confianza de inversionistas europeos que se apresuran a llenar los espacios econ¨®micos posibles del post-castrismo, con visible enojo de las corporaciones norteamericanas y a pesar de los dos actos legislativos m¨¢s est¨²pidos y arrogantes de los EE UU hacia Cuba. La Ley Helms-Burton, que penaliza al inversionista extranjero en tanto Cuba no regrese bienes expropiados a los EE UU -ley que la Gran Breta?a bien podr¨ªa aplicar contra los EE UU por la expropiaci¨®n de bienes ingleses durante y despu¨¦s de la guerra de independencia-. Y el embargo comercial que da?a a los EE UU m¨¢s que a Cuba, pues le da a Castro el pretexto perfecto para excusar su propia ineficiencia administrativa. No le han faltado buenos consejos a Castro. Basta se?alar las recomendaciones de Carlos Solchaga durante el Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez en Espa?a: un plan excelente de equilibrio entre principios socialistas y pr¨¢cticas eficientes, m¨¢s que capitalismo autoritario al estilo chino.
Se puede sospechar por ello que Fidel Castro necesita a su enemigo norteamericano para excusar sus propios fracasos, para mantener el apoyo popular y patri¨®tico contra el imperialismo yanqui y, acaso, para preparar su propia salida del mundo en medio de una Numancia en llamas en la que mueren con ¨¦l -patria o muerte- millones de cubanos. El hecho es que cada vez que un presidente norteamericano -Carter, Clinton- manda una paloma exploradora de paz a Cuba, Fidel se encarga de abatirla a tiros. Fidel, pues, necesita a su ogro americano. Y en George W. Bush lo tiene, como si Hollywood se lo hubiese enviado para la pel¨ªcula sin fin de la oposici¨®n Cuba-EE UU. Pues George W. Bush, emisario evang¨¦lico del Bien con B mayor, necesita villanos para su gran superproducci¨®n, "El Eje del Mal", que, si se inici¨® en Irak, no tardar¨¢ en extenderse a Siria, a L¨ªbano, a Libia, a Corea del Norte y, en las Am¨¦ricas, a Cuba.
Castro, por su parte, escoge el momento m¨¢s ¨¢lgido de las relaciones internacionales desde el fin de la guerra fr¨ªa para encarcelar a setenta y cinco disidentes y condenarlos a mil quinientos a?os de prisi¨®n. Va m¨¢s lejos: ejecuta sumariamente a tres autoexiliados que secuestraron una nave para huir de Cuba.
"Hasta aqu¨ª he llegado", dice en una honesta y candente declaraci¨®n Jos¨¦ Saramago, solidario de siempre con la Revoluci¨®n Cubana. Yo mantengo la l¨ªnea que me impuse desde que, en 1966, la burocracia literaria cubana, manipulada por Roberto Fern¨¢ndez Retamar para apresurar su ascenso burocr¨¢tico y hacer olvidar su pasado derechista, nos denunci¨® a Pablo Neruda y a m¨ª por asistir a un Congreso del PEN Club internacional presidido a la saz¨®n por Arthur Miller. Gracias a Miller entraron por primera vez a los EE UU escritores sovi¨¦ticos y de la Europa central para dialogar con sus contrapartes occidentales. Neruda y yo declaramos que esto comprobaba que en el terreno literario la guerra fr¨ªa era superable. La larga lista de escritores cubanos compilada por Fern¨¢ndez Retamar nos acusaba de sucumbir ante el enemigo. El problema, nos ense?aba, no era la guerra fr¨ªa, sino la lucha de clases, y nosotros hab¨ªamos sucumbido a las seducciones del enemigo clasista.
No fueron tan d¨¦biles razones las que nos indignaron a Neruda y a m¨ª, sino el hecho de que Zhdanov Retamar hubiese incluido en la lista, sin consultarles siquiera, a amigos nuestros como Alejo Carpentier y Jos¨¦ Lezama Lima. A este hecho se fueron a?adiendo otros que claramente abrogaban para Cuba el derecho de decirles a los escritores latinoamericanos ad¨®nde ir, ad¨®nde no ir, qu¨¦ decir y qu¨¦ escribir. Neruda se carcaje¨® de "El Sargento" Retamar, yo lo inclu¨ª en mi novela Crist¨®bal Nonato como "El Sargento del Tamal" y mantuve la posici¨®n que conservo hasta el d¨ªa de hoy: en contra de la pol¨ªtica abusiva e imperial de los EE UU contra Cuba.
Y en contra de la pol¨ªtica abusiva y totalitaria del Gobierno de Cuba contra sus propios ciudadanos.
Soy mexicano y no puedo desear para mi pa¨ªs ni el diktat de Washington acerca de c¨®mo conducir nuestra pol¨ªtica exterior, ni el ejemplo cubano de una dictadura sofocante, sin prensa, opini¨®n, disidencia o asociaci¨®n libres.
Felicito a Saramago por pintar su raya. ?sta es la m¨ªa: contra Bush y contra Castro.
Carlos Fuentes es escritor mexicano.
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